Alegoría del proceso literario nicaragüense en un poema de Leonel Rugama
21 marzo, 2018
«Miedosos apuñando lápices y cuadernos» fue escrito por Leonel Rugama en 1969 y entregado junto con otros textos a Pablo Antonio Cuadra para su publicación en La Prensa Literaria.
«[E]n el proceso literario nacional —
pleito de niños nuevos por llegar a niños viejos—
siempre ha sido más conveniente amarrar
malos versos a ese rótulo que nos encierra
entre un lago y un volcán».
Omar Elvir y Manuel Membreño (2015)
«Miedosos apuñando lápices y cuadernos» fue escrito por Leonel Rugama en 1969 y entregado junto con otros textos a Pablo Antonio Cuadra para su publicación en La Prensa Literaria. «[L]e recuerdo que tengo un libro de poemas en remojo en sus fólders», le escribe a este en una carta fechada en julio de ese mismo año, en referencia a las carpetas en que Cuadra archivaba los inéditos que numerosos poetas le confiaban para ser publicados en su periódico. Continúa Rugama: «Entre otros, se encuentran: “Miedosos apuñando lápices y cuadernos” […]; “Para que se den cuenta” […]; “Para la misma muchacha” […]; “Rampas y rampas y rampas”» (Cabestrero, 1989). Esta pieza, que el esteliano consideraba entre las primeras a la hora de confeccionar lo que habría sido su primer libro, es despachada en la biografía aquí citada como uno de «los poemas de su infancia». Otros, sin embargo, como Elvir y Membreño (2015), logran ver en ella una alegoría del proceso literario nicaragüense, ese «pleito de niños nuevos por llegar a niños viejos».
El poema es una lectura de los mecanismos de transmisión de la cosa literaria en un medio tan conservador como el nicaragüense. Es, en la superficie, un texto anecdótico que narra el paso de la niñez a la adultez y la preservación de los valores heredados: en primera persona, el hablante lírico inicia su discurrir en el momento de ingresar a la escuela, como uno de los «niños nuevos» en su primer día de clases, admirado («con la boca abierta») del comportamiento incivil de los «niños viejos», que peleaban entre sí y molestaban a los otros niños, además de «correr por todas partes», hasta que su rebeldía es aplacada por el maestro, quien aparece en escena «repartiendo coscorrones» y hace que los grandes ejecuten los rituales de la nación (izar la bandera, cantar el himno), mientras los chicos se quedan callados (porque «sólo sabíamos persignarnos»); el maestro los instruye en historia patria, y «a la salida» hay riñas entre niños viejos y nuevos, pero «ningún pleito terminaba / porque pasaban señores / que en vez de ver el pleito / separaban a los niños». Luego, a los años, el hablante lírico se vuelve niño viejo y reproduce al pie de la letra el comportamiento aprendido. Y cierra, resignado: «Todos amábamos a la maestra / pero la maestra se casó con un señor».
Rugama usa como epígrafe unos versos de «Los testigos oculares», de Carlos Martínez Rivas, que alertan sobre su naturaleza alegórica. Para referirse al terreno blanco de una salina, Martínez Rivas habla de «la nieve nieve nieve», que, aclara, no es aquello que cubre la tierra, «sino la desnudez / de la Tierra» misma. En esta pieza el paisaje es un elemento alegórico que, entre otras cosas, sostiene un discurso cuestionador de las identidades nacionales desde la perspectiva del artista y su permanente debate: intervenir o no intervenir en su realidad (otros versos, no incluidos en el epígrafe, lo refuerzan: «Se ve lo que no se toca»; «patria que se te negara»; «… lo mirábamos una vez y otra / […] como para que se nos olvidara…»; «… así nos íbamos, nos fuimos: / con mucha tierra y poco mundo»; etcétera [Martínez Rivas, 2007, pp. 225-230]). El cuestionamiento identitario de Martínez Rivas enlazaría plenamente con el sentido aquí propuesto para el texto de Rugama.
Esta hermenéutica es respaldada por un pasaje del propio texto rugamiano donde se dice que los niños grandes «… se agachaban a la paja / con la cara llena de sudor / a beber cansadamente / ponían la mano bajo el chorro». Esta última palabra es aquí la clave, al ser parte del inventario léxico de Rubén Darío. «Un día estaba yo triste, muy tristemente / viendo cómo caía el agua de una fuente; / […] el crepúsculo en su suave amatista, / diluía la lágrima de un misterioso artista. / Y ese artista era yo, […] / que mezclaba mi alma al chorro de la fuente», dice el modernista en «Triste, muy tristemente…», poema no incluido en ninguno de sus libros editados en vida y que forma parte de su Lira póstuma (1919, pág. 15), volumen XXI —y penúltimo— de sus obras completas que la madrileña editorial Mundo Latino se apresuró a publicar desde mediados de 1917. Después de otro verso, Rugama insiste en el intertexto, que logra pasar desapercibido: «Los niños viejos corrieron y abrieron el chorro de la paja».
Para la fecha de composición de «Miedosos…», Rugama se encontraba ya en la clandestinidad como miembro de la guerrilla del FSLN; había abandonado a sus padres en Estelí, y ocasionalmente mantenía relaciones sociales en Managua, entre otros, con los círculos intelectuales y literarios. Previo a cumplir 20 años, el antiguo aspirante al sacerdocio católico tenía ya una vida literaria activa; antes de desaparecer del ojo público, visitaba con cierta asiduidad, por ejemplo, a Pablo Antonio Cuadra en las oficinas de La Prensa (Cabestrero, 1989), siendo este ya un ideólogo y poeta consumado de gran influencia. Es dable asumir, entonces, que Rugama conocía perfectamente el poema de Darío: era este uno de los treinta que Cuadra y Eduardo Zepeda Henríquez habían añadido en 1967 a la selección hecha entre 1914 y 1917 por el propio autor, al editar el volumen conmemorativo que se publicaría en el marco de los fastos organizados por el Gobierno de Nicaragua en ocasión del centenario dariano (Cuadra, 2001, pág. XII). El ahora Héroe Nacional (Gobierno de Nicaragua, 2016) pasaba a ser, pues, parte del inventario simbólico del poder que para la fecha de redacción de «Miedosos…» ya ostentaba en su totalidad Anastasio Somoza Debayle, elegido presidente justo en 1967, quince días después de clausurarse en Casa Presidencial, el 21 de enero, la Semana Dariana, pastel de lujo que tuvo su cereza en la masacre del día siguiente en Managua (Blandón Guevara, 2011, págs. 18-19).
Mezclada el alma del «misterioso artista» con «el chorro de la fuente», resulta, entonces, que, al beber los niños viejos de ese otro chorro, el «de la paja», se les trasmite discursivamente la condición artística, o una aspiración a ella. La alegoría planteada por Rugama se resuelve más o menos con la siguiente sustitución de términos: los niños son los poetas o escritores que emergen en el panorama (nuevo y viejo es, a secas, una marca de temporalidad que halla sustancia en las fechas de nacimiento o de primera publicación de los noveles: las llamadas generaciones); los maestros, los autores consagrados que, además de enseñar los rudimentos del oficio, tienen por tarea indoctrinar en la simbología patria a los recién llegados; los señores son los personeros del poder, sus colaboradores, o el poder tal cual (un maestro es, por definición, también un señor); y la maestra vendría a ser la nación, que da sentido al locus (la escuela, que es el territorio) y a la que todos quieren poseer: los aspirantes al poder, escritores y poetas que sostienen a la tradición guiados por los maestros y señores, ansían conocer los secretos de su nación, «verle las piernas […] / el calzón y hasta los pelos», aunque al final «… la maestra se casó con un señor».
Referencias
Blandón Guevara, E. (2011). Discursos transversales. La recepción de Rubén Darío en Nicaragua. Managua: Banco Central de Nicaragua.
Cabestrero, T. (1989). Leonel Rugama. El delito de tomar la vida en serio. Managua: Nueva Nicaragua.
Cuadra, P. A. (2001). Palabras preliminares. En R. Darío, Darío por Darío. Antología poética seleccionada por el autor con adiciones póstumas (págs. XI-XII). Managua: Fundación Uno.
Darío, R. (1919). Lira póstuma. Madrid: Mundo Latino.
Elvir, O., y Membreño, M. (eds.). (2015). Miedosos apuñando lápices y cuadernos. Muestra de narrativa nicaragüense. Managua: La Chancha.
Gobierno de Nicaragua. (31 de marzo de 2016). Ley que declara a Rubén Darío Héroe Nacional. La Gaceta(59), págs. 2419-2420. Obtenido de lagaceta.gob.ni
Martínez Rivas, C. (2007). Poesía Reunida. (P. Centeno-Gómez, ed.) Managua: anamá.
Rugama, L. (1983). La tierra es un satélite de la luna. Managua: Nueva Nicaragua.
Managua, Nicaragua, 1987.
Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua). Es autor del libro Antropología del poema (Leteo, 2012). Su trabajo aparece en las antologías Flores de la trinchera: Muestra de la nueva narrativa nicaragüense (Soma, 2012), Apresurada cicatriz: Instantáneas de poesía centroamericana (Literal, 2013), De ahí nomás: Poesía actual de Centroamérica y del Caribe (Vox/Germinal, 2013), Voces de América Latina [Fictio] III (Mediaisla, 2017) y 4M3R1C4 2.0: Novísima poesía latinoamericana (Liliputienses, 2017). En la actualidad estudia la maestría en Enseñanza y Aprendizaje en ADA University, Azerbayán.