Carlos Ferrer

El último soldado de Baudelaire

23 mayo, 2017

Carlos Ferrer

– Con los bártulos obtenidos de una aguda e inteligente lectura, Carlos Ferrer se introduce en la exégesis de las novelas Cursos de francés y Un hombre futuro, del escritor ecuatoriano Ernesto Carrión, a partir de ello conjetura y testimonia en este ensayo crítico, los avatares de sus protagonistas. Ferrer puntualiza, de manera más que acertada, en lo mismo que asevera ese otro escritor ecuatoriano Carlos Vázconez, cuando dice que a “Carrión debe leérsele como se lee a Raymond Carver con una laboriosidad de espíritu y nervio”.


Ernesto Carrión

El escritor ecuatoriano Ernesto Carrión ha orillado su obra poética para centrarse en la narrativa y ya acumula varios galardones literarios, dos de los cuales el lector puede leer en recientes ediciones en Ecuador y en España.

La CCE Núcleo de Loja ha publicado una de las dos obras, la novela Cursos de francés, que ha obtenido el último Premio Miguel Riofrío. Carrión ha afirmado que “escribo para perderme, pero sólo me encuentro escribiendo”, frase que parece estar hecha para ser pronunciada durante la sobremesa a modo de pose literaria de salón, pero lo que nos dice es que Carrión narra la vida en la que se encuentra, lo que su desobediencia constructiva le dicta, lo que su terapia vital le hace escribir. “Trato de hacer que los libros tengan su propia voluntad, su propio espíritu, que la historia adquiera su propia forma, no parecerme a nadie, no escribir con cuadrícula, escribir historias llenas de personajes y esos personajes solo pueden ser reales, porque eso de que una persona se inventa un personaje o lo sueña no existe” ha manifestado Ernesto Carrión, porque él escribe desde un yo literario, desde la autoficción carente de testimonio, una voz más habitual en la poesía.

portada-Cursos-de-francesEn la novela Cursos de francés, un escritor de éxito en lo profesional, pero desafortunado en el amor y atormentado por una pérdida reciente, agravada por su inestabilidad interior y por su adicción a la bebida cual Charles Bukowski confeso, cual Raymond Chandler en su apogeo, decide viajar a Cannes para aprender francés y escribir un nuevo poemario, para perderse dentro de sí mismo, para ahogar en alcohol una realidad que le acucia por no encajar con sus deseos, para sacudirse la incertidumbre que le atosiga, para dejar su vida en suspenso, para no ser devorado por su pasado. Mediante una prosa ágil con las descripciones justas, Carrión se convierte en un anudador de palabras que juega en serio con ellas y teje una trama, que dista de ser como un árbol centenario de frondosas copas y de ramas copadas de hojas, por medio de la que desliza la ficción.

En su deambular por Cannes, por ese centro educativo invadido por la mediocridad norteamericana (la literatura no puede renunciar a ser crítica, a interpretar el mundo que nos rodea enfrentándose a él, si no se quiere convertir en literatura doméstica), el protagonista sostiene que “la personalidad es una ficción que nada tiene que ver con la memoria”. Estamos ante una narrativa de conciencia de la pérdida.

Al inicio de la novela, el protagonista apunta los libros que lleva consigo en lo que es un ejercicio de crítica, como toda selección, pero también una descripción de su espíritu, como igualmente describen su estado de ánimo los versos de Yukio Mishima reproducidos. Entre estos libros están los versos de su admirado Leopoldo María Panero, nicotizado escritor español cafeinómano que vivió muchos años en un psiquiátrico isleño, El oficio de vivir de Cesare Pavese, Santuario de Faulkner, volúmenes de Cioran, Marqués de Sade, Henry Miller, Paul Valery, Pessoa, Genet, Apollinaire…

Con Ben, una “ausencia genuina” con vacuos deseos de cineasta y maneras de alcohólico, y Renata, una mexicana adinerada de pasado turbulento, el protagonista desperdicia el transcurrir inexorable de los días. Pero, ¿qué les une a estos personajes para perderse entre botellas y derrochar horas y brindis al sol? “Era por miedo que los tres habíamos realizado este viaje incoherente a una ciudad extraña, sin ningún interés en aprender el idioma. Los tres habíamos perdido algo en nuestros países. Y los tres buscábamos desaparecer en una franja de tierra, llena de hombres de cine, lejos de nuestros cielos” leemos en la novela.

Carrión, perdido en la luz y de imaginación paseante, hace en Cursos de francés que el protagonista boxee “contra un fantasma”, su propio fantasma, porque su ebriedad provoca que su identidad sea “una ficción que asoma cuando yo me he ido”. Él, que quiere ser el último soldado de Baudelaire y lo único que logra es comerse literalmente sus propias palabras, vive en un “constante desorden de sí mismo”. Un desorden que solo parece arreglarse a la conclusión de la obra, cuando el destino le da una segunda oportunidad de redención, quedándose el final abierto con un hilo de inestable esperanza. En vez de limitarnos a ver la cáscara de la realidad, ojalá seamos capaces de leer el mensaje que Cursos de francés alberga en su encrespado interior.

un-hombre-futuroLa segunda obra editada, Un hombre futuro, es la premiada con una mención de honor en el I Premio La Linares de novela breve de la ecuatoriana Corporación Eugenio Espejo, publicada en España por la editorial Amagord para engorde de la nutrida bibliografía del laureado autor guayaquileño.  Igual que García Márquez mató al coronel Aureliano Buendía al inicio de su obra, Ernesto Carrión muestra el cadáver del padre del protagonista E. (un trasunto del autor) en las páginas previas al primero de los cuatro capítulos de Un hombre futuro.

Esta citada prolepsis es el preámbulo de la historia de E., que comienza con un internamiento, en 1995, en una clínica de La Habana denominada El Solario “por problemas depresivos y episodios maníacos”. El protagonista tiene 17 años y contempla La Habana como “un poema de sangre impreso en un metro de mármol”. Durante su estancia en la capital cubana, E. no solo lee y escribe, instalado “en un largo diálogo consigo mismo”, sino que entabla amistad con Virginia, la doctora, una especie de consejera, y con la lúbrica Jamila Pérez, una “mujer candente”. El segundo capítulo cambia de escenario, de Cuba a Ecuador, y se centra en el deseado encuentro entre padre e hijo hasta el desenlace final, que ya conocemos.

En esta obra, Carrión revisa su relación con su padre, asesinado en 2014, por medio del protagonista E., quien también la revisa desde la memoria al tiempo que descubre su identidad en contraposición a la de su padre. Todo ello en el marco de la Cuba castrista, con Roldós, Alfaro Vive Carajo (AVC), Nahím Isaías, los hermanos Restrepo y “el monstruo de los Andes” como telón de fondo, años difíciles para un Ecuador convulsionado sociopolíticamente, y es que Guillo es un comunista afín a AVC, que vivió el viaje a la revolución con el peaje del desencanto. “Reconozco que lo que me impulsa a realizar este recuento es la figura de Guillo al final del laberinto de palabras y momentos congelados como escombros a la velocidad de la luz” asevera el protagonista.

El. pasa de ser un muchacho “melancólico y cursi”, que flirtea con el alcohol, polizonte literario que lee a Neruda, Lorca, Alberti y Manrique y quién sabe si los asimila, a leer a Camus, Marcusse, Hegel, Cardenal, Asturias y Gallegos Lara, a intentar labrarse un camino, a sentir empatía con los revolucionarios de AVC. Su padre hace las veces de compañero de juergas, consejero sentimental y confidente de estética guevarista: “La imagen de Guillo recorriendo cantinas montado en una generosa carcajada con una botella en la mano y una mujer al costado, sin mirar hacia atrás, es la visión más exacta de él que guardo”.

Las mejores páginas son las relativas al secuestro de Nahím Isaías, a la desaparición de las espadas de Alfaro y Montero y siguientes, momento a partir del que la novela remonta el vuelo literario y le depara al lector nuevas sorpresas argumentales. Tras leer esta obra, uno se da cuenta de que ese hombre futuro que era al inicio ha perdido todo lo que le ligaba a su pasado y que solo el futuro hace que valga la pena levantarse cada mañana, no por América ni por su mujer, sino por ese hombre futuro que E. pudo ser y no es y ya no será, nunca.

El personaje novelístico de Carrión siempre busca algo, o a sí mismo o al padre, atosigado por mujeres que afligen una disipada conciencia, ahogada en tinta y trago. Dice el ecuatoriano Carlos Vásconez que este es “un libro para leer como se lee a Carver, con una laboriosidad de espíritu y nervio”, un libro sobre la búsqueda (atenazada por el dolorido sentir del tiempo transcurrido y perdido) de un pasado inasible, de un yo desconocido. “Mi padre era un fantasma lleno de luz al que necesitaba darle un cuerpo futuro”. Solo la muerte tiene la respuesta.

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