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Y después de Get Back, ¿qué?

4 abril, 2022

Para un no-músico, o no-diletante, o no-fanático de los Beatles, la docu-serie podrá parecer aburrida. Y ya se ha escrito sobre ello. Sin embargo, para el resto, para nosotros: ha sido un gozo.


A través de Get Back, el documental de Los Beatles editado por Peter Jackson y emitido por Disney Plus, se sabe ahora que Yoko Ono no tuvo la culpa. Que solo era apéndice, pegote de un John Lennon displicente. Que los cada vez más distantes Paul y John mirábanse todavía con ternura de hermanos cuando armonizaban voces. Que hasta George Harrison mandaba al carajo su resentimiento e incomodidad cuando suavemente tocaba la guitarra. Que Ringo disfrutaba ser encantador tanto tocando la batería como no haciéndolo. Que los Beatles eran la banda más feliz de la historia de la humanidad cada vez que sonaban juntos. Y que se separaron porque simplemente tenía que pasar. O porque tanta genialidad reunida era demasiada para ser cierta y eterna.

Ver y rebobinar una y otra vez. Luego pausa larga para ir a Google, cotejar fechas, citas, artículos o libros; o a Spotify a pinchar playlists para confrontar versiones. Y al otro día, de nuevo play, y otra vez pausa, y entonces curiosear Wikipedia para ver quién es quién entre tanto personaje secundario. En fin… un despacharse hermoso. Un no querer llegar al final. Un tomárselo con calma. Un quemarse a fuego lento.

Disfrutar Get Back, el documental, ha sido una experiencia devota. Siete horas y media durante las cuales de intrascendente ser humano uno pasa a ser el más afortunado voyerista del mundo.

Para un no-músico, o no-diletante, o no-fanático de los Beatles, la docu-serie podrá parecer aburrida. Y ya se ha escrito sobre ello. Sin embargo, para el resto, para nosotros: ha sido un gozo. Es que son siete horas y media presenciando el proceso creativo de cuatro artistas superiores.

Por un lado, John, siempre en plan díscolo y a ratos impuntual, pero sí consecuente en su trabajo. Y por el otro Paul, con actitud de director de orquesta en su mejor momento; elegante, disciplinado y adulto. El líder con la habilidad necesaria para imponer el ritmo de trabajo. Un perfeccionista hasta desesperar. McCartney, el ególatra que se sabe musicalmente superior a sus pares —que no significa que los otros sean menos—, simplemente se exhibe como un instrumentista de primer orden. El tipo nivel “dios” que, en un rapto mágico, hace sonar el bajo como guitarra para inventar melodía y acordes del tema «Get Back» en unos pocos minutos mientras Ringo observa atento y Harrison bosteza muerto de aburrimiento.

Nunca dejará de sorprender cómo Paul ejecuta y canta a la vez. Cualquier bajista sabe que eso es una responsabilidad enorme, que requiere absoluta concentración y tiempo perfecto. El bajista no tiene permiso para titubear o fallar. Es verdad que se puede aprender a tocar el bajo. Pero también es verdad que ser bajista es una condición natural, porque los grandes bajistas nacen. El oficio del bajo debe estar siempre ceñido al tempo y a la armonía. Es como el corazón que no debe detener porque si lo hace, todo se derrumba. Y Paul se excede sumando a la ejecución del bajo, la vocalización de melodías complejas. De más está decir que para lograr tal portento, el cerebro debe separarse en dos, con cada parte tocando líneas totalmente distintas una de la otra. ¿Y saben qué? Paul hace los dos oficios de manera perfecta, impecable, y hasta bromea mientras tanto. Insisto, tocar el bajo y cantar es harto complicado. Y aunque es asunto para genios, seguro precisa diez mil horas o más de trabajo.

Cuenta la historia que en un afán por estabilizar a los Beatles, Paul McCartney propuso dar un concierto único que sería filmado y comercializado. Y así fue como a partir del 2 de enero de 1969, se reunieron en un estudio de filmación de Twickenham, Londres. Según Phillip Norman, el biógrafo de McCartney, ahí buscaban estar a salvo de fans, intrusos y de la prensa. Pero de inicio las cosas no fueron de lo mejor.

Dice Norman: «en pleno invierno, el estudio era un lugar helado, lóbrego e incómodo; además, se esperaba que ellos cumplieran el horario de un estudio de cine, en lugar del de un estudio de grabación, lo que implicaba llegar a las nueve en punto de la mañana cada día, en vez de presentarse cómodamente en Abbey Road al atardecer. No había guion de rodaje ni estructura de ninguna clase: las instrucciones que había recibido Michael Lindsay-Hogg eran, sencillamente, que filmara todo lo que ocurriera mientras los Beatles armaban una lista de temas para su grandioso concierto de regreso en la localización en la que se celebrara al final».

Pero —y nunca mejor dicho—, tenían los días contados para eso y todo lo demás. Había que apurar porque el 31 de enero, todo debía estar terminado.

Al inicio, las exigencias musicales de Paul McCartney hacen botar la gorra a George Harrison, quien enojado deja la guitarra y se va para su casa. Aunque días después regresa. Cuando deciden trasladar la grabación al edificio de Abbey Road, el buen rollo se va imponiendo. Es entrañable el inicio del tercer capítulo cuando aparece Heather, la hija de seis años de Linda Eastman, la novia de Paul, y saca el niño interno de cada uno.

Queda para la memoria perpetua cuando Paul explica el modo de tocar los golpes de corcheas sincopadas del segundo compás de la bellísima «The Long a Winding Road». Cuando George Harrison canta el demo de «I Me Mine». El génesis de «Let It Be», «Somethin, «Donʹt Let Me Down». El momento en que George Harrison auxilia a Ringo Starr con los acordes de «Octopusʹs Garden». La sonrisa permanente del invitado Billy Preston; el tipo que parecía consciente del momento histórico que estaba teniendo la oportunidad de vivir. Las entradas a plano de George Martin y su pinta de lord, yendo, viniendo y aconsejando en medio de los ensayos. La devoción de mayordomo del roadie Mal Evans. La cara de niños asustados de los policías metiches ante el mejor final imaginable: el sacrosanto concierto de la azotea.

Yo no sé si a alguien más, pero después de ver Get Back, el documental, a mí me ha quedado una cabanga de la madre. Dios, qué tristeza.

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Es músico, compositor, y escritor. De forma paralela a su carrera de arreglista para proyectos musicales y cinematográficos, ha escrito y publicado entrevistas, reseñas, y relatos en distintos periódicos y revistas, entre los que destacan Carátula, El Hilo Azul, NotiCultura, La Prensa y El Nuevo Diario. Algunos de sus textos han sido incluidos en diversas antologías literarias y periodísticas. En la actualidad trabaja en su primera novela.