Santiago-Montobbio-2

Vida ya ganada para siempre

31 marzo, 2020

– «El pasado domingo 1 de marzo me llega un mensaje de mi hermana Elena ya casi en la noche que me avisa de la muerte de Ernesto Cardenal. Dice, de modo sencillo y familiar: Se acaba de morir Ernesto. Y me callo».


Ernesto Cardenal

Es lunes por la mañana y estoy con mi madre en un jardín, en un jardín en Barcelona, cerca de casa, desde el que se ve una vista inusual de la Pedrera que me gusta mucho. La Pedrera por detrás, su azotea, el blanco y un ocre casi morado. Y el cielo, y las nubes, y la luz, y los árboles. Miro la revista de prensa de la Asociación de Escritores de Cataluña y es ella quien me da la noticia de la muerte de José Jiménez Lozano. Me llega en un jardín. Recuerdo los poemas que escribí con motivo de la lectura de su cuento “La masía”, en que está él pero también nuestro común amigo Miguel Delibes y Antonio Machado, y que él conoció y le gustaron. Recuerdo estos poemas, su memoria y mi trato con él, y casi sin querer y sin pensarlo escribo un poema. Mientras lo escribo cruza un mirlo el jardín y pían otros pájaros. Lo pongo, lo he de poner en el poema. Porque no me parece casual. Porque condice con él, y a él le gustarían. En sus cuadernos, en sus libros de anotaciones que he seguido y leído con inmenso placer hay tantas veces, con mucha frecuencia, observaciones de la naturaleza. La mirada al campo, el cielo, un pájaro. Como aquí, ahora esta mañana en que me llega como en su último aliento.

He dicho que escribo este poema casi sin querer y sin pensar y es verdad. Porque duele la muerte. Duele la muerte y no queremos hacer con ella poemas. Duele, aturde, hace también callar, que miramos y hasta nos hundamos con silencio adentro. El pasado domingo 1 de marzo me llega un mensaje de mi hermana Elena ya casi en la noche que me avisa de la muerte de Ernesto Cardenal. Dice, de modo sencillo y familiar: Se acaba de morir Ernesto. Y me callo. Siento y casi me hundo en el silencio. Por la mañana veo un cálido mensaje de Ofilio en que recuerda y me agradece el haberlo podido ver otra vez, haber podido asistir a ese encuentro del poeta conmigo en que estuvo tierno y lúcido y también colmado de bondad. Expresa su alegría por tener de él este recuerdo, último recuerdo. Le digo en mi respuesta que también pude ir a Nicaragua gracias a él. Y sé -sin necesitar pensarlo- que nos vimos con Ernesto en su casa gracias a Javier Sancho Más. Y le llamo, para decirle mi tristeza -que es también la suya- y darle las gracias por su ayuda siempre en todo. Me acompañan en el salón de casa dos esculturas de Ernesto, la garza y el armadillo que escogí cuando me las ofrecían, y que Javier me trajo al volver de su Navidad en Nicaragua. Ernesto firmó una constancia con sus características y conforme las entregaba a finales de diciembre de este año 2019, hace nada. Y firmó las esculturas en su base, cosa que no solía hacer, al saber que eran para mí. Javier, al entregármelas, me dijo que se acordaba de mí y de nuestro encuentro. Javier me trajo también este regalo, este testimonio vivo de su presencia que hay en casa. No se lo digo, pero es así y ya lo sabe y no hace falta. Vida hasta hace nada, hasta casi la muerte. Vida y arte. Javier vio también en otoño a José Jiménez Lozano en el pueblo de Valladolid en que vivía, Alcazarén, al que le mandaba mis libros y desde el que me escribía. Javier le llevaba mi abrazo. Un abrazo largo y cálido de años. Javier me mandó fotos de su casa y su biblioteca desde allí, con el abrazo del escritor castellano. Este otoño, también hace nada. Pienso que Javier está ligado a la muerte. Pero también a la vida. Es testimonio privilegiado de vidas altas y que son plenas y hacen arte hasta el fin. Es su testimonio y su emisario. Una bella misión, para la que estoy seguro que Dios no puede escoger a cualquiera, y que lo honra y lo distingue. Quiero decir que no veo algo sombrío sino gozoso en ello, un testimonio de estar cerca y transmitir y ser emisario de la plenitud de la vida, y también su amigo. La vida es una pasión, una amistad. Tiene rostros, nombres, escritores, artistas, testimonios, amigos. Siento y pienso de pronto en el carácter algo misterioso de que el mismo amigo común haya hecho que nos hablemos y nos mandemos un abrazo, y no me parece, como digo, algo triste o sombrío, sino una señal o un signo que no acabaremos de comprender del todo pero sí que remarca que vivir es un misterio.

Vivir es un misterio, esta fe de asistir también al asombro en silencio, aceptar como natural y sin darle muchas vueltas el misterio que acaece y el carácter sagrado de las cosas, y de la vida toda. Por esto no pienso mucho en esto. Lo siento, lo siento sin decírmelo mucho esta mañana en un jardín mientras escribo y el aire es ligero, y ahora, esta tarde ya en casa. Siento y no escribo ante la muerte de Ernesto Cardenal, siento y escribo un leve poema casi sin querer y sin pensar ante la muerte de José Jiménez Lozano. Sé que somos misterio en el silencio y también en lo que escribimos, si lo escribimos de verdad. Y también, por tanto, con misterio.

Callo ante la muerte de Ernesto Cardenal y la vivo en silencio estos días, pero sintiéndola, y me llegan a raíz de ella algunas noticias, como la de la escritora nicaragüense Isolda Hurtado, quien avisa de la emisión de nuevo en Uruguay de una entrevista con él que tuvo lugar este octubre y ya oí entonces. También hace nada. También casi sin pensar ni querer siento que la intervención que he de hacer por videoconferencia en la Universidad Nacional Autónoma de México la he de cerrar con un homenaje a él, con un recuerdo a su memoria y un poema. México es el último país en que estuvo invitado y en el que se le dio un gran honor, como me contó Javier. En México, desde casa -desde Barcelona-, le voy a recordar. Pienso para ello en el final de mi intervención. Una profesora de mi traductor al holandés es la traductora del poeta argentino Roberto Juarroz, a quien estimo mucho. He hablado y leído en algún momento algo del libro publicado en Holanda con una antología de mis poemas de juventud. Recuerdo esta labor de traducción también al neerlandés, entregada y que exige una vida, de Roberto Juarroz. Y quiero leer algunos de sus Fragmentos verticales, que he seleccionado, antes de acabar del todo con la lectura de dos poemas. Leo dos de estos fragmentos verticales. Quiero leer otros dos, los dos finales, y veo que me faltan las hojas en que están. Tengo por ello que aludirlos sólo de modo sucinto de memoria, y decir simplemente qué dicen. Hay dos aforismos, digo así, que dicen cómo la poesía lleva las cosas al extremo -esto es algo que me importa y en lo que creo, y que dice muy bien aquí Juarroz en este aforismo, y por esto quería leerlo-, y otro que dice que es un lenguaje de soledades, para enlazar con que también lo puede ser de diálogo, también así lo podemos entender. Mientras doy la conferencia me encuentro con esta falta, con que no están las páginas con estos aforismos. Pero aquí, ya que puedo, los voy a buscar y poner enteros. Éste es el que quiero leer primero, lo penúltimo a leer, por tanto, antes de cerrar con la lectura de dos poemas. Este fragmento vertical dice así: “Todas las cosas caben en la poesía, pero sólo si se las empuja hasta un borde, hasta que el difícil equilibrio de estar en un límite extremo las desnude de sus cargas y adherencias subrepticias. Sólo así serán ellas mismas y tendrá un lugar en la poesía”. Y el siguiente fragmento vertical y último de ellos que quería leer y al que sólo he podido aludir dice: “La poesía es un lenguaje entre soledades, de soledades, para soledades. Por eso, en último término, no necesita dos hombres: le basta con las soledades de uno”. De acuerdo con lo que dice el poeta argentino aquí, en esta afirmación vertical, pienso que nos puede hacer pensar en los célebres versos de Lope de Vega (“A mis soledades voy,/ de mis soledades vengo,/ que para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos”), y aún más que además de esto lo que quiero decir entonces y más o menos de todos modos digo, aunque de un modo menos bien trabado y ligero, que la poesía es también un diálogo, un diálogo con los otros y con el otro, como así dice Rosario Castellanos, la gran poeta mexicana que da nombre al Auditorio en que se me escucha, en el poema que da título a su poesía completa publicada en su día por el Fondo de Cultura Económica. El título de este poema, también el de su poesía completa, es “Poesía no eres tú”. Y leo el poema:

POESÍA NO ERES TÚ

Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.

Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.

El otro: mediador, juez, equilibro
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.

El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.

El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan.

Digo entonces que hemos sostenido un diálogo con quien ha sido una voz de la poesía en castellano durante 95 años y nos acaba de dejar, el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. Ha sido una voz de la poesía en nuestro idioma, y en la poesía ha dado voz, y con esa voz se ha creado, ha hecho posible un diálogo. Había pensado de un modo instintivo y sencillo, también casi sin decírmelo, que recordaría a Ernesto Cardenal para cerrar la conferencia, y que leería un poema como homenaje y recuerdo a él para acabarla, pero no muy bien cómo introduciría esto. O nada. Y lo digo así, como me sale. Recuerdo que Vida perdida es el título de su autobiografía, una vida perdida pero también ganada, comento, perdida en poesía y por esto también ganada, ahora ya ganada para siempre. Y que quiero leer un poema para despedir esta sesión, de mi libro Nicaragua por dentro. Hay otro poema más largo que refiere mi encuentro con él en su casa, y sale lo que nos decimos. Voy a leer uno escrito justo antes de encontrarme con él, y que habla de este encuentro que dentro de un momento se va a dar. Digo así como últimas palabras y antes de leerlo: “Leo, para cerrar esta sesión, este poema como homenaje a Ernesto Cardenal. El poema dice”:

ERNESTO CARDENAL, AHORA, DENTRO
de poco, esta mañana. En su casa.
Le llevo mi último libro y libros
suyos, y también un encargo
de Amelia, la Antología de El Bardo
en que incluyeron íntegro el texto
de La hora cero, que ellos publicaron,
y que lleva ese texto legendario
para la poesía española que escribió
José Batlló para abrir la antología,
cien páginas de vida y poesía
y las peripecias de la colección
con la censura y tantas cosas.
En esta historia, en esta aventura,
Ernesto Cardenal, y el encargo
de Amelia de que le llevara la Antología
para que vea que lo incluyeron con todo
honor en ella, y que lo haga con un
abrazo muy cariñoso de su parte. La hora cero
de Ernesto Cardenal que se incluyó
en un libro emblemático de la poesía española.
Su Cántico cósmico que le llevo, con unas palabras
de nuestra común amiga Luce López-Baralt,
que también quiere mi poesía, y su último
libro, que compré en Granada el otro día
en la multitudinaria presentación que
hubo, y una antología editada en Nicaragua
y también comprada allí. Y La antigua luz
de la poesía, mi último libro. Sí, la poesía
es una antigua luz, es el lugar de la reunión,
como dice Gamoneda, es un abrazo y un encuentro.
Va a serlo esta mañana entre Barcelona y Managua.

No tenía pensado mucho qué decir, y me he referido al título de su autobiografía, Vida perdida. Pero, al hacerlo, no he señalado que es una referencia evangélica, como consta y figura claramente en la portada de este libro -…el que pierda su vida por mí, la salvará (Lucas 9.24)-, pero la he explicado de un modo semejante, y en relación a la poesía. Pienso que el título de la conferencia, al que me he referido y dado alguna vuelta, “La poesía es esta agua que nos salva”, tiene también algo de evangélico, y que resulta muy apropiado para cerrarla con un recuerdo, a manera de homenaje, a Ernesto Cardenal. Él también se salvó en la poesía, fue también para él agua que salva. Es un título puesto con antelación, y es por tanto un azar que la vida perdida y ganada en Dios y en poesía de Ernesto Cardenal haya cerrado este sentir y decir a la poesía como agua que salva. Que nos salva. Y pienso que aún más encaja con él algo del modo en que la he glosado y querido acercarla, esta agua que salva ligada también a Roma, a la que estuvo ligada su vida, la vida de Ernesto, pues Roma le condenó y por fin, al final, le eximió de su condena. Agua que salva que es también agua de la poesía y agua de Roma. Esto es quizá un azar y una casualidad más que se han dado en mi intervención este jueves 5 de marzo, pocos días después de la muerte de Ernesto Cardenal, lo cual te hace tenerla en el corazón -tener su muerte, su vida perdida y ahora ya (como he dicho) ganada para siempre, y en lo que no había pensado. En la vida hay azares, casualidades, le digo a un alumno que me pregunta por qué el título de “Hospital de Inocentes”. Ha leído el poema de este título, escrito a mis veinte años, y le ha gustado mucho y ha pensado que tengo toda la razón en lo que en él digo, que es esto, pero por qué “Hospital de Inocentes”. Entonces le digo que es un título enraizado con la cultura española. Le cuento la intuición y teoría de Gregorio Marañón, que expuso en su libro Toledo. Él pensó, tuvo la intuición y sostuvo la hipótesis de que el Greco había tomado a los inocentes -es decir, los locos- como modelos de sus santos. Porque Hospital de Inocentes es el nombre antiguo -y también más justo y más hermoso- que recibían los manicomios. Así lo indiqué en una nota explicativa al final de mi segundo libro, pensando en que habría quien, como tú, se preguntaría por qué este título. También decía que aún más que por esto estaba puesto por la múltiple categoría que pudiera a partir de él crearse -a partir de este título-, y como una concepción de las palabras y las cosas. Así que lo que le ha sugerido y sentido al leer el poema es lo que más me importa, y allí ya lo decía. Pero es un dato de cultura que se puede referir de este título y no hay por qué no aportarlo. Este alumno me ha dicho que a él le preocupa sobre todo el aspecto didáctico, cómo enseñar la poesía, los poemas, y le digo que nada sustituye a la vivencia del poema. Que, por ello, se puede aducir este dato de cultura, pero lo que importa y no se puede suplir es el sentimiento que provoca el poema, lo que él nos hace pensar y sentir, como le ha pasado a él. Así que se puede decir un dato de cultura que le acompaña, por qué no, pero no es lo que más importa. Así ha de ser también al intentar acercarlo al explicárselo a quien lo lea. El alumno asiente y está de acuerdo. Pero, en ese dato de cultura está también la historia de este título con la teoría elaborada por Marañón. Marañón no pudo demostrar visitas de El Greco al Hospital de Inocentes de Toledo, que pudieran corroborar su teoría. Es por ello que hay quien decía que esta hipótesis de Marañón no tenía ningún valor científico. Pero hizo un montaje fotográfico que impresiona, y que vale más que ningún comprobante. Está en ese libro. Alternaba una fotografía de un cuadro de un santo con la de un inocente, un loco actual o vivo en tiempo de Marañón, ataviado de igual modo que los santos del Greco, con un sayal. E impresionaba. Él pensó en esa posible fuente de inspiración, hasta el que, sencillamente, los locos, los inocentes, fueran los modelos de sus santos, en una expresión elevada e intensa, perdida y alta, como de otro mundo. Daba esta posible explicación y origen a una de las cosas fundamentales -los cuadros de los santos- de esta pintura, que, como le digo a este alumno, llegó a ser tan española en su forma de expresión. Y, en ella, según Marañón, la unión de la santidad y la locura. Y entonces caigo en que puedo referirle una llamativa casualidad o coincidencia. Le digo que he leído este poema de los Tres poemas que publicó la Revista de Occidente y que constituyeron mi primera publicación como poeta. El primero de estos tres poemas es el poema que lleva este título, “Hospital de Inocentes”. Y se publicó en un número dedicado a Gregorio Marañón, en homenaje a él. Entonces es cuando le digo que en la vida hay azares, casualidades. Porque este título está ligado a Marañón, “a una intuición que él tuvo -le digo-, y que defendió de manera valiente”. Y salió en un número dedicado a él. Te lo voy a enseñar, le digo. Y cojo el número de Revista de Occidente y se lo muestro por la pantalla. Le indico el título del homenaje: Recuerdo de Gregorio Marañón. Y la viñeta con su rostro. Éste es Marañón, le digo. Y, en referencia al número: Es de mayo del 88.

Azares, casualidades. Misterios. En la vida y en la poesía. En esta agua que nos salva. Que concibo y siento sí, pero que hoy es sentimiento, convicción y vivencia que se concreta de un particular modo, y que me hace pensar que hay como una comunión en que esta intervención se cierre con el recuerdo de Ernesto Cardenal y su vida perdida y también ganada. “Yo no me repito, insisto”, cito de Ramón Gaya, y digo que es metáfora del artista. Que soy fiel a unas cuantas convicciones desde joven, desde muy joven. Así he leído el poema “Hospital de Inocentes” para que se viera y demostrara cómo se vive y siente la poesía como una búsqueda infinita, una persecución, una cacería. He hablado de la curación por la palabra, de cómo Freud resucitó una creencia de los griegos, que está ya en Grecia -que la palabra cura- y está desde su título en un libro de otro médico y humanista español, Pedro Laín Entralgo -La curación por la palabra en la antigüedad clásica. Pero, como digo, si algo es verdad en un poeta, se hace poema. Aparece en un poema. Y esto así está. Y así leo un fragmento del poema “La infinita curación que hay en las palabras”, del libro Sobre el cielo imposible. Curación, y salvación. La poesía salva, es salvífica, y ésta es la palabra que emplea Manuel Altolaguirre en la preciosa “Confesión estética” del final de su vida que he leído -nos dice que “La poesía salva no solamente al que la expresa, sino a todos cuantos la leen y recrean”-, esta palabra le dijo a Mallarmé una modista que leyó uno de sus dificilísimos poemas y que el poeta publicaba en una revista de modas, pues según nos refiere Juan Gelman ésta le dijo que leerlo “le salvó la vida”, y así lo he sentido y dicho yo también desde muy joven. Que la poesía salva. Así leo un poema titulado “Fragmento” y que está incluido entre los poemas de juventud que contiene el libro holandés, Desde mi ventana oscura/Vanuit mijn donkere raam: “Bien está que la poesía no interese a nadie.// Que me interesara yo jamás/ pedí a la mía.// Bastante hizo/ salvándome la vida”. La poesía salva, así lo he sentido y pensado desde joven, y está de esta manera dicho en este poema de mi juventud que leo y lo muestra. Pero voy a leer además el poema en que se encuentra, en su último verso, por primera vez esta formulación, la expresión con que he dado título a esta conferencia. En el ensayo que dedicó a los dos últimos libros de la tetralogía que se publicó en El Bardo con los 942 poemas que escribí al volver a escribir, Giuseppe Bellini destacó, con la profundidad que de él era de esperar, muchas cosas, y entre ellas que la poesía era para mí, era en mi poesía “un lavacro vivificante”, y citaba este verso: “La poesía es esta agua que nos salva”. Giuseppe Bellini leyó este ensayo junto a mí en Milán, pero había quedado entre sus papeles, y se ha encontrado y publicado este pasado año 2019. Ha sido el último ensayo de él que se publica. Y en otoño se ha publicado en español en América Latina, en la revista de la Cátedra Mariátegui de Perú.

La poesía y el agua que salva. Esta formulación vuelve y se repite, insiste en su verdad. Insiste en que la poesía es extremo también en el carácter espiritual, en el material de conciencia con que se da la creación. Al hacer poesía nos salvamos. Hacemos arte y nos salvamos. Lo hacemos con palabras. Así en la poesía, la poesía que -dice un verso mío- es esta agua que nos salva, verso con el que he dado título a esta conferencia, para señalar el valor y la significación, la importancia clave que tiene este pensar y su misma formulación como tal. Esto es la poesía. La poesía es esta agua que nos salva. En palabras. En las palabras con que la escribimos, con que traducimos un sentir y un vibrar en el aire que es el soplo del espíritu. Quiero leer el primer poema, como he dicho, en que se encuentra por primera vez esta formulación, y así lo leo, del libro Hasta el final camina el canto:

ME TIENDO A LA SOMBRA DE LA TARDE
o del alma, y con el mar al fondo de la mirada
enhebro las palabras. Quiero vivir y amar,
aun la vida y el amor que me han quedado,
por tantas heridas penetrados. Quiero esta tarde
y la rama en que el sol se inclina,
también acaso de palabras, como el mar
o como el alma, horizonte y agua
al final del corazón además de la mirada.
La poesía es esta agua que nos salva.

Las verdades vuelven. Si son verdades vuelven, y vuelven en poesía. Por esto esta formulación vuelve. Lo hace en mi libro Poesía en Roma, en el que se destacó en su presentación en Roma cómo en él se manifestaban de manera más rotunda y clara cosas que ya estaban en mi poesía -el aire, la luz, el agua-. Fue apreciación de Carmelita ese día de la presentación de Poesía en Roma en Roma, y esto no lo digo, pero así se podrá leer -pienso, sé- en los poemas que continúan a este libro y forman Vuelta a Roma, que sale ahora. Y entre las cosas que vuelven o aparecen de modo más intenso, sí, el agua, y también esta exacta formulación, “La poesía es esta agua que nos salva”, y que también, como la presencia del agua toda, hace que se manifieste Roma y está ligada a Roma. Se glosa y juega con este verso. Porque es una verdad. La formulación que en mi poesía, y de la poesía según mi conciencia y mi sentir, se da de una verdad, y como una verdad. Por eso vuelve y está tan presente en Roma. Así voy a leer un poema de Poesía en Roma, escrito en Roma, en la Plaza de San Pedro, y que acaba con este verso que vuelve –“La poesía es esta agua que nos salva”-, pero al que precede otro que también vuelve, y que es un verso que dice el agua y dice a Roma, a un agua ligada a Roma -y allí mismo, justo en el sitio en que me encuentro al escribirlo. Esta formulación da título a un poema de mi juventud y que se encuentra en el libro holandés del que he leído otro poema, y es “Acqua alle corde”. No voy a leerlo, digo. Me refiero a este poema, titulado “Acqua alle corde”. Pero digo que esta formulación, esta agua ligada a Roma y para mí también a la poesía, que tantos años después en Roma vuelve ya estaba entonces. Y cuento de modo breve su historia -su sentido para mí salvífico, y ligado a la poesía, puede verse en que entonces, tan joven, lo hiciera título de un poema, y que aquí, en Roma aparezca justo antes y preceda a la de “La poesía es esta agua que nos salva”. Explico que nos encontramos en el momento en que se alza, se está intentando levantar el obelisco de la Plaza de San Pedro. Se está levantando con mucho esfuerzo, y se ve que no va bien y acaso no será posible. Las cuerdas se estaban distendiendo, y se temía que se cayera e hiciera trizas el obelisco. Y entonces un viejo marino italiano dijo estas palabras: Acqua alle corde. Y se echó agua a las cuerdas y se levantó el obelisco. Esto digo, esto recuerdo, antes de leer este poema en que, por estar allí, recuerdo estas palabras -Acqua alle corde-, tras la que vuelve otra vez el verso con el que he dado título a esta conferencia, “La poesía es esta agua que nos salva”. Leo entonces el poema:

VISTA DE FRENTE DEL VATICANO
y la Plaza de San Pedro. Aquí
su obelisco en el centro del centro
del mundo. Aquí el agua,
la memoria del agua que
te levantara. Acqua alle corde.
La poesía es esta agua que nos salva.

Vuelve el agua, vuelve la poesía. Vuelve a salvarnos en último extremo, de manera imprevista, maravillosa y mágica. Quizá por esto vuelve con su memoria en Roma, y cuando estoy allí. Así leo, para que nos diga algo más de cómo es esta agua, el poema que se encuentra cuatro poemas más allá. Dice:

VEO QUE MUCHA GENTE YA VA
sin paraguas. Compruebo que
ya casi no llueve. Pero yo escribo
en la libreta, y, aunque sea incómodo
y me gustaría, no puedo cerrar el paraguas.
Las gotas del agua de la lluvia
borran lo que escribo. El agua de la poesía
necesita este cuidado. Siempre ciertos
cuidados. Agua secreta, agua escondida,
agua verdadera. Agua bendita. Aquí
la memoria del agua que gracias
a las benditas palabras de un viejo marino
el obelisco de esta plaza levantaran.

Esta agua que salva y es la de la poesía y ha salvado como agua en diversos momentos y en la historia vuelve a estar viva y vuelvo a recordarla en Roma. Recuerdo la memoria de esta agua, y quiero hasta tocarla. Lo cuenta el poema siguiente:

ESTOY AL LADO DEL OBELISCO, EN EL CENTRO
de la plaza. Me gustaría tocarlo,
y sentir así tocar la memoria
del agua que lo levantara. Pero
no puedo. Sería fácil hacerlo,
pues se pueden saltar sin problemas
los hierros que unen los pilares
que lo cercan. Pero no me atrevo.
Es muy probable que me llamaran
al orden, y se montara
una escena. Por mucho
que me explicara, los carabinieri
no entenderían ni se creerían
que la razón es la poesía.
La memoria de su agua
que salva. Quizá por la expresión
que dice que salva la campana
suena ahora una. Como si
me avisara. No, mejor no
toco el obelisco, aunque
tenga ganas. El libre orden
de la poesía, su misteriosa aventura,
es un extraño y misterioso desorden
para muchos hombres. Aun
me multarían o detendrían.
He de sentir la verdad y la memoria
de lo que es para el hombre la poesía
como un agua escondida.

Y, para acabar esta suite de poemas de la poesía y del agua y de Roma leo por último este breve poema:

MEMORIA DEL AGUA, FE
en lo que no vemos, verdad
de la poesía, conciencia
de que en el inmisericorde
transcurso del tiempo
es el agua que nos salva.
Todo esto me dice esta plaza.

El poema anterior nos decía cosas de esta agua, de cómo se da y es –“Agua secreta, agua escondida,/ agua verdadera./ Agua bendita”-, pero también nos lo dice éste. “La poesía siempre es clandestina”, digo en un poema de La poesía es un fondo de agua marina, y no lo es porque sí. Leo el fragmento inicial del poema de este libro que así lo expresa: “La poesía no necesita permiso/ ni autorización de nadie. La poesía/ es una brisa que de modo oculto/ se despierta en algunos momentos/ en las cosas, las imágenes, las escenas,/ las personas, una brisa secreta/ que alienta a veces en la vida./ La poesía siempre es clandestina”. Pero, como digo, no es clandestina porque sí. Creo que el rechazo, la condena, la exclusión y marginación con que se condena a la poesía no es inocente. Una exclusión y marginación que se da muchas veces de entrada y sin posibilidad alguna, sin darle espacio ni oportunidad ningunos. ”Y esto es algo intencionado y malévolo”, digo, respecto a esta exclusión de entrada de los poetas. He hablado también de la restitución del carácter sagrado de las palabras que se lleva a cabo en la poesía. Y puede dar razón de ello. Esta restitución no agrada. Antonio Gamoneda dice que la poesía afila la conciencia, y podemos pensar que esto no agrada al poder. De ahí la exclusión de la poesía y los poetas. Platón los echa de la ciudad, como sabemos. Pero esta condena y este rechazo continúan. Esto no es, como quizá podríamos pensar, una tesis o posición ideológica de la Grecia clásica. Antonio Gamoneda, digo, habla de la sociedad actual, de los momentos actuales, y también se ha condenado y rechazado al poeta en momentos de la historia reciente. Así durante una época en que la cuestión del compromiso del escritor fue una polémica que dominó la escena intelectual europea, Sartre echaba también del compromiso a los poetas. Sostenía que la poesía -y los poetas- no pueden comprometerse. Una cosa es que pensemos que, dado el reducido alcance y resonancia que tiene y puede tener la actividad poética, o el publicar un libro de poemas, sería más útil y conveniente, si queremos influir en la sociedad, fundar un partido político o un medio de comunicación, si es que éstos van bien, pero otra que no quepa esta intención en el poeta y en la poesía. Que tengan que quedar excluidos de la responsabilidad política. Y recuerdo que durante la ocupación nazi de París los aviones aliados lanzaron sobre sus calles unas octavillas con un poema de Paul Éluard cuyo estribillo era: liberté. Libertad. Así que en efecto ese poema se utilizó como una octavilla, un pasquín de contenido político. Algo que, según Sartre, no era posible. Hay, en ese momento, toda una polémica célebre con Albert Camus, quien difiere de la posición de la ortodoxia marxista desde la que pontificaba Sartre. Voy a traer un testimonio de este disidente, y que era quien acertaba, Albert Camus. Es de sus diarios, de sus Carnets. Leo de ellos:

Prefiero los hombres comprometidos a las literaturas comprometidas. Ya bastante es tener valor en la vida y talento en las obras. Y además, el escritor se compromete cuando quiere. Su mérito es su movimiento. Y si de esto ha de hacerse una ley, un oficio o un terrorismo, ¿dónde está precisamente el mérito?

Al parecer, escribir hoy un poema sobre la primavera sería servir al capitalismo. Yo no soy poeta, pero disfrutaría sin prejuicios de una obra semejante, si fuera bella. O se sirve al hombre en su totalidad o no se le sirve en absoluto. Y si el hombre necesita pan y justicia, y si hay que hacer todo lo posible para satisfacer esa necesidad, también necesita la belleza pura que es el pan de su corazón. El resto no cuenta.

Sí, los querría menos comprometidos en sus obras y un poco más en su vida cotidiana.

Digo, al acabar de leer las palabras de Camus, que me hacen recordar una frase de Baudelaire en una crítica pictórica: “Podéis vivir tres días sin pan; sin poesía, jamás; y aquellos de vosotros que dicen lo contrario, se equivocan: no se conocen”.

Digo estas cosas, las digo desde Barcelona y se escuchan en México. Digo estas cosas de la poesía y del agua, de Roma -y en ella la poesía y el agua, y la poesía como esta agua que nos salva-, de la belleza, del pan y la justicia, cosas todas, pienso, muy ligadas a la vida de Ernesto Cardenal y su significación y su sentido, y con cuyo recuerdo cerraré mi intervención. Pienso ahora que se da una coincidencia como mágica que en la poesía como esta agua que nos salva vaya a estar presente y ser recordado, ser cerrada esta sesión con un homenaje a él, y que es algo que quizá le gustaría y que desde luego encuentro y se me aparece ahora como especialmente acorde con su poesía y con su vida, una vida perdida en poesía y por esto también ganada, ahora ya ganada para siempre. Vida ya ganada para siempre, la poesía es esta agua que nos salva.

Barcelona, 9 y 10 de marzo de 2020.

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Barcelona, España, 1966.
Licenciado en Derecho y Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de la UNED, de ESADE, de la Facultad de Filosofía de Cataluña de la Universidad Ramon Llull y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su primer libro fue Hospital de Inocentes (1989). Ha publicado también Ética confirmada (1990), Tierras (1996), Los versos del fantasma (2003), El anarquista de las bengalas (2005), finalista del premio Quijote 2006, que concedía la Asociación Colegial de Escritores de España al mejor libro publicado en el año mediante votación de sus socios, y Absurdos principios verdaderos (2011). Es autor de una tetralogía formada por los libros: La poesía es un fondo de agua marina (2011), Los soles por las noches esparcidos (2013), Hasta el final camina el canto (2015) y Sobre el cielo imposible (2016)-, y a ésta se han sumado con posterioridad los libros La lucidez del alba desvelada (2017), La antigua luz de la poesía (2017), Poesía en Roma (2018). La hispanista brasileña Ester Abreu Vieira de Oliveira ha publicado un libro dedicado a su obra poética, con un estudio de la misma y también una antología de su poesía en edición bilingüe castellano-portugués: A arte poetica de Santiago Montobbio (Analisi e traduçao) (Editorial Opçao, Brasil, 2017). Nicaragua por dentro (2019) es su último libro de poemas.