Aurora del Ocaso, la «novela total» de Gloria Elena Espinoza de Tercero

25 noviembre, 2022

En esta narración Gloria Elena Espinoza ha alcanzado la «novela total». En palabras de Mario Vargas Llosa esta se logra cuando el escritor consigue mostrar varias fases de la historia, y en esa diversidad, alcanza completitud: la novela se impone como una realidad total única que a la vez es representación de la realidad total, a la que refleja ilusoriamente en sus enormidades y minucias y a todos sus niveles.

Si bien la novela no es muy extensa, está compuesta por muchas historias detalladas que se imbrican entre sí y que llegan al lector por diferentes vertientes. La mayoría de ellas son expuestas por un autor omnisciente, pero con numerosos agregados de reflexiones y comentarios.

También cuenta pequeñas historias del pasado de los personajes y cada suceso importante se describe desde variados puntos de vista. Crea la ilusión de que transcurre en un microcosmos aparte de la realidad, pero a la vez recrea la historia de las ciudades de León y Corinto de Nicaragua, ambienta partes en la Europa de la segunda guerra mundial y la hace llegar a 1999. La novela desde el punto de vista temporal es circular: comienza y termina en una boda; y también desde lo espacial, porque se inicia y termina en el mes de noviembre de aquel año en León. Dentro de ese círculo se desarrolla la trama.

Hay una polifonía coral en las voces de los personajes que recorre los diversos tonos de los personajes cultos, deteniéndose incluso en sus discusiones literarias y filosófico-políticas como en la reproducción de ideolectos de las mujeres «asistentes del hogar» y de las variantes y giros peculiares del lenguaje en el «habla» de la lora. Tampoco elude el lenguaje soez de Regina, porque le sirve para mostrar cómo una persona que, por clase social, puede y debe hablar bien, da en cambio rienda suelta a sus enojos insultando y degradando de la manera más vulgar a quienes la rodean.

En varias partes la obra narrativa se convierte en una forma ficcional de la crítica literaria, pictórica y musical, verbigracia (pp. 272-273), donde se describe la charla sobre diversos tópicos y autores literarios entre don Rogelio Ventura y el abogado Iván Uriarte,  cuyos “Correctocorrectocorrecto” y “Pepepero” son transcriptos cada vez que los usa; también son interrumpidos por las intervenciones de las «asistentes del hogar» con su idiolecto particular, al que suma las peroratas de la lora Joaquina. Este ondular entre el estilo alto y el bajo es uno de los deleites de la autora; asimismo, incluye personas reales, de su amistad o su conocimiento, en la trama de la ficción. Esto muestra que estamos en presencia de una novelista que goza la escritura, se divierte con ella, la complejiza y disfruta en el acto de la creación, tal como es común ver en los músicos, que disfrutan abiertamente cuando ejecutan su música o su canto sobre el escenario.

Usa además, la técnica de la inserción paratextual, donde un buen ejemplo se encuentra cuando se rememora el episodio del bombardeo de Guernica y lo hace ingresando dos epitextos: un fragmento del poeta leonés Alberto Juárez y seguidamente una descripción del cuadro del mismo nombre realizado por Picasso (p. 12). Estas inclusiones llegan a conformar en la novela un microsistema poético que apunta a los temas centrales que ella trata: el amor, la muerte, la guerra, el fracaso, el dolor, el sentido de la vida. El empleo intertextual de fuentes múltiples, desde Darío a autores contemporáneos, pone a la narración en una sintonía lírica que cada personaje adaptará a su carácter.

La elección de una poética del fragmento le permite sostener, por una parte, la presencia afantasmada del pasado de don Fito, personaje muy importante en otras novelas de la autora, como El sueño del ángel, Túnica de lobos y Conspiración

La presencia de esas personas en la ceremonia le trae a don Fito su historia […]su vida dio un giro total ¡Una especie de resurrección! Así resuenan en su memoria las palabras del padre Blas Ríos: Eres más grande que tu pecado, más grande que tus culpas… no busques culpables ni te culpes… lánzate a cumplir tu propósito en la vida. (p. 23)  

También hay referencias a otras novelas y obras de teatro suyas, tejiendo así un orbe literario que contiene un mundo particular que se ovilla en León, su ciudad natal.… que evocan otro tiempo y despiertan interés en otras obras de la autora, a las que hay constantes referencias; y por otra, una cantidad de microsecuencias narrativas, por ejemplo, las que protagoniza Silvia, la directora del Archivo Histórico Diocesano, que funge de guía de sitio de la catedral de León y que equivocadamente ingresa con un grupo de turistas cuando se está celebrando la boda, y eso le permite a la autora, además de incluir situaciones graciosas, describir las riquezas escultóricas, la impresionante tumba de Rubén Darío, la riqueza de la sillería del coro cordobés, del trono y la profusión de estilos.

A lo largo de la novela los apuntes de la autora sobre música, pintura, literatura, la flora nicaragüense, recetas culinarias de comidas regionales y sucesos de las guerras europeas y también de las que se libraron en su país, o las teorías cósmicas del boticario científico que cita a Paracelso, la cábala y los libros de Arnaldo de Vilanova muestran la subpartitura de sus saberes que son solventes y abarcan un amplio registro, operando como inductor de una lectura metaliteraria.

La crítica chilena Margarita Aguirre definió al cuento como un puño cerrado y a la novela como una mano abierta, pues en cada dedo figura una historia y todas se abren como ríos. Buena imagen para apreciar cómo las pequeñas historias que suceden en la novela se van integrando en un tejido particular en el que todo, aunque parezca lejano, de cierta forma ha estado unido o al fin confluirá en un lugar común.

La novela, publicada por la Editorial Universitaria de la UNAN-León, en 2010, se inicia el último año del siglo XX con el casamiento de una pareja octogenaria: Rocío y Guillermo, y se centra en la historia de la familia de Cándida y Rogelio Rivera, que transcurre en la ciudad de León, Nicaragua, de principios del siglo XX y se va desarrollando a lo largo de ese siglo. 

El primogénito de los Rivera, Guillermo, fue enviado a realizar estudios universitarios a Europa pero fue sorprendido en Polonia por un ataque nazi, y sus cartas, que hasta entonces habían sido extensas y alegres —como feliz había sido la vida familiar de los Rivera—, ahora solo les informan que salió ileso de la ocupación de Varsovia, y en su breve contenido apenas relata que su compañero de estudios desapareció y describe un confuso episodio donde una perra zigzagueando entre restos humanos, escombros y humo fétido «se detiene ante el cadáver de una mujer y comienza a lamerle los restos de su cara, hasta desplomarse sobre la muerta». Agrega: «Los amo. Guillermo» (p. 36).  Y eso fue todo durante meses.

La incertidumbre sobre su destino trastocó la vida de los Rivera, porque su madre, doña Candidita, de ser una mujer coqueta, alegre y cariñosa se fue volcando a una melancolía profunda que destrozó su vida y la de los que la rodeaban, pues vivía solo para el recuerdo y para sufrir. Al fin muere y al tiempo Guillermo regresa…

Nos enteramos de que padeció una desorientación poderosa por el shock vivido en Varsovia y que luego fue acogido en un barco llamado Aurora, donde conoció a la hija del capitán y se enamoraron. Ella es Rocío. Cuando él se repuso y quiso volver con ella a Nicaragua, Rocío se negó porque sentía que su deber estaba junto a su padre, José Barral, y a un fiel marinero, Justo Pereda, con el que rescataba no solo a víctimas del nazismo, sino incluso a alemanes enfermos que no cumplían las expectativas del régimen.

Al regresar a su país, Guillermo se culpó por la muerte de su madre y dijo: «mi castigo será la separación total con Rocío. No le escribiré, no tendré contacto con ella jamás. Purgaré mis culpas con mi propio dolor y el que me causó… la guerra y… las sombras» (p. 205). La culpa es una infición del catolicismo que prendió fuertemente en la sociedad leonesa. El catolicismo ha ejercido una notable influencia en la conformación de la mentalidad de los países americanos en que se enseñoreó. Los pueblos debían sujetarse al dogma y a los rituales católicos, así como a la influencia de los clérigos. Guillermo no constituía una excepción.

Tiempo después conoció a Regina, una mujer bella, y orientó hacia ella sus anhelos y la desposó. El verdadero carácter de Regina se puso de manifiesto en cuanto interrumpieron la luna de miel por razones que se mantienen en silencio hasta casi finalizar la novela. Lo único que todos veían era el abismo entre Regina y Guillermo, quien a solas se martirizaba: «Soy un prototipo del cobarde. Cargo una máscara prudente, complaciente con los demás (…) Regina no tiene la culpa. Pobrecita… pobrecita… ¿Qué sentirá? Pobrecita…». (pp. 244-245)

Los desplantes, arbitrariedades y exigencias de Regina se volvieron cada vez más intolerables hasta que un día, ella misma, le dijo a Guillermo que había interceptado las cartas de Rocío y que incluso la última, la respondió ella misma, con tremendos insultos y amenazas.

Cuando Guillermo supo que Rocío lo recordaba, comenzó a buscarla y al fin llegó a Finlandia y se reencontraron. La trajo consigo a Nicaragua y ahí ambos debieron enfrentar el rechazo de la sociedad leonesa tan estricta con los valores católicos (cfr. p. 315).

Tuvieron tres hijos y se amaron siempre, pero toda su vida debieron soportar los reclamos y exigencias de Regina que, incluso, los llevaba a pasar apuros económicos, hasta que al fin murió en un accidente doméstico producido por el alcohol y el dolor de su situación a la que al fin nos damos cuenta los lectores cuando ella visita a un ginecólogo: tenía un himen imperforado; por eso, no podía tener relaciones sexuales y se hería con sus propias uñas y al fin con la botella de coñac que le causó la hemorragia mortal.

Al año siguiente, en «la aurora del ocaso», se casaron Rocío y Guillermo. Todos brindaban felices, pero el autor del brindis, Don Fito, no tomó… (p. 158). Con ese mínimo gesto, Don Fito ¿releva y condena la hipocresía de una sociedad que castigó a esa pareja ejemplar durante toda su vida y que en cambio se condolió con la malvada Regina cuando la pareja desconoció el vínculo sagrado del matrimonio religioso entre Regina y Guillermo? No sabemos. Pero, sin duda, los valores católicos rigen la sociedad descrita en la novela.

La medicina, las artes, quizás bastante más que la filosofía, siempre han procurado mostrar la presencia del dolor, su fuerza y su contundencia. Es notable la marca de sufrimiento en la pintura y la escultura de procedencia occidental, del cristianismo para acá. En cambio, aún en el helenismo tardío, sobre el dolor o el terror primaba la heroicidad; pero aquella visión del hombre y sus experiencias se vio fundamentalmente modificada a partir de la consolidación del cristianismo. Así, en la época medieval los santos sometidos a martirios languidecen indefensos como muestra clara de resignación ante el dolor.

La novela sucede en Nicaragua, su autora y sus ancestros, son nativos de ahí; un país con fortísimas marcas dejadas por el cristianismo a partir de la conquista. Ella vive el dolor bajo significaciones culturales que cuentan con gestualidades propias de la experiencia significada. El dolor es a un tiempo, emocional, cognitivo y cultural; es una construcción, puesto que lleva implícita una interpretación, y como tal, depende de parámetros culturales.

Todo dolor, ya sea físico o emotivo, hará que la imagen que cada uno tiene de sí se trastorne, y hay dolores psíquico-emotivos, como la culpa, que son propiciados por el cristianismo. Esta doctrina construyó figuras paradigmáticas del dolor humano en general y a partir de la representación del sufrimiento de Cristo postuló en Él la cima del dolor universal, enseñó que aquél era el gran dolor de toda la humanidad y que debía vivirse con culpa,  sufrimiento, ansiedad, miedo, pena y piedad, instaurando así parte fundamental de la estructura emotiva de todo cristiano —no solo entre los creyentes practicantes— sino que influyó en todas las culturas que han entrado en contacto con su doctrina, es decir, con Occidente en general. 

El cristianismo enseñó la resignación ante el dolor. La interpretación del dolor y la actitud ante él han quedado marcadas por la culpa y el sacrificio. Sus signos son justamente el sufrimiento, el dolor y la resignación, marcando la concepción y experiencia del mundo que tienen los cristianos. Otra característica propia del sacrificio cristiano es la idea de ofrecer al Creador, una vida por otra. Ejemplo: dice doña Cándida: «Guillermo… el motivo para vivir muriendo… morir por la vida de él». (p. 59)

Así varios personajes de la novela, Cándida, Rocío, Guillermo y su núcleo familiar, padre, hermanas y criadas sufren en silencio, se sienten cargados de culpas y buscan resignación ante los infortunios. Aún Regina, el personaje «malvado» de la novela, sufre y oculta su dolor. Pareciera que su cuerpo, cansado del error de la naturaleza que le negó su satisfacción sexual, hubiese tejido sus reclamos, exigiendo atención aun a costa de sí misma, es decir, auto infligiéndose golpes y heridas. Sus acciones son un grito desesperado por reencontrar el cuerpo íntegro — paradójicamente— tras mutilarlo. De ahí la compasión que despertaba en Guillermo que la veía flagelarse.

El sufrir en silencio es casi una constante en las novelas de Gloria Elena Espinoza. Y como en la que nos ocupa, varias de ellas son evocadas, veamos este párrafo cuando don Fito pasa revista a los concurrentes a la boda y recuerda: 

Doña Jazmín Corrales de Baca y su esposo don Felipe están junto a Augusta. Don Fito al verlos recuerda a doña Prisca Justina, la madre de don Felipe, que enmudeció por callar su dolor… Y es que a veces el abuso en contra de la mujer es psicológico, silencioso, invisible… […] El esposo de doña Prisca se decía llamar don Relicario. Así le puso la arquitecta cuando construyeron el jardín imaginario con el cual pensó lavar sus pecados de omisión contra doña Prisca. Nunca pudo ver el daño que le hacían a su esposa. Pero tuvo suerte, porque María lo comprendió y acompañó hasta la muerte. (p. 22)

El dolor no es traducible. Aurora del Ocaso se convierte en paradigma del dolor crónico derivado, o bien de una experiencia emotiva, o por una causa orgánica, en el caso de Regina.

El dolor de doña Cándida sólo es imaginable por quien lo haya padecido. De hecho, quien pierde a sus padres se convierte en huérfano, pero no hay palabra para designar la orfandad de los padres ante la pérdida de un hijo. Doña Candidita va desvaneciendo su vida ante la ausencia de su hijo; siempre sufriendo, siempre sumida en el dolor de no poder reencontrarlo. Todas las experiencias y las interpretaciones del mundo están permeadas o determinadas por ese dolor, cuya única salida, finalmente, es la muerte. El cuerpo languidece y se seca.

(…) el dolor me ha abierto las venas y se ha sembrado en mí como una planta. Crece, Varsovia, me invade por dentro. Ha tomado mi pensamiento, mi cuerpo. Su raíz es profunda. Sus ramas me abrazan desde mis profundidades, me asfixian, aunque mire todo lo bello y amado, como Corinto. (p. 79) 

El dolor, al igual que otros sentimientos muy complejos: amor, odio, tristeza, es uno de los que logran mayor profundidad en la vida de las personas puesto que, como todos los grandes sentimientos, nunca viene solo, amén de que obliga a actuar en correspondencia o a partir de él.

En el abanico de sentimientos que acompañan o preceden al dolor podemos reconocer: miedo, terror, angustia, desolación, culpa, tristeza, depresión, nerviosismo, incertidumbre, sufrimiento, pena, congoja, enojo, aislamiento, ensimismamiento, etc. La autora, con notable maestría, pone a los distintos personajes a vivir esos diversos sentimientos y con profundo conocimiento de los estragos del alma dice: «Pero no nos engañemos, el alma no se contenta con sufrir sola, se hace acompañar del cuerpo. Eso le pasaba a ella, a doña Cándida» (p. 87) 

Y no pudo soportar su… dolor del alma, la aflicción, todo… se arraigó en su cuerpo, por más que su familia hizo cuanto pudo. Una ola de sarro la envolvió y embadurnó de verdeamarillento su equipaje para la eternidad. No pudo salir del sopor ni del sarroso olor. Su corazón no resistió… Murió consumida. Con la piel pegada a los huesos, los ojos amarillos, reflejando tristeza profunda. Aquella mujer linda y activa se acabó. Se redujo por el dolor de la ausencia y del dolor humano. (p. 126)

La cultura otorga los elementos para significar lo que acontece. A partir de la información que se tiene respecto al dolor, se interpreta el esquema corporal y psíquico, así como las actitudes que se está impelido a tener en tales circunstancias.

Otro sentimiento que propició el cristianismo fue comulgar con el dolor y el sufrimiento de los demás. Impulsó la comunión con el sufrimiento del otro. Así el dolor culturalmente marcado por esta doctrina ha enseñado la empatía con el dolor de Cristo, el único y gran dolor universal, lo que posibilita tener empatía con el dolor en general. Si el dolor para los griegos era una posibilidad de convertirse en héroe; para los cristianos, en cambio, el dolor es un castigo a los pecados y por tanto el dolor, el incurable dolor, se hace digno de piedad. En la novela se ve claramente cuando Regina, que había ganado por su conducta el odio de su comunidad, al momento en que todos creen que fue abandonada por Guillermo, despierta la compasión de los que antes la aborrecían. Ahí pesan también las condenas del catolicismo al adulterio; por eso los leoneses, a pesar de que reconocen en Rocío y Guillermo un comportamiento ejemplar como padres y vecinos, los ignoran y murmuran contra ellos y se conduelen con Regina.

Otro personaje condenable es la Lola, una mujer del servicio de la casa de los Rivera, que con sus chismes y fabulaciones enlodaba reputaciones. Al fin trata de conseguir enamorar a Especioso, el avaro del pueblo, que también retrotrae a otra obra dramática de la autora: Stradivarius.

El médico ginecólogo al que al fin se decide ir a ver Regina, da pie a la recreación de sucesos de la época somocista de Nicaragua, a partir de una cantidad de microsecuencias narrativas que reconstruyen su historia y describen el encuentro con Regina. Nos enteramos de que el padre del médico, un cabo del ejército había llegado a un pequeño poblado buscando insurrectos y ahí embarazó a una niña de doce o trece años y como el niño resultó idéntico a él, se lo quitó a su madre y al cuidado de la abuela el niño se fue destacando por su inteligencia; entonces su padre, que por servicios a Somoza alcanzó el grado de sargento de la Guardia Nacional, hizo estudiar a aquel hijo Medicina y aún lo hizo especializarse en México y en Francia. El ascenso social de la madre del niño y de su padrastro, también se debieron a los favores de Somoza a través del sargento Maradiaga.

La autora se sirve de microsecuencias narrativas, algunas irónicas, otras satíricas, para ir modelando el personaje de Regina en su cada vez mayor degradación espiritual. El desprecio del que hace gala en su visita al ginecólogo, su desdén ante las frases que el médico ha consignado en algunos carteles: «No hagas esfuerzos por amontonar riquezas en la tierra. Al irte de este mundo tendrás que abandonarlo todo, también tu propio cuerpo»; otro que decía: «Nuestros errores tienen repercusiones» (p. 327); y  «Solo el tiempo es capaz de comprender cuán importante es el amor en la vida» (p. 328), le despiertan gran furia porque en realidad fungen como síntesis de su vida equivocada, y ella, intuye que es así; lo que la mortifica es que nunca accedió a ir a hacer una consulta médica en prestigiosas capitales europeas y se tuvo que estrellar con la realidad de su vida en ese humilde consultorio.

El uso de microrelatos en diversos momentos del desarrollo del relato madre consigue ir conformando la idiosincrasia de sus criaturas. Así, por ejemplo, las historias de las «asistentas del hogar» o de los amigos de Guillermo: su tocayo Guillermo Pereyra, de quien heredará su singular apodo; y Edy Carrera, el de enigmático destino, cuya historia no se cierra con la muerte, como en el caso de Pereyra, sino que se da a entender con leves pistas, que es un exiliado de la vida, un errante urbano que al fin se pierde en la narración.

Domitila, la cartomántica, que también proviene de otra novela de la autora: La casa de los Mondragón, informará a los presentes en el velorio sobre el destino del alma de doña Cándida. En Aurora del Ocaso vuelve a mencionarse a Lucrecia Mondragón, que sufrió en su carne y espíritu las consecuencias de los injustos prejuicios que la Iglesia defiende y difunde desde los púlpitos. Ella quedó embarazada siendo soltera y a juicio de su tío, habiendo perdido su honra, debía marcharse del hogar. Vale aclarar que Domitila fue quien la albergó en su casa, cuando aquella infructuosamente buscó asilo entre sus amistades cuando Don Venturita la echó de su casa.

La autora enlaza ambas obras haciendo aclarar al narrador que los Rivera no estuvieron de acuerdo con esa decisión. Vale citar este fragmento porque muestra cómo ante una falta moral, la rigidez de las costumbres marcadas por el catolicismo, arroja sin más a la calle a una mujer en total estado de indefensión y la única que la ampara es justamente la persona que por sus actividades de adivinación y cartomancia está fuera de la comunidad católica. La familia Rivera, aunque son católicos, no estuvieron de acuerdo con la expulsión de Lucrecia, pero Doña Cándida, como remarca el texto, la fue a buscar en secreto, sino la condena social, también caería sobre ellos si la ayudaban.  Este fragmento también es útil para mostrar el juego de la autora con anacronismos y con la mezcla de personajes de ficción con amigos suyos:  

Pero es interesante preguntarse, ¿por qué los Rivera no le dieron asilo a Lucrecia cuando fue expulsada? (…) 

Al parecer, los Rivera andaban en Bahía Blanca, Argentina, visitando a la familia de doña Nidia de Burgos Casal, entrañables amigos. Por eso no se dieron cuenta.   

¡Infausta coincidencia!

Pobre Lucrecia… Pero tengo entendido que cuando regresaron, en secreto, doña Cándida fue en su busca hasta la casa de Domitila Carvajal de Lorente y Barba para llevarla a su hogar. Pero ya era demasiado tarde, Lucrecia no quiso dejar a su protectora, la única que en el momento crucial la amparó. (p. 38)

Merecen un apartado los párrafos líricos que se intercalan en la narración de los sufrimientos de Doña Candidita. Se corresponden con la línea abierta de resonancias literarias. Estos subrelatos obedecen a una poética del fragmento, que a veces aparecen como elaboración de doña Cándida y otras del propio Guillermo, que le permiten a la autora alegorizar las fantasías mitopoéticas de la guerra. Para ella, cualquier guerra es todas las guerras. Pasa de la ocupación de Varsovia a las luchas de Sandino en Nicaragua. Muestra cómo el mundo destrozado por la guerra es comprendido por quienes lo habitan a través de proyecciones metafóricas basadas en la experiencia dolorosa y en la preocupación por la supervivencia física.

Recordemos que doña Candidita buscó una perra que, de alguna manera suplantara a aquella que mencionó su hijo en la primera carta. Después de varios fracasos, al fin se quedó con una perra vagabunda a la que hizo llamar Varsovia y con la estableció una conexión muy singular e inexplicable. A ella le dirigía extensos soliloquios líricos donde exponía su preocupación por la guerra y el destino de la humanidad. De hecho, el confesor de doña Candidita, el padre Pallais, sabía que no solo por el hijo, sino por esa nefasta guerra incomprensible, doña Cándida sufrió por la humanidad (cfr. 132).

Ella le decía a Varsovia: 

(…) La guerra es sufrimiento tan intenso como inexplicable (…) lo siento… lloro… grito por dentro, estallo… mi cuerpo se pulveriza como mi alma. Como mata la mano endemoniada a humanos y todo lo que han construido durante generaciones… ese horrísono eco entra en mí y no puedo más (…) vivo la muerte de ellos… el dolor… ¡Cuánto martirio! ¡Dios! (p. 59)

Hay una notable voluntad de registrar la vida cotidiana de una ciudad provinciana, por eso no es extraño el amplio espacio que la autora otorga en sus novelas a los hechos sobrenaturales. En Aurora del ocaso los personajes naturalizan situaciones que incluyen lo casi paranormal. Entre tantas, elegimos relevar la adopción de la muñeca Ángeles.

Doña Cándida atenta siempre a las acciones de la perra Varsovia, sale presurosa cuando la oye aullar como si hubiese un temblor. «Pero esta vez la tierra estaba quieta (…) Sin embargo, el aullido estremeció no los cimientos de la casa de los Rivera, sino los del alma de doña Cándida» (p. 65) Esta última aclaración se corresponde con el hecho de que estos sucesos siempre son narrados por un observador no comprometido con la acción, que se limita a contar lo que ve: 

La procesión compuesta por la servidumbre detrás de la señora miró una escena inolvidable: la perra lloraba… es decir, aullaba. Lamía una muñeca de trapo. Extremidades y cabeza de material duro. Descascarada. Rosada. Sucia. Sin una pierna. Pelo escaso. Un solo ojo azul abierto, mirando fijamente al cielo. Boca como si diera un beso.

(…) 

Con una de sus patas delanteras sobre la muñeca observó a la comitiva. No se inmutó ni fue a saludar a su ama. Doña Cándida se fue acercando… Le pusieron una silleta, se sentó y aguardó que terminara. Sintió sus ojos en los suyos como formando un túnel. Así eran esas transferencias… 

Ni siquiera la fronda se movía. Los chocoyos no hacían alharaca. Joaquina no decía su perorata. Las gallinas no cacareaban. Total, el universo callaba para escuchar el lamento de Varsovia. Hasta la Lola miraba embelesada.

Lo insólito del asunto es que Varsovia no mordía, solo lamía el rostro de la muñeca. Eso era raro porque uno de sus gustos era masticar cuanto llegaba a su alcance (…) Para colmo, (…) los aullidos se transformaron en su agudo quejido de violín.

Doña Cándida le dijo:

—Varsovia, la patria es la tierra… Lamé Varsovia… curá las heridas causadas a la propia madre. El paraíso se ha violentado por seres ciegos… la sabiduría del árbol de la vida fue para usarla en contra nuestra. La Bestia ríe… se lleva la ilusión… No entendemos… Nada comprende el hombre…

Varsovia parecía escucharla. Luego volvía a lamer la muñeca. Todo aparentaba estar en función del lamido y las reflexiones de doña Cándida. Escuchaban hipnotizados.

(…) Por último doña Cándida levantó la muñeca. Varsovia la quedó mirando. Así sucia como estaba, sin una pierna y sin un ojo, la apretó contra su pecho y la abrazó. Se dio cuenta de que la muñeca tenía dos caras: una rosada y el reverso café.

(…)

Desde ese día la muñeca de dos caras fue trasladada a un moisés adornado como para una recién nacida. (pp. 65-68)    

Los fragmentos líricos que emite Guillermo aparecen diagramados como poemas y se ocupan de describir lo micro de la guerra, el soldado herido, la metralla, el bombardeo, el estruendo, el dolor, fuego, humo, muerte, primero en Europa —la que él ha visto— luego se retrotrae a la guerra de Sandino en territorio nicaragüense, la que libraron sus mayores. Es significativa la universalidad que la autora le otorga a esa guerra localizada. Nada es circunstancial, para ella la línea del tiempo ni es una, ni tiene dirección fija. Por eso la redacción fragmentaria y el flujo de imágenes: «gente sencilla…trabajad…/ guerrillas…/ ataque aéreo… /segunda batalla del continente americano…/ del planeta…/» (pp. 61-62). Luego Guillermo menciona la navegación, Finlandia, su moneda, Inglaterra, su mente atormentada va arrojando imágenes diversas; el Aurora como arca, su salvación, sus dolores, su «culpa negra»…

Cuando regresa a Nicaragua comienza a escribir unos cuadernos en los que vuelca sus más íntimos sentimientos, que dirige a Rocío. Esos fragmentos se destacan en cursiva y recrean el género epistolar.

En cambio, los fragmentos de prosa lírica que narran los soliloquios de Doña Cándida ofrecen por momentos una visión fáustica de la guerra:   

—El hombre insiste en carcomer su imagen ante Dios. Los estallidos destrozan todo. Medallas y galones dan lustre a impecables uniformes de hombres enceguecidos por sus intereses, a ellos la humanidad los tiene sin cuidado. 

(…)

—¡Grita la tierra, madre herida! ¡Grita!, Varsovia, por sus árboles arrasados por el fuego, ¡los pájaros sin nido! ¡Sol y luna miran el verde y el azul teñidos de rojo! ¡Grita!, Varsovia por el horror que ni siquiera imaginamos. El dragón encarnado en un hombre arrasa la vida. Roguemos al Padre porque no triunfe su poder sobre la tierra (p. 55-56).

—Varsovia, el hombre exhibe su furia, su soberbia, pero él mismo se destruye. ¿Cuánto deberán esperar los seres humanos hasta que esa soberbia asole campos… ciudades…? La ira nubla la mente de los poderosos con un patrioterismo deshumanizado. Después solo serán los ¡ay!… más ya todo estará consumado como cuando mataron a Cristo… (p. 62)

Gloria Elena Espinoza de Tercero a lo largo de su fecunda obra literaria, de manera discreta y continua, ha vivido transformando el formato del género en que se expresa.

Su novela no concibe a la Historia como un texto definitivo, sino como una utopía del pensamiento, una búsqueda de significados cruzada —lo mismo que las vidas individuales— por la incompletitud y la desazón. 


Bibliografía

  • Bataille, Georges. Las lágrimas de Eros, Barcelona: Tusquets, 1997.
  • Castilla del Pino, Carlos. Teoría de los sentimientos, Barcelona: Tusquets, 2000.
  • Espinoza de Tercero, Gloria Elena. Aurora del Ocaso. León: Editorial Universitaria de la UNAN-León, 2010.
  • Guzmán, Adriana. Revelación del cuerpo. La elocuencia del gesto, México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2016.
  • Hernández López, Abigail. La fantasía y los mundos de salvación de Gloria Elena Espinoza de Tercero, (en especial «La destrucción como símbolo desencadenante de la historia en la novela Aurora del Ocaso de Gloria Elena Espinoza de Tercero»), León: Editorial Universitaria UNAM – León, 2011.
  • Pastor, Marialba. Cuerpos sociales, cuerpos sacrificiales, México: Fondo de cultura Económica/ UNAM, 2004.
  • Vargas Llosa, Mario. Carta de batalla por Tirant lo blanc. Bogotá: Seix Barral. Biblioteca Breve, 1992.
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Es doctora en letras por la Universidad Nacional del Sur y Licenciada y Profesora de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, en Argentina. En 2017 se jubiló en el cargo de profesora titular en el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur y como directora de la Editorial de la Universidad Nacional del Sur, que dirigió desde 2007. Su especialidad es el teatro latinoamericano y argentino, así como la gestión cultural. Ha publicado libros sobre literatura argentina. Recibió el Premio a la Trayectoria de la Asociación de Investigadores y Críticos Teatrales de la Argentina (AINCRIT) en el año 2017.