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Ahora en la poesía cubana

27 enero, 2019

Nuestro asiduo como generoso e inteligente colaborador, y amigo de carátula, José Prats Sariol, se ocupa en esta entrega de acercarnos a los poetas de la isla cubana en la actualidad. La tierra de Lezama Lima y José Martí, orgullosa de sus plumas está más que dispuesta siempre a la poesía y Prats Sariol merced a su agudeza y a su crítica como meticulosa mirada, nos ofrece un breve repaso de los autores, a su parecer, importantes en el decir poético, lo resume atinadamente en tres vertientes, la primera con “tendencia al hermetismo y los artificios sinuosos”, la segunda vinculada a la “transformación dialéctica y que exhibe giros coloquiales”, y la tercera “caracterizada por un lirismo atemperado… con cierta tonalidad métrica y evidente sugerencia conceptualista”, para cerrar con un comentario a la poética de Orlando Rodríguez Sardiñas, “Rossardi”. Como pueden ver queridos lectores una muestra por demás interesante de la creación poética cubana dentro y fuera de la isla.


No creo que George Santayana y mucho menos su inolvidable alter ego Oliver Alden –genialmente modelado en su única novela: The Last Puritan-, se dejarían enturbiar hoy por la enredada red de redes. El tumulto cibernético no evita valorar los poemas escritos por cubanos que confluyen desde cuatro generaciones.

Ni en aquel culterano Boston donde Santayana impartía clases de filosofía o en este salón de Harvard; ni en La Habana de Alejo Carpentier o en el Madrid de Gastón Baquero; hay suficiente tumulto para que los catastrofistas logren despedirnos de la poesía. Las corrientes temáticas y estilísticas suelen distinguirse a pesar del masivo tumulto, similar en cualquier otra nación de habla hispana, en cualquier otra lengua.

El alboroto producido por la multitud de poetas con acceso a publicar, no pasa de ser un fenómeno soso y zonzo. Los críticos literarios más cáusticos hablan de que se pasó de lo deplorable a lo mediocre. La proporción de mentecateces por poema no es mayor que en otras épocas; lo que sucede es que hoy nos enteramos enseguida de casi el cupo de simplezas y tonterías, al punto de que huimos despavoridos ante tanta trivialidad, sobre todo en el espacio virtual.

Es cierto que la reproducción masiva ha complicado las recepciones, pero no por nublado dejan de estar ahí los nuevos arroyos y riachuelos, los poemas que hoy nacen, que por su fuerza expresiva resuenan en la pantalla o en el papel con la misma intensidad artística que hace veinte y seis siglos, en la Grecia de Safo.

Desde la proa del velero Black Swan se disfruta con saludable desenfado la literatura escrita en español por autores nacidos en Cuba. Este invierno de 2018, además, se continúa ridiculizando y arrugando el virus político del Partido Comunista Cubano, que aún emite muros sectarios. Por suerte, ya es anacrónico decir que piensen como piensen los autores o estén donde estén… Los deslindes ideológicos y represiones políticas se arrumban en el almacén de antigüedades o en alguna venduta para fanáticos, entre las ruinas sin escombros de aquella revolución de 1959 que se va apagando con demasiada lentitud.

De ahí que antes de una –no “la”- caracterización deba reconocer esfuerzos antológicos que dejaron miradas ecuménicas, como la realizada por Humberto López Morales en 1963; y en la convaleciente década de los 70, a partir de la realizada y prologada por Orlando Rodríguez Sardiñas (Rossardi) para su madrileña Hispanova de Ediciones, en 1973, con La zafra de Wifredo Lam en su cubierta, bajo el volátil título de La última poesía cubana. Allí los autores fueron seleccionados por los valores artísticos de sus textos y por más nada; aunque ciertas presencias y ausencias –como suele ocurrir con las antologías— no dejan de “adornar” aquel esfuerzo pluralista. Rossardi dice: “Tanto dentro de Cuba como fuera de ella surge la nueva grata de la buena poesía en el trabajo cumplido de un poema terminado”. Y defiende, con justeza premonitoria, “un criterio de probados valores poéticos”; a contextualizar en 1973, en el medio de lo que un “cariñoso” eufemismo llamó “quinquenio gris” de la cultura cubana. Criterio, desde luego, que hoy suscita polémicas artísticas y estéticas, pero no olvida aquellas “ternuras” policiacas y “cielos” partidistas que censuraban con genuina saña. Sin embargo, cuando se revisan cronológicamente las antologías de poesía cubana de entonces a hoy, se observa que por lo general prevalece este criterio artístico fundacional, ajeno a bandazos exógenos, que se admira en la antología de Rossardi, publicada hace cuarenta y cinco años.

Tres caudalosos ríos expresivos parecen cubrir hoy el paisaje poético de autores de habla hispana, rodeados, como en cualquier otra lengua, por tenaces desiertos de literatos mediocres –desbocados en editoriales, recitales, concursos y ferias–; carentes de don o talento; de esa gracia que se considera genética, un regalo de Dios o de Anaximandro en el girar de su cilindro.

Los poetas nacidos en Cuba contribuyen con sus textos a la lozanía y belleza de los tres ríos Parecen cantar con José Lezama Lima a El arco invisibles de Viñales y su mágico doncel vendedor de estalactitas, entre “rocío de cocuyos”. Los Donceles transitan anímicamente de estrofas en tercera persona a otras en primera persona, por mixturas manieristas hacia “la agudeza melancólica de la retirada”… Ellos enuncian vigorosos torrentes encrespados -no sólo hermosos- de la topología geográfica cubana, quizás como elemento clave de la inefable “cubanidad”, ese adorno del romanticismo que aún llevamos de arete patriótico en una oreja surreal.

Un primer río exhibe –por predominio, desde luego— una tendencia hacia el hermetismo y los artificios sinuosos Se consideran a sí mismo “poetas neobarrocos” y en algunos casos se llaman “poetas de la dificultad”, que sitúan con múltiples características, hasta exaltar la metáfora o la sinécdoque alusiva o culterana, a veces manierista, a veces críptica, a veces petulante… Andan dentro de la conocida reflexión de José Lezama Lima en La expresión americana: “Sólo lo difícil es estimulante; sólo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento. Pero, en realidad… ¿Qué es lo difícil? ¿Lo sumergido, tan sólo, en las maternales aguas de lo oscuro? ¿Lo originario sin causalidad, antítesis o logo? Es la forma en devenir en que un paisaje acude hacia un sentido…”

Entre Rolando Jorge y Octavio Armand, entre Michel H. Miranda y Pío E. Serrano, cerca y lejos de José Kozer, cito poemas de Pablo de Cuba Soria, como Destrocadero Lezama, donde desde el título se necesita un caudal de cultura para disfrutar los guiños y referencias, como conocer que la calle donde vivía Lezama se llama Trocadero. O en Para que Cellia Zukofsky le ponga música, que exige oír la musicalización realizada por ella, en 1969, de unos versos de Catulo… Casi no hay poemas de Pablo de Cuba Soria que no necesite conocimientos -digamos universitarios- para una mejor intelección y un peculiar tipo de placer artístico producido por el desciframiento. Así ocurre con los poemas –menos herméticos— del tan valioso Carlos Augusto Alfonso; también de Rolando Sánchez Mejía y de los otros integrantes del grupo de la revista Diáspora.

Muchas veces los poemas de Pablo de Cuba Soria lanzan señales con una peligrosa carga irónica, quizás proveniente de su buen conocimiento de Ezra Pound, además de su admiración y familiaridad con la poesía de habla inglesa del modernism y sus brillantes discípulos. En esta última dirección están poemas de Cantos de concentración, su más reciente cuaderno. Un peculiar disfrute genera las presencias estilísticas de poemas de John Ashbery en algunos de sus textos, que enriquecen su fuerte expresividad y lo distinguen entre sus coetáneos. El río neobarroco –como vemos— tiene hoy aguas que se mezclan inteligentemente con otros afluentes.

Un segundo río –la imagen del río implica movimiento indetenible, transformación dialéctica— exhibe giros coloquiales que tuvieron tanta popularidad a mediados del siglo pasado, cuando lo que se convertiría en un Amazonas apenas era un arroyo, aunque muy cristalino, con textos espléndidos, como el tan representativo poema La isla en peso, de Virgilio Piñera, publicado en 1942-3, el cuaderno de Dámaso Alonso Hijos de la ira (1944-5) o los poemas iníciales de Nicanor Parra…

Del reciente libro Se miran los caballos de Lleny Díaz cito los poemas “Laboratorio”, “Acecho”, “Apátrida”, “Modernidad”, “Un país no es una trampa”…. En su cauce están, entre otros, Manuel Díaz Martínez, Félix Luis Viera, Lina de Feria, Joaquín Gálvez, Sigfredo Ariel, Augusto Lemus, Reinaldo García Ramos y en especial María Elena Hernández Caballero, cuyo cuaderno La noche del erizo (2018) tiene poemas excelentes: el inaugural “La cerca”, “Sonríe sobre el puente”, “El rehén”, “Papillón”, “Revealed Body” y “Miedo a las esporas”, valiente y fuerte, vigoroso en proyectar su inútil búsqueda.

La avispada María Elena Hernández Caballero se inscribe dentro del nuevo cauce prosaísta, neocoloquial –un poco menos temeroso de la metáfora y sus vecinos tropológicos–, donde se incluyen poemas de una docena de autores: Ramón Fernández Larrea, las elegías de Roberto Fernández Retamar y los lentes de Damaris Calderón, Nancy Morejón, Raúl Rivero, Armando Valdés Zamora, la inexcusable Magali Alabau…

Y el tercer río —el de Orlando Rodríguez Sardiñas (Rossardi), a cuya obra me referiré al final de este breve bosquejo— exhibe poéticas caracterizadas por un lirismo atemperado en textos narrativos, de una cotidianidad que se evoca para revivirla, donde la memoria afectiva es el leitmotiv básico, sin prejuicios hacia ningún artificio, por antiguo o lexicalizado que parezca, pero siempre en una tonalidad menos críptica que el primero o menos conversacional que el segundo río, con cierta tonalidad métrica y evidente sugerencia conceptualista. Entre Orlando González Esteva, Delfín Prats y Reina María Rodríguez, cito los poemas de María Elena Blanco, que en Viena o en Santiago de Chile, desde París o desde Miami, la sitúan entre los inexcusables. Desde su Habanidad, invito a disfrutar “Consejo en el umbral de Venus”, “Banquete en casa de Agatón”, “Colinas de los sueños” o “Pórtico”; para entonces dejar el azar y leerla sin casualidades; hacer nuestra su impecable sagacidad para proyectar estados anímicos y reproducir atmósferas afectivas, desde un familiar conocimiento de la poesía francesa, alemana, italiana, inglesa y de habla hispana, que deja deliciosos guiños en sus poemas.

Los tres ríos a veces son enriquecidos –hasta simultáneamente–, por autores menos singulares, y en algunos casos con una obra heterogénea, donde pueden convivir, uno al lado del otro, poemas de fuerza con trivialidades versales. También por tal mixtura andan escritores que chispean en otros géneros literarios, pero que no recibieron el don órfico de la poesía, bochorno que ocurre con autores que han logrado fama por sus novelas o ensayos u obras teatrales… Este ingrato fenómeno también se produce en sentido contrario: buenos poetas que sin embargo resbalan cuando se aventuran a salir de sus versos. Y desde luego que hay felices ejemplos de valiosos escritores en varios géneros.

Así se repite en la llamada Generación 0, los poetas a puente entre el fin del milenio y hoy. De esta última camada cronológica me limito a nombrar los que acaban de incluir Javier L. Mora y Ángel Pérez en su valiosa y simpática –que suscita simpatías– antología Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero, publicada por la Editorial Casa Vacía, en Richmond, Virginia, desde donde muestra su apertura a cada uno de los rincones de Cuba y de su diáspora, sin rancios sectarismos.

La selección y el exagerado prólogo están firmados en Santiago de Cuba y La Habana, donde respectivamente residen los presentadores, uno de los cuales –siguiendo la tradición de Cintio Vitier en Diez poetas cubanos (1937-1947)– se autoincluye en la muestra. Según una desparpajante nota final, revisaron poemas de noventa autores, infinidad de libros (más de ciento cincuenta), aproximadamente quince antologías y “números a montón” de revistas. La tonalidad socarrona se advierte desde el título del prólogo. Reza: “La desmemoria: lenguaje y posnostalgia en un selfie hecho de prisa ante el foyer del salón de los Años Cero (prólogo para una antología definitiva)”. Incluye con munificencia a Jamila Medina Ríos, Sergio García Zamora, Larry J. González, Legna Rodríguez Iglesias, Pablo de Cuba Soria, Alessandra Santiesteban, Javier L. Mora, Oscar Cruz, Ramón Hondal, Leandro Báez Blanco, Hugo Fabel, Lisabel Mónica y José Ramón Sánchez con “El derrumbe”, un campechano homenaje a Joseph Brodsky y a Pedro Juan Gutiérrez, enumerativo y procaz, a colocar en el río coloquial por suponer un implícito interlocutor.

Los poetas cubanos tienen hoy acceso a las lentas –y siempre culpables de pasar los textos por el Big Brother– editoriales oficiales, como Letras Cubanas y Ediciones Unión; a las precarias provinciales y municipales; y a las privadas de la comunidad cubana en el exterior: Verbum, Casa Vacía, Betania, Silueta, Aduana Vieja, Rialta, Bokenh Press (asociada a Almenara), Universal, Hipermedia… Surgen dentro del país editoriales independientes –no oficialistas, en la tradición de las religiosas, como fuera la pinareña Vitral–, aunque algunas por ahora sólo brinden acceso en el ciberespacio. También hay más posibilidades en editoriales de Chile, España, México, Colombia; en concursos como el Pablo Neruda, ya obtenido por tres cubanos, encabezados por Fina García Marruz.

Siguiendo una antiquísima tradición, la mayoría de los escritores –en cualquier espacio– se gana la vida ejerciendo un oficio cercano –en la mejor de las situaciones– a la literatura, a la cultura humanista. La pobreza –para nada “irradiante”– abunda entre los poetas, mientras tratan agónicamente –agón, competencia— de ser distintos al canon, lograr un clinamen, un desvío que los singularice. Aunque a veces lo intentan del modo más fácil: exaltando un deslinde por fecha de nacimiento (generaciones). Razón que suena a fiesta de quince o piñata de cumpleaños. Lo que establece distinciones “inexorables” en el proceso histórico. Perfecta para críticos literarios sin sensibilidad artística –como le ocurriera a Jorge Mañach, según afirmara, con razón, Gastón Baquero– y sin instrumentos retóricos de valoración… Los que Harold Bloom llama “multiculturalistas”.

George Santayana me enseñó en La razón y el sentido común que “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, de ahí que casi termino con un recordatorio: Hace unos días se cumplió medio siglo de que Heberto Padilla publicara un libro decisivo en la cultura cubana contemporánea: Fuera del juego. Lo conmemoramos por considerarlo un torrente inexcusable entre los más importantes coloquialismos de habla hispana y un valiente bofetón al Poder.

Varias hipótesis se pueden lanzar sobre cuáles poetas cubanos leer, bajo la certeza de que hay donde escoger. Viven diversos círculos de lectores –grupos bien disímiles y discrepantes–, porque como afirmó Wallace Stevens en sus Adagia: “A la larga la verdad no importa”.

Me detengo en el Observatorio de la lengua española y las culturas hispánicas en los Estados Unidos, que mantiene el Instituto Cervantes aquí en Harvard, a oír poemas del inexcusable Orlando Rodríguez Sardiñas (Rossardi), natural de Regla, en el sureste de la bahía habanera, que pertenece al llamado “exilio histórico”, pues su salida de Cuba, a bordo del buque Covadonga, data de septiembre de 1960, hace la montaña de cincuenta y ocho años. Poco después –ya actor y dramaturgo– obtendría su doctorado en la Universidad de Texas con una brillante tesis, publicada bajo el título de León de Greiff: una poética de vanguardia, con Ricardo Gullón de exigente tutor y el propio poeta –famoso por su despiadado sentido de la crítica— elogiándolo, tras tres conferencias pronunciadas por Rossardi en Santa Fe de Bogotá… Enseguida profesor universitario, pronto comienzan a ser publicados sus cuadernos de poemas, a aparecer en diversas revistas y antologías…

En una reciente entrevista comenta que en el poema “tiene que haber entrada y salida. Un poco de azoro. Tal vez Por haber sido además actor y por mi gusto por el teatro, pienso que el poema debe cerrarse como si se tratara de un telón que cae”. Y añade un signo que lo distingue: “Tiene que emocionarte. El poema debe ponerte la carne de gallina”. Ese privilegiar los efectos sensoriales dentro de la intelección, en el haz que forma el conjunto de versos, es el que se aprecia, agudamente, en el poema “Exilio”, perteneciente a Los espacios llenos (1991), en su sección “Espacios de visitas I”. Allí las preguntas –el clásico Ubi sunt de los poetas latinos— logra transmitir la sensación del que no tiene tierra –desterrado o transterrado–, que cree sólo en “llegar”, porque “¡Es eso todo! // Lo atado es el deseo al transitar por los asuntos. // Lo que fluye en las mareas a la playa // y queda caracol por las arenas”. Similar sensación de desarraigo –de cierta melancolía del que añora–, se aprecia en muchos de los poemas agrupados en Casi la voz (1960-2008), como en “De muy niño jugaba entre cándidas ausencias” y en los incluidos en Totalidad (2012), sobre todo los del cuaderno a párrafo francés Fundación del centro. En su reciente Tras los rostros (2017), un verso sólo dice: “La noche es ámbar”, para sin ningún énfasis sugerir el tono elegíaco.

Su obra poética la sitúo –aunque a veces sea neobarroca– en el tercer río, porque su conciencia de las palabras lo hace salir –sin aspavientos herméticos ni melindres coloquiales– a los descampados de la lengua, a observar y recordar, a enriquecerse con nuevos giros y acepciones, con palabras perdidas y tan nuevas que los amantes del léxico se las arrebatan… Rossardi se arriesga al juego, logra cruzar los peligrosos tumultos.

En Aventura, diciembre y 2018.

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La Habana, 1946.
Hizo estudios de Literatura en la Universidad de la Habana. Crítico literario, narrador, ensayista y profesor universitario, posee una compacta obra en la que sobresalen las novelas:Erótica, Mariel (1997, 1999),Guanago Gay (2001); Las penas de la joven Lila (2004); y Cuentos… además de los textos críticos: Estudios sobre poesía cubana (1988); Criticar al crítico(1983); Pellicer río de voces; No leas poesía...; y Fabelo (1994).

Junto con un grupo de críticos literarios preparó en 1988, la edición cumbre de Paradiso, la novela de Lezama Lima para la UNESCO.
Ha sido compilado en el libroTópicos y trópicos pellicereanos. Estudios sobre la vida y obra de Carlos Pellicer, ed. Hora y veinte, 2005, con el ensayo Pellicer, Lezama, el amor filial.

A su cargo estuvieron la preparación (compilación, prologo, notas…) de La Habana(1992)y de La materia artizada(1996).
Ha ofrecido conferencias en universidades y centros culturales en diversas partes del mundo. Fue huésped becado, de la Casa del Escritor de Puebla, México, durante dos años, en donde coadyuvó en la preparación de escritores noveles, creó la revistaInstantes, bajo los auspicios de la Universidad de las Américas y colaboró en varias publicaciones literarias locales. En 2011 publicó el libro de ensayos Lezama Lima o el azar concurrente, Ed. Confluencias de España.