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Descripción de la desdicha. W.G. Sebald 1944–2001

1 diciembre, 2007

Hace seis años uno de los mejores escritores en alemán de los últimos tiempos sufrió un accidente mortal. Con la colaboración del escritor, traductor y diplomático mejicano José María Pérez Gay, quien se zambulló hace unos pocos años en la obra de Sebald después de escuchar un comentario de Koetzee sobre el autor de Los Anillos de Saturno, Carátula les ofrece este especial dedicado a W.G. Sebald, que incluye un repaso crítico y detallado de su obra, y un extracto de entrevistas al autor, así como el colofón de un poema en su honor escrito por Hans Magnus Enzensberger. Todo ello sirva de invitación para volver a Sebald o conocerlo por primera vez.


La noche del viernes 14 de diciembre de 2001, en una curva de la carretera rumbo a Norwich, al norte de Inglaterra, Winfried Georg Sebald perdió el control de su automóvil en la niebla y se proyectó al vacío. Winfried Georg, Max como le llamaban sus amigos, se convirtió en menos de doce años (1987–1999) en uno de los escritores alemanes más conocidos y leídos; sus lectores se multiplicaron y la crítica internacional celebró la traducción de  Descripción de la desdicha (1985), Del natural (1988) Vértigo (1990) La patria terrible (1991), Los emigrados (1992) Los anillos de Saturno (1995), Huésped en una casa de campo (1998), Historia natural de la destrucción (1999), Austerlitz (2001) y Campo Santo (2003), ensayos póstumos. Un verdadero alud de reseñas elogiosísimas se publicó en todos los medios literarios europeos. Sebald impuso un género literario inclasificable, que va desde la non fiction novel hasta la crónica ficticia de personajes reales y sus biografías: una pasión por los materiales auténticos, las fuentes confiables, las fotografías de la época y las monografías históricas.

Winfried Georg Maximilian Sebald nació en Wertach, provincia de Allgäu, al sur de Alemania, el 18 de mayo de 1944. Estudió Germanística y literatura comparada en Friburgo, Suiza (1963–1966) y se doctoró en la Universidad de East Anglia (1972), Inglaterra, con un trabajo sobre el mito de la destrucción en Alfred Döblin, el novelista berlinés. Max Sebald abandonó Alemania a los veinte años, lector de alemán en la Universidad de  Manchester (1966–1968),  fundó en 1989 con la invaluable ayuda de Michael Hamburger, traductor de Hölderlin, Rilke y Paul Celan al inglés, el Bristish Center of Literary Translation. Durante treinta años fue profesor de literatura alemana en la Universidad de East Anglia, en Norwich.

Sebald es un autor de lecturas, mucho más que cualquiera de sus contemporáneos. “Si, como quiere Arthur Schopenhauer, los hechos de la historia son sólo configuraciones del mundo de las apariencias ––y la verdadera realidad se compone de las biografías individuales––, Sebald hizo de ese principio el pendón de su obra: las biografías individuales se oponen y  se imponen a una historia infinita, cuya sola enumeración de hechos registrados la vuelve inenarrable.

“Recuerdo muy bien todavía aquella tarde gris y oscura, cuando caminaba por los pasillos del aereopuerto de Kloten, a una cierta distancia y detrás de un señor entrado en años y de baja estatura, rumbo al avión que nos debía llevar a Londres. Muy pronto me di cuenta de que ese individuo no podía ser otra persona que el autor de la novela Auto de fe. Era el otoño de 1970. A pesar de que en esos meses sólo conocía a Canetti por una fotografía del tamaño de un sello postal en la contraportada de un libro, el modo como llevaba la cabeza sobre los hombros no dejaba duda: me obligaba a reconocerlo de inmediato.

Por un azar en verdad literario, me senté a su lado en el avión y entablamos, no sin cierto atrevimiento de mi parte, una conversación que nos reveló una cercanía todavía más increíble: habíamos vivido en la misma parte de Manchester, en Londres; Canetti en Burton Road, yo en Kingstonroad.

––Si dejamos a un lado los años que han pasado entre 1912 y 1966 ––dijo  Canetti––, usted y yo vivimos a no más de veinte pasos el uno el otro.

Cuando las luces de Londres brillaban a lo lejos, Canetti me contó la historia de la muerte de su padre, en la casa de Burton Road que, siete años después, encontré en la primeras páginas de La lengua salvada, uno de los capítulos más conmovedores que conozco en la literatura contemporánea. El odio de Elias Canetti a la muerte y sus emisarios se escribió letra a letra en un niño que, más allá de las cosas de la vida diaria, vio caer a su padre fulminado por un derrame cerebral; desde entonces Canetti le declaró la guerra al poder devastador de la muerte”.


     Hacia finales de 1994, W. G. Sebald escribió este texto como un homenaje a Elias Canetti, quien había muerto unos meses atrás. Debo confesar que cuando lo leí no sabía quién era Sebald ni, mucho menos, conocía su obra. Hace nueve años, en México, durante el coloquio La geografía de la novela, al que convocó Carlos Fuentes, un comentario del novelista sudafricano J.M. Coetzee sobre Vértigo me reveló la existencia de W.G. Sebald. Me apenó mi ignorancia. El ensayo de Susan Sontag en la revista Nexos: Un narrador del futuro volvió a despetar mi curiosidad. Una tarde, en el aeropuerto de Munich, compré sus libros y, tras varias e infructuosas tentativas, me hundí en su lectura. Leí con pasión Al natural, Descripción de la desdicha, La patria increíble, Vértigo, y en seguida, con un deslumbramiento creciente, uno de sus mejores libros: Los emigrados, después conocí Los anillos de saturno,  Hospedaje en una casa de campo: sus ensayos sobre Gottfried Keller, Johann Peter Hebel, Robert Walser y otros;  La historia natural de la destrucción, en alemán Luftkrieg und Literatur (Guerra aérea y Literatura) y su última novela, Austerlitz. Sus artículos y anotaciones de viaje prueban la hostilidad que sentía por su patria, Alemania, la lucidez casi intolerable de un joven que nunca regresó a su casa. Ya que su oficio era comprender, escribió varias obras para darse cuenta de por qué, según el crítico Heinrich Detering, nunca había regresado a Alemania. “Todavía”, dijo hace nueve años en una entrevista, “sigo empeñado en la atormentada tarea de que los hombres desaprendan el odio”.

A finales de la década de 1970, Sebald publicó un libro notable: Carl Sternheim, crítico y víctima de la era guillermina, una suerte de calle oscura transitada sólo por los fantasmas autoritarios de la Alemania imperial. Entre sus contemporáneos judío alemanes, Carl Sternheim (1878-1942), un  dramaturgo expresionista, ensayista y crítico social fue siempre una figura incomprensible y a veces tenebrosa. Sternheim era un fugitivo del “mundo del dinero judío de las grandes ciudades”, que trasladaba su odio a sí mismo al mundo de su propia familia judía, aunque en realidad nunca se instaló en el mundo de los alemanes. Su padre, un acaudalado banquero judío ––asimilado y editor de un periódico muy influyente–– había roto con la tradición judía; se casó con una mujer de religión protestante y bautizó a sus hijos. “Mis padres se entendían de modo sorprendente y estaban muy conscientes de que esa época, en la Alemania de 1855, no podía compararse con ninguna otra en ninguna parte del planeta” ––escribió en el fragmento de autobiografía: Europa antes de la guerra en la historia de mi vida (1936).

Sebald se dio cuenta que Sternheim procuraba envilecer a sus personajes judíos; por ejemplo Mandelstam en la obra Los pantalones (1910), un personaje débil y sometido, maestro de la astucia y la intriga, niega ser judío y habla mal de los judíos. “Soy alemán, no me interesa criticar a los judíos, pero lo mejor es el Mar Rojo entre ellos y yo”.

Quizá Sternheim, afirma Sebald, habla aquí desde el fondo de su propia experiencia;  a principios del siglo XX contrajo matrimonio con una dama católica de Renania; Jesús, “el redentor cristiano”, cobró una importancia definitiva en sus primeros poemas y obras de teatro: una mística del sufrimiento y el arquetipo del poeta como el verdadero mesías. Nadie más antisemita que Carl Sternheim, el escritor judío.

Un narrador llamado W.G. Sebald, tan real o ficticio como el autor y sus personajes, es el protagonista permanente de sus ensayos y novelas, cuyo tema obsesivo es la protección del pasado y el refugio del exilio.¿Por qué razón Sebald se hundió en el mundo de la cultura judeo-germana sin ser judío? ¿Qué buscaba? En los ensayos que ha dedicado a literatura austriaca: Descripción de la desdicha (1985) y La patria increíble (1991), Sebald subraya que las visiones individuales de la literatura son las que en verdad cuentan. Su conocimiento y dominio de la cultura austrohúngara provoca a veces perplejidad. Desde el extenso imperio de los Habsburgo, pasando por su anexión al Tercer Reich, hasta la diminuta república alpina de nuestros días, Austria hizo suya la crítica y el juicio moral no sobre los otros sino sobre ella misma y su historia. Las ideas de patria chica (Heimat), el amor al terruño, la provincia, el país limítrofe, el extranjero y el exilio son, para Sebald, los temas cardinales de la literatura austriaca de los siglos XIX y XX.

La idea de Heimat es ––sostiene Sebald–– de origen reciente; comenzó a existir cuando desaparecía, cuando muchos grupos sociales le voltearon la espalda y emigraron, sólo entonces se convirtió en una zona idílica, un punto de referencia y un problema. Mientras más se hablaba de la patria chica (Heimat), menos existía.

El Nuevo Mundo apareció por primera vez en lengua alemana en la descripción de los paisajes norteamericanos de un escritor tan kitsch como desconocido: Charles Sealsfield (1793-1863) ––en realidad se trataba de un judío vienés cuyo nombre verdadero era Karl Postl. Sealsfield puso en claro que la pérdida de la patria chica era algo irreparable;  Los Estados Unidos de Norteamérica, su libro más leído, no era sino un llamado permanente a la migración. La patria chica y la migración son dos paisajes contrarios. Uno y otro, el idilio de la permanencia y el caminante sin destino, cobraron una importancia decisiva en los escritores judíos. Durante la época de la migración rumbo a Occidente del pueblo judío ––como Sebald lo vio en la obra de Leopold Kompert y Karl Emil Franzos–– muchos se preguntaron si al llegar a Viena llegaban a la patria chica, o si la habían perdido en el momento en que abandonaron el Stedtl o el Ghetto. Sebald demuestra que todas las historias de los Ghettos en lengua alemana están llenas de traiciones y ambigüedades; pero tampoco encontró una respuesta en la literatura de Fin de siècle.  De Arthur Schnitzler a Peter Altenberg, de Joseph Roth a Hermann Broch, en el transcurso de los años tuvo lugar un acto de complicada prestidigitación: en la misma medida en que eran concientes de su propia fragilidad, estos escritores exaltaron la patria chica sólo como un ejercicio previo a su futura emigración.

En los desiertos de la diáspora, los judíos siempre se reconocieron y  se confundieron con el país que los había hospedado; pero Austria tuvo desde siempre un lugar privilegiado en su historia. Theodor Herzl, el fundador del sionismo, creyó durante mucho tiempo que Viena podía llegar a ser una suerte de Nueva Jerusalén. Según escribió a finales del siglo quería proponérselo al Vaticano de su época; Herzl estaba dispuesto a llevar a todos los judíos vieneses a la pila del bautismo en la catedral de San Stephan, como prólogo a una utopía política judeo-cristiana. “Si este extravagante proyecto de reconciliación se hubiera llevado a cabo”, nos dice Sebald, “Austria se habría convertido en la tierra santa”. Desde esta perspectiva puede entenderse el sionismo como un compromiso pragmático entre un escenario utópico y los duros hechos políticos. “Pero este deseo de la prehistoria del sionismo”, escribe Sebald, “no sólo era un proyecto de Herzl, sino también de los autores judeo-austriacos. No sólo de Karl Kraus que vio antes que todos en el rostro de Viena una alegoría del terror, sino también de Peter Altenberg y Joseph Roth, cuya glorificación sentimental de Austria–Hungría salta a la vista.

El destierro es el tema constante de la literatura judeo-germana desde  hace siglo y medio; pero también de Los emigrados, Los anillos de saturno y Austerlitz, las tres novelas de W.G. Sebald. Las obras de los autores judeo-austriacos mantuvieron el equilibrio entre la convicción y la crítica, y este balance fue uno de los centros de inspiración de la literatura austriaca en su época más productiva. “La nostalgia de una reconciliación de las dos culturas”, anota Sebald, “se mantuvo viva hasta después de la Primera Guerra mundial, nadie antes describió más rigurosamente el exilio que Franz Kafka en su novela El castillo: la historia de la migración de la familia Barnabas se transforma en un verdadero paradigma, donde los oprimidos se someten al régimen que los extermina”.

Por el contrario, Hermann Broch se lanzó a una aventura parecida en el fragmento Novela de la montaña, pero no pudo sino convertir a la patria chica, Heimat, en un gran mito, que terminó por excluirlo. El nacionalsocialismo hizo de la patria chica, la Heimat, un instrumento político muy efectivo.

A partir de este recuento de la literatura austriaca, Sebald vio en la animación del viaje y en el exilio el tema principal de su literatura. Extraña paradoja: un escritor alemán asume la desdicha de los judíos alemanes como si al hacerlo redimiera a la propia nación alemana. Su encuentro con Jean Amery (1912-1978), escritor austriaco y sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, cambió su vida, es la escena original y el detonador. Amery escribió su último libro: Levantar la mano sobre uno mismo: discurso sobre la muerte voluntaria y se suicidó el año de 1978 en Salzburgo. Sebald nunca pudo superar esa muerte, vio en Carl Amery el destino de Alemania y Austria. “La masturbación termina sin orgasmo. El suicida se cansa de ir a la búsqueda de su cuerpo”, escribió Amery, “las manos ya no se acarician mutuamente, el tren que separa a los amantes ha partido, el silbido sonó muy agudo. El que se queda está solo para siempre. Quien levanta la mano sobre sí mismo, quien se asesina, es señor y, al mismo tiempo, esclavo del tiempo, de su tiempo, el único que aún le importa (…) Quien levanta la mano sobre sí mismo no tiene ya oportunidad de sujetar otra cosa que el tiempo muerto, de alcanzar otro lugar que el campo de escombros y cadáveres de la propia historia…El cariño necrofílico hacia el propio cuerpo que va a morir puede convertirse fácilmente en decisión redentora de abandonar la empresa (…) La dulce tentación de la vida y de su lógica rodea hasta el último segundo al que está decidido a la muerte voluntaria. ¿Cuántos minutos quedan todavía?”

El camino que va del judío Jean Amery al judío Heinrich Heine (1797-1856) no es sinuoso ni distante: ambos ejercen una resistencia melancólica, son militantes de su pesimismo, nómadas urbanos que huyen a ninguna parte. Sebald no sólo conoce el mundo de Heine y de Amery, sino también el de su propio dolor irreconciliable.  No es la nostalgia de Alemania lo que conmueve a Sebald: es la vergüenza que padeció siempre ante una nación hundida en la amnesia del exterminio y consumida en la miseria cultural después de la guerra.“Quizá todos ustedes tengan una idea del exilio geográfico” ––escribió Heinrich Heine en 1849––, “pero sólo un escritor alemán tiene una idea del verdadero exilio, el que realmente acaba y asesina”. Derribado, Heinrich Heine piensa en aquel río, el tiempo que lo aleja lentamente de esa larga penumbra y del doliente destino de ser hombre y ser judío. Heine murió el año de 1856 en París, Jorge Luis Borges lo imaginó en El otro, el mismo:

La larga postración lo ha acostumbrado
A anticipar la muerte. Le daría
Miedo salir al clamoroso día
Y andar entre los hombres.
Piensa en las delicadas melodías
Cuyo instrumento fue, pero bien sabe
Que el trino no es del árbol ni del ave
Sino del tiempo y de sus vagos días.
No han de salvarte, no, tus ruiseñores,
Tus noches de oro y tus cantadas flores.

Esa es la imagen que gobierna la trilogía del dolor y las tinieblas de Sebald: Vértigo (1990), Los emigrados (1992) y Los anillos de Saturno (1995). El exilio es la suma de la patria chica (Heimat) y la desdicha. Aunque Sebald es un emigrado voluntario y no es judío, la pérdida de Alemania significó su destino literario.

Sigue…. Un repaso por las obras de Sebald y un poema de Adiós

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