jesus galleres

Julio Ramón Ribeyro: Desechos y marginalidad en «Los gallinazos sin plumas»

25 noviembre, 2014

Jesús Galleres

Este ensayo trata la figura del hurgador de basura en la década de los cincuenta en Lima. Lo hace a través de la mirada de dos niños, los protagonistas del relato Los Gallinazos sin Plumas, de Julio Ramón Ribeyro*. Analiza el carácter marginal de esta actividad y el propósito de recolectar desechos orgánicos para alimentar cerdos. El espacio geográfico enfocado serán  las calles del distrito limeño de Miraflores y el muladar ubicado en las afueras de la ciudad. Se resalta al cerdo como bestia humanizada y hambrienta, metáfora de la sociedad moderna, y a los hurgadores de basura como seres animalizados en su labor de búsqueda de alimento para los cerdos.


A mediados del siglo XX Lima experimenta un cambio demográfico sustancial a causa de una masiva migración interna. Efraín Kristal explica: “En el Perú moderno, el sector de la economía agrícola y ganadera controlada hasta entonces por la oligarquía latifundista, es desplazada para privilegiar a intereses industriales  y modernizantes. Este proceso cuyo germen se distingue a comienzos del siglo XX (…) se intensifica en la época de maduración de Ribeyro (…) Dicho cambio contribuye en la coyuntura económica a producir el crecimiento inorgánico de la ciudad de Lima, debido a la masiva migración de la población indígena desplazada por la quiebra del sector económico agropecuario no industrializado” (Kristal, 159).

La Lima de los cincuentas coincide con la época de maduración de Ribeyro y se beneficia urbanísticamente del proceso de industrialización. Es decir, se moderniza. Pero esta modernización implica el término de una economía basada en la actividad agropecuaria no industrializada. El componente laboral de este sector no tiene más remedio que migrar hacia los focos industriales donde se encuentra el trabajo. En el Perú de los cincuentas esas características las reúne casi exclusivamente la ciudad de Lima.  La capital, aunque ampliamente modernizada, no tiene la capacidad urbanística para recibir a ese nuevo flujo de gente. Por tanto, los inmigrantes se ven obligados a asentarse en los márgenes de la ciudad. Allí inauguran la modalidad de construcción de viviendas informales que rápidamente proliferarán por toda la periferia de la ciudad. Se les denomina “barriadas”. Su crecimiento vertiginoso y metastásico apiña a la ciudad desde sus orillas obligándola a crecer verticalmente.

Salazar Bondy en su ensayo Lima la horrible comenta sobre este nuevo fenómeno urbano de la barriada: “Creeríase contemplar una ciudad en ruinas que acababa de ser destruida por una gran catástrofe. Esas casas bajas con techos cubiertos con una capa de barro, y los gallinazos calvos y de lúgubre plumaje que coronan las techumbres, contribuyen a hacer más completa esta ilusión” (Salazar Bondy, 81). Tal vez el calificativo “ruinoso” era el más generalizado en el imaginario de los citadinos limeños al contemplar las afueras de su ciudad con este nuevo paisaje urbano. El elemento agregado del gallinazo postrado en uno de los techos invita a la deducción que, además de esta caótica organización habitacional, lo que pululaba alrededor de ella era la basura. Los asentamientos humanos no contaban ni con un sistema de agua y desagüe, ni un servicio de recolección de basura. Asimismo, la ciudad de Lima afrontaba un grave problema frente al aumento masivo del consumo como consecuencia de la modernización: ingentes cantidades de basura. Éstas fueron trasladadas a los suburbios, a vertederos incontrolados, llamados muladares, en las proximidades de las barriadas.

Los Gallinazos sin plumas de Ribeyro nos presenta el miserable mundo de las barriadas, el drama de los marginados que migraron a la capital en busca de una vida mejor, nos muestra, como bien sentencia  Higgins: “la otra cara de la modernización. Ese mundo marginal que yace oculto detrás de la fachada civilizada y próspera que ostenta la ciudad, todo un ejército de seres humanos vive de los desperdicios de la sociedad” (Higgins, 27). Aunque Lima prospera, un sector de la población no tiene acceso a los privilegios de esta bonanza económica. Desde su marginalidad tratan de pellizcar algo del gran pastel del progreso. Muchos encuentran en la crianza de cerdos un canal de supervivencia, un remedo de la bonanza que se vive al otro lado de la ciudad. La alimentación del cerdo consistía en la ingesta de materiales orgánicos en descomposición recolectados directamente de la basura. Esta práctica estaba ampliamente extendida en los criaderos ilegales de cerdos de los suburbios de Lima. Según la asociación de porcicultores de lima se estima que en la década de los cincuentas “el 50% del mercado porcino es manejado por criadores ilegales. De lo cual se concluye que más de un millón de cerdos era alimentados con desechos en la ciudad de Lima” (Rio frío, 98). El oficio de hurgador de basura se convertirá en una actividad extendida a lo largo de los vertederos de las barriadas y además, sus operadores se aventurarán fuera de su circunscripción marginal hacia los cubos de basura de la gran ciudad en busca de los tesoros que estos ofrecen. Entonces, marginalidad y basura aparecen estrechamente vinculadas. Waste and margin are inextricably related (Engler, 29). Cleanliness is associated with gentility and class, garbage with the poor and immigrants (Engler, 8). Y así ocurre, hay una tendencia general por no querer estar cerca de la basura, pues la población citadina la quiere lejos y termina destinada a los suburbios, a los márgenes de la ciudad donde los desplazados, no la reciben con una mala actitud sino como un universo de posibilidades. Y como vemos, su realidad no dista mucho de la citada por Engler en su referencia a los Estados Unidos. Resulta ser un común denominador tanto en el primer como el tercer mundo.

Gallinazos sin plumas-foto2

Los gallinazos sin plumas relata la historia de dos niños, Efraín y Enrique que son explotados por su abuelo, Don Santos. Viven en una casa-corralón en los suburbios de Lima. El abuelo ha comprado  un cerdo al cual se ha propuesto engordar con la finalidad de vender a buen precio. Así podrá aspirar a salir un poco de la miseria en la que viven. Su obsesión con el engorde del cerdo es tal que explota a sus nietos enviándolos primero a buscar restos de comida en los cubos de basura de las calles de Miraflores y luego en el muladar circundante al corralón.

Los niños operan a tempranas horas de la mañana, antes de que amanezca para así anticiparse al servicio de baja policía, encargada de la recolección de basuras de la ciudad. Esta hora de faena la describe Ribeyro de la siguiente manera: “Una niebla fina disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada. Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal (….) Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora también se ve obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas” (Ribeyro, 21).

Con respecto de la frase “paseo siniestro” vinculado a los basureros de la baja policía me parece acertado el énfasis del calificativo siniestro, pues son ellos los que tienen la prioridad y legalidad del preciado botín. Interesante la ecuación de siniestro con legalidad. Parecería una invitación a la anarquía, pero es tan sólo un recordatorio que esa legalidad se lleva el sustento de los miserables. En referencia al término de la madrugada, se la describe como un paisaje fantasmal, cuya población espectral, resulta ser distinta a la población material de la ciudad, la que se levanta al amanecer y accede a trabajos más dignos y en concordancia con ella. Esta población fantasmal está constituida por claros marginados: canillitas, obreros, basureros de la baja policía y los gallinazos sin plumas. Siendo estos últimos los niños basureros protagonistas de la historia y sus congéneres que se arrojan a la calle en busca de desperdicios. Ahora bien, esta descripción fantasmagórica es el primer indicio de deshumanización de los protagonistas a causa de su proximidad y manejo de la impura basura, en su proceso metamórfico hacia la animalidad.

En esta misma línea de la deshumanización y animalización el lenguaje cumple un rol fundamental. En este caso es la manera como el abuelo se dirige a sus nietos por no haber conseguido la cantidad suficiente de desperdicios para el cerdo:

“¡Ustedes son basura, nada más que basura! (…) ¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen!” (Ribeyro, 22).

Al identificar a los niños con la mugre y la basura, características subhumanas, se les está arrebatando su esencia de humanidad. Como parte del mismo rapto de furia del abuelo, éste fulmina: “¡Son unos pobres gallinazos sin plumas!” (Ribeyro, 22). Este trato menospreciativo, primero deshumanizante y ahora orientado a la animalización de Enrique y Efraín será complementado por alusiones del narrador en que los homologa con la fauna que pulula en torno a la basura.

Entre esas alusiones cabe mencionar: “Los canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste” (Ribeyro, 23). El uso de la palabra “secreciones” no es gratuito. Puede ser entendido como deyecciones, y por tanto conlleva un tono excremental para aludir a un tipo de gente que calza dentro del cuadro despreciativo de la marginalidad, y en particular a los dos niños. Luego se hace un avance hacia la animalización de los protagonistas al situarlos en un “mundo de perros y fantasmas”. Fantasmas ya lo hemos dicho que se dirige a la condición de marginal, y la idea de perros, está relacionada a su merodeo por los basurales en busca de comida, actividad que comparten con sus congéneres, los niños.

Otro pasaje relevante en relación a la animalización de los niños sucede cuando Enrique trae al corralón un perro: “Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso” (Ribeyro, 24). La relación que establecen los niños con el animal es una relación de hermandad y compañerismo. Primero acompaña a Enrique en la empresa de encontrar comida descompuesta para el cerdo, Pascual. Pone a su disposición su agudo olfato para acelerar la tarea. Luego le brinda compañía a Efraín cuando cae enfermo por el corte que recibe en el pie. Así los tres parecen ser de la misma especie.

El último pasaje con respecto de la animalización de los niños es el siguiente: “Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos lugares y los gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos amarillos, como ayudándolos a descubrir la pista de la preciosa suciedad” (Ribeyro, 23). Aquí aparecen mimetizados con la fauna del muladar. Tratan con la basura como lo hacen los gallinazos y en complicidad con ellos. Han devenido gallinazos también.

Sin embargo, Ribeyro de alguna manera reivindica a los niños y la actividad del hurgador: “Un cubo de basura es siempre una caja de sorpresas (…) No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una honda” (Ribeyro, 24). Los niños también encuentran juguetes abandonados y en cierta medida la experiencia del juego los humaniza.

Del mismo modo, el cerdo sufre un proceso de mutación como lo han sufrido los dos niños. Si estos llegaron a la animalización, aquél sufrirá el proceso opuesto, la humanización en manos del desalmado abuelo. “El abuelo encarna los valores de la sociedad que lo ha marginado: el ansia desorbitada del tener” (Valero, 34). Su obsesión por salir de la miseria estriba exclusivamente en el engorde del marrano. Si alcanza el peso estipulado por su comprador, el abuelo recibirá una cuantiosa suma de dinero, y para lograr su propósito se comportará como un desquiciado. El crítico peruano Silva Santisteban señala en torno al abuelo que: “La sociedad lo ha convertido en esclavo del cerdo, en una especie de adorador fanático que sólo vive para llevar alimento a un dios maligno” (Tenorio, 166). Y Elmore complementa con respecto al cerdo: “Pascual- Mercancía viva, bestia casi humana, propiedad que rige a su propietario y némesis de los gallinazos sin plumas” (Elmore, 40). El abuelo es dominado enteramente por el apetito del cerdo, que representa la consigna capitalista de la acumulación sin perjuicio de lo que esto conlleve; en este caso, la brutal explotación y maltrato de sus nietos.

Asimismo, el proceso de humanización del cerdo está estrictamente relacionado al trato que le da el abuelo. Primero, la nominalización del animal. El ponerle un nombre humano, Pascual. No es práctica común entre los ganaderos peruanos de la época ponerles nombre a los cerdos que crían con el designio de sacrificar. Segundo, cómo se dirige al animal: “¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros. Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!” (Ribeyro, 23). Le habla como si fuera una persona y hasta le da explicaciones del por qué esta vez no habrá suficiente comida para el marrano. Responsabiliza directamente a sus nietos, excusándose así él de su responsabilidad de alimentador. Más adelante en el relato, Enrique vuelve del muladar con los cubos llenos de desperdicios para el animal, y el abuelo manifiesta su alegría: “¡Pascual, Pascual… Pascualito!” (Ribeyro, 24). Como vemos el abuelo en su afán de engordar al animal, maltrata a sus nietos, e inclusive llega a la bestialidad de alimentar al cerdo con el perro que trajo Enrique. El cerdo y su apetito se encuentran por encima de todas las cosas, el animal asciende a calidad de persona ilustre de la casa. Irónicamente al final, el abuelo cae en el corralón, y se sugiere que es devorado por Pascual.

En conclusión, los protagonistas del cuento Los gallinazos sin plumas de Ribeyro personifican la figura de los marginados en la Lima de los cincuenta. La naturaleza marginal consiste en su calidad de inmigrantes del interior del país y por consecuencia su ubicación geográfica dentro de la urbe moderna: las afueras. Esta localización periférica está asociada a una actividad laboral también de carácter marginal: la recolección de basura para la alimentación de cerdos. En el desenlace del relato los personajes aparecen primero deshumanizados y luego animalizados debido a su vinculación con la basura. El cerdo aparece humanizado en tanto que su engorde y potencial venta impulsarán a sus protagonistas fuera de la miseria en la que viven.


Bibliografía
Elmore, Peter. 2002. EL perfil de la palabra. Lima: FCE, 1991.
Engler, Mira. Designing America’s waste landscapes. Baltimore: J. Hopkins University Press, 2004.
Higgins, James. 1991. Cambio social y constantes humanas en la narrativa corta de Ribeyro.
Kristal, Efraín. El narrador en la obra de Ribeyro. En revista de crítica latinoamericana, X, N 20. Lima, 1984.
Ribeyro, Julio Ramón. Cuentos completos (1952-1994). Madrid: Alfaguara, 1994.
Riofrío, Gustavo. 1994.  ¿Basura o desechos? El destino de lo que botamos en Lima.
Tenorio, Néstor. 2009. Julio Ramón Ribeyro: penúltimo dossier.
Salazar Bondy, Sebastián. Lima la Horrible. México: Era, 1968.
Valero Juan, Eva.2003. La ciudad en la obra de Julio Ramón Ribeyro.


jribeyroJulio Ramón Ribeyro

Escritor peruano nacido en Lima en 1929 donde fallece en 1994, Considerado uno de los mejores cuentistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Cursó sus estudios preliminares en el Colegio Champagnat de Lima, para posteriormente ingresar a la Universidad Católica del Perú (1946), donde siguió estudios de Letras y Derecho. Abandonó los estudios jurídicos en 1952, cuando se encontraba en el último año de la carrera, al recibir una beca para estudiar periodismo en Madrid, adonde se trasladó en noviembre del mismo año. En julio de 1953, y después de ganar un concurso de cuentos convocado por el Instituto de Cultura Hispánica, viajó a París para preparar una tesis sobre literatura francesa en la Universidad La Sorbona, pero de nuevo decidió abandonar los estudios y permanecer en Europa realizando trabajos eventuales. Alternó su estancia en Francia con breves temporadas en Alemania (1955-56, 1957-58) y Bélgica (1957). En 1958 regresó al Perú, y en septiembre del año siguiente viajó a la ciudad de Ayacucho, para ocupar el cargo de profesor y director de extensión cultural de la Universidad Nacional de Huamanga. En octubre de 1960 regresó a Francia. En París trabajó como traductor y redactor de la agencia France Presse (1962-72). En 1972 fue nombrado agregado cultural peruano en París y delegado adjunto ante la UNESCO, y posteriormente ministro consejero, hasta llegar al cargo de embajador peruano ante la UNESCO (1986-90). Hacia 1993 se estableció definitivamente en Lima.

Comparte en:

Lima, Perú, 1975.
Cursó estudios de Derecho y Letras en la Universidad Católica del Perú. Obtuvo la licenciatura en Literatura Comparada en La Universidad de California, Los Ángeles, en la que actualmente estudia el doctorado en Lengua y Literaturas Hispánicas.

Desde el 2004 trabaja como traductor independiente, profesor de español y corrector de ensayos académicos.