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Vidas de hojalata. Paul Harding

1 abril, 2012

Es una verdadera satisfacción poder encontrarse con libros de calidad, esos que no solo son un mero entretenimiento sino, historias de incesantes letanías que apaciguan una vida que ya ha quedado atrás. Tras ser rechazado por varias editoriales, Paul Harding estaba lejos de imaginar que su primera novela, Vidas de hojalata (Thinkers), que finalmente fue aceptada por una editorial muy pequeña (Bellevue Literary Press), le ameritaría el Premio Pulitzer 2010

Esta novela es una sorprendente y arriesgada obra sobre el tiempo y la memoria que crece lentamente, pero con firmeza y con una fuerza imparable, para recrear un pasado repleto de objetos, sensaciones, lugares y parajes naturales de una belleza perturbadora.

Vidas de hojalata es una historia que necesita tiempo y mucha atención. Tiene un estilo narrativo donde no existen los diálogos en primera persona (narrados en tercera persona), donde los saltos temporales son continuos y no podemos seguir una línea narrativa temporal –salvo los tiempos marcados en ciertas partes donde nos indican las horas previas que faltan para la muerte de George- y donde los personajes que nos va marcando la historia tienen perfiles muy distintos. 

En una cama colocada en el salón de su casa, yace George Washington Crosby esperando la muerte que se aproxima de forma inexorable. Mientras agoniza y antes de que su mundo se desmorone y apague para siempre, sin poder hacer nada, empieza a recuperar gradualmente retazos de su pasado que emergen entre las alucinaciones que las enfermedades lo han acechado: Parkinson, diabetes, cáncer y de donde se mantiene amortajado.

George, que durante buena parte de su vida había sido un metódico relojero, ahora ya no tiene problemas para saltarse las restricciones temporales y reconstruir sus recuerdos siguiendo el libre dictado de su mente. Así que vuelve la vista setenta años atrás para evocar su dura infancia y la huidiza figura de su padre, un vendedor ambulante que padecía ataques de epilepsia y que recorría las calles y caminos, vendiendo todo aquello susceptible de ser vendido.

Harding señaló que “el estilo de un escritor, su voz, son parte tan indeleble de él como la forma de su cerebro. Así que no intentó conseguir un “estilo”. Solo trató de describir lo que veía y escuchaba de la manera más precisa posible; su voz igual aparecía, de una manera menos consciente, menos ornamental.

Creo que la belleza de un tema es inherente, de modo que un trabajo puede lograr descripciones exactas, no intentando deliberadamente una prosa bonita que se imponga a lo demás.A veces ciertas leyendas familiares son lo suficiente como para despertar la imaginación, pero no tanto como para saciarla.

Vidas de hojalata es una novela tradicional en lo que respecta al mundo rural americano de Nueva Inglaterra de hace un siglo y ciertamente innovadora en cuanto al modo de expresión elegido para contarlo. Esa es la razón por la que merece toda la pena leerla. Es también una lección de humanidad y amor a la vida. Una magnífica primera novela, con semblanzas a La muerte de Artemio Cruz de Fuentes y Mientras agonizo de Faulkner.

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