critica-cmr1

Allegro irato II, de Carlos Martínez Rivas

1 octubre, 2010

La inconformidad del poeta se planta ante la sociedad en una postura de reto y escándalo. Se refiere en este ensayo al contenido romántico de una de las obras que contiene la Poesía reunida del poeta Carlos Martínez Rivas, quien estaría cumpliendo 86 años este 12 de octubre.


El “yo” del poeta, objeto y tema predilecto de sus primigenios textos, en la última etapa creativa de Carlos Martínez Rivas se desdobla hacia la experimentación de realidades más objetivas, sociales. Aunque deja entrever un particular subjetivismo, ésta forma parte de una percepción más global: lírica intensidad de un apasionado que aspira a la radiografía de su hábitat. Prevalece un tono reflexivo, segado de ideas y cromáticas imágenes modernas, en estas pluralidades temáticas. Las evocaciones del pasado son el recuento de sus vivencias; su concretización estética en la escritura, un logro de la memoria. No se profetiza nada, porque el futuro es un presente inmediato, cabal y palpable desde su pasado. El tiempo actual vive desde un tiempo anterior; el pasado es siempre su presente

Desde su perspectiva individual, tiempo y espacio son relativos. Vida y poesía conviven en un mismo patrón, en el poeta que no tiene ideologías ni pretensiones políticas sino ideas. La reclusión y aislamiento de su estado no es auto impuesto como régimen, forma parte de su rebeldía artesana. Una rebeldía que confirma su individualidad ante la sociedad. El celo y exigencia a su espacio privado se debe a la necesidad de procurarse algo propio, incontaminado. Así lo lleva a decisiones catalogadas como anárquicas. Un monje asceta que depura su conexión concreta y material con el mundo, como método de ascensión del espíritu, libre de diatribas y ensimismado:

“Persiste en ir desasiendo todos los lazos.
En ofrecer el frío costado
helador de efusiones
¿Inhumano?

Así te irás sin que nadie llore
tu pérdida. ¿Qué menos egoísta y más magnánimo?
Morir sin enlutar un solo corazón ¡qué paz!”
(Ascética).

En tal situación, el poeta-creador descalifica las condiciones en que debe surgir el arte y el modus vivendi que el artista supuestamente vivió durante el Renacimiento: holganza económica, bienestar físico y beneplácito de las musas. La lectura-observación-escritura es un proceso tradicional, que para él éste se complementa a la manera del murciélago o como se entrena un boxeador. Entrenamiento de la mente que es ajena al cuerpo. Dicotomía cuerpo-mente, donde prevalece el segundo término, pues su nutrición viene del espíritu, del estudio y de la comunión con el cosmos. Además, porque “el lenguaje responde, no a las necesidades materiales del hombre, sino a la pasión y a la imaginación: no es el hambre, sino el amor, el miedo o el asombro lo que nos ha hecho hablar…” (Paz, 1990: 80).

“PERO tiene que ser en las peores condiciones.

Sin jergón de yute ni botijo.
Guindando cabeza abajo. Atados
ambos tobillos con un mecate
amarrado a la viga del techo,
nuevo, chirriando al peso del cuerpo…

Careciendo, no sólo de lo necesario sino
de lo indispensable. Recursos materiales, cero.
De la miseria surja el fulgor. Ningún óbolo
del mundo empañe su diafanidad…

Que ya apunta. Pero imponiendo aún peores condiciones.”
                                                        (Proyecto de la Obra Maestra).

El sujeto lírico, con su “yo” exaltado y en desacuerdo con el mundo, comprende la injusticia, discriminación e inequidad. El esfuerzo y la determinación, el sacrificio heroico que realiza el artista nadie lo reconoce. Considera que siempre existirán jerarquías, más aún cuando la obra de arte es sometida a las leyes de la competencia, como otra mercancía que se oferta en el mercado capitalista. Por eso condena, aunque en sus preceptos éticos ganar sea una vulgaridad. El afecto profesado como el del poeta romántico ruso Alexander Pushkin (1799-1837) por los libros, dotados de cualidades humanas, ha sido suplantado por el sentido utilitario. Ahora, en su mayoría, son sepultados al nacer, llevan sus páginas intactas y sus títulos como epitafios.

“Libros tal vez, de jóvenes ancianos:
Radiguets que, en la infamia de un domingo helado,
Fuego y genio abrigaron en el fuelle
de ambas manos soplando el centro de la llama.

Para nada.
Otros.
Otros los agredidos por la Fama.

Ellos, los respetados por la Fama,
por su Gloria velados duermen.”
(Última hoja, colofón).

También, la inconformidad del poeta se planta ante la sociedad en una postura de reto y escándalo. Esto lo regocija porque ataca un orden improcedente. En estas aguas desemboca su pesimismo, donde amargura y humor representan dos caras opuestas que, divididas mediante un hilo fino, cohabitan en un mismo texto.

“Una de estas noches, en reunión, leí
dos poemas míos recientes. Y disgustaron.
Sentí el choque vivificante. Algo así
como: ¡te estás pasando de la raya!
Satisfacción inundó mi alma.”
(Glosas a: “¡Ay de aquél que escandalizare! Lucas 17, 1).

La incomprensión a veces ciega al hombre su condición de humano y su espíritu solidario es debatible. El sentido de abandono y soledad ante el destino coquetea con la fatalidad griega, lo mítico que era regido por el determinismo; funesta previsión del desenlace.

 “Allí estás solo.
No hay amigo allí. Te la juegas sin nadie.
No hay partidarios excepto tus brazos”…

“Pero nadie sabe que uno piensa cuando boxea.
Piensa en una caja de música de niños
y una esposa en trámites de divorcio.
Sentada Dios sabe dónde.
Dos ojos neutros en trámite de divorcio.

Ganar: vergüenza profesional.
Perder: destino sin concesiones.
Si todos somos, nadie es más grande.
Si la victoria de uno es la derrota de otro,
la victoria es, en algún lugar,
un fraude.”
(Los perdedores caen en la lona).

El sentimiento desgraciado

“En nada se refleja el desgarramiento del alma romántica tan directa y expresivamente como en la figura de el otro yo”, que está siempre en el pensamiento romántico y aparece en toda su literatura en innumerables formas y variantes. El origen de esta imagen convertida en idea obsesiva es inequívoco: es el impulso irresistible a la introspección, la autoobservación maniática y la necesidad de considerarse a sí mismo constantemente como desconocido, un extraño, un forastero incómodo.” (Hauser, 1966:367).  El amor fue uno de los temas predilectos de los escritores románticos, de ahí proviene la confusión y aleación de los términos amorosos y románticos como semejantes. Éste semantizó y representó en la mujer el símbolo ideal. La superación y abstracción del ser se efectuaba a través de este ente. Se trascendía uno en la suposición del otro con su realidad. Una conciencia así elevó los sentidos hasta los niveles de “correspondencias” en el simbolismo francés y de exploraciones oníricas en el surrealismo ¾ya otros críticos literarios, como Octavio Paz, han hablado de las similitudes entre el Romanticismo y el Surrealismo, y del arraigamiento del segundo en el primero.

La mujer en su sentido integral significaba la realización plena del ser. Durante el acto amoroso, la unión y complemento despertaron en el poeta un involucramiento con las realidades más insólitas y misteriosas: el cosmos y la muerte. Mediante este vínculo la introspección fue más obsesiva, hasta un proyectar del yo en la realidad. Sin embargo, la felicidad no predominó entre los poetas románticos. El amor se configuró como un sentimiento desgraciado y angustioso, un defecto que reafirmaba nuestra naturaleza humana. En los primeros poemas de Carlos Martínez, el amor fue una exaltación erótica y tierna de la mujer, algo que confesó en su senectud:

“Una vez que un amor nace en uno, crece.
Y no deja de crecer.
Y no muere.
Y al término de la vida se halla uno atado
por esos amores que crecieron como bejucos…

El único remedio contra los amores
sería matarlos.

¡Matarlos antes que nacieran!”
(Los amores).

El último verso confirma que del amor a la muerte se transitaba con facilidad. Y la mujer fue un vehículo magnífico. A la muerte se le identifica como un sustantivo femenino. Padecer de desamor es el padecer asfixiante de la muerte; la insoportable condición del que vive amando, el amante que se descontenta en haberla perdido y que se sume en periodos vertiginosos de depresión y amargura. Este desamor es el vacío ancestral que se resiente en el flanco, es la mujer que fue hecha del costado del hombre; es la llaga que prospera en carencia de amor.

“Tú sola, bruja,
con tus puntadas
lentas y largas
de hábil sutura
ciégala. Muda
boca cerrada
por amor nunca.”
                          (Smarágdos márgara).

“Pero el orgás-
mo de otra payasa (Negra ¿y quién contra la Bestia
melaza en fermento Ron y quién podrá contra ella?)
desmanteló carpa redondel red nupcial…”

                                                            “Y todos
los payasos nos quedamos sin payasear. Sí, aunque
desde cuando, ¡todo ha sido una sola payasada!”
(La payasa).

El payaso es referente de alegría. Así se mantiene al inicio del anterior texto (La payasa), porque representa una futura prolongación de dicha: estabilidad emocional, planes nupciales y hogar; y más aún cuando payasa y mujer conforman un solo ser. Sin embargo, la distinción de rasgos comunes entre ambos no determina un enlace perenne y definitivo. Entonces, la sombra agorera del engaño y del falso amor torna a la memoria del poeta; la felicidad se pospone. Siempre algo interfiere para conseguir lo deseado. El payaso ¾la payasa en este caso¾  al final representa la burla, el juego ante sus sentimientos. La alusión a la muerte también codifica a la payasa de presagio; cuando el poeta se refugia en el alcohol (fermento Ron), su hábito que fue el causante de los aplazados planes, ésta suele aparecer para proporcionarle éxtasis. El paralelo de La payasaArs poética ¾poema de La insurrección solitaria¾ y La puesta en el sepulcro ¾texto perteneciente a la primera parte de Allegro irato¾ no se discute: trío de testimonios del amor no consumado.

Pero la muerte suele también aparecer en su tiempo preferido ¾o en la que el poeta romántico acostumbra rememorarla: la noche. Tiempo cuando la sintonía del espíritu y el cosmos es más efectiva; la comunión de las fuerzas etéreas con las terrenales no encuentra consunción.

“Tú me trajiste joya de la noche.
Lampadaria tintineando cuarzos.
Entre hierbas y hélices pringantes.”

“Porque con tu muerte sacudiste
por apenas de unos días efímeros
la modorra o la excitación
de una informe provincia macroide.”
(Lectura del Evangelio según Matechu).

“Y pese a la certeza
de que no volverán mis ojos a ver más los tuyos
ni a sentir otra vez el nervio de tus brazos
apretando mi nuca mi espalda   dejo la cama
atravieso la honda casa    salgo  al  porche lóbrego

Se oye en lo ciego terco   caer    gotas   del   alero”
(Gotas de lluvia en la noche).

“La Tía Leopoldina entrando por el foro,
sarmentosa, sibilina, el brazo extendido.
señalando como una de Las Parcas: -“Get thee
to a nunnery! ¡Ofelia, vete a un convento!”-.
                                                                      Corte.

“Durante el día.
Porque la noche es toda inevitable Hamlet.”

“Diríase más adecuado Macbeth, por aquello
de: “No podrás dormir, porque has asesinado al sueño”.”
(El auto-Hamlet).

Con el poema El auto-Hamlet vale señalar múltiples aspectos románticos: 1) el desplazamiento en el tiempo ¾evocaciones del pasado: traslada situaciones personales del poeta hacia la época del príncipe Hamlet; su vida montada sobre el drama de William Shakespeare. 2) Mezcla de los géneros literarios (teatro y poesía): la escenificación teatral del argumento poético. 3) La simpatía por la lectura del dramaturgo inglés, Shakespeare, especialmente con Hamlet. “Para los románticos Shakespeare era el poeta por antonomasia” (Paz, 1990: 75). En el poeta inglés John Keats es más rastreable lo anterior. 4) Asimismo ¾sólo por cuestiones de datos y de contexto en Carlos Martínez Rivas¾ los existencialistas consideraron el monólogo de Hamlet en el tercer acto como un icono arquetípico del hombre existencialista. 5) Martínez Rivas, además de El auto-Hamlet, recurrió a este personaje para la escritura de otros textos de grandes interrogantes en su diario vivir: “Hamlet, Act. V, Scene 1” y Hamlet/monólogo”. El misterio, la muerte y la noche bordean la tríada.

Finalmente, el tema del amor es previsible en las facetas sociales. Hasta los desprovistos y desamparados gozan de él, lo que para el poeta es una envidia saludable y extraña:

“Y una pareja, marido y mujer, decrépitos,
fotografiados por la agencia SIPA-PRESS,
“Gótico Tercer Mundo”, con un fondo de desechos:
él, sin dientes; ella el ceño fruncido, adusto.
Pero tan unidos en su dignidad e infortunio
que hasta le da envidia a uno.”
(A quienes no perdieron nada porque nunca tuvieron).

La historia, el pueblo

Por otra parte, en los textos seleccionados de Martínez Rivas se aborda la historia, el pueblo. Los románticos destacaron el mito y el símbolo, producto de sus inmersiones en la cultura popular de sus países, de donde extrajeron cantos, leyendas y otras manifestaciones folclóricas. Este interés nació para reafirmar sus vínculos con lo telúrico, lo autóctono. Posteriormente esto sería caracterizado como nacionalismo o patriotismo. En los siguientes versos el poeta granadino conmemora a sus ancestros:

“En abril talamos el bosque.
Podamos la maleza
y quemada que fue la tierra, la escardamos
arañando con un omoplato de ciervo.
Después vinieron las mujeres con los bastones
y en los hoyos que abrieron pusimos la semilla.
Para Agosto ya bailábamos la Danza del Maíz Verde
y nuestra reina estaba con nosotros…”
                                                 (Canto a la Reina del Maíz).

La costumbre de la agricultura y el proceso de la siembra, con su liturgia y creencias, aparece en la cultura del maíz. Los países centroamericanos y México son cultura del maíz. Este grano constituye el alimento básico de casi toda la carta culinaria, es su componente y complemento. Lo podemos encontrar en diversas maneras y recetas:

“El Tenamaste, el Comal y la Escuchilla
para los chiles triturados.
La tortilla pequeña como una luna
y la tortilla grande y delgada como la sábana
El yoltamal, la yoltasca
con su punto de azúcar.
La güirila de maíz tierno
y el elote en el brasero
dándose vuelta como San Lorenzo…”
                                                   (Canto a la Reina del Maíz).

Los cantos ceremoniales del pasado precolombino son de una fuerza lírica que el poeta no obvia. Con orgullo los alude, como coros que resuenan en su memoria y que rematan su canto actual:

“Mi corazón está brotando flores
en mitad de la noche”. ¿Conoces la canción?
La cantan los aztecas con tambores
en el plenilunio de la estación.

Es para Chalchiutlicue, la de Hermosa
Falda, y su nombre es Canción del Tamal de agua.”
                                                           (Canto a la Reina del Maíz).

En el poeta romántico se realiza el pueblo. Sirve de voz cantante. Desde el siglo pasado no hay algo más típico en Nicaragua que las fritangas. Color y comida atraen, conglomerados en cada barrio abarrotan con peticiones los fines de semanas. En la poética de Carlos Martínez Rivas, lo que a simple análisis se cataloga como crítica social y de clase, no es más que un nicaragüense que se siente privado de un derecho; por eso exalta y reclama con propiedad. 

   “¡TODO LO CORROMPE LA CLASE PRIVILEGIADA!
Como destróyers de gran calado, en charcas
parquean sus autos. Llegan
a nuestros sitios a beber y a comer típicamente.”
(Oferta y desmán).

Tradicionalmente cada mes lo distingue un fruto, en Nicaragua: los caimitos de enero, los jocotes de abril, los aguacates de junio, los nancites de agosto, etc.  Para el que se acostumbra a consumir estos frutos tropicales, será un difícil menester de paliar cuando éste falte. Si ya se le ha pasado la cosecha, lo añorará. Aunque logre consumir el inmediato ¾el del periodo siguiente¾, su rutina digestiva fue trastocada.

“Ya que se me pasó la estación en penas y desórdenes
y no comí jocotes este año,
y que probablemente ya tampoco mangos;

mirando éstas
(verdes duras esculpidas
a cincel,)

espero que tal vez
este año al menos o me perderé
las Piñas.”
(Esclesiastés).

Para concluir, la idiosincrasia del nicaragüense, el de las estaciones de transporte público (el busero), también están destacadas con mayúsculas. Estas voces se inmiscuyen al presente desde el pasado, rebasando los planos lineales del tiempo; alcanzando el nivel de crónica familiar. Así Carlos Martínez Rivas redondea uno de los aspectos de la fisonomía nicaragüense:

“uno con sus propios espectros en su propio Krónborg
de Elsinor. Hijos lejos, desatados del tobillo,
infernando en desarrimo de Padre, acarrean
(¡TODO NIÑO DE CUATRO AÑOS PAGA PASAJE!)
andas rodantes en los luciérnagas aeropuertos
de galaxias ya juzgadas y condenadas. Niños
(¡NO RESPONDEMOS DE MENORES EXTRAVIADOS!)
todavía con la leche en los labios, responsables.”
(El auto-Hamlet).

Comparte en:

Rito Omar Guillén. Nicaragua, 1985. Licenciado en Filología y Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-MANAGUA).

Ex integrante del Grupo Literario EROS. Ha publicado El Nuevo Diario y La Prensa, en revistas impresas y electrónicas, y en antologías poéticas (Poesía Reunida EROS 2006 y Memoria Poética EROS 2009).

En el 2008 obtuvo el Premio a la Excelencia Cultural (Literatura) de la UNAN-MANAGUA.

* * * * * * * * * *

Luis Alfredo Hernández. Nicaragua, 1980. Licenciado en Filología y Comunicación.

En 2003 se integra en el Grupo Literario EROS. En el Grupo EROS profundiza sus temas poéticos: románticos, realista y algunos surrealistas. En este mismo periodo se interesa por la música y se integra en grupo coral de la UNAN–Managua.