Aproximaciones al ensayo latinoamericano. Fundacionales, contestatarios y post-modernos
1 abril, 2012
Algunos de los jerarcas del Ensayo latinoamericano (Sarmiento, Rodó, Alfonso Reyes, Mariátegui, José Martí, Octavio Paz y Carlos Monsiváis) son visitados fugazmente por Milton Medellín, licenciado en Filosofía, poeta, Premio Estatal de Poesía Dolores Castro 2007 de Tlaxcala, México, en un afán de penetrar en la “aventura del pensamiento” de los mencionados y demostrar la importancia de sus obras en un género siempre polémico por lo subjetivo y que huye de lo dogmático, como es el Ensayo, pero sin dejar de lado su razón de ser: la poesía, sobre todo cuando expresa: “El sentido vital de la historia es la poesía, en ella se significan las plenitudes y deseos de toda civilización, sin escatimar a uno sólo de sus miembros…”.
1.- Introducción: Reflexiones Preliminares
Se ha dicho ya muchas veces que el Ensayo es un género proteico y polivalente: lo mismo incluye reflexiones personales que reflexiones científicas o filosóficas. Puede estar rigurosamente ceñido a una cronología histórica o depender exclusivamente de los devaneos y digresiones caóticas del autor en turno.
El Ensayo puede ser literario, histórico, teológico, metafísico, temporal, anacrónico o transcultural. Está escrito en papel, impreso en periódico como crónica o artículo de opinión, o bien puede encontrarse en epístolas. Es encriptado en la virtualidad del espacio cibernético de los blogs, e incluso en correos electrónicos, o inbox de facebook, puede uno encontrar hoy en día dichos ejercicios creativos de la inteligencia libre que ponderan las cosas críticamente para fines intelectuales y culturales.
La intención de este texto es presentar una especulación personal y académica, aunque no rigurosamente escolarizada, en relación al Ensayo latinoamericano. Visto desde este punto y a partir de nuestra historia moderna, la consagración del Ensayo en América Latina, pienso, comienza con la Independencia de las colonias y la búsqueda de proyectos políticos liberales en el siglo XIX y continúa, haciendo una pausa, descansando en su vértice, en la búsqueda de un posicionamiento cultural en medio del mundo global post-moderno del siglo XXI.
El plan de la obra, entonces, es el siguiente: he clasificado -para fines históricos y conceptuales-, a los ensayistas en tres grandes bloques temáticos: Fundacionales, Contestatarios y Post-modernos.
Tal modo de clasificación me ha permitido seguir un desarrollo histórico en la reflexión sobre la ensayística latinoamericana, a la par, me ha ayudado a encontrar un hilo conductor en nuestro intento, a través de la historia, de desarrollar un estilo latinoamericano propio de ensayar ideas.
En la primera sección: Fundacionales, intento examinar someramente a los autores que considero han contribuido a construir los cimientos de nuestra consolidación identitaria como continente: Sarmiento, Rodó y Alfonso Reyes, se encuentran entre los que proponen un proyecto identitario en Latinoamérica.
En la sección segunda, Los Contestatarios, reflexiono sobre el carácter convulso, crítico y revolucionario de nuestra ensayística. He elegido para el caso, sólo a dos de los más representativos: Mariátegui y Martí. Es en ellos que la crítica contestataria alcanza un punto esencial en el desarrollo de categorías revolucionarias, utópicas y proféticas de la búsqueda de Liberación y Justicia Social que, aún en los días presentes, seguimos sosteniendo.
En Los posmodernos, la sección tercera de este trabajo, pretendo dar cuenta del Ensayo que ha sido ya afectado por grandes acontecimientos históricos del siglo XX, escrito después del desarrollo más importante en materia de ciencias humanas, paradigmas científicos, ontologías filosóficas y críticas post-históricas de la post-modernidad. En Octavio Paz y Carlos Monsiváis encontramos, además de una -ya asumida- identidad cultural y una crítica social, una búsqueda de posicionamiento en medio de los avatares de la globalización y la relatividad de los meta-relatos que un día legitimaron a Occidente.
Y ya en el último apartado se intenta esbozar una conclusión con respecto al hilo conductor a que esta clasificación me ha llevado: la dialéctica concreta en Latinoamérica entre Identidad y Escritura, y aun más, “desde”la conformación de una Identidad, “hasta” la conquista y el hallazgo de una Escritura continental contemporánea.
Por lo demás, espero que el presente sea de entretenimiento y reflexión, y logre aportar algún mínimo de perspectiva sobre la constitución escritural y cultural del Ensayo en nuestra –aún por concretarse- América Latina.
2. Los fundacionales: Sarmiento, Rodó y Alfonso Reyes
Los fundacionales, como su nombre lo indica, son aquellos escritores que empiezan a vertebrar históricamente una retórica de la identidad y una consciencia de la escritura latinoamericana. Éstos pensadores intentan responder, con un proyecto de nación, al enigma que deja la reciente emancipación e independencia de las naciones latinoamericanas en los albores del siglo XX.
El siglo XIX en sus últimas etapas, nos deja a un Sarmiento preocupado por construir un proyecto liberal que asegure el porvenir latinoamericano purificado de supuestos rastros barbáricos y caudillistas, afán modernizador en que la urgencia política y social aún no logra consolidarse en una verdadera preocupación escritural e identitaria. Sin embargo, ésta búsqueda de orden histórico y sentido político es lo que convierte al Facundo de Sarmiento en una obra invaluable en la conformación de las ideas fundacionales de Latinoamérica.
El maestro José Enrique Rodó, en su Ariel, suerte de paideia mesiánica latinoamericana, muestra un progreso afirmativo tanto en identidad cultural como en ejercicio ensayístico para nuestras letras. En Rodó encontramos ya un cuidadoso uso de la alegoría, el mito y el símbolo para ejemplificar racional y poéticamente la propuesta fundacional de un Estado utópico renacentista. La preocupación por el destino vital de Latinoamérica y su materialidad artística y social vienen a concretarse en el ejercicio libre y propositivo de la educación. La forma escritural modernista de Rodó en lo alegórico y simbólico de sus disquisiciones, convierten este libro en una de las primeras condensaciones de identidad y estilo en nuestra búsqueda incansable por un fundamento que arraigue nuestra historia.
Me parece que Ariel, al proponer una “América hospitalaria a las cosas del espíritu”, al inmortalizar el arte como forma de conversión espiritual que incorpora la racionalidad en un nivel histórico y existencial superior, y el pretender que el entusiasmo de la juventud es el ímpetu espiritual para el porvenir, convierten esta obra en una “paideia mesiánica”. La única forma de integrar la “paideia” griega con el historicismo naciente en la democracia liberal, es la educación.
Es en Alfonso Reyes donde el ímpetu de los fundacionales alcanza mayor esplendor y consciencia histórica. Lejos del hartazgo caudillista, pero no ausente de éste, y con una posición helenística más enraizada en la realidad social de la nación, la intención literaria de Reyes concilia una retórica de la historia con un ideal de identidad, que, más que político, es humanístico y literario. Reyes inaugura el proyecto de una República de Letras que sigue construyéndose en permanente pugna en el seno de los países latinoamericanos. Las raíces indígenas y los intereses hispánicos, la universalidad clásica de lo helenístico con la naciente historicidad de los acontecimientos sociales, se consagran y alimentan en la idea de una república literaria.
Como bien apunta Eugenia Houvenagbhel, en Reyes parece haber una retórica histórica, un intento por argumentar mediante el Ensayo la historia de la conformación de México y América ante el mundo. Una retórica que intentaba, como en Visión de Anáhuac, conciliar, a veces mediante agudas descripciones histórico-bucólicas, los intereses indígenas e hispanistas que conforman nuestra identidad americana.
A Reyes le debemos el pasar de un proyecto de nación política a un proyecto de nación literaria e histórica, el transitar de una política retórica a una retórica de la historia, y el transformar nuestro deber continental en un deber humano. Y como dice el mismo Alfonso Reyes: “En el vasto deber humano, nos ha incumbido una porción que todavía va a darnos mucho quehacer. Yo diría, trocando la frase de Martí, que Hidalgo todavía no se quita las botas de campaña”.
La fundación de una nación no puede hacerse más que mediante la literatura, pues ella es la patria de nuestras ideas, nuestros sentimientos y nuestras identidades.
3. Los contestatarios: José Carlos Mariátegui y José Martí
Lo fundacional de una identidad continental no significaría nada, y menos en una colonia como América Latina, sin la idea y praxis de la Liberación. Los contestatarios son aquellos autores que en nuestra aproximación ensayística latinoamericana han dado críticamente la cara a la injusticia social e histórica que va unida a la conformación de nuestro continente. Nadie negará que dos figuras son de las más importantes en esta vertiente del Ensayo como crítica social revolucionaria: José Carlos Mariátegui y José Martí.
José Carlos Mariátegui construye la crítica marxista latinoamericana desde las raíces, desde las entrañas de los más marginales de la sociedad: los indios. El indio, a partir de Mariátegui, se convierte en un catalizador de la historia social en nuestra búsqueda de emancipación. En Mariátegui el indio pasa de ser objeto de la sociología y la antropología, a ser sujeto de la historia, baste decir que su influencia llega hasta los contemporáneos movimientos de emancipación indígena continental, entre los cuales uno de los más destacados es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Tal es el alcance histórico de Mariátegui.
La teoría literaria para Mariátegui, es una tesis histórica y “práxica”, un modo de establecer la superestructura de la realidad social en cambio, es por eso que el Ensayo en este autor parece conformarse como una crítica social latinoamericana. El Ensayo como crítica social, la literatura como ensoñación emancipadora.
José Martí, sin embargo, a pesar de anteceder cronológicamente a nuestro revolucionario peruano, sigue siendo el innovador apóstol de la liberación latinoamericana, ya que no sólo incluye al indio y el negro en sus consideraciones políticas e históricas, sino que además reflexiona filosóficamente sobre el alcance de América Latina y fundamenta poéticamente la urgencia libertaria de Latinoamérica al ver a la poesía como forma de profecía social y sentido vital de la historia humana: es claro que para Martí la poesía es una forma de profecía social. Dicha profecía social es indispensable para que una cultura sepa quién es y conduzca sus esfuerzos históricos hacia un fin ecuménico pleno de justicia y sentido.
El sentido vital de la historia es la poesía, en ella se significan proféticamente las plenitudes y deseos de toda civilización, sin escatimar a uno sólo de sus miembros. El ser humano entero está en el “hombre contemplado” por Martí en la poesía de Walt Whitman: hombre que ríe y sufre con todos los suyos, hombre que es un hijo de la historia porque la vive desde todos los niveles posibles. Lo mineral, lo vegetal, lo animal y lo humano son alegremente padecidos como condensaciones de ese impulso amoroso de la poesía, y qué otra cosa es la justicia, sino la realización histórica de ese amor.
Mariátegui y Martí son y seguirán siendo los polos de la dialéctica de nuestra historia: crítica revolucionaria y profecía social. Ensayo como crítica social y poesía como utopía humanizante. Porque el diagnóstico social y su terapia no son nada sin el vector creativo del mito y la poesía, del nuevo porvenir en nuestra historia.
4.- Los (post)-modernos: Octavio Paz y Carlos Monsiváis
Finalmente llegamos a una fracción de nuestra contemporaneidad, aun escribiéndose. En los (post)-modernos se pone de manifiesto la reflexión sobre lo latinoamericano en un contexto global marcado ya por los avances en tecnología. Los presentes escritores son modernos y post-modernos: escriben después de las guerras mundiales, la filosofía moderna, los nuevos paradigmas en física cuántica con su relativización del cientificismo, las críticas de Marx, Freud y Nietzsche, los desarrollos de la antropología social y la crítica de la cultura. La ontología de Heidegger ha marcado de algún modo la concepción del espacio y el tiempo Occidental, y el existencialismo de post-guerra ya ha hecho estragos en la resaca post-civilizatoria. La cultura moderna de una ciudad como el Distrito Federal, en México, de algún modo sirve como alegoría de los avances contradictorios en Occidente y su inserción en nuestra realidad post-occidentalizada. Octavio Paz y Carlos Monsiváis escriben en el ocaso de Occidente y en ambos uno tiene la sensación de que Latinoamérica se encuentra perdida en los laberintos de la cultura y la masificación.
En Paz, el conflicto ontológico de un pueblo se pone en contraparte con la crisis ideológicas y culturales de Europa y Norteamérica: el ser humano en general, se encuentra solo y no tiene respuestas, es un enigma doloroso de sí mismo y a través del fin de las utopías se iguala la condición cultural de las naciones del mundo. Las respuestas de Latinoamérica en cierta medida serán equiparables a las del orbe, puesto que la soledad es condición de nuestra era, en conflicto histórico y en búsqueda de un origen perdido. La soledad como mito de la historia es para Paz el anverso de nuestra permanente búsqueda de amor y sentido: ante la búsqueda de amor, el ser humano se tropieza con su enigma solitario; “todo es presencia”,pero presencia solitaria.
De sobra está decir que El laberinto de la soledad es un libro que sorprende y fascina. Tal vez esta fascinación numinosa sobre el misterio del ser mexicano, es la que provoca reacciones encontradas ante este amasijo de psicoanálisis y estructuralismo francés post-romántico que es el laberinto.
Con una prosa extremadamente lúcida, Octavio Paz da repaso a lo que él piensa son los mitos representativos de nuestra nación en su origen, conformación y posibilidades ante la Historia. Como bien señala José Aguilar Mora , Historia y Mito serán la divina pareja que conformará la dialéctica “paciana” en su intento de fundamentar la cultura en el erotismo y la desolación post-histórica.
La gran hazaña de este premio Nobel, es la de haberse adentrado a ciertos mitologemas del subconsciente cultural del mexicano, con Levi-Strauss, Freud, Nietzsche y Scheler como bandera metodológica de su investigación , entre otros. Su error histórico: la generalización social, el pesimismo cultural filosófico y la mitificación de la soledad como un polo hipostasiado de la dialéctica mismidad-alteridad que atraviesa –efectivamente- la historia antropológica de Occidente y quizá de la misma humanidad.Paz no parece distinguir al “pachuco” fronterizo del “caifán” suburbano de la ciudad de México. Se le escapa la contracultura como protesta emergente de las subculturas –las coincidencias que encuentra entre los jóvenes franceses y los jóvenes fronterizos preludian la explosión de los 60’s- . También ignora el hecho de que más que una afirmación del grado cero de la cultura, el “pachuco” afirma una identidad en el “in between”, “entre-medio” donde las negociaciones con la cultura dominante y las transgresiones creativas que de éstas resultan se convierten en una forma contestataria de afirmación de la identidad social.
Sería interminable comentar las diferentes cosas en las que Paz pasa su mirada sin posar la vista, baste mencionar que mitologiza inadecuadamente al indígena sin tomar su contexto social de injusticia, confunde la introversión con auto-negación y pasa por alto la religiosidad “enteógena” de las tribus del norte al hablar de una religiosidad quebrantada y condenada a la orfandad “en el indígena del centro de México” después de la Conquista y la Colonia.
Efectivamente, Paz descubre las heridas sociales y ónticas del mexicano del altiplano centro, así como la concepción que de la muerte nos fue heredada por los aztecas, dada su “institucionalización” por el grupo Ateneo de la Juventud y la SEP sin tomar en cuenta otras etnias y su influencia mitológica en el suelo mexicano. Su concepción de la Malinche como la “Chingada”, adolece de datos históricos que confirmen la función que Marina (Malinche) ejerció como mediadora de culturas en la Conquista. En una parte del Laberinto dice que el mexicano es una “viva conciencia de soledad, histórica y personal”. Algo que es ya poco sostenible después de los movimientos sociales; desde la rebelión ferrocarrilera de Demetrio Vallejo en los 50’s, el partido de los pobres de Lucio Cabañas en los tempranos 70’s, la sociedad civil movilizada en el terremoto de 1985, los movimientos neo zapatistas y la marcha por los 50 mil muertos del poeta Javier Sicilia, desmienten la idea de que el mexicano es un ser autárquico, un onanista de su propia negación hasta en la muerte. Es claro que esta obra es hija de la época y no puede uno pedir vislumbrarse la unidad histórico-social de México posterior al movimiento del 68, aunque un poco de esto se encuentra en su otro libro Posdata.
Son tantas las reflexiones y preguntas que el presente libro confronta en el lector, que sería imposible acabar de nombrar todas. Resultan agudas y penetrantes sus reflexiones sobre la Revolución Mexicana y sobre la conformación de la inteligencia en México. Paz da en el clavo cuando dice que la identidad de México y Latinoamérica dependen de un claro, conciso, histórico y auténtico ejercicio filosófico sobre el trasfondo de nuestra humanidad. “La filosofía mexicana, si de veras lo es, será simple y llanamente filosofía a secas”.
La posición filosófica del mexicano será igualada por el fin de los meta-relatos en Occidente, donde nuestra incertidumbre es la de la humanidad entera. Donde, según Paz –tal vez basado en Camus – nos espera la trascendencia de la solidaridad con otras manos solitarias que le darán sentido mancomunado a la historia.
Sin por ello negar su lucidez y grandeza poética, me parece que el presente es un libro que ha pasado la prueba de la historia y es necesario voltear, no hacia el futuro o el pasado, sino hacia el presente. La historia ha dado innumerables vueltas y Paz sería el primero en exigirnos una crítica completa a su texto. Sin embargo surge la duda de cómo criticar a un autor con tal estatura creativa y con tal lucidez. Tal vez aun no estamos preparados para salir de su laberinto.
Carlos Monsiváis escribe desde los albores del Siglo XXI. Lo que para Paz es prefiguración de una certeza transmoderna, en “Monsi” es confirmación de la posmodernidad: la tecnología mediática y la demografía post-industrial han puesto a Latinoamérica más allá de la modernización, en la relativización y simulación de lo real, propio de lo post-moderno. La cultura ha perdido su aura y ante las paradojas de lo latinoamericano con lo mediático de lo global, la única estética posible es el ironismo kitsch. Tanto en Paz como en Monsiváis, la identidad es “búsqueda de situación” en medio de la complejidad de lo globalizado y la relatividad de lo posmoderno.
Cercano a Levi-Strauss y a los antropólogos sociales del pasado siglo XX en su precisión descriptiva, pero también a François Lyotard, Baudrillard y García Canclini en su contemporización de los medios y la simulación tecnológica como formas de construir “imaginarios colectivos”(en ese sentido también cerca de Castoriadis), en Monsiváis la crítica de lo involuntariamente irónico y la ironía como crítica se dan la mano. El ingenio cultural, en ambos sentidos, como arte e ingenio, y como industria que decora kitch-mente la constitución urbana de la posmodernidad latinoamericana. La demografía es para Monsi la vertebración del caos relativista post-industrial: lo que no han podido las universalizaciones ideológicas lo pudo la ciudad en sus confines desarmonizados: por medio del caos citadino, México ingresa a la relatividad de lo post-moderno y al pastiche cultural.
Si “todo lo sólido se desvanece en el aire”, todo lo sagrado se envanece en la televisión al grado de la ignominia, el envanecimiento televisivo, hijo (post) moderno y masificado de los “fervores indiscretos”, desdobla toda letanía al punto del slogan publicitario y la profanación de lo sagrado por la abstracción de lo sublime populachero: el consumo popular televisivo es la madre (o la patria) de la simulación a la Baudrillard, de la refracción epistémica al más puro estilo Meninas comentadas por Foucault.
El estilo de Carlos Monsiváis es heteróclito y multicultural: lo mismo cita a la teología de la liberación que a las cumbias colombianas de ron y semen, dispara versos de Neruda, Díaz Mirón y Eliot sólo para enaltecer el escarnio y así desdibujar a la alta cultura; habla de teosofía milenarista con la chabacanería de un jarocho mal hablado, y va desde el centro cultural “El Chopo”, adalid de punks y contraculturales, hasta el camerino de “La Trevi” como ejemplo de consagración citadina y signo de nuestra cultura social –“transgredida”más que transgresora- actual.
Son tantos y tan minuciosos los temas y tópicos de Monsiváis, que resulta imposible hablar de todos sin perderse en el maremágnum y en el vademécum de lo intertextual y rizomático, de la cultura simulada e inter-referencial, del consumo como sentido de la vida y valor místico degradado, de la escatología (en ambos sentidos) del relajo y la construcción del Reino de Dios- pay per view a través de una transferencia crediticia.
Lo cierto es que Monsiváis acierta y sin piedad: nuestra idiosincrasia nacional es una ideología pintoresca que forma invención a falta de realidad. Simulacro, proscripción de la realidad social, evasión y complejos: Samuel Ramos en la TV anunciando consultas psiquiátricas y los ex jesuitas trasnochados cobran por hacer milagros en los Tuxtlas a bajo precio. Nuestra “estética de lo sublime” populachera es percepción, más que de un infinito (como creía Kant), de una infinidad atemporal que nos envuelve y absuelve del presente desastroso: la simulación y el auto escarnio involuntario.
Tal vez se vislumbra una esperanza en don Monsi cuando habla de la mística en los márgenes, donde la miseria y la pobreza, la llaga y el hambre conforman un imaginario más auténtico, pero no por ello menos delirante. Ante la enfermedad y la carencia, la experiencia religiosa da sentido a lo más marginal de la vida social: una mística de la crisis, en tiempos de una crisis sin mística.
Monsiváis nos ha dejado a las puertas de la post-modernidad y no sé si debamos agradecerle el favorcito. Los rituales del caos como forma de demografía posmoderna kitsch –algo así como Malthus jugando Xbox con Deleuze y Guattari-, están aún colmándose de dirección y sentido, en la ardiente, sufriente y sangrienta historia actual de nuestros países.
5. Conclusión: El Ensayo Latinoamericano: entre la Identidad y la Escritura
“On my American plains I feel the struggling afflictions
Endur’d by roots that writhe their arms into the nether deep:
I see a serpent in Canada, who courts me to his love;
In Mexico an Eagle, and a Lion in Peru;
I see a Whale in the South-sea, drinking my soul away.”
William Blake: America: a Prophecy
La intención de éstas aproximaciones, ha sido la de encontrar un hilo conductor que proporcione cierta luz reflexiva sobre la constitución del ejercicio ensayístico en Latinoamérica. He optado por clasificar en estos tres grupos (Fundacionales, Contestatarios y Posmodernos) a los ensayistas vistos en nuestro recorrido, ya que me pareció que la clasificación propuesta cumple adecuadamente la función de orientar histórica y conceptualmente la génesis y el desarrollo del ejercicio escritural del Ensayo en Latinoamérica.
Otras clasificaciones pueden ser posibles. Muchas más ideas y ensayistas han quedado de lado por falta de espacio y tiempo. Los ensayistas suelen ser también: Locales, Universalistas y Continentales; o Literarios, Identitarios y Filosóficos, éstos últimos apenas recientemente investigados en la Filosofía Latinoamericana que se imparte en las universidades de América Latina .
No obstante, a pesar de ésta clasificación tripartita, hay una preocupación doble que atraviesa todos los ensayistas que me han ocupado: la búsqueda de una Identidad y la conformación de una Escritura. Pareciera ser que, incluso, el trazo seguido por nuestra ensayística va, desde el proponer e investigar una identidad social y política -pasando por una crítica emancipadora-, hasta llegar a una consciente y meditada consciencia escritural en la cual el latinoamericano se sabe ya dueño de sus recursos filosóficos y de su historia literaria: nuestra historia es la de una identidad que parte al encuentro de una escritura, la de unas ideas en busca de un estilo, la de una fundación sociopolítica que va convirtiéndose en proyecto literario, a través del ideal utópico de la Liberación. Es en Latinoamérica donde cobra más sentido la conocida frase: “escribir la historia”.
¿No es verdad sin embargo, que nuestra geopolítica está aún por completarse? ¿Acaso el afán de liberación y crítica, desde Huamán Poma hasta la Filosofía de la Liberación, de Enrique Dussel, ha cumplido sus cometidos? ¿Resulta atinado decir que seguimos buscando la realización social del amor en justicia, para acabar con las perpetuas convulsiones que nos azotan como continente?
Es legítimo y necesario hacer estos cuestionamientos. Nuestro prójimo está siendo asesinado cada día en la mayoría de nuestros países, la justicia ha sido secuestrada y colgada de los puentes de la historia, colgantes y al vacío. Pareciera que terminar la consecución de una ensayística propia en un proyecto literario, en una consciencia escritural, no es más que un ingenuo intelectualismo.
Sin embargo, la historia también ha probado que la escritura es el inicio del cambio, conformación de la identidad y proyección de las utopías. La escritura, como ejercicio de la consciencia simbólica, es el modo en que ordenamos la búsqueda de verdad y sentido en la historia de la humanidad. Incluso filósofos como Ricoeur , han demostrado que la relación de la Palabra con el Trabajo son los verdaderos grandes motores de la historia social de la humanidad: la Palabra humaniza al Trabajo y le devuelve significado y justicia, porque a través de ésta se deja oír y ver. El Trabajo humaniza a la Palabra para que ésta no envilezca de poder y mentira, en la lucha constante por la sobrevivencia, en la creatividad de nuestro más íntimo e histórico ser. Al encontrar nuestra Escritura, que lo mismo es decir, nuestra Palabra, no sólo encontramos una forma de expresión social, sino que damos a nuestras esperanzas la conciencia de lo eterno, y aseguramos, para los que vienen, nuestra permanencia en esa eternidad.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
Houvenaghel, Eugenia. Alfonso Reyes y la historia de América. La argumentación del Ensayo histórico. FCE México. 2003.
Jaeger. Werner. Paideia. FCE. México 1962.
Mariátegui, José Carlos. Siete Ensayos sobre la interpretación de la realidad peruana. Ediciones Era. México 2002.
Martí, José. Nuestra América. Madrid. Red Ediciones S.L. 2011.
Monsiváis, Carlos. Los Rituales del Caos. Editorial Era. México. 1995.
Mora, Aguilar José. La Divina pareja. Historia y Mito en Octavio Paz. México Era 1973.
Paz. Octavio. El laberinto de la Soledad. Penguin Books. New York 1997.
Reyes, Alfonso. Antología General. Alianza Editorial. Madrid 1986.
Ricoeur, Paul. Historia y Verdad. Ediciones Encuentro. Madrid 1990.
Rodó, José Enrique. Ariel. Editorial Cervantes, Valencia 1920.
Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo: civilización y barbarie, vida de Juan Facundo Quiroga. Editorial Porrúa, México.1991.
Voegelin, Eric. Anámnesis. University of Missuri Press. Columbia. 1990.
El presente es extracto de una investigación acerca del ensayo latinoamericano llevada a cabo en el Seminario de Ensayo Latinoamericano del Taft Research, en la Universidad de Cincinnati, en Ohio. Mismo que estuvo a cargo del Dr. Nicasio Urbina y Julio-Valle Castillo como profesor visitante.
Houvenaghel, Eugenia. Alfonso Reyes y la historia de América. La argumentación del ensayo histórico. FCE México. 2003
Frase acuñada en las monedas de 20 pesos conmemorativas del Nobel Literario en México:
http://www.banxico.org.mx/billetes-y-monedas/informacion-general/billetes-y-monedas-de-fabricacion-actual/billetes-y-monedas-de-fabricacion-actual/monedas/moneda-20-pesos-conmemorativa.html
Todo misterio es “fascinante y tremendo”, numinoso, según Rudolf Otto en Lo santo: lo racional y lo irracional en la idea de Dios. Alianza Editorial
Mora, Aguilar José. La Divina pareja. Historia y Mito en Octavio Paz. México Era 1973
No hay que olvidar a George Bataille en sus concepciones transgresoras sobre el erotismo como fuerza vital denegada por la cultura. La influencia de Bataille será muy fuerte a lo largo del Laberinto de la Soledad. Sobre todo en su apéndice.
Término acuñado por Homi Bhaba en The Location of Culture.
Artaud ya había testimoniado la dimensión mística de los Tarahumaras, tribu de Chihuahua, en su libro: Los Tarahumara, de 1944.
Paz. Octavio. El laberinto de la Soledad. Penguin Books. New York 1997. Pág. 112.
Paz. Octavio. El laberinto de la Soledad. Penguin Books. New York 1997. Pág. 204
Camus, Albert. El hombre Rebelde. Alianza. Segunda parte de la reflexión camusiana sobre el absurdo de existir (la primera es El mito de Sísifo), es complementada con la vuelta a la rebeldía solidaria contra todo sistema asfixiante. Soledad del hombre absurdo que se complementa con la rebeldía de otros hombres absurdos en busca del sentido de la existencia en la historia.
Cabe destacar el libro de reciente aparición: El pensamiento filosófico Latinoamericano, del Caribe y “latino” (1300-2000). http://www.cecies.org/proyecto.asp?id=45 Aún por investigar en nuestra área.
San Luis Potosí, México, 1979.
Poeta y traductor. Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Algunos de sus escritos han aparecido en revistas como: Alforja, La balsa del náufrago, Uni 10 y Posdata. Así como en la revista virtual Círculo de Poesía. Asistió a los talleres literarios de José Vicente Anaya, Mario Bojórquez y Eduardo Langagne. Y al Taller de Autoconstrucción Humana (TACH) con Ricardo Avilés Espejel en el Centro Lonergan de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Ha sido profesor de Filosofía en la UAT y en la Prepa Ibero Tlaxcala. Tiene un sólo libro publicado, No cesará el desvelo, por el ITC de Tlaxcala y actualmente estudia el Posgrado en Lengua y Literatura Romance en la Universidad de Cincinnati e imparte clases de Español en dicha universidad. Ha traducido poemas de Thomas Merton, John Keats y Keneth Patchen.