Eva Gasteazoro

Tres versiones de lo amoroso: Un amor divino y dos profanos

31 julio, 2020

Eva Gasteazoro

– El objetivo principal de esta tríada es, como lo indica su título, presentar tres versiones poéticas con el tema de lo amoroso: un amor divino y dos profanos. El ensayo propone hacer un análisis de tres obras breves, representativas de cada uno de los autores escogidos, con el objeto de establecer la relación existente —en cuanto a tema y forma—, entre la voz fundacional del Siglo de Oro español (que comienza a mediados del siglo XVI y se extiende hasta el período barroco del s. XVII), y las otras dos voces modernas, ambas del siglo XX.


Pon tu boca en la mía,
pero déjame libre la lengua para que te hable de amor.
Poesía popular de las mujeres pastún de Afganistán

Oh furor el agua se desprende de tus labios
César Moro

Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero
que muero porque no muero
San Juan de la Cruz

– El objetivo principal de esta tríada es, como lo indica su título, presentar tres versiones poéticas con el tema de lo amoroso: un amor divino y dos profanos. El ensayo propone hacer un análisis de tres obras breves, representativas de cada uno de los autores escogidos, con el objeto de establecer la relación existente —en cuanto a tema y forma—, entre la voz fundacional del Siglo de Oro español (que comienza a mediados del siglo XVI y se extiende hasta el período barroco del s. XVII), y las otras dos voces modernas, ambas del siglo XX.

Propone asimismo, analizar: de qué manera se plantean las dos versiones posteriores en diálogo con la voz fundacional de la época mística cristiana; de qué manera se recrea o no la estética fundacional; y qué ocurre con el uso del lenguaje y la forma conceptual poética. A su vez, se propone exponer en qué forma estas dos versiones modernas afirman la vigencia de la voz fundacional; y de qué manera el contexto histórico afecta la estética de cada una de las tres.

Para ilustrar la versión del amor divino, se ha escogido como autora fundacional a Santa Teresa de Ávila, conocida también como Santa Teresa de Jesús, nacida Teresa de Cepeda y Ahumada en España, en 1515. Santa Teresa muere en 1582. Su obra íntegra, tanto la lírica como la obra didáctica en prosa poética, se realiza durante un periodo tardío renacentista y parte del barroco español.

Es la época de mayor fecundidad y gloria en las artes y letras españolas: Miguel de Cervantes escribe lo que se considera la primera novela en la historia, Don Quijote, la cual alcanza el mayor nivel de universalidad de su tiempo. Surge la novela picaresca, El lazarillo de Tormes, de Mateo Alemán; y en poesía, Boscán y Garcilaso de la Vega adaptan la lírica italiana al castellano; la adoptan: introducen el soneto, el estrofismo y el verso endecasílabo, que serán las formas más usadas en la poesía del Siglo de Oro.

Como dice Octavio Paz, [es una época] “abundante hasta el despilfarro […] delirio alegre o reconcentrado en San Juan de la Cruz […] delirio lúcido en Cervantes, Velázquez, Calderón; laberinto de conceptos en Quevedo, selva de estalactitas en Góngora”. “De pronto —continúa Paz—, como si se tratase del espectáculo de un ilusionista […] se despuebla. No hay nada y menos que nada”. A partir del s. XVIII, España no produce nada o casi nada de importancia en las letras; o al menos nada que se pudiera comparar a un Pope o a un Baudelaire. Y sí surge Bécquer y Rosalía de Castro, pero ninguno tiene el fulgor o una similar importancia.

De manera inesperada y sin verlos venir, a fines del s. XIX, aparecen los llamados por la crítica literaria hispana, “afrancesados o descastados”. Contradictoriamente, el idioma revive de forma extraordinaria. Aparecen los primeros brotes y tendencias del modernismo. Rubén Darío se vuelve seminal en “un movimiento cuya base y meta fundamental era el movimiento mismo,” según nos dice Paz. Este movimiento continúa a través de los años abriéndose al cambio; continúa en la búsqueda y se mantiene, haciendo del español, un idioma flexible. “Darío no opone lo universal a lo cosmopolita; al contrario, el arte nuevo es universal porque es cosmopolita”, sigue diciendo Paz. Con esa flexibilidad y a la vez, siendo punta de lanza, sin caer en el vulgarismo, da comienzo a las dos tendencias vanguardistas de la poesía contemporánea: el amor por la imagen insólita y la prosa poética.

Volviendo a nuestro tema, los dos exponentes del amor profano que conforman la tríada son: César Moro, seudónimo de Alfredo Quíspez Asín, poeta y artista plástico peruano que nace en Lima en 1903, y muere en México, en 1956. Moro se va de Lima a París siendo muy joven y participa activamente en la publicación de Surrealism au Service de la Révolution. Su participación con André Breton y su actitud vanguardista, tanto en las artes plásticas como en la literatura, lo convierten en uno de los voceros más importantes del surrealismo en Hispanoamérica. Regresa a Lima en 1933, y en 1937 se radica en México donde desarrolla la parte más importante de su obra literaria, a pesar de que mucha de su obra fue escrita en francés.

El tercer componente de la tríada es la “historiadora-poeta y novelista”, como se definía a sí misma la escritora belga-francesa, Marguerite Yourcenar, seudónimo de Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine Cleenewerck de Crayencour, obviamente una aristócrata. Casualmente, igual que Moro, nace en 1903. Yourcenar fue la primera mujer elegida como miembro de la Academia Francesa de las letras en 1980. Entre sus publicaciones —traducidas a muchas lenguas— hay novelas, ensayos, poemas, así como también, tres volúmenes de memorias. Yourcenar, quien se traslada de Francia a vivir a EE.UU. Se integra a la academia en ese país; dicta conferencias en universidades de la Ciudad de Nueva York, entre otras; y muere en Maine, en 1987.

Antes de pasar al análisis comparativo de las obras seleccionadas para esta tríada, cabe mencionar que los tres textos en cuestión están escritos en prosa poética, ya sea en el caso del fragmento de Santa Teresa, poema en prosa de su diario íntimo, como en el caso de Moro, de género epistolar; y en el de Yourcenar, fragmentos, especie de aforismos, también de un diario íntimo.

Santa Teresa de Ávila relata uno de sus éxtasis:

Quiso el señor que viese aquí algunas veces esta visión: vía un
ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal; lo que
o suelo ver sino por maravilla (…) En esta visión quiso el
Señor le viese ansí: no era grande, sino pequeño, hermoso
mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy
subido que parece todos se abrasan (…) Veíale en las manos un
dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco
de fuego.  Éste me parecía meter por el corazón algunas veces,
y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las
llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de
Dios. Era grande el dolor que hacía dar aquellos quejidos, y tan
excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no
hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que
Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar
el cuerpo en algo, y aun harto.

[Este fragmento pertenece al capítulo XXIX del Libro de la vida de Santa Teresa.]

Según el biógrafo francés, Pierre Boudot, “en todas las páginas del libro de su vida se ven las huellas de una pasión viva […] su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso […] abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir.”

Se trata de un poema en prosa, donde el lenguaje mismo es pasión, es deseo, es dolor, es muerte; y por ese medio extraordinario: imágenes y palabras polivalentes logran transmitir la intensidad de la visión y vulnerabilidad de la poeta: el amor místico que la lleva a expresar el goce del cuerpo y del espíritu a la vez, el dolor y la muerte de ese espíritu y cuerpo; y a desear la muerte por no estar siempre en ese trance suspendido de la realidad. Es real e irreal, es espiritual y es del cuerpo a la vez. Es ambiguo de principio a fin: es visión, pero sabemos que hay un ángel que reconocemos por cualquier maravilla renacentista —de carne y hueso: en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla—; además, con imágenes intensamente eróticas.

El rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subido, que parece todos se abrasan…

Desde el inicio las palabras en el poema nos dan la imagen de fuego, de ardor. Sin embargo, cinco veces utiliza el verbo parecer, reafirmando la visión, como si quisiera convencernos, y así, persiste la ambigüedad con imágenes tan ardientes y palpables como el dardo de oro largo con fuego en la punta que introducía una y muchas veces en el corazón:

y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las
llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande

Es deseo carnal, tangible, innegable de visión, trance, que la deja sin saber, que la deja deseando más.

De la misma forma lo expresa San Juan de la Cruz.

Yo no supe dónde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí:
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

 (fragmento, coplas de S.J. de la Cruz)

San Juan omite aquí las imágenes concretas, carnales que usa Santa Teresa. Sin embargo, nos deja con la misma turbación al no decírnoslo: no diré lo que sentí. Santa Teresa y San Juan están considerados como dos de los más altos exponentes del misticismo del Siglo de Oro español, cuando se da la mayor parte de la obra lírica-religiosa en España. En toda Europa es una época de acercamiento al espiritualismo provocado por los movimientos políticos de la Reforma protestante y la Contra-Reforma católica.

Sin embargo, el punto que nos interesa comentar ahora es el uso explícito de un lenguaje sensual y erótico para manifestar el amor a Dios, al hombre Cristo, que a la vez es dios de dioses, al que se considera el esposo, el amado por sobre todas lo terreno y, se ama usando un lenguaje poético figurativo de manera terrena. Y no hay vida sin él, sin ese amor y sin ese éxtasis de amor que también es muerte.

Por medio de la comunión con ese ser amado, la poeta mística llega al dolor físico como sensación “divina”, amorosa, y aún a la herida, a la llaga, al cauterio, a la “llama de amor viva” de la que habla San Juan. Experimenta el éxtasis religioso a los mismos niveles sensoriales —de gusto, vista, oído, olfato, tacto—, al mismo trance de placer que podríamos experimentar con el deseo carnal y amoroso junto a otro ser humano, un éxtasis que reconocemos como orgasmo erótico.

Era grande el dolor que hacía dar aquellos quejidos, y tan
excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no
hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que
Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar
el cuerpo en algo, y aun harto.

La yuxtaposición del grandísimo dolor que la hacía dar aquellos quejidos con la excesiva suavidad del dolor es tan extraordinaria que nos hace dar un salto, un extrañamiento, y nos remite a cualquier época de amor y pasión, ya no solamente a la mística.

Nos lleva de nuevo a la dualidad de su sentir con No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo en algo, y aun harto. Más que el lenguaje mismo, lo importante es la manera de articularlo, independientemente de métrica o rima. Lo más esencial es el concepto y el ritmo del todo, y la manera propia de articularlo.

Como dijo la poeta peruana Mariela Dreyffus, en una reciente presentación que llamó Santa Teresa, el alma que es el cuerpo, “se trata de una experiencia extrema en la que la voluptuosidad del placer produce espasmos físicos tan violentos y súbitos que por un instante conducen a un estado de no-ser, a una suerte de muerte momentánea, de petite morte o pequeña muerte, donde colindan, en un borroso vértice, el impulso erótico y el impulso tanático. La pasión al cumplirse provoca una agitación tan intensa que el goce, en vez de ser sólo placentero termina, por el exceso que lo contiene, revirtiendo en su opuesto; se vuelve, también, sufrimiento.”

Ahora veamos el segundo exponente de la tríada que ocurre en pleno siglo XX; cuando ya el modernismo había sido una escuela poética que había abierto puertas al cambio. Como nos dice nuevamente Paz: “la vanguardia de 1921 y las tentativas de la poesía contemporánea están íntimamente ligadas a ese gran comienzo”. La dicción, los acentos y maneras de los innovadores hispanoamericanos persistieron, así como también, la influencia de mucho tiempo atrás: una forma conceptual de la poesía mística y barroca, con sus imágenes. Existe un endiosar tanto el amor como el objeto del amor, extendiéndose en la vanguardia a lo mítico, a lo cósmico, a las civilizaciones universales fundamentales, no solamente occidentales, y además, mucho más antiguas que la cristiana.


Carta de César Moro a su amante Antonio
18 de junio de 1939

Te quiero con tu gran crueldad, porque apareces en medio de mi sueño y me levantas y como un dios, como un auténtico dios, como el único y verdadero, con la injusticia de los dioses, todo negro dios nocturno, todo de obsidiana con tu cabeza de diamante, como un potro salvaje, con tus manos salvajes y tus pies de oro que sostienen tu cuerpo negro, me arrastras y me arrojas al mar de las torturas y de las suposiciones.     

Nada existe fuera de ti, sólo el silencio y el espacio. Pero tú eres el espacio y la noche, el aire y el agua que bebo, el silencioso veneno y el volcán en cuyo abismo caí hace tiempo, hace siglos, desde antes de nacer, para que de los cabellos me arrastres hasta mi muerte. Inútilmente me debato, inútilmente pregunto. Los dioses son mudos; como un muro que se aleja, así respondes a mis preguntas, a la sed quemante de mi vida.

¿Para qué resistir a tu poder? Para qué luchar con tu fuerza de rayo, contra tus brazos de torrente; si así ha de ser, si eres el punto, el polo que imanta mi vida.

Tu historia es la historia del hombre. El gran drama en que mi existencia es el zarzal ardiendo, el objeto de tu venganza cósmica, de tu rencor de acero. Todo sexo y todo fuego, así eres. Todo hielo y todo sombra, así eres: hermoso demonio de la noche, tigre implacable de testículos de estrella, gran tigre negro de semen inagotable de nubes inundando el mundo.

Guárdame junto a ti, cerca de tu ombligo en que principia el aire; cerca de tus axilas donde se acaba el aire. Cerca de tus pies y cerca de tus manos. Guárdame junto a ti.

Seré tu sombra y el agua de tu sed, con ojos; en tu sueño seré aquel punto luminoso que se agranda y lo convierte todo en lumbre; en tu lecho al dormir oirás como un murmullo y un calor a tus pies se anudará e irá subiendo y lentamente se apoderará de tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo y al extender tu mano sentirás un cuerpo extraño, helado: seré yo. Me llevas en tu sangre y en tu aliento, nada podrá borrarme. Es inútil tu fuerza para ahuyentarme, tu rabia es menos fuerte que mi amor; ya tú y yo unidos para siempre, a pesar tuyo, vamos juntos. En el placer que tomas lejos de mí hay un sollozo y tu nombre. Frente a tus ojos el fuego inextinguible.

El lenguaje, la pluralidad de imágenes y el ritmo nos llena de la pasión misma. He aquí una carta, poema en prosa, que expresa un incendio amoroso, un abandono desgarrador, en este caso, viril y fuerte, con brío de potro salvaje. Predominan los aspectos visuales como si fuera un montaje pictórico que le da dinamismo, ritmo. Nos hace pensar en el Cantar de los Cantares, nos lleva al mundo de los sueños, al amor envenenado y a la vez venerado.

Vemos en Moro las metáforas vanguardistas, utilizando términos alejados, una metáfora dentro de la otra continuamente, haciendo una cadena interminable de tropos. Engrandece, eleva a Antonio más allá de lo humano o lo animal. Convierte el objeto del amor en un dios, un dios pagano, oscuro, todo negro y de obsidiana, cruel, injusto, pero verdadero, epítetos magnánimos: enumeración entre caótica y onírica.

Como lo hace Santa Teresa, las imágenes oximorónicas nos sorprenden, pero conocemos esas contradicciones; son ambigüedades del amor mismo, obsesivo y suave pero delirante y abrasador. Otra vez se juntan el dolor y el deseo, ahora por el abandono y la muerte, por la ausencia.

Y nuevamente el ritmo y la sucesión de imágenes sinestésicas nos arrastran a sentir una pasión desmedida, que abarca con una visión terrena todo el cosmos. No hay aquí un éxtasis como en Santa Teresa, sino una comparación de su amor tan grande como el universo entero, donde hay una fusión eterna después de la muerte, al convertirse en aliento y sangre de Antonio. El dios de dioses, el cosmos, el universo entero:

Nada existe fuera de ti, sólo el silencio y el espacio. Pero tú eres el espacio y la noche, el aire y el agua que bebo, el silencioso veneno, o sea, la muerte, o sea, la vida. Y el volcán —fuego—, en cuyo abismo caí hace siglos […] Para qué luchar con tu fuerza de rayo, tus brazos de torrente; metáforas maravillosas que le dan la resonancia poética: venganza cósmica, rencor de acero, sexo, fuego, hielo, sombra, todos sustantivos y calificativos, un prodigioso repertorio de ritmos, formas, imágenes, colores, y sensaciones que nos envuelven.

Dentro del género epistolar, lo anterior nos remite a dos campos, el estético porque se vuelve un poema con despilfarro de imágenes y conceptos, y el epistolar por ser un medio por el cual se le comunica algo específico a una persona: un vaticinio. En el caso de esta carta de Moro a Antonio, hacemos eco a una unión de la especie, a una fusión que se disuelve a través del cosmos y la muerte misma en aliento. Se hace vigente el concepto místico y se renueva un lenguaje autóctono de culturas mestizas y de antigüedad mítica indígena. A su vez, esa intensidad del lenguaje que expresa sentimientos desgarradores, imágenes de amor y odio, de injusticia y veneración, nos dejan llenos de pasión y sorpresa.

Cabe mencionar aquí que la evolución del sentido del género epistolar puede ser ubicada en sus orígenes dentro de la cultura judeo cristiana con las epístolas de San Juan, y luego en la cultura clásica occidental con Homero, Heródoto y Aristóteles; y de la misma forma, a través de toda la historia literaria. Es un género en el que se puede transmitir todo tipo de mensajes; es expresión de una vivencia, es intimidad, es confidencia, es autobiografía, es historia. En especial, la carta amorosa que logra este nivel de expresión, merece ser considerada dentro del género de poema en prosa.

Sea el género que sea que el escritor utilice, lo esencial es que lo que escriba, vaya más allá del lenguaje mismo, a expresar lo que no se puede escribir; a hacer presente lo que está ausente, inclusive el silencio. Como decía André Breton, “se nos llama poetas porque, ante todo, acometemos contra el lenguaje que constituye la mayor convención”.

Serie de aforismos del diario íntimo de Marguerite Yourcenar, fragmentos – Fuegos, título original: Feux

Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazón.

 Esta noche, borracha de dolor, me dejo caer en la cama con los gestos de una ahogada que se abandona: cedo al sueño como a la asfixia. Las corrientes de recuerdos persisten a través del embrutecimiento nocturno, me arrastran a una especie de lago Asfaltita. No hay manera de hundirse en esta agua saturada de sales, amarga como la secreción de los pájaros. Floto como la momia en su asfalto, como la aprensión de un despertar que será, todo lo más un sobrevivir. El flujo y reflujo del sueño me hacen dar vuelta, a pesar mío, en esta playa de batista. A cada momento mis rodillas tropiezan con tu recuerdo. El frío me despierta, como si me hubiera acostado con un muerto.

Hace seis días, hace seis meses, hizo seis años, hará seis siglos… ¡Ah!, Morir para detener el Tiempo.

Según la misma autora, “al ser producto de una crisis pasional, Fuegos, se presenta como una colección de poemas de amor o, si se prefiere, como una serie de prosas líricas, unidas entre sí por una cierta noción del amor. La obra, por tanto, no necesita de ningún comentario, ya que el amor total se impone a su víctima.” El tema del amor como sabemos es uno de los más difíciles de expresar, también es uno de los temas más trillados. En el caso de Yourcenar, ella lo llama el “punto de partida del canto”.

Hay, indiscutiblemente, una forma de confesión natural pero necesaria, en la que cada palabra, como en el caso de Santa Teresa y de Moro, está cargada del máximo sentido pasional, no personal, y revela sus valores escondidos por medio de conceptos e imágenes. No podemos negar, a pesar de ello, que en toda la obra que se presenta en esta tríada hay un cierto exceso verbal, y que a su vez podríamos denominar como un expresionismo barroco, florido sí, que no por ello deja de ser hermoso; lenguaje que logra la resonancia poética a través del lenguaje figurativo y sus imágenes; y como hemos dicho antes, lo esencial: el ritmo.

Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazón.

Existe la ausencia que es presencia a la vez y viceversa. Todo duele, hasta llenar el universo entero en un estado metafísico, el estado fluido del cosmos o la concentración de los metales más pesados. Muero de ese peso. Está vigente el concepto místico de morir por la ausencia, la imagen traspasante que es amor y dolor, la transverberación cuando me cae en el corazón, la misma imagen de Santa Teresa.

Esta noche, borracha de dolor, me dejo caer en la cama con los gestos de una ahogada que se abandona: cedo al sueño como a la asfixia. Las corrientes de recuerdos persisten a través del embrutecimiento nocturno, me arrastran a una especie de lago Asfaltita. No hay manera de hundirse en esta agua saturada de sales, amarga como la secreción de los pájaros. Floto como la momia en su asfalto, como la aprensión de un despertar que será, todo lo más un sobrevivir. El flujo y reflujo del sueño me hacen dar vuelta, a pesar mío, en esta playa de batista. A cada momento mis rodillas tropiezan con tu recuerdo. El frío me despierta, como si me hubiera acostado con un muerto.

Borracha de dolor […] me dejo caer en la cama con los gestos de una ahogada que se abandona. En otras palabras, dejarse morir, dejarse ir al sueño como a la asfixia. Nos sorprende la imagen pacífica del sueño con la angustiosa de la asfixia. Logra la resonancia poética, el extrañamiento del lenguaje con sus imágenes. No los recuerdos, sino corrientes de recuerdos, como si fuera una inundación que la ahoga, que la arrastra, como a Moro; y a pesar del embrutecimiento nocturno, persiste. Pero no puede morir porque flota, no llega a morir en un agua saturada de sales. Y nos remite al muero porque no muero de los místicos.

El despertar es como dice, un sobrevivir apenas. Y aun dentro del sueño, mis rodillas tropiezan con tu recuerdo, imagen insólita de las extremidades, por las que caemos al suelo, y que a la vez sea una caída por recuerdo.

El frío me despierta, como si me hubiera acostado con un muerto. La muerte que es suya la despierta, la muerte deseada por el desgarre de la ausencia, la metáfora que se revierte, y es fuego, pero es frío.

Finalmente, la conciencia de la pérdida, yuxtapuesta al pasar del tiempo a lo inmemorial, a la eternidad misma:  Hace seis días, hace seis meses, hizo seis años, hará seis siglos… ¡Ah!, Morir para detener el Tiempo.


Bibliografía

Ávila, Teresa de, libro de la Vida de la Madre Teresa de Jesús, circa 1562
Boudot, Pierre, biógrafo, La Fonte que Mana blogspot, 2012
San Juan de la Cruz – Poesías, Llama de amor viva, Madrid: Taurus, 1993
Dreyffus, Mariela: Santa Teresa, el alma que es el cuerpo, Ensayo, 2008
Moro, César, Obra Poética I, Cartas a Antonio, 1939
Paz, Octavio: Obras completas I: El caracol y la sirena: Rubén Darío, México: FLE, 1993
Westphalen, Emilio Adolfo. Escritos sobre arte y poesía. México, Fondo de Cultura Económica, 1986
Yourcenar, Marguerite: Fuegos (Feux), traducción: Emma Catalayud, Editions Gallimard, 1974

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Escritora, traductora y artista de performance nicaragüense. Vive en Nueva York desde 1983. Su obra de performance se presenta en numerosos teatros de Nueva York, a nivel nacional, e internacional. Sus novelas: Niña nocturna se publica en Argentina (alción editora, 2019); Todos queríamos morir, en Nicaragua (anamá ediciones, 2015). El dialecto olvidado del corazón, su selección de poemas de Jack Gilbert traducidos al español, se publica en Nueva York (DíazGrey Editores, 2014). Durante la presidencia de Violeta Chamorro funge como diplomática para la Misión de Nicaragua ante Naciones Unidas.