De Quetzalcóatl al Señor de los Milagros

5 agosto, 2024

Antes de que la hecatombe llegara de ultramar, nuestros astrónomos seguían los desplazamientos de las constelaciones en los abismos del cielo, predecían eclipses, movimientos del Sol y la Luna y cambios cíclicos de la naturaleza; se cultivaba alimentos en amplias extensiones y habían edificado Teotihuacán, Chichén Itzá, Machu Picchu y perpetuado su sabiduría en códices, estelas y calendarios. Siglos después, avanzados instrumentos tecnológicos constataron su innegable exactitud, aunque para numerosos aspectos de aquella extraordinaria civilización aún no han encontrado explicación científica.      

Durante la colonización, los invasores intentaron suprimir cosmovisión, creencias y multitudinarios festejos indígenas con que evocaban los grandes acontecimientos de sus vidas, para sustituirlas con sus creencias. En resistencia, nuestros ancestros enmascararon y preservaron a sus dioses y fingieron venerar en sus templos al dios católico, camuflando así los ritos a sus deidades, como aún lo hacen en iglesias de Chichicastenango y Sutiaba, donde la imagen del Sol (Quetzalcóatl), preside la nave central.

A eso se debe que todas las fiestas patronales dirigidas por la iglesia católica son permutas de las nativas. Por ello, los calendarios indígenas aún tutelan las vidas de la mayoría del pueblo nicaragüense, como afirmó el Dr. Alejandro Dávila Bolaños en sus escritos, recopilados por el arqueólogo Bayardo Gámez y publicados en octubre de 1990 por el Centro de la Medicina Popular Tradicional de Estelí con el título Nicaragua Prehispánica. Esa fue mi referencia para escribir este ensayo.

Con relación al Tiempo, los mayas iniciaban el nuevo año el 15 de enero, evento consagrado a Tezcatlipoca, el gran cuerpo que se mueve en el firmamento —la Osa Mayor— Señor del Cielo y la Tierra, en la cultura náhuatl (mexicas y otros pueblos mesoamericanos), fuerte, omnipresente e invisible, fuente de vida, tutela y amparo del hombre, origen del poder, la felicidad y dueño de las batallas. En Nicaragua los pueblos maribios, sutiabas, dirianes, nahuas, sumos y matagalpas, lo iniciaban el 15 o 20 de enero, ofrendando al Sol, en busca de bendiciones, guerreros enemigos que inmolaban a flechazos. 

Expresión de lo afirmado son las celebraciones del 15 de enero al Señor de Esquipulas en El Sauce y el 20 de enero en Tipitapa, Esquipulas (Matagalpa), Carazo y Popoyuapa (Rivas); festividad también ofrecida a Nuestra Señora de los Desamparados y a Jesús Nazareno en San Fernando (Nueva Segovia), La Concepción, Santa Teresa, Nindirí, Totogalpa, Sébaco y otros lugares. Ocotal y Mozonte festejan al Señor de los Milagros; y en Nandasmo al Señor de la Buena Muerte y al Señor del Dulce Nombre.

Desde la lógica de la sustitución, el guerrero flechado de nuestros ancestros fue destituido por San Sebastián, mártir cristiano asaetado en Roma y según la tradición de Diriamba, hallado por pescadores en las aguas de Huehuete, mientras flotaba en un cajón de madera, donde también hallaron, en otro cajón, a Santiago, patrono de Jinotepe. Desde entonces, el 20 de enero Guachán es festejado con bailes, máscaras, marimbas, coloridas vestimentas, comilonas y bebederas, en Diriamba, Masaya, Granada, Ciudad Darío, Boaco, Acoyapa, Juigalpa y San Sebastián de Yalí.  

Otros pueblos indígenas, coincidiendo con los mexicanos, comenzaban el año nuevo el 2 de febrero. Era fecha importante, pues les señalaba que, a partir de allí, en 90 días iniciaría el invierno, el que según sus cálculos empezaba el 3 de mayo, día consagrado al Dios de la Lluvia, a quienes representaban con una cruz. No es casual que en esa fecha, el santoral católico celebre la Santa Cruz.

Los aborígenes de Nicaragua honraban a Xolotl —hermano gemelo de Coabol, la Gran Culebra— que en la cosmogonía nahua representaba al Dios Creador, que descendió al infierno (Migtán), en busca del Hueso del Muerto, del cual formó la primera pareja humana. Xolotl es la Luna, y su nagual es el Xulo, dios con cabeza de perro. Su festividad indígena fue traspuesta por la de la Virgen de Candelaria, cuyo templo estuvo a orillas del Xolotlán, y antes del terremoto de 1931 también su iglesia. Sus festejos eran renombrados desde la colonia hasta inicios del siglo XX en Managua, Masaya, Carazo, Diriomo, El Viejo, Chichigalpa, Chontales, El Jícaro (Nueva Segovia) y La Trinidad (Estelí).

En otras partes celebraban el inicio del año el 3 de febrero —día de San Blas— igual que la gran fiesta de Cholula, México, dedicado a Quetzalcóatl, donde a medianoche ofrendaban a la Luna el corazón de un indio sano. En otros lados lo hacían el 8 de febrero, fecha que aún ofician encubierta con Santa Clara de Luna y la Virgen de Montserrat en La Concepción, Masaya; SanCaralampio, en Cinco Pinos, Chinandega y Diriamba. Incluso el 11 de febrero, con la Virgen de Lourdes, en La Concordia, Jinotega; la Virgen de Los Remedios en Quezalguaque, y la Virgen del Chorro, en Telpaneca.

En la cosmovisión indígena, el ciclo solar anual, los cultivos y las festividades estaban vinculados de manera especial. El ciclo solar comenzaba el 20 de enero, dos días después de finalizados 7 períodos de 52 días (364 días), medida de tiempo muy relacionada con las siembras, en especial la del maíz. El primer período terminaba el 12 de marzo, cuando debían haber concluido las tareas de socola (roza y destronque de bosques), en espera de la luna nueva, pasado el equinoccio de primavera, para iniciar la quema de los campos. Estas festividades fueron sustituidas por las de Semana Santa y San Gregorio, nombre perpetuado en poblados y haciendas de Carazo, Masaya, Granada y Managua.

El invierno iniciaba el 25 de abril y concluía el 25 de octubre. Las fiestas del inicio de las lluvias fueron traspuestas con las de San Marcos, y prolongadas en Diriá hasta el 29, con las de San Pedro. Ese día, en Masaya bendecían semillas de maíz y frijoles, y cruces hechas de palmas de coyol, que protegían de no ser asados por los rayos. El segundo período señalaba el 3 de mayo, día exacto de la entrada de las lluvias, fecha extraordinaria para todos los pueblos antiguos de Nicaragua, que festejaban al Dios de la Lluvia, generador de vida y comida, a quien pedían abundantes cosechas. 

El tercer ciclo marcaba el paso del sol, señalando su detención en el Norte, en el solsticio de verano, el 24 de junio, día de San Juan Bautista. Las festividades del 25 de julio eran dedicadas a Citaliclue,la Vía Láctea, cuando llegaba al cenit en las primeras horas de la noche. En esa fecha, o cerca de ella, la Iglesia celebra a la Virgen del Carmen (15 de julio) y María Magdalena (20 de julio). La fiesta indígena del 25 de julio, dedicada a la Vía Láctea, fue traspuesta por la de Santiago, y aún es celebrada en Jinotepe, León, Masaya, Granada, Managua, Boaco, Somoto, etc.

El cuarto ciclo, iniciado el 15 de agosto, fijaba el cierre del primer período de lluvias y la gran fiesta por el éxito de la tapisca del maíz. Xolotl, Dios con cabeza de perro, Dios Maíz, era la deidad central de los pescadores de la Managua precolombina, y tenía su templo en las sierras, donde sembraban maíz. En esta festividad era “bajado” y paseado en una canoa (acali), en las aguas del lago Xolotlán, consagrado a él. Esta es la razón de la presencia del barco, donde depositan la imagen de Santo Domingo de Guzmán —vale decir del perro, nagual de Xolotl—, en el que ingresa a la ciudad.

Los chorotegas (Masaya, Granada y Carazo), celebraban fiestas el 15 de agosto, agradeciendo a sus dioses y diosas por el éxito de las siembras. Fueron sustituidas por las de la Virgen de La Asunción, también festejada en Palacagüina, Juigalpa y otras localidades. La parroquia de La Asunción en Masaya tiene, en la parte superior de su frontispicio, la imagen de busto de la Virgen María, con una culebra cascabel a sus pies, nagual del Sol y principal deidad acuática de los indios diriegas.

En septiembre, la imagen de San Miguel fue venerada principalmente por el dragón negro a sus pies, al que los indígenas identificaron con la serpiente alada, nagual de Coabol, la Gran Culebra, el dios Sol, contribuyendo la espada flamígera del Arcángel, símbolo del rayo solar, a afianzar la devoción por la imagen. Para los chorotegas dirianes, el león que acompaña a San Jerónimo, era el nagual del volcán Masaya, el Dios Fuego, una de sus grandes divinidades, a quien sacrificaban niños, jóvenes y mujeres, pidiéndole agua, buenas cosechas y victorias en sus guerras.

El quinto ciclo correspondía al 6 de octubre, fin de las siembras de maíz y frijoles de postrera, fiesta traspuesta por la de la Virgen de El Rosario, vigente en el norte. El 25 de octubre concluía el invierno, con gran júbilo popular por el éxito de las cosechas y el descanso físico que representaba. Entre sus ceremonias estaba el destape o liberación del aire, que hacían abriendo en sus templos los tecomates (calabazas), donde lo habían encerrado para que no causara desastres en los sembríos de maíz y frijoles. Así explicaban el Viento fresco (Dios Hecat), característico de la última semana de octubre, identificado por sus alas con el Arcángel San Rafael (llamado El Sembrador en Pueblo Nuevo, Estelí), muy vinculado con el nagual del maíz, por el pescado que tiene en su mano.

El sexto ciclo terminaba el 27 de noviembre, inicio de las grandes festividades del cierre del año agrícola, que terminaba entre el 8 y el 9 de diciembre con solemnes ceremonias. No es casual que el 8 de diciembre sea celebrada en toda Nicaragua, la Purísima Concepción de María, precedida el día 7, con multitudinarias griterías en su honor. El 9 de diciembre aún es celebrada en la antigua Namotiva (hoy Catarina), la fiesta en honor a Santa Catalina. Este ciclo solar terminaba el 18 de enero, confundiéndose con las festividades rituales del comienzo del año nuevo indígena.

Todo esto parece ratificar que los calendarios indígenas aún tutelan las vidas del pueblo nicaragüense.

Ahuacalí, Managua, enero 2013

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Diriamba, Nicaragua, 1954. Autor de Voces en la Distancia, ¡Los de Diriamba!, Clarividencias, Los nicaraguas en la conquista del Perú, Mala Casta, La mujer del padre Prado y 200 años en veremos. Ha editado la Revista Literaria El Hilo Azul y a prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, historiadores y ensayistas, incluida la antología Pájaros encendidos de Claribel Alegría, Poesía Completa de Ernesto Cardenal y la poesía de Leonel Rugama. Ensayos y cuentos suyos han sido publicados en la Revista y Antología de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Antología del Cuento Nicaragüense, Revista Cultural Centroamericana Carátula, Editorial Alfaguara, Revista Cultural El Golem (México), L´Ordinaire Latino-américain (Toulouse, Francia), Revista Surcos de Tinta (PEN Argentina), entre otras.