Santiagomontobio5

Palabras del derecho y del revés

29 enero, 2016

Santiago Montobbio

– Al proponer que se impartiera una asignatura de Literatura en la Facultad de Derecho de ESADE, recordé en mi propuesta que sería simplemente retomar una vieja tradición de la universidad española impartir una asignatura de Literatura en la licenciatura de Derecho…


En ella se conocieron, por ejemplo, dos grandes poetas del 27, en el primer curso de la Facultad de Derecho de Sevilla, en el que Luis Cernuda era alumno y Pedro Salinas profesor de esta asignatura. Que la amistad o relación entre estos dos poetas acabara mal, como sabemos, ya que así fue y cuenta con dolor Cernuda en un texto en prosa cuánto le dolió que Salinas no contestara al envío de su primer libro, Perfil del aire, a él dedicado –en dedicatoria impresa que abría el libro-, y le dedicó en su amargo y terrible último libro un poema del que pueden predicarse también estos adjetivos, es algo que no nos importa o nos da igual en este aspecto, ya que no afecta a la conveniencia de impartir esta asignatura de literatura en Derecho, como entonces se hacía y permitió que en ella se conocieran y a la motivación profunda que hay para ello y hace que esta decisión sea un acierto. Así lo recordaba en mi propuesta, que fue acogida y apoyada con entusiasmo, y así veo con este entusiasmo y para expresar su apoyo al decano de la Facultad de Derecho abrir la mano en el aire en un expresivo gesto, mientras me decía que la Facultad de Derecho era una Facultad humanística y esta propuesta tenía que apoyarla, así que ya podía preparar un programa como considerara y deseara y empezar el curso próximo. Y para la primera clase de esta asignatura optativa de Literatura que empecé a impartir allí en septiembre de 2007 seleccioné y reuní diverso material, pero con la conciencia que era la primera clase de una asignatura nueva, y de la que había que explicar su sentido y su razón. Así les recordaba la pertinencia de impartir esta asignatura en Derecho, cómo, de hecho, era retomar una vieja tradición de la universidad española –y les hablaba, claro, de Cernuda y de Salinas y hasta de lo mal que acabaron, aunque esto (y también lo decía) no importaba ni venía a cuento-, o intentaba explicar la motivación que había para ello, la utilidad que podía tener para ellos, enlazada con el mismo sentido que hacía que fuera pertinente darla, y el estímulo y la compañía que podía ser para su formación y para su vida. Podríamos extendernos mucho sobre las relaciones entre Derecho y Literatura, y así lo decía, y había preparado algún comentario y algún texto a leer al respecto y que les diera idea de ello, de esta relación tan cierta y a la vez tan fecunda, y de la pertinencia y el sentido de esta asignatura. Sabían, o podrían saber, que muchos escritores habían estudiado Derecho, y que tradicionalmente era el estudio que escogía alguien al que le gustaban las letras, quizá porque el Derecho eran letras pero a la vez se veía como una carrera más práctica, y que permitía más salidas y caminos profesionales, y que, desde luego, así fue en general al menos hasta la generación del 50, y lo podríamos ver y ejemplificar con los escritores de nuestra ciudad. En una entrevista, Jaime Gil de Biedma –uno de ellos-, respondía a la pregunta quizá sorprendida del entrevistador de por qué, si quería ser poeta, había estudiado Derecho y no Filosofía y Letras, que un chico de su generación lo que estudiaba era Derecho, y que entonces Filosofía y Letras sólo la estudiaban los curas y las monjas. Otro compañero de su generación, Ángel González, en la solapa biográfica que escribió para acompañar y presentar su poesía, se refería a algo conocido y que se suele decir en tono de broma, pero lo escribía en letra impresa, y así decía: “Nací en Oviedo en 1925. El escenario y el tiempo que corresponden a mi vida me hicieron testigo de innumerables acontecimientos violentos: revolución, guerra civil, dictaduras. Sin salir de la infancia, me convertí, de súbdito de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía. Regreso, casi viejo, a los orígenes, súbdito de nuevo de la misma Corona. Zarandeado así por el destino, que urdió su trama sin contar nunca con mi voluntad, me resigné a estudiar la carrera de Leyes, que tampoco contradecía la costumbre, casi norma de obligado cumplimiento, a la que se sometían en su mayor parte los jóvenes de mi edad y de mi clase social –clase media, transformada en mi caso, como consecuencia de la guerra civil, en muy mediocre.  Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo poesía fue para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero acto de vivir. Pero yo hubiese preferido ser músico –cantautor de boleros sentimentales- o tal vez pintor”. He transcrito esta nota biográfica que escribe el propio Ángel González y que acompaña como presentación de su vida y su poesía, y pensaba encontrar en ella algo que no está pero que estoy seguro que estaba. Es una nota triste y desolada, sombría, con humor y delicadeza y nostalgia pero seria en la explicación de esa tristeza en la obligación e imposición de la elección del estudio (y que es el del Derecho), y lo que implica, y el retrato de un tiempo y de una vida. Pero, como digo, yo pensaba encontrar en ella algo que estoy seguro que estaba y debe haber suprimido en esta edición más reciente de su poesía, que compré porque incluye su último libro, Otoños y otras luces, y que por ser una edición de bolsillo es más barata que este título solo, que ha sido uno de esos libros que tipificaba Calvino en Si una noche de invierno un viajero y que son los que uno no compró porque esperaba que saliera en edición de bolsillo, y ésta ha salido, lo que en ella está acompañado del resto de su poesía. Y la edición anterior de ésta y que tengo desde hace muchos años y fue un regalo la llevé a la casa de verano, para poder leer poemas de Ángel González allí cuando quisiera. En la solapa biográfica que constaba en ella hay esto que buscaba y que recuerdo y aquí falta, y que era algo que estaba entre paréntesis –estoy seguro- y por lo que también leía la solapa el primer día de clase de literatura en Derecho. La nota es preciosa, y no necesita, desde luego, ese paréntesis, que se debe haber suprimido por coloquial o juzgarlo una broma que desmerecía del tono melancólico pero no festivo de la nota. Quizá, sí, esta ausencia la mejora. Pero era útil, o cumplía una función, y por ello en parte lo leía. Por este paréntesis que entre comillas decía aquello de “todo español es licenciado en Derecho mientras no se demuestre lo contrario”, algo que se decía pero que quizá no era común ver en letra impresa y en esta nota así estaba, y al leerlo en ella podían ver los alumnos cuán común era que un hombre de letras, y hasta un poeta, se decidiera o viera obligado a estudiar Derecho, y lo decía un poeta en una breve semblanza de sí mismo y de su vida, y que incluía esta frase coloquial y casi chistosa entre paréntesis. Sí, estoy seguro, y hasta sabría dónde colocarlo en ésta más nueva y en la que falta. Pienso que esta solapa está escaneada y en mi ordenador, dentro del material de las clases de ESADE, y que puedo buscarla. Y lo hago. Pero no la encuentro en la carpeta de Introducción, ni en las Lecturas del curso –la poesía de Ángel González lo fue en uno-, que es donde pienso que puede estar. Así que pienso que habrá que ir a la casa de verano y comprobar en el Ampurdán si ese paréntesis está, como mi memoria de ello está segura. Hay, pienso por ello, tantas cosas que se quedan en las casas de verano. Son una memoria de vajillas de otro tiempo, de libros que se abandonan porque se piensa que ya están bien allí y ése es su sitio, hasta que un día los recordamos y nos damos cuenta que en esa edición que allí quedó se encuentra un paréntesis que en la más reciente no está y era por lo que la recordábamos, y lo que en ella buscábamos. Habrá, sí, que ir al Ampurdán, para comprobar la existencia de ese paréntesis. He recordado y buscado la nota por él, pero quizá en su ausencia se ve esta nota con una melancolía que no mancha el ingenio, y quizá por eso suprimió este paréntesis Ángel González. Por considerarlo una broma, y que manchaba con una frase chistosa su vida, y bajaba el tono de esas líneas en que la condensaba. Y puede ser. A propósito de la greguería de Ramón Gómez de la Serna, Luis Cernuda decía que el ingenio era, para los españoles, casi un elemento propio y distintivo del carácter nacional, y Miguel de Unamuno afirmaba que hay grandes hombres a los que les pierde el ingenio. Éste era una afirmación que recordaba y decía a veces mi padre, por creerla cierta, y por creerla también así yo la recuerdo. Mi padre la decía como advertencia, como una verdad que acecha en la vida de las inteligencias y un peligro que rehuir. Creo, sí, que es una verdad, y lo creía también entonces, cuando adolescente o muy joven se la oía decir a mi padre como tal verdad, y como advertencia. Con este pensamiento quizá quitó el paréntesis Ángel González, e hizo bien, pero para quien no lo conozca, porque quien leyó la nota con él lo recuerda y busca. Lo que demuestra, sí, el peligro del ingenio. Y pienso que no me resigno a esperar a ir al Ampurdán para ver y comprobar la existencia de ese paréntesis, y por ello busco en otras carpetas del material de ESADE. Y encuentro la nota, y en ella el paréntesis, en otra que no había mirado antes, y que es la de Poesía de la experiencia. Allí está. En el sitio en que sin vacilación alguna mi memoria lo situaba. Pienso, sí, que ello es prueba del peligro de un paréntesis, pero también de su acierto. Así perdura en la memoria. La vida a veces está en un acento o un paréntesis, en él se recuerda o dice. En él se afila. Aunque sea una humorada y que por tal se suprima, y es quizá también por ello que perdura. Porque el humor, y el ingenio, es un peligro, pero también ilumina la vida. Es su destello. O su cifra. Su arista. Así puede estar algo de la vida, en un paréntesis, e incluso en uno que contenga una frase coloquial y que se dice como una chanza y que por esto va entrecomillada, y que es así no se engaña. Así puede estar la vida, o algo que queramos referir de ella, como en este paréntesis que ilustraba algo que quería decir en la primera clase de literatura que daba a los alumnos de Derecho y que encuentro en la carpeta del material de esta asignatura dedicada a la poesía de la experiencia. Los escritores de entonces –lo había dicho en esa clase- estudiaban Derecho, y también lo hicieron los de Barcelona y los poetas. Los tan conocidos de la Escuela que en una promoción comercial el nombre de esta ciudad lleva –Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, del que había referido una explicación a este hecho y que en la Universidad de Barcelona fue profesor ayudante de una asignatura que yo impartí unos años en la UNED, “Historia del Derecho Español”-, y otros que aquí con ellos hicieron esa carrera. Como José Corredor-Matheos, poeta de esa promoción de posguerra, uno de los niños de la guerra que fue poeta y estudió Derecho en Barcelona y que es quien escribió unas palabras de presentación para la selección de poemas de mi libro La poesía es un fondo de agua marina que se incluyen en este libro y que se publicaron por primera vez en el pliego de poesía de la revista El Ciervo, revista barcelonesa fundada también en la Barcelona de aquel tiempo, en 1951. Y me alegra que sean estos poemas los que aquí también se incluyan, y que los acompañen las palabras que para ello escribió este poeta y licenciado en Derecho, como todos los de su tiempo, que es José Corredor-Matheos, y tal lo expresaba en esa nota biográfica en la que yo buscaba un paréntesis su compañero de generación Ángel González. Con o sin paréntesis, esta realidad tenía ciertas consecuencias, y las tuvo en la vida de Ángel González, quien fue profesor de literatura en Estados Unidos, ya que, como explicaba y así era, no podía ser profesor de literatura en una Facultad de Filología de España, ya que no era licenciado en Filología sino en Derecho. Pero parece que este desencuentro a que llevaba esta realidad podía mitigarse en parte, si se daba una asignatura de literatura en Derecho, y se retomaba así una sabia y acertada tradición de la universidad española. Les aclaraba que quien se la daba era licenciado en Derecho y en Filología Hispánica, y que por tanto conocía la carrera que ellos estudiaban, porque la había estudiado también él, y que lo hizo a la vez, pero que, claro, comprendía que el gusto por las letras por lo común no era tanto como para tomar esta decisión y hacer a la vez cinco años de Literatura y de Derecho, y que por eso pensaba que el impartir literatura en Derecho era una muy buena opción y punto de encuentro. Cosas así les decía y tenía preparadas decirles esa primera clase, para que comprendieran su razón, y el material que elegía estaba también pensado para que entraran en ella. El material ya literario, me refiero, de literatura, y los poemas que para despedir esta primera clase leía, pues quería que se despidieran con el sabor de la poesía, pero también alguno que les ilustrara esta relación entre literatura y Derecho. Que les hiciera ver que no estaban tan lejos, y había casos que así lo mostraban. Casos e historias, o más propiamente escritores y la relación que en su cultivo y amor por la palabra había tenido también el Derecho. Y, en este material, un fragmento de una preciosa “Confesión” de Miguel Delibes, en que se encuentra la razón y las circunstancias del nacimiento de su vocación de escritor, y que viene o nace del Derecho. Y así les leía este fragmento: “Y, dentro de este marco que tan sucintamente he esbozado, ¿dónde sitúo mi obra? Debo empezar por reconocer que soy un escritor de vocación tardía. La atracción por los libros no se produjo temprano en mí. Mis aficiones de infancia y de adolescencia fueron el dibujo y el modelado en barro, prácticas que hube de abandonar ante opciones que los padres de entonces consideraban más provechosas. Pero es éste, seguramente, el primer impulso artístico que advierto dentro de mí. Luego evoluciono, de una manera insensible, hacia las letras, porque yo creo que el arte es uno y la elección de un instrumento u otro obedece, por regla general, a circunstancias personales ajenas a la estética. En mi caso particular, mi inclinación hacia la literatura se produce, aparte de la influencia de mi mujer, gran lectora, por la conjunción casual de dos factores absolutamente ajenos el uno al otro: mi encuentro con el Curso de Derecho Mercantil de don Joaquín Garrigues y mi ingreso como redactor del periódico de Valladolid El Norte de Castilla, en 1941. El hecho de que una materia tan árida como el Derecho Mercantil influyera en mi destino se debe a la magia de su autor ya que, por debajo de las aburridas teorías jurídicas, yo encontré en él la belleza, la gracia y la exactitud expresivas. Garrigues aquilataba los términos, administraba los adjetivos con admirable precisión, exponía el mayor número de ideas con el menor número de palabras e, incluso, como fiel orteguiano, iluminaba el prosaísmo inevitable de los textos jurídicos con hermosas y rutilantes metáforas. Garrigues, a mi entender, no fue sólo un gran maestro, sino un excelente escritor. A partir de él, empecé a tomar gusto a la expresión verbal y, por primera vez en la vida, experimenté el placer de encadenar unas palabras a otras para formular con precisión una idea. La palabra se me ofreció como un instrumento bello y poderoso cuyo simple manejo me deparaba un placer que nunca hubiera sospechado”. Es un fragmento precioso, y también quizá curioso, y tras o antes de leerlo les recordaba que un escritor tan conocido como Delibes, y conocido en tanto que escritor, fue también un profesional del Derecho, ya que nunca dejó de ser profesor de Derecho Mercantil. Pero en esta confesión (que lo es, y merece este título), se veía y tras leerla sabíamos que el nacimiento de su vocación literaria, que su deslumbramiento y amor por las palabras, el placer que comprendió que podían causar y le causaban, procedía de las palabras con que estaba escrito un libro de Derecho. Y había algún otro escritor que había tenido una especial relación con las palabras del Derecho, escritas en y para el Derecho, y de las que quizá no había nacido su vocación por la literatura o su descubrimiento de lo que era y podían ser las palabras en su uso literario, en el estilo, pero sí que las empleaba para mantenerlo, y en este sentido podríamos señalar el también tan conocido como curioso caso de Stendhal, quien para mantenerlo y pulirlo, y sostener su tensión, la tensión que sus palabras de escritor tenían que tener, la tensión de su estilo, leía cada mañana el Código Civil de Napoleón. Me agrada cómo lo explica Ernesto Sabato en un fragmento de uno de sus libros de ensayo, y por esto voy a dejar que sea él quien lo refiera: “LOS ITALIANOS Y LA FRASE. Como observa Thibaudet, Napoleón hacía frases cuando se dirigía al pueblo, pero jamás en su correspondencia privada. Stendhal, que se vanagloriaba de su rama Guadagni, leía el Código Civil antes de ponerse a escribir, como manera de no caer en la grandilocuencia de la época. Y no confundamos esta forma de ser con la frialdad de espíritu, no imaginemos que la pasión debe expresarse con grandes frases: al contrario, hay motivos para pensar que las grandes frases se han hecho para manifestar la falta de pasión; mientras que la exaltada dureza, la concisión, la nitidez de Dante corresponden a la máxima potencia emocional. Stendhal era un romántico con lenguaje de jurista y matemático”. En otro fragmento, situado un poco antes en este libro hecho de textos fragmentarios, Sabato remacha o apuntala esta explicación, pues se refiere a la misma cuestión, y con el título “El estido de Stendhal” en él dice: “Como romántico genuino, tiene el mismo desprecio por los seudo-románticos que los espíritus auténticamente religiosos tienen por los beatos. Se burla de los que ponen coursier en lugar de cheval, defiende la verdad contra la pompa y la mistificación. El poder de este hombre, quizá el secreto de su perdurabilidad, se debe a que expresa hechos románticos en una prosa seca y antirromántica: el efecto es paradojalmente doble. Algo parecido a lo que pasa con Kafka, que describe sus pesadillas con un tranquilo realismo.//Una palabra ridícula o simplemente exagerada bastó muchas veces para echarme a perder las cosas más bellas. Por ejemplo, en Wagram, al lado de la pieza de artillería, cuando ardía en las hierbas, aquel coronel bromista, amigo nuestro, exclamó: ¡Esta es una batalla de gigantes! La impresión de grandeza se me desvaneció para el resto de la jornada.”

Santiagomontobio2

Leía estos fragmentos de Sabato sobre Stendhal a mis alumnos el primer día de clase, y la confesión de Delibes, y les decía también que no esperaba o creía que de las palabras de un manual de Derecho les fuera a nacer su vocación de escritor, o despertar su amor o afición por la literatura –que pensaba ya tenían, como mostraba que se hubieran apuntado a esta asignatura, que era optativa, en vez de a otra-, o su conciencia del valor que como creación tenían y podían tener las palabras, como le sucedió a Delibes, o que con los artículos del Código Civil u otros textos legales con los que tenían que bregar pulieran su estilo, como hacía Stendhal, pero sí que vieran, gracias a estos casos, que eran ejemplos, que el Derecho también se hace de palabras, y se hace de su empleo, y es por ello que se pensaba en la conveniencia de dar literatura en Derecho y no sólo Derecho, que para esto quizá no bastaba. Porque la literatura es la cristalización más alta del arte de la palabra, y convivir con las concreciones que había alcanzado ésta en este nivel de expresión a través de textos y obras de grandes escritores en esta asignatura les podía resultar muy beneficioso para despertar su sensibilidad hacia ella, la palabra, y la finura en su manejo. Esta conciencia intentaba despertarles, ese primer día de clase, y en alguna ocasión que tuve al participar en un acto público, como lo fue, por ejemplo, la alocución que dirigí el 30 de abril de 2008 a los alumnos en el auditorio de ESADE, ESADEFORUM, antes de la entrega de los Premios ARTE ESADE 2008, que había convocado y otorgado el Departamento de Actividades Culturales. Me pidieron unas palabras previas, en tanto que escritor que era a la vez profesor de literatura en esta Facultad de Derecho, como me pidió también el DAC por esta misma condición que participara en una actividad paralela que organizaba en el marco de esta “Diada Cultural”, y presentara así el 21 de abril al agente literario Guillermo Schavelzon, y, tras la conferencia que impartía (“El agente literario: aproximación y análisis de la figura”), sostuviera un diálogo con él. Dije ese día lo que también les decía el primer día de clase, y lo que escribí como “Presentación y bienvenida” de la asignatura. Además de la que estaba en el programa de estudios, ajustada a los esquemas y pautas de todas las demás asignaturas en descripción, objetivos, contenidos o metodología, escribí ésta más informal con este título, y que resumía un poco lo que quería y podía ser para ellos la asignatura. Éstas eran sus palabras: “Quiero daros la bienvenida a la asignatura, y animaros a que la sintáis como algo que se dirige muy personalmente a vosotros, ya que en verdad se encamina hacia vuestros adentros: su contenido y territorio se enmarcan dentro de la cultura, pero aún más propiamente en la dimensión espiritual del hombre. “Mal escrito. Falta vida” escribió el poeta Jorge Guillén, y podríamos considerarla la poética de una honestidad más clara, y, sobre todo, la que da más idea de cómo se crea con las palabras, ya que la literatura ha de estar enraizada en la vida, constituir su respiración, su cifra, su pulso y su medida. Al hilo de las clases iremos sugiriendo y aproximándonos a variados autores, y es de esperar que alguno de ellos los sintáis próximos a vuestros sentires e intereses y os animéis a emprender su lectura. Una invitación a la lectura, así, quieren entre otras cosas y en gran medida ser estas clases, lectura que es una ventana hacia más vida, una rica aventura, un ejercicio de libertad, y también una llave y una íntima senda hacia uno mismo. Borges escribe que sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía, y que la belleza es una sensación física, algo que sentimos con todo el cuerpo. Sería el deseo de estas clases que pudierais sentir y compartir la belleza del arte literario presente de diversas formas en tantos autores. También que algunas de estas sugerencias, reflexiones, estímulos y autores prendieran y perduraran en vosotros y se constituyeran en una ayuda y una compañía para vuestra vida intelectual, pero también para la personal e íntima; quiero decir con ello que os constituyeran de un modo interno y contribuyeran a vuestro modo de aprehender la realidad y sentir la vida, porque, como escribió Julio Ramón Ribeyro, una de las lecturas de este año, “la cultura no es un almacén de autores leídos sino una forma de razonar”. Así podría contemplarse la asignatura como labor cumplida”. Y en las palabras que dije en el acto público de los premios y previas a su entrega podríamos encontrar elementos semejantes, y en parte las mismas palabras, porque yo era y soy el mismo, y también, por tanto, mis convicciones y las palabras que las decían. Les dije algunas semejantes y en parte idénticas al empezar a hablar, y les insistí también en que la cuestión de la palabra no era precisamente baladí. Puede verse que es así, como digo, en el principio de mi alocución: “Es un placer presentar los premios que ha convocado el DAC, y lo es porque me parecen un acierto completo y también que su creación y su existencia están en concordancia con una concepción de la formación, que ha de atender no sólo a sus aspectos jurídicos y técnicos sino que ha de poseer también una dimensión humanística. Estos premios se enmarcan dentro de la cultura, pero aún más propiamente en la dimensión espiritual del hombre: quieren animaros a su cultivo, y el cultivo de la formación cultural y la dimensión espiritual es necesario para una mejor comprensión y disfrute del mundo, para sentir de un modo más profundo, como diría el poeta Jorge Guillén, la vida como fuente. Y estos premios son una invitación a crear y escribir, a que sintáis la vida a través de la creación y la reflexión”. Tras este primer párrafo tengo en mis notas lo que sigue: “Dice María Zambrano que “escribir es defender la soledad en que se está”, y añadiré personalmente que es también un ejercicio radical de libertad y un lugar de encuentro con uno mismo, porque al escribir trazamos nuestro rostro más profundo y verdadero. Y es un acierto que estos premios, como digo, os inviten a practicar esta libertad y esta expresión íntima y profunda de vosotros mismos, y que lo hagáis a través de la música y la pintura pero también a través de las palabras, en ensayo y poesía. La cuestión de la palabra no es una cuestión baladí, ya que con ella vivís, estudiáis, conformáis vuestro pensamiento, y a través de ella habéis de desarrollarlo, y que vivir y defenderos. Pueden ser un estímulo, estos premios, a crear y pensar con las palabras”. Las notas, a partir de aquí, están más abocetadas, pero indican que quería recordar –y así lo hice- a Albert Camus, y así referir esa pregunta que se hace a sí mismo y también él mismo se responde y que a veces me gusta citar: “¿Por qué soy un artista y no un filósofo? Porque pienso según las palabras y no según las ideas” Están, en las notas, la referencia a la pregunta y respuesta de Mallarmé y Degas, es decir, cómo Mallarmé, al comentarle Degas que tenía una idea para hacer un poema, le espetó que un poema se hace con palabras, no con ideas, una referencia a Cernuda y una afirmación: “Se escribe y se piensa con las palabras, en la indisoluble unión del lenguaje y el pensamiento”. Que seguía de este modo: “Pensamiento y reflexión con las palabras que podéis practicar en el apartado de ensayo, un género de capital importancia y muy adecuado para que volquéis en él vuestros saberes, inquietudes e intereses”. Y daba, a continuación, explicaciones sobre este género, su tradición y su valor. Y de los otros que conformaban los premios. Porque se daba premio de ensayo, y también de poesía, de música y de artes plásticas, y tenía preparadas unas palabras para cada uno de estos cauces en que se da el arte, como unas palabras finales en que me refería a que era “hermoso que en estos premios estén todas las artes hermanadas, ya que esta hermandad entre las artes efectivamente existe. No son compartimentos estancos, sino una vivencia y una experiencia compartida”. Y hay notas y referencias apuntadas para decir al respecto y que dije ese día en una Facultad de Derecho, como escritor que era profesor de una asignatura de Literatura en la misma, y una felicitación y un deseo final de despedida: “Sólo me queda felicitar a los que los han obtenido y también animaros a todos a participar en sus próximas ediciones, para que así tengan una próspera continuidad. Porque para el bien de todos les deseo una larga vida”. Sí: a lo que es un bien para todos, como es ayudar a tomar conciencia del valor, necesidad y posibilidades de la palabra, y el amor por su cultivo, hay que desearle una larga vida, como larga es la vida del arte, como nos dice el dicho clásico, y corta la vida. Pero que hace arte, y por eso queda y perdura. En ese arte. Que pueden ser palabras, palabras con larga vida, y que vida adentro tengan. Así lo decía en uno de los actos al que he sido invitado a participar por esta doble condición o formación en Derecho y Letras que tengo, como ha habido también más adelante otras, y también alguna en que me he referido a esta cuestión desde un punto de vista de cultura, así como ha sido causa natural de que realizara determinadas actividades de cultura, como digo y es también la participación en este libro, ya que se conforma por la poesía que escriben profesionales del Derecho, y yo también lo he sido y lo soy y escribo poesía, y la presentación que para él se me pide, o algún trabajo, y que es natural en quien esta doble condición y formación se da, la jurídica y la humanística, que a veces se funden en alguna materia o disciplina, o pueden complementarse y completarse, y es natural así que la vida, que es larga y todo lo incluye y así está hecha de Derecho y de poesía y de quienes ambas cosas hacen o han hecho, te traiga cauces en que esta doble condición expresar, o resulte muy pertinente tenerla para la labor que se te encarga.

He expresado esta condición y me he referido a ella en alguna ocasión particular, y así pienso en la primera conferencia de las que he dado en Amics de la UNESCO de Barcelona, “La palabra del mar”, el 18 de octubre de 2012, y en la que, al abordar tanto la cuestión de mi formación como la de Europa y en ella de modo especial Cataluña consideraba como uno de sus pilares y de modo central el Derecho, como así es y sabe bien quien se ha formado en él, pero que fue señalado como un elemento quizá sorprendente por la hispanista de la Universidad de Toulouse Laurie-Anne Cathala, investigadora y especialista en mi poesía, en la reseña que hizo del acto, al que asistió, y que se publicó en la web de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña y en Revue d’art et littérature, musique, en Francia, y así en ella señalaba: “Literatura y lengua: dos pivotes de la cultura europea a los cuales Santiago Montobbio añadió otro: el Derecho. Nada inocente, esta observación nos recuerda la doble formación del poeta pero permitió también reforzar esta base unitaria ya evocada. El discurso evidenciaba así la existencia de un tejido cultural propio de Europa en el que el Derecho tiene un papel fundamental para “vertebrar” esta cultura, pero el aspecto más inesperado era la vinculación incluso entre literatura y Derecho, dos campos unidos por sus orígenes y en su experimentación: “Un hombre de Derecho es o puede ser un hombre de letras y de cultura”. El Derecho es un punto esencial en la definición de la identidad sobre todo en Cataluña, como lo subrayó con razón Santiago Montobbio”. Señalaba, así, la sorpresa que le causó la mención o presencia del Derecho como pilar o raíz de una cultura, tal persona de letras que es así le sucedía, pero un hombre de Derecho es también un hombre de letras, y también y sobre todo un hombre de cultura, y puede ser una persona –como vemos- en y por su formación ambas cosas. Y me referí a ello en esa conferencia. Podría volver a decirlo, o decirlo de otro modo, pero quizá sea más sencillo y claro emplear las mismas palabras con que lo expresé ese día, aunque en ellas encontraremos cosas que ya sabemos por las que ahora escribo: “Un hombre de Derecho es o puede ser un hombre de letras y de cultura, tantos hay y es habitual en la profesión, pero también resulta agradable encontrar un ejemplo que así lo muestra y representa, aunque es algo que sabemos desde jóvenes o desde siempre, y podría también de modo sucinto y con alguna pincelada explicarlo.// Por ese entonces, en esa juventud, en diciembre del mismo año (1989) en que publiqué mi primer libro fui a leer poemas al Círculo de Bellas Artes de Madrid, acto al que tuvo la gentileza de asistir Carmen Martín Gaite. En el prospecto o folleto que anunciaba las actividades, se encontraba esta frase de Bernard Shaw: “Aunque soy hombre de letras, no deben suponer que no he intentado ganarme la vida honradamente”. Y hay muchos hombres de letras que son hombres de Derecho, y quizá lo son y han decidido estudiar y dedicarse como profesión a ello para ser hombres de letras que se ganan la vida honradamente. No quiero hacer bromas, porque la vida de las letras es dura y difícil, e implica muchos sufrimientos, y aún más lo es la del arte. Pero hay hombres de letras que deciden estudiar la carrera de Derecho y dedicarse a él, hay abogados que son personas muy cultas y verdaderos humanistas, y siempre ha sido así, igual que siempre ha habido personas que como hice yo han estudiado Derecho a la vez que Letras. Es, ha sido y sigue siendo así (…) Así que esto es una verdad, y la sabía y la sé bien por muchas cosas, pero la he vuelto a saber con mi trabajo de profesor de literatura en una Facultad de Derecho, que desempeño con especial placer y me parece una fortuna, pues en él se unen las dos carreras que he cursado, y las dos formaciones que como disciplinas de cultura me han aportado. Porque en Derecho, además de las asignaturas más técnicas, hay asignaturas profundamente humanísticas (y yo fui profesor de una de ellas), y que constituyen las raíces de la cultura, y ayudan a tener una visión de las cosas y del mundo, y una posibilidad de compresión de éste y de perspectivas sobre él, que resultan muy enriquecedoras y que sin ellas yo no habría tenido”. Daba esa conferencia en Amics de la UNESCO de Barcelona por invitación de su vicepresidente, el notario y escritor Eladi Crehuet, y en deferencia a él, y porque es cierto, quise referirme también a la ligazón entre la escritura y la escritura notarial, y cómo tiene algo de notarial, siempre, la escritura. Voy a decirlo también con las palabras de ese día: “Este hombre de Derecho que a la vez es un hombre de letras y de cultura tiene una función fundamental y muy ligada al escribir, o es también escritura, o la escritura es notarial. Puede cumplir alguna función de especial valor y relación con la cultura, de lo que podría ser ejemplo esta acta que nos une y tiene en este sentido una significación particular y que une Derecho y literatura, o es palabra de Derecho que la palabra del arte a través de la herramienta que las palabras notariales constituyen salva y protege, pero aparte y además de ello, de algún modo esta relación está siempre. Porque escribir es un acto notarial. Siempre. Podría pensarse de otros géneros o modos de cultivar el arte literario, más reflexivos o colindantes al periodismo, o al ensayo, pero yo creo que puede predicarse también de su extremo más alto, la poesía, y de hecho podría decirse también que así yo la he empleado. Por esto leemos en el segundo poema de este libro al que hoy en esta intervención acompañamos: “El poema es testimonio. El poema es testamento”. Hasta el poema y la poesía son un acto notarial, pero escribir lo es siempre, decía, y en sí mismo. Leía este verano unas declaraciones de José Jiménez Lozano que me llamaron la atención y a la vez encontré muy ciertas: “Ser escritor es como ser notario, lo que no supone que lo haga bien o mal, sino simplemente que escribe. Luego está el que escribe mejor y eso no se puede determinar desde fuera”. Pero nos estamos adelantando, porque este juicio y estos comentarios se encuentran en “La Vanguardia” del 22 de agosto, pero las reproduzco porque son muy verdaderas y comulgo del todo con ellas, ya que siento que no se escribe por el valor que se pueda alcanzar con ello, o el resultado que produzca o la medida que en arte logremos dar, sino por el escribir en sí, y porque escribir es un deber. Un obligado y gozoso deber. Como es también el escribir, ya que se escribe con gozo y disfrute, con la alegría que da el crear, pero también como respuesta a una necesidad íntima que lo hace inevitable, como el cumplimiento, sí, de un deber que la acompaña, y que hace que un escritor sienta que es fiel a su destino mientras lo cumple, y que lo es porque escribe. Escribir es un deber y un escritor debe escribir: esto es así y completamente cierto, y aún más especialmente lo sé estos años, en que escribo sin descanso y al escribir me parece que levanto acta del vivir, de todo y de cada cosa, y que es por esto que debo hacerlo. Porque escribir es un deber. De dar fe, y, por tanto, un deber notarial. Así lo siento, y puedo decir por ello que, en lo más profundo y verdadero de su naturaleza y su carácter, la escritura responde y es tal el subtítulo que puso a Cántico Jorge Guillén: “Fe de vida””.

Mejor o aún más pertinente hubiera sido referirse a este aspecto o esta cuestión en la conferencia que fui invitado a impartir en el Colegio Notarial de Cataluña, organizada por su Comisión de Cultura y que se anunciaba como una “conferencia –como podía leerse en la invitación que éste cursó- en torno a la poesía como descubrimiento y como vivencia, desde la experiencia de creación que es para quien la escribe, la vida espiritual que supone. La conferencia se acercará a esta vivencia de la creación desde una perspectiva de fondo y también desde sus poemas y su último libro, Los soles por las noches esparcidos. Terminará con una reflexión sobre Salvador Espriu, con motivo del año de su centenario”. Así también lo hice, pues había dedicado palabras que parecían pensadas o que encontraban más su preciso sitio ese día posterior. Era el 16 de diciembre de 2013, y, antes de entrar en el auditorio del Colegio Notarial, una sala histórica y espléndida en el corazón de la ciudad –en la casa de enfrente del Colegio una placa indica que es en la que vivió en ella Ramón y Cajal-, hicimos una visita a su archivo, que es el archivo notarial más importante de Europa –puede sólo decirse que el de Génova le supera en antigüedad-, y de mano de su archivero pudimos ver una exposición de documentos del mismo, y en el que podían verse algunos que eran una muestra muy simbólica y significativa de la historia de Barcelona y de Cataluña, como un documento de Fernando el Católico, el contrato de compraventa de los terrenos de la Sagrada Familia, el plano del Parc Güell con la firma de Gaudí, el testamento de Jacint Verdaguer, el mismo día de su muerte y en el que se encuentra su firma, entre otros. Ya en el auditorio del Colegio y al presentarme, Eladi Crehuet manifestó que en mí se dan y aúnan las dos formaciones, la jurídica y la literaria, y expresó diversas apreciaciones sobre mi poesía y su valor y la estimación que le merecía. Realizó también unas penetrantes observaciones sobre la poesía y la prosa, la poesía y la prosa que hay en el arte y en la vida. Por mi parte, manifesté mi alegría y mi agradecimiento por haber sido invitado por el Colegio Notarial de Cataluña a impartir esta conferencia en él, ya que me parecía un acto muy hermoso, en sí y también el que se realizara allí, y que tenía algo de simbólico. Comenté que, como había señalado Eladi Crehuet, era un hombre de Derecho además de un hombre de letras, y tenía una doble formación: así que volví a decir algo que había dicho, y porque era el lugar para decirlo y también porque es cierto, por supuesto. Y también porque todo ello daba razón de mi presencia allí, y que fuera un poeta para el que fuera natural impartir allí una conferencia, en un acto que además para el Colegio de Notarios tenía algo de simbólico, porque con él la poesía entraba en el Colegio, y que a la vez era, para mí, de verdad emotivo, y desde un punto de vista muy íntimo. Porque lo sentía muy ligado a mi vida. Era natural, sí, aunque podía parecer extraño impartir una conferencia sobre poesía en el Colegio de Notarios, que habría a quien se lo parecería e incluso quizá a mí en algún momento podría habérmelo parecido, y recordé una afirmación de juventud en que expresaba esta disociación entre la Poesía y el Derecho, pero que luego la superaba, pues consideraba que ésta –la Poesía- podía subsumirse de alguna manera en éste –el Derecho-. Es una observación que se encuentra en las notas finales que cierran mi segundo libro, publicado en 1990, Ética confirmada, y que se titulan “Aclaraciones para confundir”. Allí encontramos entre sus palabras: “Yo antes pensaba que la Poesía y el Derecho no tenían precisamente mucho que ver, pero de vez en cuando ahora creo que quizá no es tan así, ni que sea porque la poesía puede subsumirse en una categoría jurídica, ya que afortunadamente forma parte de las cosas que están fuera de comercio”.  Esta es mi observación del año 88 (pues la escribí entonces), sobre la que ha llamado la atención la hispanista brasileña Ester Abreu Vieira de Oliveira en la ponencia que con el título “A poética de Santiago Montobbio –Um poeta catalao” se presentó el 16 de octubre de 2012 en el XIV Congresso de Estudos Literários: Todos os poemas o poema, celebrado en la Universidade Federal do Espíritu Santo, y que se publicó en el número 55 de Hispanista, Revista electrónica de los Hispanistas de Brasil, de octubre-noviembre-diciembre de 2013. Le llamó la atención a Ester y a la vez llamaba la atención sobre ella, las dos cosas, porque veía allí presente la doble formación que me caracteriza, y así es. Allí está, para sentir alejada una pasión –la poesía- de un estudio, formación y profesión –el Derecho-, pero que luego, como vemos, se siente posible su unión o afinidad, o hermanamiento de algún modo. Recordé la frase que le gustaba recordar a mi padre de un célebre catedrático de Civil de su tiempo, Dualde, y en la que aseguraba que “el Derecho es la vida”. Mi padre la recordaba porque le gustaba y además, claro, y como hombre que sentía un verdadero amor y pasión por el Derecho, su profesión, porque la creía cierta. Y sí. Así podemos pensarla. Porque el Derecho es la vida. Pero también la poesía es la vida, y, como lo es, el Derecho le da una categoría, una categoría, por eso, huidiza, y dice –o digo, ya que soy yo en esta nota el que la incluyo en ella- que forma parte de las cosas que están fuera de comercio. Lo he dicho y vuelvo a decirlo. Como que con ella no se comercia, porque es actividad sagrada. Y así pienso, pensé en esa juventud antigua: dentro del Derecho sólo cabía en esa categoría, que nos habla y dice de su carácter sagrado, desde este punto de vista entendido, y que por esto es que no se puede comerciar con ella. Pero cabe en el Derecho, el Derecho la dice y la incluye dentro de una de sus categorías, aunque conserve en ella su libertad y su disidencia, y su carácter sacro, y por esto entendí entonces, y entiendo ahora, que sólo en esa categoría podíamos subsumirla. Estoy diciendo con esto muchas cosas, y las apuntaba aquel día, en el Colegio Notarial de Cataluña. Como el que no podía resultar extraño que allí se diera una conferencia sobre poesía, aunque lo que sí era extraña es la poesía, o, más exactamente, misteriosa.

Y, para indicar este carácter misterioso de la poesía, me referí a algunas observaciones que hizo Borges en las conferencias que dio en la Universidad de Harvard. Borges recordaba la afirmación de San Agustín sobre el tiempo (“Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me preguntan qué es, no lo sé”) y decía que él pensaba lo mismo de la poesía. Recordé que Paul Valéry afirmaba en sus Cahiers que esta afirmación de San Agustín sobre el tiempo puede predicarse de cualquier cosa, pero que yo estaba de acuerdo con Borges y la hermanaría con la poesía, que tiene este carácter misterioso e insondable, o inefable, como se dice de la palabra de los místicos. Señalé que para indicar este carácter misterioso del arte Borges recordaba otra afirmación que así lo expresa y que realizó el pintor Whistler en París (“El arte sucede”), y que el poeta argentino comentaba que a él le gustaría completarla y decirla de esta manera: “El arte sucede cada vez que leemos un poema”. Referí esta observación para señalar la importancia y el valor de la lectura, la recreación y función de complementariedad que tiene la labor del lector, una lectura que –como recordé- Proust veía como una forma de amistad, y señalé que había concebido esta conferencia y presentación del libro también como una lectura comentada, y que esperaba adentrarme en esta actividad misteriosa que es la poesía, y a la particular experiencia que de la misma constituyen mis poemas, a partir y a través de la lectura de los mismos. Y no como profesor o teórico o ensayista –como también lo soy- sino como poeta y desde la vivencia de la creación y la vida espiritual que es. Recordé para ello otro comentario que hacía Borges en esas conferencias, y era el de que siempre que había hojeado libros de estética le habían parecido manuales de astronomía escritos por astrónomos que nunca habían mirado las estrellas, pues hablaban de la poesía como si fuera un deber y no un placer, como lo es, y afirmé que iba a hablar desde el placer y la pasión, y desde el amor, porque escribir es un acto de amor y se escribe con y desde el amor. Y que por esto había dicho en ocasiones que me gustaría creer verdadera en arte la maravillosa frase de Paul Léautaud, además de adoptarla como lema general para la vida: “El amor siempre proporciona talento”.

Y, tras estos preámbulos o consideraciones, empecé o continué mi intervención, que era una conferencia y presentación del libro Los soles por las noches esparcidos pero que como acababa de señalar había concebido también como una lectura comentada, y así en efecto la llevé a cabo. Y, tras esta intervención que era o quería ser varias cosas, tomó la palabra Eladi Crehuet. Quería hacerme alguna pregunta y también alguna afirmación. Las cuestiones que quería plantearme eran la presencia de mi familia y qué peso e importancia había tenido mi formación jurídica, y la lógica jurídica, en mi poesía, y la afirmación final que hizo, y que yo le agradecí y tras la que el secretario del Colegio cerró el acto, era que había poetas sin hogar, pero que era manifiesto que yo era un poeta con hogar y con profesión. Contesté a las preguntas, y reafirmé su afirmación, y así dije que, en efecto, aunque en mis poemas haya un gran desamparo, era un poeta con hogar y profesión –profesiones, añadí y remarqué al momento. Así que coincidí con su apreciación, y además se la agradecí de verdad, porque era muy cierta, y era así por un motivo familiar por lo que este acto, además de simbólico, para mí resultaba emotivo, y de modo muy íntimo. No pude en ese momento dejar de recordar a mi padre, ya que al decir que había abogados y hombres de Derecho que eran verdaderos humanistas, no pude menos que decir que yo lo sabía bien porque era hijo de un abogado que lo era, como es sabido y pueden mostrar muchas cosas que hizo y entre ellas podía nombrar simplemente el que fuera fundador de la revista El Ciervo en la Barcelona de 1951 y un activo colaborador de la misma durante sus primeros años, en los que publicó artículos emblemáticos, o el tema al que dedicó ya mayor su tesis doctoral, “La rabassa morta”, y que era un tema de Derecho Civil y de Derecho catalán a la vez que de Historia del Derecho y también una cuestión política, que él vivió en persona y de chico, pues vio cómo su tío Lluis Jover i Nunell, conseller de Governació de la Generalitat de Catalunya, redactaba en su despacho las enmiendas a la Llei de contractes de conreu. Su hijo Víctor, que estaba allí presente mientras esto decía, asentía, y recordé también que en el tribunal que juzgaba la tesis doctoral se hizo notar que pocas veces se da el caso en que alguien dedique su tesis doctoral a un tema histórico y que a la vez haya vivido. De esa tesis doctoral nació un libro, que mi padre escribió de nuevo y de un tirón un verano y como tal libro, y que se publicó en la conocida editorial de Derecho Bosch, y en una colección que tiene un título que es también emblemático: “Letras y letrados”. Porque representa muchas cosas. Como las pueden representar también algunas personas, tal puede ser mi padre, y así lo recordé y dije que para mí este acto dedicado a la poesía en el Colegio Notarial de Cataluña era un acto emotivo e íntimo, y en el recuerdo que de él me venía estaba sobre todo la razón y explicación de ello. Y es por esto que lo hice notar, aunque no soy amigo de confidencias o revelaciones íntimas. Pero omitirla, en este caso, no hacer mención de este recuerdo y de la figura de mi padre en ese momento no sólo hubiera sido silencio sino el pecado de omisión que éste a veces es. Y por esto lo dije y mencioné. Y Eladi Crehuet, al final, cerró el acto con esta afirmación que él sabía verdadera y le agradecía. Pero, antes de ello, y como he comentado, quiso hacerme alguna pregunta, y entre ellas me preguntó cómo había influido la lógica jurídica en mi poesía, en mi construcción de los poemas o manera de escribir. Nada, respondí. Porque es así. Porque son dos tierras distintas, y dos lenguajes o usos del lenguaje distintos. Por completo. Esto es así, en tanto que uso de la lengua, que es muy particular y específico, y único, el que hace o se lleva a cabo en la creación literaria. Lo que no quita, por supuesto, que en mis poemas esté presente y aparezca mi cultura jurídica, y mi formación en Derecho. De vez en cuando está y la encontramos en ellos. Así recordé un poema de mis veinte años, “Por un simple asunto de fidelidad”, en que el poeta o la persona a la que da voz en el poema se figura con tristeza un posible y triste destino de pareja para su amor, y así dice al final del poema: “Y ya sé que he confesado que no soy valiente ni distinto/ y además que continuamente estoy diciendo que la vida/ nos aplasta y nos anula, pero aun así creo/ que debieras excusarme, pues como resulta/ que de pequeño yo siempre quise ser/ un famoso ladrón –mucho más un celeste asesino-/ creo que es lógico que por un simple asunto de fidelidad/ haya considerado que en conciencia jamás podría/ dejar de ver algo así como tristillo/ el que el tiempo acabe acogiéndonos al Código Civil/ y veamos por ello a nuestros sueños irse encarnando en el criterio/ de un buen padre de familia (penalmente un hombre medio)”. Esas dos nociones, el buen padre de familia del Código Civil y el hombre medio del Código Penal, las emplea, claro, quien las conoce, y las conoce porque tiene formación jurídica. Es obvio, pues, que quien escribe ese poema ha hecho Derecho, y estas nociones o elementos así lo denotan. Esto se da en mi poesía, y es natural que así sea, porque esta formación tengo. Se me ocurrió este poema como ejemplo, mientras así lo decía, y que en las “Aclaraciones para confundir” que cerraban mi segundo libro, además de esa unión entre Poesía y Derecho a la que ya me había referido había otra explicación en ella que provenía del Derecho, y que era la del título de un poema, “Trans Tiberim”, y que había sentido la necesidad, quizá precisamente por ello, de explicar allí, de aclarar allí, quizá para confundir. De hecho, la reflexión a la que ya me había referido surge como final de ésta. Puedo transcribirla ahora: “Además de a un concepto genérico y a un territorio, “trans tiberim” puede hacer referencia a una situación peculiar dentro del régimen de esclavitud regulado por el Derecho Romano, que como se sabe abundó en casos divertidos y curiosos. Ahora recuerdo, por ejemplo, que si un hombre libre se hacía pasar por esclavo con el objeto de cobrar el dinero de su propia venta y posteriormente reclamar su libertad, como castigo quedaba privado de ésta para siempre, y también ahora pienso que quizá habría que buscar en algo así el origen de aquel absurdo “me venderé mi persona” que según cuentan decía un familiar mío cuando estaba apurado. La situación peculiar, en fin, que se atribuye a la denominación “trans tiberim” yo la recordaba de modo confuso, y el manual que tuve que estudiar en su día ha conseguido confundirme aún más. Según he creído entender, un deudor podía llegar a ser vendido como esclavo para que los acreedores se resarcieran con el dinero obtenido por su venta, pero antes se pasaba unos días expuesto “trans tiberim”, por si alguien se compadecía de su poco envidiable destino y pagaba sus deudas. Quizá algún día algún ilustre romanista interesado también por la poesía pueda perfilarnos con claridad este concepto. Yo antes pensaba que la Poesía y el Derecho no tenían precisamente mucho que ver, pero de vez en cuando ahora creo que quizá no es tan así, ni que sea porque la poesía puede subsumirse en una categoría jurídica, ya que afortunadamente forma parte de las cosas que están fuera de comercio”. Así que en mis poemas hay títulos, nociones y elementos que provienen de mi formación jurídica, y la delatan, o simplemente la denotan. Hay quien se podría dedicar a rastrearlas. Lo dije, pero quizá no demasiado en serio o con cierto humor, ya que son detalles, son cuestiones, digamos, de cultura, que me definen como hombre de cultura que tiene esta formación, como podría haber otras –en mí, o en otro poeta- que denotaran otra procedencia, pero que de ningún modo me definen en tanto que poeta, que creador que hace poesía y ha escogido esta forma de hacer arte, y el uso que del lenguaje es propio de él. Que es muy particular, muy único. Y esto sí que es  una cuestión medular. Jakobson afirmaba precisamente que lo distintivo de la creación literaria es que desarrolla la función del lenguaje que sólo en ella se da, y que es la función poética, que tiene unas características e implica unas consecuencias. Así, los formalistas rusos hablan de la deformación creadora del escritor, y que se da precisamente en el empleo y desarrollo de esa función poética del lenguaje que en su escribir lleva a cabo, y que le puede hacer apartarse en él de la norma o lo que es correcto, o vulnerarlo. Y esto es propio de esta función del lenguaje, es una característica de ella. Podríamos extendernos al respecto, y dar ejemplos, pero quizá baste recordar la afirmación de Albert Camus sobre Balzac, quien en sus Carnets aseguraba que “Balzac escribe bien no a pesar de sus errores gramaticales, sino incluso por ellos”, y darnos a entender a través de ella que estos errores que podrían ser así calificados desde el punto de vista de lo normativo y la corrección de la lengua en la lengua de un escritor no son errores sino características, señales de su personalidad. Es algo que puede mostrar la lejanía y la distancia que tiene el uso del lenguaje que hace el escritor al crear y al escribir, al escribir creación literaria, y su extremo en esto es –lo sabemos- la poesía, del convencional y ortodoxo, ya que se aparta de la corrección y la lógica –y la lógica jurídica. Esta deformación creadora del escritor de la que hablan los formalistas y que en verdad se da es una característica que nos habla de la particular naturaleza que tiene el lenguaje en su uso por parte del poeta o del creador, y habría otras. En cuanto a la lógica por la que se me preguntaba, a la lógica, quizá, del pensar y el discurrir, habría también algo que decir de la particular aportación que hace la literatura al pensamiento, del carácter distintivo y diferente que constituye un pensamiento de escritor, y que se basa en el uso que hace también del lenguaje, y del lenguaje en el pensar, al y para pensar, y que es –como decía Camus- un pensar según las palabras y no según las ideas. Por esto era un artista y no un filósofo, nos decía. Habría escuelas de escribir, y que han tenido gran predicamento, que se apartarían de esta concepción, y tendrían un planteamiento más rígido y más acorde a la lógica, como es la escuela de pensamiento y escritura franceses. En el célebre Discurso del estilo de Buffon se asientan las bases del procedimiento de ésta, que tiene sus antecedentes y sus pautas prefijadas, y que ha dominado el escribir en esta lengua y constituido una escuela. Podemos ver cómo nos explica alguna de sus claves John A. Nairn en el prólogo a la edición en español de este discurso: “Los méritos de un buen estilo se enriquecen por la reflexión que debe preceder a la escritura. Cuántos autores no sabrán hallarle un gusto personal –quizá producto de la experiencia- al elocuente pasaje: “por la falta de plan, por no haber reflexionado suficientemente sobre su tema, un hombre agudo puede meterse en embrollos y no saber por dónde comenzar a escribir”. Buffon prescribe, pues, que la reflexión, el orden y la secuencia lógica de las ideas constituyen la preparación indispensable de la buena escritura.// En Francia esta verdad fue universalmente aceptada. La célebre claridad del estilo francés proviene precisamente de la costumbre, adoptada por los escritores, de disponer las ideas en un orden muy preciso y atribuir a cada una de ellas el valor que le corresponde”. Hasta aquí el fragmento de la explicación que he escogido del prologuista del Discurso de Buffon, que me hace pensar en un aforismo de Rivarol, “Las ideas mendigan su expresión”, que parece que encajaría bien o hasta respondería a esta concepción, y a otro que es casi una divisa de la misma y parece que no puede decirse sino con jactancia. “Lo que no es claro no es francés”, decía en él Rivarol, y esta claridad se conseguía y partía de esta manera de proceder. Pero no piensa así un escritor, no se da en él el pensamiento así, y por esto la plasmación del pensamiento que hace en su lenguaje el escritor constituye una aportación singular y particular a éste. Por el uso del lenguaje que en él hace. Al pensar. Porque piensa mientras escribe. Encontraríamos testimonios que así nos lo aseguran. Así nos dice Borges: “Sí, creo que Schopenhauer habló de escritores que escriben sin haber pensado, y él dijo que no, que convenía pensar primer y escribir después. Pero yo, en ese caso, me atrevo, con toda humildad, a disentir de Schopenhauer. Yo creo que conviene que ambos procesos, el de escribir y el de pensar, sean contemporáneos; es decir, que mientras uno escriba, uno piense”. Y habría quien, en este sentido, llevaría sus afirmaciones al extremo, como Antonio Gamoneda, quien nos dice: “Porque yo no sé las cosas hasta que las he escrito”. Éste es el pensar del escritor, un pensar que se da mientras escribe y a la vez que él, y es natural que así sea. Pero esto implica un uso distinto del lenguaje, en tanto que actividad y mecanismo, al que quiere el cartesianismo y racionalismo francés. Quizá, para la lógica jurídica, sería conveniente éste. Podemos pensar como adecuado un procedimiento así –pensar qué vamos a decir primero, apuntar las ideas, y después y tras esto escribir- para escribir textos jurídicos, una demanda o una sentencia, u otros ejemplos que podríamos dar de textos jurídicos, en que el lenguaje está en gran parte pautado y sigue, sí, una lógica. Pero no pensamos que escriba así un poeta su poesía, y no la escribe, o al menos no la escribo yo. No nos imaginamos a San Juan de la Cruz tomando notas para escribir después un poema, y después escribirlo a partir de ellas. Se escribe en un arrebato. No se escribe, no, así la poesía, o al menos no la escribo yo así. Lo que no quiere decir que el poeta no tenga de un modo misterioso una afilada conciencia de esto que escribe a tientas y en un rapto y de sus posibles sentidos, y así sabemos que San Juan de la Cruz escribía también pensamientos y anotaciones a sus poemas. Y es extraño, podemos pensar por lo que digo, pero a la vez no lo es. Porque se da y se tiene también esta conciencia, en el escribir a tientas.

Así me explicaba más o menos ese día –como lo hacía también cuando abordaba esta cuestión en mis clases de literatura en Derecho, e igualmente y de modo especial en las de literatura que he dado luego en la Facultad de Filosofía de la UNED, además de en la de Filología-, y uno de los notarios que me escuchaban se interesó por la cuestión e intervino. Me preguntó por ella, y ahondé por esto en la misma. Que sería larga, una historia larga que contar, y que además empieza muy atrás. Porque este uso particular que se hace del lenguaje en la creación y la poesía implica un particular y distinto tipo de conocimiento, y esto es entendido así desde Aristóteles, quien afirma que el conocimiento que proporciona la poesía es distinto y tiene un carácter más universal que el que puede dar la Historia o la Filosofía. Y es por esto. Por esta naturaleza particular que tiene el lenguaje en su indagación, en ese sondeo en lo oscuro –como decía Valente- que es siempre en su primer momento la creación, y no el partir de unas ideas claras y establecidas y que conocemos ya. En el artículo en que Valente empleaba esta expresión que he recordado, nos explicaba también de modo penetrante y más profundo esta cuestión. Decía sí al principio de “Avance por tanteo”: “En el momento de la creación poética lo único dado es la experiencia en su particular unicidad (objeto específico del poeta). El poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia, sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador y es, a mi modo de ver, el elemento en que consiste primariamente lo que llamamos creación poética. El instrumento a través del cual el conocimiento de un determinado material de experiencia se produce en el proceso de la creación es el poema mismo. Quiero decir que el poeta conoce la zona de realidad sobre la que el poema se erige al darle forma poética: el acto de su expresión es el acto de su conocimiento. Sólo en ese sentido me parece adquirir su auténtica dimensión de profundidad la afirmación de Goethe: “La suprema, la única operación del arte consiste en dar forma””. Éste es el primer párrafo de este iluminador ensayo de José Ángel Valente, en el que ahonda en esta cuestión de un modo preciso y revelador. Quiero transcribir el segundo párrafo, que se abre con la expresión que me ha hecho recordarlo: “Por eso todo momento creador es en principio un sondeo en lo oscuro. El material sobre el que el poeta se dispone a trabajar no está clarificado por el conocimiento previo que el poeta tenga de él, sino que espera precisamente esa clarificación. El único medio que el poeta tiene para sondear ese material informe es el lenguaje: una palabra, una frase, quizá un verso entero (ese verso que según se ha dicho nos regalan los dioses y que, a veces, debemos devolverles intacto). Ese es el precario comienzo. Nunca es otro”. Valente desgrana y explica esta indagación en este artículo, y al final del mismo insiste en su fondo, en qué consiste como acto de conocimiento además de como proceso, y como naturaleza, y así de nuevo dice: “El acto creador aparece así como el conocimiento a través del poema de un material de experiencia que en su compleja síntesis o en su particular unicidad no puede ser conocido de otra manera. De ahí que se pudiese formular con respecto a la poesía lo que cabría llamar ley de necesidad: hay una cara de la experiencia, como elemento dado, que no puede ser conocida más que poéticamente. Este conocimiento se produce a través del poema (o de las estructuras equivalentes en otros aspectos de la creación artística) y reside en él”. Hasta aquí las palabras iluminadoras de Valente, que he recordado al hilo de las mías, y en las que pensaba a continuación decir –como ha dicho Valente con las suyas- que  es por esto que la poesía o la creación que desarrolla la función poética del lenguaje da otro y distinto conocimiento. Lo dice en una entrevista Antonio Gamoneda: “Pero la existencia presencial del poema lleva consigo otra función ya antes aludida: la creación de conocimiento por vía de revelación. Es un conocimiento muy especial (aquí una obviedad necesaria): es un conocimiento poético. Es un conocimiento otro (esta expresión se ha convertido en un tópico, pero no deja por ello de ser una verdad importante). No es un conocimiento orientado a manifestarse en “claridades” coloquiales o informativas, es, antes que nada –ya está dicho- conocimiento de la propia realidad que el poema es; conocimiento de algo que no existe fuera de la poesía, aunque pueda arrastrar consigo referencias a otras realidades que sí existen fuera de la poesía pero que me parecen claramente secundarias”. Y a la naturaleza del lenguaje literario le corresponde y caracteriza otra característica que lo aleja también por completo de la lógica y el ordenancismo, y es que tiene un carácter plurisignificativo. Está en su misma naturaleza el tener diversos sentidos e interpretaciones posibles. Nos lo explica también muy bien Gamoneda: “Me gustaría aclarar que la polisemia poética no es exactamente la misma que se tiene en cuenta en la gramática. En la poesía existe, verdad es, una, quizá inagotable, movilidad de los significados, pero esto no ocurre, necesaria y puntualmente, en el vocabulario informativamente entendido. Yo pienso, discrepando de la opinión que entiende que la poesía que no usa del lenguaje “normal” da en hermética (vale decir “cerrada”), que lo que ocurre, en los casos que importan, es que la poesía y, en ella, la palabra, se producen indefinidamente abiertas, es decir, receptivas fuera de la legislación semántica convencional, capaces de dar cuerpo a otra imprevisible significación. Esto que, para el lenguaje convenido, no sería más que un estorbo, una carga de imprecisión, es, para la poesía, una facultad determinante de su riqueza, de su poder a la hora de la creación de conocimiento y de la generación de placer”. Así, con estas palabras de Gamoneda, recordadas de memoria, intentaba responder ese día a las preguntas de los notarios catalanes, y explicarles la diferencia en el uso del lenguaje que se da en la creación y sólo en ella se da así y lo caracteriza. Y pensé que éste era un punto muy significativo y que mostraba muy bien esta particularidad y esta diferencia, y que lo explicaba muy bien en estas palabras Gamoneda, y por esto las empleé. Y glosé y completé. Y así dije que esta posibilidad de diversas interpretaciones sería un estorbo o carga de imprecisión en otro tipo de texto que no fuera creación, sería un defecto ya, por ejemplo, en un artículo de opinión, pues así habría que considerar que no supiéramos tras haberlo leído cuál es esta opinión del autor del mismo (a no ser que esta confusión sea querida), pero que será no un defecto sino un desastre precisamente en el lenguaje jurídico. Sí. Porque esto, que es legítimo en el lenguaje literario, y connatural al mismo, sería un desastre en el lenguaje jurídico, un verdadero y absoluto desastre, por decirlo de una manera más coloquial y quizá aún más clara que la también muy clara y precisa con que lo dice Gamoneda. Y, en este uso particular que del lenguaje hace la creación literaria, está en él la vulneración de la corrección y la norma, y también la posibilidad de crear una realidad nueva y que escapa a la lógica, una verdad que es verdad, y muy profunda y muy honda, pero que sólo en la poesía es posible y de ningún modo permitiría la razón o el orden cartesiano y lógico, porque a veces, por ejemplo, es una fusión de contrarios. Que en el mundo de la lógica –y el de la lógica jurídica y su lenguaje se asienta en él- sería censurable por contradictorio, tenido por falso por lo mismo, o sencillamente imposible, y que en el terreno de la poesía se da y puede darse, y darse como una verdad, una verdad distinta y nueva y que sólo la poesía encuentra y hace posible. A veces he recordado un membrete de Oliverio Girondo que me agrada y pienso que podría firmar (“La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta”), y en consonancia con él están estos encuentros que se dan en la poesía y están fuera del orden lógico y vulneran el principio de no contradicción, que es principio filosófico y a la vez jurídico, ya que se utiliza en los juicios. Lo sabe muy bien un poeta formado en el Derecho, y que la poesía es otra tierra distinta y que estas verdades crea, y en las que son posibles, y de hecho lo dice mejor de cómo yo pueda decirlo un poema:

LA NOCHE ES SIEMPRE ALBA. EN LA VIDA,
que es o puede ser la dicha, también está el infierno.
Esto es del todo cierto. El principio de no contradicción,
que asegura que una cosa no puede ser a la vez
ella misma y su contrario, y que es eje
filosófico, se utiliza en los juicios y mi padre recordaba
que a su tío jesuita le  hicieron jurar en Roma
siempre defenderlo
no funciona en realidad, desde una perspectiva profunda del sentir
y de las cosas. La noche es alba
y vivir también infierno. También el amor
puede ser agua y la fiera
que en ella
se abreva. Así
vivimos, así palpita el tiempo
y somos en él su aliento. Cómo
pueda ser esto en verdad
es un misterio. Pero
como una herida es cierto,
y como ella viene a mis versos.

Santiagomontobio1Y, dentro de estas verdades que crea y encuentra la poesía, están algunos de mis títulos, como el del libo que presentábamos en el Colegio Notarial de Cataluña ese día y así lo indiqué, ya que Los soles por las noches esparcidos parece un oxímoron o una contradicción imposible, ya que no puede haber soles nocturnos, pero en la poesía los hay, y los poemas de este libro son estos soles, y con esta luz de noche están hechos. Hay otro título de otro de mis libros del que podría predicarse algo semejante, y sobre ello se ha preguntado una hispanista mexicana al reseñarlo, y es que en efecto en la reseña que publicó Marisol Serrano Pinto sobre Absurdos principios verdaderos empezaba por preguntarse si unos principios podían ser absurdos y a la vez podían ser verdaderos, y cómo podía esto ser. Pero en la poesía es. En la poesía hay principios que son absurdos y verdaderos, absurdos verdaderos, sin más, como hay soles de noche, soles por las noches esparcidos. Igual que a veces se me ha preguntado por esta unión de contrarios o realidad aparentemente contradictoria o imposible y desde luego misteriosa que son estos títulos –que es la vida y otra, otra vida fuera de la razón o lógica pero más verdadera y honda-, he tenido también en alguna ocasión que referirme a ellos, como ahora hago, y creo que en una de estas ocasiones referí que la explicación de esta realidad misteriosa que la poesía en su uso del lenguaje crea y encarnan estos títulos encuentran su razón también en un verso: “El poeta vive de contrarios”. Sí: el poeta vive de contrarios. Como lo dice este verso. Porque  a veces es un verso en el que está la explicación o razón o al menos la expresión del singular misterio que la poesía es. Y esta unión de contrarios que se da en dos de mis títulos, y que ejemplifican como en un emblema cómo en la tierra de la poesía y el modo como crea y en que emplea para ello la lengua estamos en otra tierra, y por esto no sólo no puede sorprenderme sino que me agrada especialmente el título que ha puesto Daniel Giotti a este libro en el que me honro en participar y para el que me pide una presentación y que es Inverso direito. Un título que entiendo en su múltiple sentido posible, desde el que me asomo a esa también múltiple verdad que crea y que puedo sentir como propio. Pero quizá Daniel no piensa que pueda sentirlo tan cercano, o incluso quizá que me sorprenda, y así me da una explicación del sentido que le da y que ve en él y que es por lo que lo ha puesto. Y esta explicación de su razón aún hace que me agrade más, pues la encuentro muy cierta y bella, y hace, sí, que el título sea desde entonces aún más redondo y pleno en mi corazón y mis adentros, como una nueva fruta de pronto allí abierta, y lo sienta un pleno acierto, un encuentro verdadero como sólo nos puede deparar la poesía, y por esto aún lo siento más vivo y más mío, como un latido. Un latido del que nace la poesía o el poema. Con el que empieza. Y que lo dice a veces, como un latido, un título. Me escribe esta explicación del título Daniel de esta manera en un correo: “No sé cómo es tu conocimiento del portugués, pero yo he elegido el título –“Inverso direito” sería algo así como “inverso derecho”, haciendo alusión tanto a una idea que allá hay Derecho entre los versos, así como la poesía puede cambiar la realidad como uno quiere también con el Derecho”.

El Derecho, y la justicia. La poesía y la justicia. La justicia en el poema. Recuerdo así que en alguno está, así y en primer lugar que –por ejemplo- en uno de los poemas decapitados de El anarquista de las bengalas, que reúne poemas escritos en 1987, sí, aparece y se nombra a la justicia, quizá como una ausencia, y con las consecuencias que podemos ver al leerlo. Dice “Detrás de las proclamas”:

Alguien dijo: “un poco de sol”, “no tanta sangre”,
e incluso también “justicia”. Alguien dijo eso,
y cuando dio media vuelta en la cama
la miseria copuló con la risa.

Parece que este breve poema decapitado no cree en las proclamas, porque lo que se ve o sabe detrás de ellas, que es donde sitúa el poema el título, es que no hay justicia, pues cuando alguien dice su nombre, “justicia”, se añade: “y cuando dio media vuelta en la cama/ la miseria copuló con la risa”. La miseria y la risa. Por la imposibilidad de realizar la justicia, que sea real y no un fantasma en este mundo: su ausencia o imposibilidad provocan esa cópula entre la miseria y la risa. Así lo dice este poema decapitado. Bajo este título común se unen varios poemas breves, y que tiene cada uno un título propio. Voy a poner los tres siguientes, ya que la segunda entrega en este libro de “Poemas decapitados” está constituida por cuatro:

AUTÉNTICO OFICIO
No digas que la tarde puede ser mecedora o asesina.
No digas adiós, muchacha, perro, esquina.
No digas nada, sólo no digas. Ahora y con virutas
nada más sepulta.

TIRO

Tras haber vivido siempre en condicional o puntos suspensivos
nuestro incomprensible amor es una deuda que tiene miedo
y trina frío: seguramente esta es la majadería
sobre la que resultaría más oportuno
pegarme un tiro.

INOFENSIVO APÉNDICE QUE TIENEN LA INDECENCIA DE OLVIDAR LA MAYORÍA DE ARTES POÉTICAS

Detrás de las palabras hay una música extraña,
¿no lo ves?, ahora te digo esto y jamás sabré
en cuánto de día y en cuánto de noche
es cierto.

Yo quiero ir en directa al poema final, y decir que ahora, en vez de detrás de las proclamas, nos situamos detrás de las palabras, y nos fijamos en que hay allí, detrás –como antes de las proclamas-, y decir alguna cosa sobre ello. Pero creo que no ha sido ocioso transcribir y que podamos leer también los dos anteriores. Porque en el auténtico oficio, porque es el de las palabras o aún más, como nos dice el poema final, el de la música extraña que hay detrás de las palabras, puede ser sepultar, nada más sepultar, y no decir nada, como en el poema a ello se nos conmina. Auténtico oficio puede ser silencio, y sepultar en su no decir, un oficio callado y hacia adentro y en el que puede cumplirse una vida, o sumergirse en él durante décadas –y este silencio es también la poesía, o una de las formas en que puede darse y necesitar para volver a fluir después, como por ejemplo probará y se encarnará así tal lo digo ahora en mi vida y no sabía al escribir este “Auténtico oficio”. Si es auténtico es también misterioso y extraño y puede darse así, callado y escondido, pero a la vez y siempre desde el amor, un amor que puede ser inseguro y caminar a tientas, como lo hace el poeta al crear poesía, y así “haber vivido siempre en condicional o puntos suspensivos”. Pero este amor ha de estar y ha de darse, aunque no sepamos muy bien cómo, como no sabemos –y es una vergüenza que la mayoría de artes poéticas tengan la indecencia de olvidar este apéndice, cosa que hacen quizá porque no lo juzgan inofensivo como lo califica el título del poema con ingenuidad o inocencia sino peligroso por subversivo, y subversivo por verdadero-, en esa música que hay detrás de las palabras y con la que se hace la poesía, en cuánto de día y de noche es cierto lo que decimos. Pero, como siempre, lo dice el poema, y lo dice de modo justo. Está escrito. Está dicho. Escribir es haber escrito o haber dicho, y también en este sentido es justo, y sentimos, tras haberlo escrito y a la vez en el impulso que nos lleva a escribirlo, que en ese escribir y ese decir hay una justicia. Es justo. Lo justo. Por ello y así dicho y escrito. Desde antes, no sabemos desde cuándo, quizá desde nunca, desde nunca y par siempre, tal decía un título de poesía de mi adolescencia.

En otro poema escrito a mis veinte años aparece también en su primer verso la justicia, y lo hace en su ausencia o negación, y en la orfandad que en ella deja al hombre, y además de así aparece ligada al poeta, pues justo tras decir que “No queda ya justicia” se dice que el poeta –precisamente el poeta- “lo sabe,/ lo sabe sabe”, de lo que cabe pensar que al poeta esa conciencia redoblada de la ausencia de justicia le afecta especialmente. ¿Qué hace el poeta en un mundo que sabe sin justicia, en el que ya no hay, porque no queda? Quizá, precisamente, ser poeta. Escribir poesía. Por la falta de justicia escribir poesía, y acaso en un afán de ella. Pero leamos el poema:

NO QUEDA YA JUSTICIA, PERO EL POETA LO SABE,

lo sabe sabe, igual que la vida se pierde así,
tras juegos olvidados, en cualquier parte,
o puede ser que acaso no recuerdes los pájaros
y huidas que abrían mundos
para que generosos sueños
de miradas los poblaran. Sí: no queda
ya justicia, pero al menos porque lo fingen
cuentos ha de haber aún planetas
en que las cenizas estén
en nunca o lejos. Pero sí. Pero no.
Pero a través de las caducas películas
con que nos escuece el rostro el tiempo
el poeta sólo sabe
que en el destierro es, o que no es nadie.

No queda ya justicia, y el poeta lo sabe, y por eso quizá es poeta, y la busca en las palabras. La busca y la emplea en ellas, quiero decir que podríamos pensar que hay un anhelo de justicia en esa búsqueda, y también en el mismo uso –aunque tan alejado del habitual- de las palabras con que la lleva a cabo. Son palabras a derechas, o del derecho, y por eso sí que acaso podemos pensar también por ello que no está tan lejos en la intención de quien se dedica al Derecho o lo escoge como estudio o profesión, en la motivación que le lleva a ello, de la que le puede llevar a dedicarse a las palabras (y un profesional de Derecho, de hecho -y como sabemos yo advertía a mis alumnos-, trabaja con palabras, su instrumento son las palabras), y a las palabras de la poesía. Puede verse o sentirse esa unión, y percibirse, y recordar esta doble formación o condición de profesional del Derecho y de las letras, o de la filología, ante los poemas que escribe la persona que la tiene. Así la recordó y en un paréntesis dentro de sus apreciaciones lo indicó con sutileza la poeta malagueña María Victoria Atencia en la carta que me escribió al recibir mi primer libro, Hospital de Inocentes, de cuya publicación se cumplen ahora 25 años, ya que se editó en enero de 1989. La carta está fechada en Málaga en marzo de ese año y en ella María Victoria Atencia dice así:

Mi estimado Santiago Montobbio:

Me leí de un tirón el “Hospital”, ese ejercicio de
desconciertos. De un tirón pero no sin esforzarme,
poco acostumbrada a este empeño del libro por omitir
todo auxilio, hasta que lo fui sintiendo y hacerme
a su unidad, al perfecto ajuste de su desgarramiento
de expresión y de materia. Esa coloquialidad con que
se abarca lo diario y que resulta estar tan próxima
al querido Arcipreste o a nuestro Lazarillo: “las co-
sas claras”. El amor por la palabra (esa Filología
Hispánica) y por la exactitud de su ajuste (ese Dere-
cho) se ponen de soliviantado manifiesto precisamen-
te por lo riguroso de la transgresión, y los poemas
resultan como el “fruto miserable” y espléndido de
quien en lo íntimo se esfuerza por desactivar una
bomba, a medias entre la tentación del abandono y la
de unir sus cables.

Desde esta mañana del marzo de Málaga te envío un
afectuoso saludo con la alegría de haber estado tan lar-
go rato entre tus páginas y tus intenciones.

Santiagomontobio3María Victoria, en ese paréntesis, y porque a veces grandes verdades, o matizaciones que constituyen una gran verdad o su extremo, se dicen entre paréntesis, ve una fuente en la exactitud del ajuste de las palabras que el poeta –yo- emplea en sus poemas que se revela o queda patente en su doble formación (esa Filología Hispánica, ese Derecho), una fuente que es, claro, un origen, un origen de justicia y de amor, y que además es una explicación de la misma, pues da razón de ella –del amor por la palabra (la Filología Hispánica) y la exactitud de su ajuste (el Derecho). Así lo quiso o supo ver María Victoria Atencia al leer los poemas de mi primer libro, y así puede sentirse que quien tiene esta inclinación o formación profesional en Derecho, además del amor por la palabra con que se crea, puede llevar a la justicia en su empleo, a querer realizarla con “la exactitud de su ajuste”, y querer cumplir su deseo y afán de justicia, que en principio ha de subyacer en su decisión de ser un profesional del Derecho, en su poesía.

He recordado en un punto de mi pensar en la Literatura y el Derecho, en el amor y la justicia –y la justeza- con que se da en la poesía la palabra, la carta que me escribió María Victoria Atencia por mi primer libro, por recordar la observación que había en ella a ese “amor por la palabra” y “por la exactitud de su ajuste”, como sé con exactitud al releerla, y cómo a cada una de estas virtudes, verdades o características que veía en mi poesía la relacionaba con una de mis formaciones (esa Filología Hispánica, ese Derecho, respectivamente), pero al releerla ahora entera veo que en su belleza hay al final una expresión que mi atención depara, y casi podría decir que mi sorpresa, ya que no la recordaba, o estaba allí, sabida pero en la memoria lejana, y ha sido un placer reencontrarla, porque hay en ella una definición o explicación o auscultación de esa tensión y violencia que al usar su lenguaje ella ve en mi poesía –y así habla María Victoria de “lo riguroso de la transgresión”, y también que por ello “los poemas resultan como el “fruto miserable” y espléndido de quien en lo íntimo se esfuerza por desactivar una bomba, a medias entre la tentación del abandono y la de unir sus cables”. Y esa tensión, esa tentación que no recordaba así explicada y ahora reencuentro es perfecta definición o explicación de cómo se da la poesía o puede darse, y veía la poeta de Málaga que en mí se daba, y al reencontrarla siento que tiene algo de premonitorio y algo de mágico, pues de este modo o muy semejante modo se habla de esta tensión de esta creación en otro poema de mis veinte años entonces ya escrito, cuando María Victoria me escribe esta carta, pero que ella no había leído, y que daría título a otro de mis libros: “El anarquista de las bengalas”. En este poema, el sujeto o imagen que lo protagoniza y le da título, y que podemos ver como una metáfora del artista, habla de bombas de relojería en las ciudades que siente en las espaldas: estas bombas siente este anarquista de las bengalas, o las coloca en las ciudades que allí, en las espaldas siente, ya que y más exactamente dice: “Sé lavarme el alma/ sobre papel y nada, colocar bombas de relojería/ en las ciudades que siento en las espaldas”. Lo recuerdo con asombro al leer la apreciación tan sabia y cierta de María Victoria Atencia, tan verdadera, y que me parece casi como una adivinación, o premonición, o iluminación (Las iluminaciones es el título de una reciente antología de su poesía), una conciencia que la afilada percepción le hizo saber y adivinar de lo que ya estaba en otro poema escrito pero que no había leído. Recuerdo este poema, y quiero traerlo a estas líneas:
Yo soy el anarquista de las bengalas,
el anarquista único, el que permanece y pasa:
he tenido nombres en los que dormían las frutas
de los corazones raros. A todas horas trabajo,
y en especial cuando la gente afirma
que no hago nada. Sé lavarme el alma
sobre papel y nada, colocar bombas de relojería
en las ciudades que siento en las espaldas,
buscarle y con olvido las cosquillas a un amor
que prefiguro con distancia y a través de todo eso
seguir estando en todas partes habiéndome
Porque yo soy
el anarquista de las bengalas. Cada vez
que enciendo una tu corazón
y mi corazón se apagan.

Santiagomontobio4Uno de los primeros poemas que escribí en la primavera de 2009, tras veinte años de silencio, empieza así: “La precisión, la exactitud, el rigor: todo/ eso quedó atrás”. Empieza nombrando o conjurando estas fuerzas o elementos, y a la vez diciendo que quedaron atrás. Aparte de la vacilación o inseguridad que puede haber en la conciencia de creación, en tanto que la conciencia de esta labor es una conciencia de tanteo, ya que en ella –como dice otro de mis poemas- la palabra hunde sus raíces en lo más profundo del misterio, esta afirmación triste y desolada que nos dice tras los dos puntos que todo eso quedó atrás puede tener una explicación más concreta y particular, y puede ser por ello pertinente recordar cuándo escribo ese poema que dice eso. Empiezo a escribir poemas en marzo de 2009, de hecho, hay una prosa previa que aún no se sabe si es poema escrita en febrero, y que luego sabremos que lo es, pues la poesía volverá a fluir impetuosa, pero tras unos primeros pasos, que son algunos poemas algún día durante un día de febrero y algún día de marzo de 2009, hasta que el día 12 de marzo escribo diez poemas y a partir de ese día muchos poemas cada día, en un continuum y fluir de agua o manar de fuente que no cesa durante un tiempo, y tras tanta sequía o sequedad –que dirían los místicos-, o tanto silencio, como más digo yo, y es a lo que en general me refiero, pues el silencio también es fuente y también es necesario y a la vez sostiene al mundo y a la poesía, de él se nutre y de él viene, en él hunde sus raíces y en él se sustenta, y en esta poesía escrita con pasión y de modo arrollador en su fluir puede así verse, ya que no hubiera sido posible sin ese largo silencio previo, él la hace posible y le da razón y causa, explicación, y que sea como es y se dé como se dé. Porque tiene ese silencio adentro y de él o después de él viene. Pero me alargo. Quería decir que esa afirmación de que todo eso –la precisión, la exactitud, el rigor- quedó atrás tiene en ese poema una explicación concreta, y que podemos entender –entender a qué se refiere con ella, con esta afirmación de abandono u olvido- si recordamos o sabemos el momento y las circunstancias en que se escribe. Está escrito en uno de estos primeros días en que escribo algunos, pocos poemas algún día (éste es el único del 1 de marzo), tras veinte años de no escribir, y yo no sé si voy a escribir más o sólo serán algunos poemas algún día, ni pienso en ello. Uno de los poemas escritos el día 12 de marzo, el que empieza “El poema es erosión y pérdida” y contiene tantas afirmaciones y elementos, está escrito en las páginas finales y en blanco del libro Pasos en la arena de Rémy de Gourmont y estos primeros pasos de esos días, esos pocos poemas algún día pueden verse como un inicial tanteo de una posible vuelta a la poesía, que aún no se sabe si se dará o será cierta, y son, sí, unos primeros pasos, unos pasos en la arena como los de ese título de Gourmont y que luego quizá el agua del mar borre y queden en nada, sólo pasos o huellas, pasos en la arena o en la nieve o en la niebla, pasos frágiles por primeros y de tanteo y que no se sabe si continuarán y llevarán a alguna parte o se quedarán solos y en ellos mismos, unos aislados y primeros pasos. Esa parte a la que han de llevar es la poesía, pero aún no saben si llevarán a ella, y por esto, cuando escribo este poema, sin duda me refiero a la poesía que escribí hacía veinte años y no a la que estaba por venir y no sabía si vendría, y es de ella de quien predico estas virtudes o valores –la precisión, la exactitud, el rigor- pero como hace veinte años que no los practico en su ejercicio, al escribir poesía, añado tras los dos puntos que “todo eso/ quedó atrás”, más exactamente así: “La precisión, la exactitud, el rigor: todo/ eso quedó atrás, bajo un llanto/ de sonrisas repetidas, en este continuo/ descenso del vivir como un tumulto/ confuso, apretado y sin sentido”. Porque la poesía es aún en esos momentos una cosa del pasado. Es una memoria. Es la poesía que escribí. Y de la que recuerdo y predico eso –la precisión, la exactitud, el rigor-, y eso es lo que percibe en mis poemas María Victoria Atencia al leer mi primer libro y con generosidad me lo dice en la carta que me escribe, y da una particular razón de ello en un paréntesis -y es que en un paréntesis (lo sabemos) puede estar la vida-, razón, quiero decir, de que escriba así, y escriba así poesía. Que la palabra de mi poesía sea así. Y por esto en este otro poema de mis veinte años que he recordado el poeta sabe que no queda justicia, pero es por esto precisamente que la busca, y la busca en poesía, en la poesía, y en las palabras con que la hace y que constituyen esa poesía, y por eso las emplea y entrelaza de ese modo, con “la exactitud de su ajuste”, como ve María Victoria Atencia al leerlas al editarse por primera vez en libro, o con “la precisión, la exactitud, el rigor” que recuerda el poeta veinte años después y tras no haber escrito todo ese tiempo y por eso además de recordarlas y de predicarlas como señal distintiva de esa poesía afirma que todo eso quedó atrás, como esa poesía de juventud “Tras tanto tiempo de silencio”, que es precisamente un título de un poema de esa poesía de entonces. El hombre busca la justicia que no hay en este mundo en la poesía, y es precisamente porque no queda en él por lo que se dedica a la poesía y la realiza de determinado modo. El hombre busca la justicia que no hay, y la busca en la poesía. Porque la poesía es búsqueda, como el hombre. Búsqueda de una justicia que no hay y que las palabras tantean. Porque el hombre es busca y afán de justicia y poesía. En ese hilo delicado y a la vez firme que se tiende entre mis poemas de juventud y los recientes, y que algún poema indica que así está, y así es, encontraríamos versos que son afirmaciones que de modo parecido a como lo estoy diciendo lo aseguran. “El hombre busca un alba en los caminos”, empieza un verso de 2009 en el que Luce López-Baralt ha querido ver un eco de Ramon Llull, y creo –aparte de la cuestión de si yo lo tuve presente o recordaba en ese momento, al escribirlo, que creo que no- que así puede verse. Que no lo recordara o supiera al escribirlo es un detalle, y por esto digo que es justo así verlo por quien más sabe y por esto sabe ver. “El hombre busca un alba en los caminos”, dice este verso, y leemos en  otros del mismo poema: “El hombre, pese a todo,/ busca alba. La necesidad del alba/ alienta en su respiro todo el día”. Y en otros poemas aparecen la mañana y la esperanza. En uno de ellos, según recuerdo –pero tendría que buscarlo- se asegura, y diciendo también “pese a todo”, que, pese a todo, el hombre tiende a la esperanza. Puedo transcribir unos versos que sí encuentro y tienen también este sentido: “Un paisaje es siempre una esperanza, o quizá/ mejor sea matizarlo, y decir que a veces puede serlo./ Alguna vez para la mirada del hombre el mundo/ se ha de extender como si fuera una mañana”. El alba, y la esperanza. Que encontramos o deseamos al final de la justicia, un alba o una mañana, y la esperanza con que se llena ese anhelo de justicia. Así que sí, en efecto: el hombre busca alba y es esperanza, y siente y tiene un afán de justicia que persigue en las palabras, y es por él y con él con el que escribe poesía. Por eso escribe poesía y se dedica a ella, y por esto la escribe así. Alba, esperanza. Y justicia. Y la justicia se contempla también en algún poema ligada a la poesía o ligada al arte, como ahora recuerdo y en afirmaciones que puedo o quizá sería oportuno comentar y antes que nada referir, ya que las recuerdo al hilo de lo que ahora escribo.

De un modo muy rotundo se constituye en una afirmación en este sentido el primer verso de un poema de esta poesía vuelta o reencontrada en el año 2009, y así dice “El arte es también un acto de justicia”, y de hecho todo el poema está constituido por una meditación sobre el arte en este sentido, una meditación sobre el arte que es una elevación, y una elevación el arte. Dice el poema:

EL ARTE ES TAMBIÉN UN ACTO DE JUSTICIA.

Porque el arte nos hace arte, nos hace libres,
unánimes e infinitos, en el sentido
de que en él nos ciframos y perdemos y también
no acabamos nunca. El arte dibuja
nuestro rostro más profundo y verdadero.
El modo que tiene de dibujarse a sí misma el alma
es también arte. El arte es una oración.
El arte nos libera y nos congrega, nos conjura,
trasciende en las palabras o su música nuestro espíritu
y estamos en él como más en verdad somos,
nos gustemos o no, en un retrato
que cogió nuestro gesto más espontáneo
y que quedó en él definitivo. En el arte
somos como en verdad somos, y es por ello
la única justicia que tiene aquí la vida.

He dicho a veces que escribir es un ejercicio radical de libertad, libertad que se hace con las palabras y, como vemos, desde el amor. Y que fatal se cumple. En este sentido creo y siento que pueden en el arte unirse libertad y amor y ser ambos una justicia. Así empieza este poema de 2009: “El arte es también un acto de justicia”, y termina: “En el arte/ somos como en verdad somos, y es por ello/ la única justicia que tiene aquí la vida”. Es un poema –lo sabemos- de los de mi vuelta a la escritura, pero enlaza con una convicción muy profunda, pues en un poema en prosa de 1989, de mi juventud y de antes de que dejara de escribir, podemos ver un principio que es en esencia y su pensamiento muy parecido y nos lo recordaría. Dice: “El arte es el lugar donde el hombre es libre, donde cada uno da –y sin querer- la más fiel medida de sí mismo”. Y es que, como dice otro de mis poemas de juventud, el poeta siempre es el mismo. Así lo anunciaba en un poema de mis veinte años, y en la unión de pensamiento y sentir que encontramos entre este poema de 1989 y otro escrito en 2009, veinte años después, podemos ver que en verdad era sí y así se ha cumplido. Y los poemas por veinte años distanciados lo dicen y revelan, lo atestiguan. La justicia es una libertad, y, sobre todo, la libertad es una justicia. Y hay una justicia en el arte y el amor, y lo son. Son una verdad, una libertad, una justicia. La raíz y la fuente que nos permiten ser nosotros mismos, como en verdad somos. Así lo siente este poeta, que es el mismo que el que empezó a escribir y escribía a los veinte años, como hemos visto.

Y esta justicia única que se da en la vida a través del arte es además un afán final, último por parte del hombre, y que está en su misma condición, lo define, quiero decir, en su naturaleza y su decir. El deseo de amar y de libertad y el anhelo de justicia, de que en su vida persiga la justicia y, a la vez, esta vida se realice en y con justicia, se cumpla en ella. Tienda a ella. La anhele, la espere. Es lo que tenemos, o lo que nos define. Lo que nos es propio. Estos afanes y estos anhelos, estas buscas, estas esperanzas. Porque somos hombres y por esto somos poetas (“Ser poeta es una pura forma de ser hombre” termina uno de los poemas de mi autoría incluidos en este libro), y por esto sentimos amor y nos mueve el amor y la luz entre lo oscuro, el alba y la esperanza, y la justicia de la que tenemos sed, como de libertad y amor. Y por esto lo dicen los poemas. Los poemas lo dicen como yo no podría decirlo no de mejor sino ni siquiera de otro modo, y es por esto que los escribimos. Escribimos los poemas para ser nosotros mismos, estar en su arte “como más en verdad somos”, tal dice este poema, y por esto los escribimos con justicia. En la justicia imposible que puede haber en la poesía o en el arte, “la única justicia que tiene aquí la vida”, como acaba el poema y es cierto y así lo creemos. Y por esto lo escribimos y escribimos poesía. Por un impulso de libertad y amor y un afán de justicia. Final afán, como es la final palabra del poema de Seferis de ese libro que leí en la adolescencia en catalán –Mithistòrima- y tanto amo: “Justicia”.

La justicia de la que no oyó hablar Pla en la Facultad de Derecho de su tiempo no era un afán que él no tuviera, y por esto señala esa omisión y esa ausencia con asombro y cierto escándalo. Porque lo que importa es la justicia. Y por esto lo dice Pla, dice, quiero decir, esta ausencia, y hace esta observación sobre ella. El afán de justicia, el deseo de escuchar de ella, de saberla, no era ajeno a Pla, y lo realizó o le impulsó toda la vida en la realización y consagración de ésta a las palabras. A las palabras de la literatura, en una prosa inmensa que consagró una lengua y dijo un tiempo y un país. No es ajeno al escribir el afán de justicia, ha de estar –en su raíz- en el afán de decir: decir justo, ser justo en su decir, y que el arte sea una justicia. Así se siente, como en mi poema. Así, también por esto y así se escribe. Por un afán de justicia. Y por esto se escribe literatura, se manejan las palabras con un uso especial, particular y único que de ellas se hace en la creación literaria, que a veces las retuerce y las vulnera en su corrección ortodoxa, pero es –siempre, si es creación- para hacerlas brillar más nuevas, dotadas de un nuevo sentido hasta ahora no sabido y encontrado. Como se encuentra en las palabras de estos títulos, los de mis libros que recuerdo y el de este libro para el que me han pedido escribir unas palabras de presentación y es un gusto hacerlo, aunque tampoco sepa mucho al aceptar la invitación qué voy a decir en ellas, ni adónde me van a llevar. Palabras del derecho y del revés, y palabras, también, en el envés. Así las palabras de la creación, el uso que la creación hace de las palabras, en un afán quizá de justicia, final y último, y que busca decir al hombre y cifrar en ellas su espíritu de un modo único, distinto y nuevo. Palabras justas, por ello, palabras rectas y derechas, pero también palabras del revés (y en el envés), que para alcanzar esta justicia y el nuevo sentido que se da en ellas y en sus encuentros, en sus hallazgos, han de retorcerse a veces, y encontrarse en esas vueltas y revueltas, en esos meandros y repechos de su fluir y su camino en que se hallan y se dan, en que se encuentran. Encuentros nuevos, tersos y brillantes, contradictorios e imposibles según la lógica, pero justos y derechos, posibles por ello gracias a ella, estas palabras del derecho y del revés que son las de la poesía y de la creación verdadera. Y en el envés, como señalo o añado. En el envés, o detrás, detrás de las proclamas en que no se encuentra justicia, como decía aquel primer poema decapitado –decapitación que puede entenderse una injusticia, o un horror, que comete una pretendida justicia, pero que podemos pensar también en otros términos, como son los de la creación, y pensar en darle otros sentidos-, pero al que por ventura cerraba otro, otro poema decapitado que hablaba de y se situaba detrás de las palabras, y decía que allí, detrás de las palabras, hay una música extraña, y que quizá y como la adolescencia –según dice otro poema decapitado- aún sostiene al mundo. La música del arte y de la poesía está detrás de las palabras, de las palabras convencionales o en su uso convencional, y es la de estas palabras a la vez del derecho y del revés con que se hace el arte. Con que se escribe poesía. Y se vive. Y se siente. Con un afán de justicia y un espíritu descubridor y de aventura, dispuesto a todo riesgo en ella, a todo peligro también , a la oscuridad en que hay que sumergirse cuando empieza y de la que hay que emerger y sacarlas, esa música extraña detrás de las palabras y que se hace con palabras verdaderas y justas, extrañas y a la vez sencillas y claras en tanto que únicas posibles, y así sabidas al hallarlas. Como con una luz entre los dedos. Así se escribe y se descubre al escribir, y lo he dicho, y vuelvo a decirlo. Otra vez: como con una luz entre los dedos. “Como temblor también me busco./ Como pálpito en lo oscuro”, que dicen otros de mis versos. Y en esa música extraña que está detrás, detrás de las palabras usuales, y hemos de encontrar, para escribir a su dictado poesía, y en su dictado escribirla con palabras del derecho y del revés. Así las palabras de la poesía. De la verdadera poesía. Libertad y justicia, creación, descubrimiento, hallazgo. Nuevo y no sabido o pensado hasta hace un momento imposible. Sí, como en otro título, y para el que estas palabras escribo: Inverso direito.

Y que me hace recordar otro título y que es el del primer libro de Camus y que se negó a reeditar durante mucho tiempo: El revés y el derecho. Sé que el prólogo que le añadió entonces tiene una especial importancia, que es uno de esos casos en que se piensa o considera que la tiene más que la obra, pero pese a ello no lo releo, ni a él –el prólogo- ni al libro. En esta importancia están, creo recordar, las consideraciones que sobre la creación hace al decidirse a reeditar esta obra primeriza que nunca había querido volver a publicar, y acompañarla de este prólogo decisivo y que lo es también por la misma perspectiva con que se mira, tras una ya larga y plena experiencia de creación, esta obra inicial, se mira y se acompaña al mirarla y considerarla como sólo esa experiencia y ese tiempo cumplido en ella le permite. Y hay, creo también recordar, verdades que son grandes iluminaciones, como sólo en una tesitura así y por parte de un escritor de esta intensidad y valor podía darse y ya sentí y me iluminaron así entonces, y por ello pienso que me gustaría volver a leerlo, para alumbrarme otra vez con ellas, y que me dieran luz, fuego, aliento, sombra o cobijo. Sí, me gustaría, y si encuentro el libro en mi biblioteca quizá lo haga. Pero ahora pienso en el título, simplemente, y que recuerdo por el que lleva el libro para el que esta presentación escribo –Inverso direito-, para ella y lo que al respecto de diversas cosas que se amparan y se encuentran bajo él, bajo su contradictorio y espléndido cobijo, por cierto y verdadero, y por lo que me sugiere él mismo en esa verdad que cifra. Pero me acuerdo de su título, El revés y el derecho, y pienso en lo que podríamos pensar a partir de él. En qué nos podría sugerir, y cómo podría hacerme pensar y sentir en fuerzas y oscuridades y verdades y los elementos con que se forman, como he venido haciendo, y es por esto, supongo, que me he acordado de él y lo encajo en estas palabras. Y podría, sí, escribir estas sugerencias o reverberaciones que desde este encuentro que es también este título, aunque el revés y el derecho estén en él unidos y separados por una correcta copulativa, al corazón y al pensar acudirían, porque es un título que para ello es una invitación y así siento que está puesto, una invitación sí, seguro, y también con cierto punto de rebeldía o agresión o vulneración del sentido usual de los conceptos y las cosas y de su corrección, como muestra, me parece, el que estén juntos en su enunciado estos dos elementos opuestos, aunque sea unidos con aparente inocencia y candor, de un modo diríase que inofensivo, por su unión y el que aparezcan juntos en el título son cuando menos, sí, una invitación a pensarlos unidos y darles vueltas, y quizá por esto también he recordado este título. Lo he recordado, y he pensado que podría pensar a partir de él, dejar a las palabras escribir a su respecto y según quisieran, las palabras también para ello del derecho y del revés. Pero no voy a hacerlo, y aquí lo dejo. Porque la memoria y el sentir tienen caminos impensados, y pese a que éste era el pensamiento o deseo inicial siento de pronto otro llamado, y es que de este título del primer libro de Camus la memoria me lleva al recuerdo de una frase de Camus en sus Carnets. Es ésta: “He elegido la creación para escapar al crimen. ¡Y me respetan! Hay un malentendido”. También aquí hay una justicia, un deseo de justicia, o de escapar a la justicia, pero a la vez de hacer justicia, escapando de ella, y de la única forma que le es dado al hombre hacer justicia en esta tierra, “la única justicia que tiene aquí la vida”, como decía del arte en mi poema. La justicia de sentir adentro la oscuridad y escucharla, y darle forma y cauce. Palabras, nombres. Rostros. Con las palabras del derecho y del revés. Con la poesía y la novela. Con el arte.

He dicho ahora novela, y he dicho bien. No se refiere a ella Camus en estas palabras, ya que habla en las mismas de creación. Y de la creación podemos referir esta reflexión que hace. Y así es. Pero yo enlazo en la memoria, cuando hablo de la creación de los personajes por parte del novelista, en clase, esta frase de Camus tras haberme referido a algunas reflexiones de Ernesto Sabato. Dice en un momento Sabato: “Algunos contemporáneos de Balzac nos dicen que era vulgar y vanidoso. Pero lo cierto es que es capaz de crear personajes de una grandeza que no condicen con ese Balzac real (¿o aparente?). Los personajes surgen del corazón del escritor, pero pueden superarlo en bondad, en sadismo, en generosidad, en avaricia.// Todos los personajes de una novela representan, de alguna manera, a su creador. Por todos, de alguna manera, lo traicionan.// Madame Bovary soy yo, qué duda cabe. Pero también soy Rodolphe, en mi incapacidad para soportar mucho tiempo el temperamento romántico de Emma. Y también soy M. Homais, pues ¿mi romanticismo extremo no me ha terminado por convertir en algo así como un ateo del amor?// A medida que esos personajes de novela van emanando del espíritu de su creador, se van convirtiendo, por otra parte, en seres independientes; y el creador observa con sorpresa sus actitudes, sus sentimientos, sus ideas. Actitudes, sentimientos e ideas que de pronto llegan a ser exactamente los contrarios de los que el escritor tiene o siente normalmente: si es un espíritu religioso verá, por ejemplo, que alguno de esos personajes es un feroz ateo; si es conocido por su bondad o por su generosidad, en algún otro de esos personajes advertirá de pronto los actos de maldad más extremos y las mezquindades más grandes. Y cosa todavía más singular: no sólo experimentará sorpresa sino, también, una especie de retorcida satisfacción”. Y en otro y en respuesta a la pregunta “¿Hay intención en estas ficciones? ¿Se escriben deliberadamente?”, contesta Sabato: “No, por lo mismo que nuestros sueños no se construyen por nuestra voluntad. El escritor está más bien condenado a sufrir esos sueños para la comunidad entera. Considere una obra como la de Dostoievsky: está plagada de incestos, crímenes y parricidios. Por cualquiera de ellos, de haberse cometido en la realidad, el autor iría a presidio. Sin embargo, el autor es glorificado, se le hacen estatuas. La sociedad mira esas obras con una paradójica fascinación y siente instintivamente que ayudan a la humanidad a sobrevivir, a no enloquecer”. Y ahí, como refiriendo de esta observación que nos puede resultar particular o extraña, o resultárselo a alguien empleo esta confesión desoladora y terrible de Camus: “He elegido la creación para escapar al crimen. ¡Y me respetan! Hay un malentendido”. Pero que escapa a este aspecto concreto de la creación de personajes a que se refiere Sabato, aunque también nos habla, en el fondo, de la creación, usa los personajes o sucesos o peripecias de algún gran escritor para ilustrarlo nada más, como cauces en que esta creación se da. Pero esta creación que se elige para escapar al crimen, con esta intención terrible y que por esto es paradójico –y aquí el enlazar también con la observación de Sabato- que por ella se nos respete, se elige así y sólo podría elegirse a ella porque sólo ella, la creación y la poesía, el arte, nos permite descender a la oscuridad de dentro de nosotros mismos, y a la luz que hay en esta oscuridad y que como hombres podemos a través de la creación en ella encontrar y así decirla, con luz oscura, con luz de noche, o luz negra, como recuerdo que la nombra otro de mis poemas. Sólo la creación nos permite escapar al crimen y por eso la elegimos, y esto nos permite porque nos permite bracear entre lo oscuro (creo que otra vez son versos míos, pero, claro, soy yo quien escribo), descender a lo hondo de nosotros mismos, que a veces es fuego y sombra y a veces es infierno, y a veces pozo hondo, noche negra, la noche oscura del alma que en el alma está y que es también él alma, y que ella, el alma, explora y dice, ausculta, y para ello sólo puedes hacerlo con palabras del derecho y del revés, y es por esto, para realizar la vida en su hondura y su peligro, en su riesgo, en su aventura, que son maneras de decir en su verdad, es para lo que se ha elegido o se nos ha impuesto este camino o este destino, el de cantar y hacer arte, y hacerlo desde la hondura, desde lo oscuro, con la luz que aun en lo oscuro tenemos y vemos. Porque somos hombres y podemos hacer arte. Y por esto escapamos al crimen. También –pienso ahora- elegimos la creación por esto mismo, para escapar al crimen, porque no queremos condenarnos sino salvarnos. Porque tenemos una afán de justicia, afán y sed de justicia, que es también de libertad y amor, y con libertad y amor es como se crea, se crea arte, que es a la vez, hecho con ellos, y de ellos nacido, a su pulso, a su compás, la única justicia que tiene aquí la vida. El arte. La única justicia. Arte, creación, que puede ser en la música extraña que hay detrás de las palabras, como ya lo sabían y decían los poemas de mis veinte años, así puede darse, en las palabras que hay detrás de las palabras, en las palabras que son una música extraña y que son las palabras de la verdad y del amor, las palabras del arte y la justicia, y por esto sólo pueden ser palabras del derecho y del revés y sólo pueden así darse. Y encontrarse. Como en un título. Inverso direito, exactamente, y las palabras que sobre las palabras del derecho y del revés para él escribo y aquí terminan, porque han de terminar en algún punto, aunque tenga que hacer cierto esfuerzo para ello, y casi imponérmelo. Porque este deseo de justicia del que se nutren estas palabras del derecho y del revés no termina, como no termina el arte en su misterio ni puede abdicar de su condición el hombre. Condición que es su misterio, y es buscarlo. Me enredo en este final, ya lo veo. Quería ser tajante, o al menos conciso, y sentía que iba a tener casi algo de abrupto, pero a raíz de lo que digo y me ha llevado a decir me hace pensar en otro poema y pensar también que en sus encadenamientos y desvíos las palabras tienen razón, porque es un poema sobre la poesía y que de esto que digo habla y es por esto que lo recuerdo y será por ello mejor final que el que hace un momento pensaba, porque de la poesía sólo puede hablarse en un poema, y porque un poema se hace con palabras del derecho y del revés. Éste es el poema que ahora recuerdo y quiero poner como final de esta presentación de Inverso direito:

LA POESÍA INUNDA LOS PASILLOS, LAS AULAS,

las calles, las alcobas. La poesía
es tan libre como un pájaro
y no se resiste a dejar de ser misterio.
La poesía nos puebla, nos inunda, nos penetra.
Pertenecemos a la poesía. La tierra es poesía.
Pero está también la noche, y el miedo,
y las fauces del tiempo y el olvido.
También la poesía es su signo.
Si abandono la poesía, del hombre abdico.
Aun en el silencio en ella vivo.

Comparte en:

Barcelona, España, 1966.
Licenciado en Derecho y Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de la UNED, de ESADE, de la Facultad de Filosofía de Cataluña de la Universidad Ramon Llull y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su primer libro fue Hospital de Inocentes (1989). Ha publicado también Ética confirmada (1990), Tierras (1996), Los versos del fantasma (2003), El anarquista de las bengalas (2005), finalista del premio Quijote 2006, que concedía la Asociación Colegial de Escritores de España al mejor libro publicado en el año mediante votación de sus socios, y Absurdos principios verdaderos (2011). Es autor de una tetralogía formada por los libros: La poesía es un fondo de agua marina (2011), Los soles por las noches esparcidos (2013), Hasta el final camina el canto (2015) y Sobre el cielo imposible (2016)-, y a ésta se han sumado con posterioridad los libros La lucidez del alba desvelada (2017), La antigua luz de la poesía (2017), Poesía en Roma (2018). La hispanista brasileña Ester Abreu Vieira de Oliveira ha publicado un libro dedicado a su obra poética, con un estudio de la misma y también una antología de su poesía en edición bilingüe castellano-portugués: A arte poetica de Santiago Montobbio (Analisi e traduçao) (Editorial Opçao, Brasil, 2017). Nicaragua por dentro (2019) es su último libro de poemas.