Literatura y música
29 noviembre, 2016
Mario Zaldivar
– La música y la literatura tienen factores en común, el más evidente es la chispa creadora de sus oficiantes, un elemento que a menudo se equipara a un don divino; esto a veces disimula la disciplina y el trabajo que conllevan ambas especialidades; incluso se puede llegar hasta invisibilizar el talento. Aquí, cabe aquella frase de Nietzche: «Yo quiero es la moral del héroe» y para músicos y literatos se puede trastocar hacia: «Yo hago», pues para los creadores la voluntad suele ser tan importante como el ingenio. Obtener una canción perdurable a partir de la trama de un libro es asombrar al lector y al oyente, cosa harto difícil para cualquier artista; bautizar un libro con el nombre de una canción o uno de sus versos, es un tributo a un compañero de viaje y a su público. En este artículo presentamos algunas experiencias felices que fusionan el trabajo de escritores y músicos, a través de los caminos misteriosos del arte, reverenciando el talento de cada quien, sin obviar la disciplina del trabajo. Andrés Segovia lo resumió así: «en la escala de Job, los ángeles suben peldaño a peldaño a pesar de tener alas».
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¿Alguien ya habló de Litúsica? Literatura y música, un campo neutro donde ficciones y melodías comparten elementos. Algunas novelas han dado origen a canciones de éxito y no pocas piezas musicales han prestado sus versos para dar nombre a obras literarias. Por ejemplo, la escritora mexicana Ángeles Mastretta tomó el título de uno de los pocos tangos que compuso Agustín Lara, para identificar la novela que la presentó a los lectores del continente: “Arráncame la vida” o Sealtiel Alatriste, quien bautizó su novela con el nombre del viejo bolero, “Quinto patio”, de Luis Arcaráz. A la inversa, la novela “Cien años de soledad”, de García Márquez, dio origen a la famosa cumbia, “Los cien años de Macondo”, del grupo “Los ocho de Colombia” en la voz de Gustavo Quintero.
Pero la Litúsica va más allá. En uno de los tantos viajes que hiciera el cantante y compositor puertorriqueño Daniel Santos a Medellín, Colombia, solicitó un taxi que lo llevara del hotel al sitio donde le correspondía hacer su actuación. De camino, el taxista identificó al ilustre pasajero y preguntó:
-¿Usted es Daniel Santos?
-Sí señor.
-¿Sabe que aquí en Colombia tenemos a un escritor muy famoso llamado Gabriel García Márquez?
-Claro, lo conozco, es mi amigo.
-Pues dice el Gabo, como lo conocemos aquí, que cuando usted se muera, él va a escribir su biografía.
-Pues dígale al hijo de puta del Gabo que primero se va a morir él.
Este es uno de los tantos enlaces misteriosos que existen entre la música y la literatura y viceversa, un tanto relacionado con la declaración que dio García Márquez, ya con el Premio Nobel en el bolsillo: “Yo admiré tanto al cantante cubano Bienvenido Granda, conocido como El bigote que canta, que me he dejado crecer el bigote a su estilo y aquí en México, en una época me llamaban El bigote que escribe”. Es un hecho que García Márquez es el Premio Nobel de literatura que más ha escrito sobre la música popular latinoamericana, con énfasis en la del Caribe.
Como si fuera una saga del cantante cubano, Sergio Ramírez narra lo siguiente en su novela “Margarita, está linda la mar”, página 41:
“-¡Ningún mariscal, señores, ningún niño tampoco! ¡Frente a ustedes está Rubén Darío! – dijo un muchacho moreno de bigote frondoso y labios gruesos, que había depositado a sus pies una valijita de cartón comprimido, de chapas herrumbradas.
-¡Bienvenido Granda en persona, el bigote que canta! – le dijo la marchanta Catalina Baldelomar, mirándolo de pies a cabeza – ¿Anda también por aquí la orquesta de La Sonora Matancera, Bienvenido?”
Guillermo Cabrera Infante tiene más páginas musicales que García Márquez, pero no tuvo el Premio Nobel; sí el Premio Cervantes que lo acerca en alguna medida. Al inicio de los años noventa, Cabrera Infante escribió un libro de cuentos llamado, “Delito por bailar el chachachá”, nombre heredado del enorme éxito bailable de la orquesta Aragón, desde luego en ritmo de chachachá. Sin embargo, el cubano fue más lejos con la cantante Freddy, personaje de su libro, “Ella cantaba boleros”. Fredesvinda García Valdés, Freddy, fue una mulata descomunal, que cantaba descalza porque no había zapatos a su medida, empleada doméstica, quien en sus horas libres cantaba en algún bar habanero; llegó a ser famosa, grabó un LP y falleció en Puerto Rico. Todo lo que Cabrera Infante escribió sobre música quedó en un libro de 400 páginas titulado, “Mi música extremada”.
Leonardo Padura, escritor cubano recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, ya había publicado un libro sobre los personajes de la salsa. En su novelística policíaca retoma un viejo tango de los hermanos Virgilio y Homero Expósito, “Vete de mí”, para entresacar un verso de esta melodía y dar título a su novela: “La neblina del ayer”. En todas las novelas de Padura existen referencias a canciones y cantantes de diversos géneros y nacionalidades, como una constante de la literatura cubana.
La novela de costumbres cubanas, “Cecilia Valdés”, 1839, de Cirilo Villaverde, dio origen a la zarzuela homónima, del músico Gonzalo Roig, aunque el compositor Ernesto Lecuona también se inspiró en esa novela para componer su zarzuela, “María la O”. La escritora Mayra Montero publicó una novela llamada, “Como un mensajero tuyo”, basada en las presentaciones del tenor Enrico Caruso en la ciudad de La Habana, allá por 1920, actuaciones llenas de peripecias, como el estallido de una bomba en escena y los ataques de pánico escénico de Caruso, sustituido por el tenor costarricense, Melico Salazar.
El novelista argentino Osvaldo Soriano cultivó el tango en sus novelas de desgarramiento urbano, en los momentos más críticos de la historia reciente de su país. Dos de sus novelas llevan nombre de letra de tango: “No habrá más penas ni olvido”, de la melodía de Gardel y Lepera, “Mi Buenos Aires querido” y otra novela de corte existencial, “Una sombra ya pronto serás”, proveniente de un verso del tango “Caminito”. Soriano volvió a los personajes de la música argentina en tres libros de ensayo.
El libro de Miguel de Cervantes, “Don Quijote de La Mancha”, originó el espectáculo musical de Broadway, 1965, conocido como “El hombre de La Mancha”, cuyo tema, “El sueño imposible” destacó en la voz de Matt Monroe. El músico dominicano – venezolano Billo Frómeta creó la marcha “Don Quijote”, grabada por la famosa orquesta Billo´s Caracas Boys y Joan Manuel Serrat musicalizó el poema de León Felipe, “Vencidos”, donde se cuenta la derrota del caballero andante y su triste regreso a casa.
La novela de Mark Twain “Las aventuras de Huckleberry Finn” inspiró al músico Henry Mancini para componer el tema “Moon river”, de enorme éxito en la voz de Frank Sinatra. La célebre novela del inglés Graham Green propició una de las piezas instrumentales más destacadas del siglo pasado: “El tercer hombre”, autoría del vienés Anton Karas. La novela, “Zorba, el griego”, publicada en 1946 por el escritor Nikos Kazantzakis es menos conocida que su tema musical, compuesto por Mikis Theodorakis. La novela “La colmena” del español Camilo José Cela no solo fue llevada al cine, también tuvo una canción con letra provocativa, como es en esencia la novela, compuesta por el argentino Alberto Cortéz.
Ya sabemos que Serrat le puso música, con diverso éxito, a los poemas de Antonio Machado, Miguel Hernández, León Felipe y Mario Benedetti, entre otros, pero Jorge Luis Borges lo hizo al revés: elaboró tiradas de versos para que Astor Piazzolla y Jairo las interpretaran como tangos y milongas. Los versos de José Martí han sido cantados en varios idiomas al son de la Guantanamera, al punto de que el gran público las asocia como una sola, cuando vienen de distintos autores. Como si fuera poco, el premio de novela Alfaguara 2015 recayó en la obra de la chilena Carla Guelfenbein, “Contigo en la distancia”, nombre de uno de los boleros emblemáticos del filin cubano, autoría de César Portillo de la Luz.
Costa Rica tiene dos casos interesantes. La cantante Chavela Vargas tituló sus memorias, “Y si quieren saber de mi pasado”, verso de la ranchera “Un mundo raro”, del mexicano José Alfredo Jiménez. El segundo caso es de antología. El maestro Otto Vargas hizo una canción inspirada en la exitosa novela del escritor nacional José León Sánchez, “La isla de los hombres solos”. Fue contratada por el periodista José Luis “el Rápido” Ortiz, en ese momento director de Radio Monumental, para la versión radial de la novela. Cuando la pieza se grabó en los estudios de INDICA, José León Sánchez estaba presente y felicitó a Otto Vargas por haber condensado con tanta fidelidad el contenido de la novela, en una melodía que tan solo dura tres minutos. Otto Vargas me confesó que nunca leyó la novela.
Si tuviésemos que nombrar al santo patrono de la Litúsica sería el escritor cubano Alejo Carpentier, novelista y musicólogo, quien escribió su novela “El acoso” con estructura de sonata. Además, escudriñó el origen de la música en “Los pasos perdidos”. Otros títulos de sus novelas apelan a la música: “El arpa y la sombra”, “Concierto barroco” y “La consagración de la primavera”. Carpentier es el autor del libro, “La música en Cuba”, texto iniciático de todos los investigadores de la música del Caribe y de alguna forma, es el novelista más barroco en el manejo del lenguaje, pero el más simplista en el trato con la música.
En fin, si un día de estos, usted va a dar una charla sobre los vasos comunicantes que existen entre la literatura y la música, tenga a mano todos los discos posibles y un solo libro: “Cien años de boleros” de Jaime Rico Salazar.