Anastasio-Lovo

La poesía infinita en la antigua luz de la poesía de Santiago Montobbio

1 febrero, 2019

Este texto fue leído por su autor durante la presentación del libro La antigua luz de la poesía en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica el 1 de marzo de 2018 durante la estancia de Montobbio en Nicaragua para el festival de poesía de Granada. Fue en esos días que el poeta catalán escribió los nuevos poemas del libro Poesía en Nicaragua que se presenta en España, en este 2019.


Anastasio Lovo y Santiago Montobbio

Una lectura crítica del libro LA ANTIGUA LUZ DE LA POESÍA (El Bardo, Colección de Poesía, Málaga, 2017) del poeta Santiago Montobbio (Barcelona, 1966), me hizo conocer –hipérbole lejos de mí- la poesía infinita o la infinitud de la poesía. Porque eso está tramado en este tejido, en este texto que esta noche intentaré presentarles, así como compartir con ustedes alguna información somera sobre su autor que creo por segunda vez está con nosotros en Nicaragua.

Santiago Montobbio es un poeta mítico en la España contemporánea, porque después de haber escrito libros de poemas extraordinarios como El anarquista de las Bengalas (1987) y Hospital de Inocentes (1989), guardó un silencio acumulativo de 20 años, para después entregarnos a partir del 2009, una caudalosa inundación de poesía. Esta corriente poética imparable está contenida en una tetralogía: La poesía es un fondo de agua marina (2011), Los soles por las noches esparcidos (2013), Hasta el final camina el canto (2015) y Sobre el cielo imposible (2016); producción a la que debemos agregar: La lucidez del alba desvelada (2017) y La antigua luz de la poesía (2017).

En la búsqueda de la genealogía poética de Santiago Montobbio, ya que únicamente este tremendo libro de él he podido leer, no le encontré parentesco con la poesía catalana. No tiene muchos vasos comunicantes con Carles Riba, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Pere Gimferrer o Gabriel Ferrater. Pero sí encontré trazas de un mismo ADN con Jorge Guillén que es de Valladolid y escribió en castellano y con Luis Cernuda, sevillano y extraordinario poeta del castellano. Santiago Montobbio escribe sus originales y publica en castellano. No sé si está traducido al catalán. Él dice que la de Castilla es su lengua materna.

En la Crítica de la razón pura, Inmanuel Kant sostiene que mediante el entendimiento, el objeto de estudio crea o provoca su propio método de análisis. Razón por la cual para decodificar la poesía de Santiago, que inunda su texto La antigua luz de la poesía, habría que escribir incansablemente un discurso infinito o como buen estructuralista extraer del texto el sistema semiótico de este libro en particular. Consciente que fracasaré doblemente, intentaré ambas vías.

La antigua luz de la poesía de Santiago Montobbio es un libro que contiene 6 libros de espléndida belleza, que se pueden leer de manera independiente porque gozan de autonomía, pero reunidos en este conjunto tienen la fuerza de una corriente poética inundante, invasiva, conectiva, que nos habla del ser, del ser poético sus circunstancias concretas y su trascendencia metafísica.

Los seis libros contenidos en La antigua luz de la poesía de Santiago Montobbio son: Días de Holanda, Poemas sin pompa y con circunstancia, El viento último (Cuaderno de Andorra), Lejanía, Hojas secas y Poemas en el campo y en el mar.

Imaginen que escuchan cuando leen Días de Holanda, una voz finita, un murmullo, un susurro, una voz asordinada, una voz queda, una poesía sin altisonancias ni estridencias, un silencio…Que leen un hilillo, un venero, un manantial, un arroyo, un río, una cuenca hídrica, una laguna, un lago, un mar, un océano de palabras limpias que componen un texto, es decir, un tejido dinámico y cromático como hecho por Vasarely o Cruz Díez. Este texto fluye y en su fluir toca y confiesa vida, amores, historia, cultura, anécdotas, circunstancias, dolores, muerte, lejanía, silencio y poesía. Así se me fue presentando, entregando y metiéndose en mí la poesía de Montobbio.

Mentiría si digo que soy un lector de la poesía de Santiago Montobbio, pero este trabajo me llevó a explorar en internet, algunos de sus poemas célebres de El anarquista de las Bengalas y Hospital de Inocentes, y no tengo empacho ni vergüenza en postular que después de su árido y gestante silencio pródigo, Montobbio lo que hizo fue rebelarse contra su misma poesía y revolucionarla.

Así por ejemplo hay un abandono del verso largo, versicular, amplio y con densidad poética contundente, para poder, en La antigua luz de la poesía, optar por un verso corto, encabalgado, editado con precisión donde fluye la polisemia del umbral, la duermevela, la playa, el silencio, el amor, el olvido hecho lejanía, el paisaje y el viento; todo hecho poesía. ¿Obligado por la libreta pequeña que un amor en lejanía le regaló? Solo Santiago Montobbio sabe si la anécdota de la libreta breve es un recurso, un pretexto o una real circunstancia.

Una de las claves de la poética de Santiago Montobbio la encuentro en su sistema de encabalgar los versos en efectiva edición que rompe el fluir del verso amplio, lo corta –sin provocar síncopa- densifica las palabras en la brevedad del verso, las aísla al quebrarlas, para que podamos percibir la belleza de las plumas de una flecha hundida en la herida de la poesía.

Pero como buen poeta contemporáneo, Montobbio es avaro con las metáforas pero manirroto con las imágenes; sin embargo, a éstas también las quiebra, las fragmenta, las contiene para contener su emoción y el entusiasmo poético y siempre las hace fluir en la continuidad de lo metonímico. Una sucesión maravillosa del fluir metonímico con despropósitos (coq a lane) para sorprendernos; o sin ellos. Un fluir apacible en sus meandros, pero no exento de turbulencias, rápidos y riadas como lo es la vida hecha poesía.

De esta forma de escribir esta poesía, el hablante lírico, deja constancia y muestras las evidencias. En Días de Holanda, Montobbio inscribe un texto titulado “El paréntesis” donde expresa que hay comunión entre almas que viven en soledad, se queja de que la libreta corta –regalada por Alejandra- lo obligará a escribir versos cortos –pero ojo, en “El paréntesis” muchos versos son amplios aunque combinados con cortos- y lo que es más importante- sin temor ni rubor delinea su método en una conversación sostenida con Klaas, su traductor al holandés y que introduce en “El paréntesis”:

Hemos hablado también/ de esto con Klaas, porque un poeta/ le ha escrito y mandado un libro, a ver/ si lo traduce a él y no a mí, y Klaas/ le ha dicho con contundencia y diplomacia/ que a él los poemas le tienen que hacer/ un clic –o llorar. Y los suyos no/ le importan, no le gustan, le dejan indiferente./ Para explicármelo me dice que podrían/ ser prosa. Añade que los míos/ no podrían serlo. Que se dividen los versos/ según la emoción, y cuento que, aunque/ haya formas de versos tan distintos, y estos/ a veces sean formas que se combinan y otros/ versos de extensión más homogénea, siempre siento/ como un dictado del ritmo y la emoción/ por donde debo cortarlos, hacer y empezar/ otro verso (…)/

En el segundo libro Poemas sin pompa y con circunstancia, hay un bello texto que yo le pido a Santiago que en su recital lo lea porque es de una belleza sin par y además introduce elementos valiosos de la formatividad poética de Montobbio como son el misterio y el develamiento. Se trata de “Antoni”, un poema que la familia le ha solicitado para celebrar a su abuelo Antoni de Balanzó i Echevarria. Unos versos que prefieren no dibujar al abuelo, no decir al abuelo y dejarlo en su silencio, en su procreatividad generosa y en su misterio.

También en Poemas sin pompa y con circunstancia, aparecen Laurie Anne, su compañía femenina en una visita a Toulouse y hay una maravillosa conexión vivificadora que trata de evadir momentáneamente al dolor y gozar de la belleza de la mujer, la ciudad, del mismo poeta y la poesía.

Es medular, en este libro Poemas sin pompa y con circunstancia, el poema de largo aliento “Habrá un amor logrado”; donde el hablante ensaya la potencia de esta posibilidad, que exista un amor logrado, en un constante fluir de una fuente fluente tentada a desembocar en el mar del amor que a su vez desagua en el océano de la poesía para remansarse en el regalo de una libreta de amor, de un amor que no se quiere herir. Pero es ahí cuando el dolor pide un cielo más alto que el cielo, en hipérbole maravillosa para inscribir el dolor humano que provocan amor y desamor.

Al final del segundo libro, Poemas sin pompa y con circunstancia, Montobbio introduce otra diferencia que no es paréntesis ya que está al final del libro en mención. Esta vez Santiago introduce un poema en prosa, titulado “Moscú. En la Catedral del Arcángel. Kremlin”. Este texto lo encuentro profundamente confesional y evidencia de un consciente temor de Santiago a la esterilidad poética, a no poder seguir escribiendo las maravillas que le vienen brotando en un plan azaroso y perfecto.

En el prosema, la “Catedral del Arcángel”, Montobbio elabora y expresa el elemento negrura como metáfora del silencio y del peligro que la poesía lo abandone. Y aquí el dolor enunciado no es el mismo que el amor, el desamor, la ausencia del ser amado o su lejanía puedan provocar. Más bien el hablante utiliza la metáfora de la negrura para simbolizar el dolor de llegar a ser un poeta no amado por la escritura y sus musas.

El viento último (Cuaderno de Andorra) es la poesía convertida en un viento que trae tristeza, olvido pero también una voluntad poética de decirle adiós al dolor, adiós muerte no vuelvas; esto último puesto en cursivas, es título de un poema, en la que encuentro reminiscencias lejanas de  rescoldo de ascuas apagándose del extraordinario poema existencialista de Rubén Darío: “Lo fatal”.

A esta altura de mi lectura, situado en su tercer libro El viento último (Cuaderno de Andorra), ya la poesía de Santiago Montobbio, se ha apoderado de mí con poderoso e inevitable caudal. Un caudal que para no ahogarme en él, debo señalar y anunciar, que Santiago Montobbio es un poeta de la totalidad poética, una bitácora de la vida cotidiana iluminada por la antigua luz de la poesía; cualquier situación, circunstancia, anécdota o historia, Montobbio la lleva y la hace poesía.

Y ahí descubro un eje semántico, subyacente a la vigorosa corriente poética de Montobbio que grafico así:

DIOS

MADRE

ARTE

POESÍA→AMOR→VIDA→OLVIDO→MUERTE→POESÍA

Toda la vida humana pasa por una literalidad en La antigua luz de la poesía de Santiago Montobbio. Todo en este texto parte de la poesía, una poesía que atraviesa la vida y que a su vez por la vida es atravesada; una vida que padece las espinas del amor/desamor/ausencia o pérdida, pero que respira, se nutre de un amnios poético purísimo y potenciador donde se encuentran el arte, la madre y Dios; lugares sagrados donde siempre el viento Montobbio, hecho de corrientes silentes o rumorosas, ahí encontrará siempre su poesía.

Pero estos númenes sacros no ocultan verdades amargas de la humana existencia y es así que Montobbio con profundidad reflexiona y expone que la poesía como el ser humano es un desperdicio. Texto cruel que nos recuerda que la belleza, el amor, la vida, terminan gastándose. Que estamos pavorosamente sometidos al desgaste, la corrupción y la transformación. The waste land of S. Montobbio.

Sin embargo, en El viento último (Cuaderno de Andorra), Montobbio, en este discurrir poético infinito, vuelve por sus fueros, y en el poema “Ya casi no hay libreta”, escribe: Para la poesía nada basta, nada/ es bastante. Todo le nutre y/ todo le es propio, todo le es tierra, aire,/ agua, alimento, y se desata y viene/ como caballo desbocado o agua brava/ todo arrastra y arrasa, y no hay/ libreta ni hay páginas que puedan/ resultar bastantes para el caudal/ de vida con que suena. (…)

Escuchen como el mismo hablante siente que el caudal es abundante y que el manantial, el arroyo, el río con sus rápidos y turbulencias, se ha convertido en agua brava, hasta llegar a la mar océano, poesía fluyendo a la poesía. Pero en este fluir, vemos la tarea de Sísifo de Santiago Montobbio, para la cual se me ocurre una imagen absurda. El poeta, el hablante, el Santiago, a la orilla del caudal, en la desembocadura, en el desaguadero o delta del río, veo al poeta con un paño –que es un poema- pretendiendo secar el caudal y el océano, exprimiendo este paño poema, al que moja y exprime, moja y exprime, una y otra vez, en una infinita vuelta de tuerca.

¿Exprime el paño sobre rosas secas para hacerlas florecer? Ustedes dirán cuando lo lean, para mí que sí, el poema empapado y goteado de Santiago Montobbio sobre la sequedad vegetal, hace florecer hasta las rosas de Jericó.

Un tema que me causa risa, estupor y misterio, es el tema del tamaño de la libreta, como si ésta fuera un cartabón retórico que lo obliga al verso breve encabalgado o a cambiar de motivo poético. Esto lo utiliza Santiago como tomadura de pelo, locura creativa o un pretexto para revolucionarse contra su poesía. El hecho es que el recurso funciona maravillosamente y así existe por ejemplo, en la página 136, un poema que titula “Una nueva libreta pequeña”, donde se explaya sobre esto y donde consigna verdaderos aciertos sobre el ser de la poesía.(…) Porque/ la poesía vuelve, así lo siento/ y sobre todo lo dicen los poemas/ escritos estos días, que han acabado/ con la libreta de mejor formato/ que traía. Me gustaría que los/ que en esta escriba fueran otros./ Que fueran otros poemas. Escribir/ otra cosa. (…) A este tema aparentemente trivial, Montobbio le saca metros de poesía. Y eso es un prodigio.

En el poema “Ordino” vuelve la antigua luz de la poesía para inundar iluminando la belleza del gris y el frío, la alegría y la nostalgia de poder cantar a un pueblo de calles estrechas colmadas de flores, los frutos del mercado descrito con aquellas calidades con las que Darío describió coles y nabos en el mercado de Mallorca en su célebre “Epístola a la Señora de Leopoldo Lugones”, la belleza de las payesas y la belleza de las montañas, la paz que la belleza le otorga a la antigua luz de la poesía.

Lejanía es el cuarto libro de La antigua luz de la poesía. En Lejanía se regresa a la ausencia del amor, del dolor, de la poesía. El viento último (Cuaderno de Andorra) no cerró nada, no cauterizó nada, no sanó nada. El adiós se quiebra en el dolor y queda hecho añicos. Un adiós hecho añicos; no funciona el adiós, no opera la despedida, no se cortan lazos, no ha desaparecido el dolor del amor perdido y su ausencia que arde en Lejanía.

Todo se convierte en Lejanía. El amor aquí duele como una fruta no cumplida. Esto es un verso poderoso, donde toda la potencia aristotélica se pierde en la impotencia de la Lejanía. El hablante quiere silencio, no poemas de dolor. Un silencio sin poemas que equivalga a la paz del poeta.

En Lejanía aparece el fantasma del amor perdido, surge lo fantasmático. Son fantasmas que duelen como si de dolores fantasmas de un miembro amputado al ser poético, se tratara. Fantasmas en lejanía, lejanos, dolorosos, lejos del amor, del mar y de la poesía.

Lejanía es un texto metáfora simbólica del no amor, de la no poesía, del no ser; se da una negación de las bellezas del mar y los paisajes, porque todo es invadido por el poderoso manto de niebla del silencio. No hay poesía y no hay mar. Se acaban la vida y Grecia. Lejanía es el acabar, el doloroso final del ser poético que existe por amor. Una bisagra dolorosa es Lejanía. Una puerta que nadie quisiera abrir y ver esta Lejanía del amor y la poesía. Montobbio sí la abre.

En el quinto libro, Hojas secas, el hablante vuelve a Barcelona, a la dulce amistad de Anna, a la dicha de encontrar objetos y lugares conocidos y amados. Entra al espacio civil y urbano de Barcelona, a lugares donde se relaciona con la arquitectura, el arte, la historia y la amistad. Para esto en algunos poemas Montobbio regresa al verso un poco más amplio, de mayor vuelo.

Entra con Anna a la Escuela de Náutica y entran fechas: 1932, año de construcción del edificio, la guerra, 1769, año de fundación de la Escuela. Entra la guerra a la poesía de Montobbio y escribe: (…) las cosas de antes de la guerra tienen otro aire/ y son distintas. La guerra lo cambia y mancha todo./ Se ve mucho si algo es de antes de la guerra, ese/ foso: algo que son edificios pero también libros,/ lo que sea. Es otro tiempo, y otro tono. Hay/ un foso. Luego fue un país destrozado. (…)

Pero la tristeza habida en Lejanía aún no lo abandona y cae la tristeza en los poemas como hojas secas, como hojas caídas. Es aquí cuando se abre el rayo de luz de la ternura y el aire de la poesía que acaricia. En Hojas secas se expresa el deseo, la esperanza de tener bondad y ternura. Son poemas de la suavidad del aire y la ternura, aunque para el hablante el tiempo sea un torbellino triste. Ese tiempo total del ser poético y el de la historia, que por hechos personales y acontecimientos sociales, se convierte en torbellino triste.

Se poetiza la noche, el silencio, la paz…La escritura es refugio y pozo escondido; refugio y madriguera. La vida vuelve a ser suya en Barcelona. Regresa la inmensa dulzura del imago mater en la foto de una niña tomada en 1933 en Gerona. Una niña que no es su madre pero que podría haber sido su madre. Vuelve la historia de Barcelona. Se mencionan los fotógrafos que captaron la guerra civil en todo su esplendor, crueldad y destrucción en Barcelona.

Hojas secas, elevadas por el viento, símbolo del olvido de un amor y del amor de la poesía por su poeta: (…) en ese viento, seré hoja/ seca que esparza por las/ calles viejas de esta ciudad/ que fue más verdad cuando/ la caminé contigo. (…)

En Poemas en el campo y en el mar, sexto libro que cierra LALDLP, encontramos de nuevo a la luz precisa de la poesía. Luz de octubre inundando la belleza y la paz del campo así como las playas y el paisaje del mar. Días de paz donde aún subsisten jirones leves de tristeza. La herida del amor como flor cortada.

Montobbio establece, para esta su poesía, una genealogía poderosa y ascendente con el poeta griego Giorgos Seferis. Un Seferis seminal para ambas poesías concebidas como viajes.

Muchos de los Poemas en el campo y en el mar son escritos junto a la amorosa y poderosa compañía de la madre. La madre le proporciona al hablante amor cierto, protección, ternura y creatividad.

Acontece por primera vez en este libro la mención de otro cuerpo con el cual fundirse; cuerpo recordado e imposible, cuerpo de sueño, cuerpo tuyo, cuerpo realísimo. La noche te espera con un cuerpo como una flor, un cuerpo con el cual te fundes. Y por arte de la poesía, el cuerpo de la noche y el campo, en poesía se funde sobre él.

La poesía de Montobbio es muy pura, muy mística en su pureza, hay ausencia de erotismo aunque la sensualidad con la belleza es abundante. San Juan de la Cruz, el poeta místico por excelencia, es una noche de bodas del Amado con su Esposa, pero junto a la poesía de Montobbio es toda una orgía. La ausencia de erotismo en este libro es un límite que señala mi gusto a la infinitud y totalidad de la poesía de Montobbio.

Poemas en el campo y en el mar es poesía con alas y olas, el vuelo y la navegación. El viaje de la poesía a la poesía. Metapoesía. El mar patria y nacimiento de la poesía. También el mar es la libertad, no un símbolo sino la libertad misma.

Poemas en el campo y en el mar cumple con unos ciclos de paisajes marcados al pie de cada poema por lugares geográficos específicos: Sant Jordi Desvalls, Ampurias, Sant Jordi Desvalls, L’Estartit, Sant Jordi Desvalls, L’Estartit, Toroella de Montgrí, Sant Jordi Desvalls y concluye en Ampurias.
Aparece la oscuridad de la noche como amenaza y como símbolo de la muerte. La noche sin agua, río que corra al mar de Ampurias.

En este libro se develan misterios que se venían cultivando en los libros anteriores. Se nos revela que el bello título, LALDLP, tiene su origen en el poeta griego Giorgos Seferis quien en un verso dice: Estoy viendo la misma luz que veían los antiguos. Tema que Montobbio convierte en la antigua total e infinita luz de la poesía.

También aquí Santiago Montobbio deja claro que él seguirá produciendo una poesía constante de pequeñas variaciones, pese a que los críticos, como yo, le señalen que esto no es muy económico. Montobbio musicalizado por Satie es una imagen excesiva que se me ocurre.

Los Poemas en el campo y en el mar son textos de cercanía del amor y la poesía, más que de Lejanía. Sin desaparecer del todo la tristeza, la nostalgia y el desamparo terrible de estar vivo. Verso de Montobbio que necesariamente nos recuerda al pues no hay dolor más grande que el dolor de estar vivo, de Rubén Darío en “Lo fatal”.

Poemas en el campo y en el mar concluye con la posibilidad real de la muerte. Una muerte inmersa en el mar de la poesía y el paisaje, para capturar en este viaje final, el espacio poético total.

Santiago Montobbio, en la actualidad, es un poeta sobresaliente de la lengua castellana, extraordinario para mí, que no estoy muy actualizado sobre esta poesía.

Santiago, tu poesía asusta, sorprende, logra de trémula hacer temblar al ser, mas no le temo. Pero si le tengo pavor a tu silencio. Hombré… ¡Dejá que fluya!

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Bluefields, Nicaragua, 1952.
Poeta y crítico literario educado en Juigalpa, Chontales, y formado en Chile, donde se especializó en Literatura Hispanoamericana y Semiótica. Ha sido asiduo colaborador de revistas y suplementos literarios. Entre sus obras más recientes figuran Frutos del deseo (Poesía, Managua 2012), Carlos Martínez Rivas: Una poética de dimensión humana (Crítica, Managua 2012) y la novela La Mujer que Olvidó el Amor (Secretariado de Cultura de Puebla, 2000, México).