Vanitas (fragmento)
1 febrero, 2023
22.
Las palabras también se contagian.
Experimentan violentos cambios.
Se resfrían. Sufren hambre. Enflaquecen.
Convulsionan. Engordan. Se angustian.
Padecen insomnio. Van al psiquiatra.
Se tornan sospechosas. Las criminalizan.
Son objeto de vigilancia. Las persiguen.
Las capturan. Encapuchadas las interrogan.
Las archivan en bases de datos policiales, militares.
Las procesan, las encierran, las convierten en prisioneras
de conciencia. Las extorsionan. Las invisibilizan
con eufemismos convencionales o estrafalarios.
Sus voces padecen otras tonalidades, otros significados.
Permutan valores y sentidos. Escriben falsas historias.
Pero la poesía se metamorfosea y se escabulle
aunque intenten darle caza para subirla a la perrera
y trasladarla al manicomio o al campo de concentración.
Publican entonces cierta no poesía. Cierto no arte.
No poesía, no arte, adulterados. Livianos. Impostados.
REBAUTISMO
Me llamaré locura.
Descarrilaré los trenes
que raudos cruzan
repletos de cadáveres.
Me daré
con esta piedra
por el hígado.
Mis pulmones
serán olas tumultuosas
que alcancen la luz de tus ojos,
la voracidad de tu cuerpo.
Me llenaré de amor.
Portaré todos los dolores
acumulados
y esparcidos por el mundo.
LOS POLLITOS
A Manrique
Recuerdo aquella silla de ruedas, mejor dicho, aquel carretón celeste de madera artesanal. Así le llamaste, o le llamamos: Los pollitos. Tal vez porque sus ruedas, a falta de aceite, chirriaban como polluelos recién nacidos. Recuerdo bien cómo te paseábamos, corríamos y saltábamos por el amplio patio de la casa en Marsella. O por los polvazales de su única calle.
Abuelo en especial porque te consentía. Nos cortaba el cabello. Y alertaba a padre y madre sobre las huellas frescas de jaguares o pumas. Cuando murió te visitaba por la noches. No asustaba. Platicaban ustedes. Se lo contaste a mamá. Y mamá te creía. Yo también pues soñaba con el abuelo Chofo de brazos cruzados tendido sobre el amplio mostrador de la pulpería. Allí murió mientras padre andaba de compras en la capital.
Descansábamos de juegos y correrías cuando llovía y llovía. Desde la ventana contemplábamos los largos aguaceros y los relámpagos. Las bestias empapadas, tristes, cabizbajas. Madre encorvada en la singer, o alrededor de velas, canfineras, lámparas de gas, o del fogón y cocina de leña, nos aleccionaba con cuentos de sombras y aparecidos.
Más tarde llegaron el metal y el caucho. ¿En Venecia? No, ya en Villa Quesada. Donación de la Caja del Seguro, mejor dicho, derecho aplicado por el nuevo estado solidario. Y entonces la movilidad era mayor. En el barrio San Roque. O en el centro de la ciudad. En aquella casa donde sí asustaban. En el segundo piso aparecían los fantasmas. Quizás excombatientes del cuarenta y ocho. Tal vez ánimas del barrio perdidas en sus aniversarios. O en la amplia casa de madera verde. Y luego en el barrio San Antonio, o por el acantilado hacia el río que bordeaba el plantel municipal. Y en el barrio Baltazar Quesada. Allí las glorias de las orquídeas de madre.
Y siempre el olor a pan recién horneado. El cloquear de las gallinas. El galope lejano y los mugidos. Los árboles de toronja y naranja agria. Los perros collie, pekinés y Barón, el pastor alemán jugueteando con tu silla, halándola y ladrándole. Igual Daga allá en Marsella con la pandilla de hermanos y vecinos cuando se jugaba la puntual mejenga con toronjas o vejigas de chancho. Abuela despotricando y colocándonos apodos. O insultando a los vecinos. Practicando apuestas con nuestros puños. O haciendo de celestina con algunas primas. Y más sustos: llovía ropa blanca de los techos o del cielo.
Luego mi partida. Los estudios. La guerra. Los llantos. La sangrante selva de la guerrilla. Los países lejanos. Y seguir la ruta cuando los años nos sobrepasen. Porque no hay nada mejor que gastar los días en abrazos, despedidas y reencuentros.
Las naranjas ya están maduras. Las toronjas caen cual enormes manzanas de agua o mangos. Nos envuelve la niebla por la ciudad cuajada de silencios, nave extraña donde el espanto es de otro tipo pues escuchamos, allá lejos, muy lejos, por lodazales y polvaredas, el chirrido perenne de unas ruedas de madera sin aceite como garúa, pelo de gato, triste melodía en tocadiscos o fantasmal carreta sin bueyes.
POEMA DE INVIERNO
Si nunca has visto caer la nieve
en un bosque de abedules
no entenderás las palabras
enredándose en la sangre.
Aunque es seguro que has visto
caer la lluvia un día soleado
en un bosque de laureles o jaúles.
Así, la luz se transparenta
en tus huesos como lluvia
vibrante cuerpo adentro.
O la realidad te atraviesa
como una bala donde navegas
sobre un ancho río de nieblas.
PAUL
Se fuga desde su fuga
con el trajín del ferrocarril y la espuma.
Canta a una mujer en la sombra.
A dos mujeres canta.
Y llama la atención a dos filósofos
que no comprenden la muerte
en las estancias del ser sin tiempo.
Por eso rememora a su madre
como un abedul con un balazo en la nuca
y a su padre en los estertores del invierno.
Sabe que lo persiguen los clásicos alemanes
en cinco idiomas y el Maestro
que ha traicionado a la historia y sus semejantes.
El cielo queda muy lejos.
Por eso acude puntual al Mirabeau
para zambullirse con lentitud
por las corrientes oscuras de la poesía
en busca del barquero que no aparece.
Todavía bebemos la negra leche del alba cada atardecer.
Bebemos y bebemos…
Venecia de San Carlos, Costa Rica, 1958.
Sus últimas publicaciones incluyen los siguientes títulos: Leningrad/Puerto de Arenas (Poesía, BBB Producciones, 2020); Poemas para Nicaragua (Poesía, BBB Producciones, 2020); Los ojos del antifaz (Novela, BBB Producciones, 2020, Quinta edición); Lina (Novela, Editorial Arlekín, 2021, segunda edición); Dulce San José, Editorial Arlekín 2021, segunda edición). Fue profesor catedrático e investigador del Instituto Tecnológico de Costa Rica donde dirigió la revista FRONTERAS y el Encuentro Internacional de Escritores, coordinó la Cátedra de Estudios Culturales Luis Ferrero Acosta y el programa Miércoles de Poesía, así como el taller literario y la revista del mismo nombre.