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Un día, allá por el fin del mundo*

1 junio, 2019

Ojalá Nora, yo te haya brindado alguna compañía, le decía a ella recordando los momentos en los que pasé con ella. Recuerdo: yo, tan ordenada, tan radical, tal cumplida, con ella: las llaves perdidas, la bicicleta no encontrada, las cajas con los tesoros de Charlotsville que fui testigo de dónde estaban y de cómo estaban; cosas que me parecían insólitas: las joyas en algún banco de donde se había perdido la dirección, y los encuentros sempiternos con la ley y el orden, y los viajes y los amigos.


No te culpes de nada, me susurraste al oído con un abrazo

Estoy a punto de tocar el timbre pero la mini baldosa es un trampolín por la que salto a la otra, la que te hicieron frente al edificio de Corrientes y Paso. El 2 de marzo de 2008 la colocamos en la vereda, rodeada de colores:

Gerardo Strejilevich
Militante popular detenido-desaparecido
por el Terrorismo de Estado
16-7-77
Tus familiares y amigos
Barrios x Memoria y Justicia. (275)

Esa es la baldosa-lápida que recuerda al hermano cuya memoria hace de Nora una escritora. Desde ese pedacito de acera es que yo vi, entra ella y yo, su lectora, el hábitat de Gerardo, donde a él le gustaba charlar con el diarero. Ese es el día que el colectivo Barrios x Memoria y Justicia le hace un homenaje al desaparecido y con la imagen como escarapela prendida en el pecho de cada uno de los presentes, habla Nora. Dice que los perpetradores no saben distinguir entre el ser y el estar pues ‘creían que si ustedes dejaban de ser, iban a dejar de estar,’ pero están ahí siempre y más que nunca; habría que bajarlos de los estandartes ‘para que convivan con nosotros, a ras del suelo.’ Luego la nada, el vacío, la imagen: “me quedé mirándote con la atención que le presté a tu foto de bebé el día que la copié, con un lápiz negro, en el cuaderno de papá. En ese entonces quería aprender a dibujar; ahora, a sobrevivir” (275).

Yo conozco a Gerardo. Ha estado presente desde que conocí a Nora en LASA (Latin American Studies Association) en Guadalajara, México. Leía quizás un fragmento de su novela, UNA SOLA MUERTE NUMEROSA y, mientras leía, yo podía oír el llanto de las voces de los indígenas en el libro que trabajaba en esos momentos, EL MEMORIAL DE SOLOLA. ¡Qué asociación! Me había impresionado en este libro la frase entrecortada y enrevesada, las palabras compuestas, las sílabas traspuestas, el tartamudeo del que es obligado, no a hablar sino a sentir y a pensar en otra lengua. Y ahí estaba el llanto, en ese trastocar de letras como lo estaba en esta dulzura que contenía el llanto en la lectura de Nora. Nos fuimos de ahí a Tlaquepaque, el mismo que cantara el famoso Mariachi Vargas a Guadalajara

Ay ay ay ay! Tlaquepaque Pueblito…
Tus olorosos jarritos
hacen más fresco el dulce tepache
junto a la birria con el mariachi
que en los parianes y alfarerías
suena con triste melancolía

Y no volvimos más a LASA—ella, otra colega y yo. Después leí su novela, escribí una pequeña reseña, hasta que hoy acabo de terminar su otro relato, UN DÍA, ALLÁ POR EL FIN DEL MUNDO, publicado por LOM, la editorial chilena.

El ausente tiende su sombra y envuelve el relato, lo aprieta: sobre él no se escribe como se escribe sobre la madre y el padre pero es el huso sobre el que se da vuelta a la madeja para sujetarla y, cuando se escribe sobre él, se hace con la sobriedad de la prosa jurídica, de la corte, o con la gravedad del militante:

Un día de agosto de 2003 se decide la anulación de las “leyes de impunidad” y el público espera la resolución, en Plaza Congreso, hasta entrada la noche. Aguantamos el frío y conversamos. Una compañera de Gerardo se me acerca. Le cuento que fue a parar al Atlético y después a la ESMA. Avión y río, sentencia con cara impávida. Siento un escozor y no puedo decir más nada. El lenguaje látigo lo prefiero para la corte. (269)

Nora es mi amiga, la he oído contar el cuento tantas veces y de manera siempre diferente, un relato romancero que cambia cada vez que se recuerda. Pero hoy lo oigo diferente porque hoy no es el relato de Nora solo, sino el mío mismo imbricado y entreverado, aunque no de la misma forma, no tan en carne viva pero sí en carne propia. Nora es mi amiga, la conozco, sé que lo que escribe lo vivió aun si lo está reinventado en la escritura, como exorcizándolo, como conteniéndolo, para que esté en otra parte, como para que no se salga de madre o para compartirlo, diluirlo, diseminarlo.

Scheller fue el responsable del operativo que culminó con el secuestro de las Madres, acusa el fiscal….
Está probado que Pernías, Acosta y Scheller participaron en las torturas que culminaron con los vuelos de la muerte, remata el fiscal.
Avión y río, completo yo. (271)

Nora y yo, como en la siguiente escena que yo también viví pero en otra parte del continente: la clandestinidad, el secreto, la gravedad de la materia, la importancia de la persona ante el asunto y la complicidad necesaria de todos nosotros con eso, eso que se llamaba agitación, militancia, urgencia de cambiar el mundo, certeza de lograrlo:

Acá me cité con Gerardo cuando me llevó a la casa donde vivía: no podía –ni yo ni nadie– conocer su domicilio temporario. Por eso esa vez, en el 77, nos tomamos el subte de esta línea, que todavía era de madera y tenía espejos por donde ojear de refilón, aunque la orden era mirar para abajo, estrictamente al piso, al llegar, al salir y al volver. No hacía falta tanto cuidado –nunca sé cómo hago para llegar a ningún lado [pero] seguir instrucciones tranquiliza. Estas medidas servían para pretender que todo estaba bajo control. Por eso no tuvimos miedo: éramos dos chicos jugando a las escondidas y preguntando: ¿lobo está?

Esa escena me atrapa a las diez menos diez de la mañana, hora en que los Antropólogos Forenses me esperan. Me van a presentar a Miguel, que tiene información sobre vos. (274). El pasaje me recordó uno en Caracas, Venezuela, con Herty Levites, que me hizo ir a encontrarlo en una esquina bajo la estricta prohibición de no mirar más que de frente, porque a izquierda o a derecha estaría Daniel, al que no se podía ver; si, el mismo Daniel que hoy gobierna Nicaragua. Las circunstancias de esta lectura me pegaban al texto. Empecé a leerlo antes del 18 de abril del 2018, fecha en que comenzó el repudio masivo a ese Daniel Ortega presidente, y lo dejé de leer hasta retomarlo a mediados del mes de septiembre. Al principio lo leía por leer a Nora y por encontrar las miles de frases de su texto que serían buenos títulos porque el que tenía no me gustaba tanto. Dejé de leer porque me percaté que el relato me haría daño; me iba a sumergir en lo que ella llama ansiedad y yo desasosiego. Eso lo sabía yo porque conozco a Nora, porque sabía de lo que se trataba, porque sus páginas cruzaban una tangente de mi vida; porque había leído uno que otro fragmento del relato o me lo sabía de oídas. Sabía qué esperar pero había que volver al texto en otro tiempo, yo más sosegada, más la vieja yo como se lo decía a ella.

Y volví, releí el relato de entrada, el regreso a casa porque su padre necesitaba un testigo, relato que ya había leído antes y que me había conmovido. Este estaba cambiado, ya tenía pespunto, la elipsis instalada. No obstante perduraba el lento, lentísimo viaje de regreso, dos meses o por ahí, que hacía el meollo del drama y articulaba el siguiente capítulo de la vida de Nora que es una sola vida numerosa.

Así fue que, en cuanto Él le dijo a Ella, por teléfono, que la necesitaba para su cambio de piel, Ella decidió que, burocracia mediante, se largaría de su más reciente domicilio para instalarse en la esquina de Corrientes y Paso: allí podrían decirle adiós, al unísono, a la historia que los había dejado flotando como átomos fuera de órbita, desconcertados y frágiles ante la avalancha de ese tiempo. No querrían olvidarla sino convivir con ella de otra forma. Decirle chau a la derrota. (19)

Viaje del Canadá a Buenos Aires tratando de no llegar, de detenerse en cada parada, de hacer lo posible por perder los documentos, por no sellar el pasaporte de salida, porque la deje el autobús, la lancha, el avión; lucha por no llegar, por no estar ahí, por no volver a ver eso, a respirar eso, a estar en el mismo lugar. Y, en medio de tanto trasiego, uno puede presentir la desolación del viejo León, su padre, esperándola con tantas ansias y premura como ella pone en no llegar—después de eso, nadie más te iba a esperar, Nora. Atravesamos con ella el continente entero, de norte a sur y, en el esfuerzo por no llegar, pasamos con trabajo todas las fronteras de un continente disfuncional donde todo sin embargo se resuelve pero antes se sufre, se llora, desespera y Nora en medio de ese torbellino, perdida, absolutamente hoja al viento, barco sin ancla, perdida, perdida, perdida—esa Nora que conozco yo.

Sí, perdida, pero también distraída, con una distracción que nos hace observar las trabas, las bellezas del idioma, sus parajes, su gente—“vos sos como un pato criollo, tres pasos y una cagada”, le dice uno de tantos conocidos. Mientras leía le enviaba a Nora fragmentos para comulgar con ella, para decirle cuál era en mí el impacto de su prosa, cómo es que ella hablaba por mí, cómo es que me hubiese hecho tanto daño leerla en el mes de abril no así en septiembre. Hasta que llegamos al apartamento de la familia, no ya de su familia. Gerardo ido aunque de peso presente; Sarita muerta y León deshecho:

1986. Buenos Aires.
Desde que a León le tocó hacer lo que no quería –vivir solo–, hacía a diario lo que no sabía hacer: comer solo, dormir solo, monologar, vivir sin ese codo a codo que se inventa de a dos. Por eso se lo veía apocado, encogido, descorazonado.
Después de la muerte de Sarita no la acompañó a Nora a Canadá, y como Ella no podía quedarse en la Argentina, cada cual mantuvo su puesto. El papel que acababan de entregarle a su hija le ponía punto final a esta distribución estratégica. (17)

Y un día 30 de marzo.

Te vi compuesto esa mañana, bien vestido, listo para salir….
Voy a buscar pensiones o geriátricos por el barrio de los tíos, acotaste como al pasar…. No te culpes de nada, me susurraste al oído con un abrazo.
Cuando volví me esperaba una nota bajo la puerta….
Tu papá, dice Rosita, a las dos y media…
Se tiró por la escalera de nuestro edificio que da al patio
Tenía un austral en el bolsillo y su reloj, partido en dos.
Tenés que presentarte mañana en la comisaría para reconocer el cuerpo….
No me acerqué a reconocerte, lo hizo un amigo. Dice que tenías una herida en el mentón, que tu expresión era sosegada. Hoy te enterramos.
Murió León, repito para convencerme.
Fuimos unos pocos al cementerio de la Chacarita, el día era soleado. No quise flores, ni saber la ubicación de tu tumba. No visito tumbas….
No te culpes de nada.
Qué manera de no atar cabos, yo. (50)

El golpe—otro golpe mortal: cuántas muertes alcanzan en un cuerpo. Lloro al leerlo y lloro al recordarlo porque conozco la muerte, la he visto muy de cerca. Y ahí está de nuevo el cuerpo muerto, la noticia, el qué hacer y el qué no hacer o el qué no saber qué cosa es qué ni cuándo es cuando. Todo porque los cuerpos todos de esta familia, la de Nora, han sido llevados por el vaivén de los tiempos, de la historia, de la historia política de su país o de un país cualquiera, de un estado, de un poder —como yo era en ese momento afectada a hondura por el mío y por eso no quería leer su libro.

Ay, Nora, Nora, tan bronquera, decía Roberto, mi marido: “aprendé a perder.” ¡Aprender a perder! pensaba yo esa tarde mientras leía las últimas páginas del libro, pero si es que ella no necesita aprender, ella está demostrando que está aprendiendo pero es así como se aprende, sintiendo, sintiéndolo, como se dice que se escribe, con y en todo el cuerpo, el suspenso del hálito, el estómago convulso, el susto que para el aliento, la zozobra, el no saber qué hacer y, a pesar de todo, el seguir caminando como si uno estuviese vivo cuando ya está medio muerto.

Una vez en el cuarto me refugié en mi cuaderno, donde había copiado párrafos de la novela Georgia. Un personaje, Jana, decía que todo lenguaje posee un centro y si ese centro se destruye, destruye la lengua. Una lengua se muere a partir de un nudo de silencio. Allí dentro está encerrada una palabra que es una frase que es una historia agonizando sin poder extinguirse… Ningún idioma es inocente de la historia que lleva a cuestas. La tragedia, pronunciada por decente gente de bien, se torna nudo de silencio, lengua muerta. (181)

Cuando se habla de un libro hay que citarlo, reorganizarlo, digerirlo, mostrar el metabolismo de su lectura. Yo tengo un arco grande para el entendimiento-sentir del texto de Nora. Ese arco grande es la pérdida, el perder, lo perdido que se va encontrando a cada vuelta de página en las pérdidas de documentos, de objetos, de aquello que puede ser recuperado, aun si de otra forma, pero que señala el vacío de lo irrecuperable de esa garota que chora. Arco grande es la vagancia, el deambular, el zombismo, ese estar con todos y con nadie, ese agradecimiento del que te brinda una hora de su compañía o dos o varios días, no para llenar el vacío sino para entretenerlo. Ojalá Nora, yo te haya brindado alguna compañía, le decía a ella recordando los momentos en los que pasé con ella. Recuerdo: yo, tan ordenada, tan radical, tan cumplida, con ella: las llaves perdidas, la bicicleta no encontrada, las cajas con los tesoros de Charlotsville que fui testigo de dónde estaban y de cómo estaban; cosas que me parecían insólitas: las joyas en algún banco de donde se había perdido la dirección, y los encuentros sempiternos con la ley y el orden, y los viajes y los amigos.

Y los fragmentos mágicos del relato, los remansos que preceden a la muerte, a la partida y que se encuentran en las cartas-tesoro de la madre, en las fotos preciosas de la abuela, en el drama de una historia que se cuenta en otra lengua cuando se encuentra:

Llevo varias de tus cartas en el bolso, tu letra me acerca a vos. Te invento, te imagino, te doblo y te meto en el bolsillo. Te llevo pegadita a mí, no hay otro consuelo ante tu muerte joven: sesenta recién cumplidos…. Papá y yo nos fuimos del cementerio sin pedir las cenizas. Aire, tierra, lo mismo da. Estás presente aquí, en mí. (95)

Pienso en Nora, en su soledad que es también ahora la mía, en los vacíos y el desorden de su vida y en el supuesto orden de la mía, en lo que ella llama mi radicalismo y mi claridad y yo el vivir en lo real mientras ella se pierde en las fantasías, en los imaginarios que hacen posible la palabra, único sostén que la contiene. Texto lindo, lírico como todo lo que ella escribe pensando que hace reír cuando hace llorar, texto que testifica la verdad de Borges que, desmintiendo a ciertos filósofos que pensaron que el hombre solo aspira al placer afirma, como sabio, que también busca derrota y riesgo, dolor, desesperación, martirio. Porque claro, en países como los nuestros, donde el país te pesa, te pisa, te apresa, “pasa que ya pasó lo que no tendría que haber pasado y que sigue pasando lo que no tiene que pasar” (Strejilevich, 79). Y de ahí el

Miedo a las muertes que ya fueron y no fueron muertes, miedo a la amenaza de lo mismo, miedo al policía del aeropuerto, miedo a una dictadura que termina pero no se acaba. Miedo a la emoción de volver tras años de ausencia, miedo a sentir miedo. Miedo a la muerte de mi madre, miedo a la soledad de mi padre. Miedo a mirar la mirada de mi hermano. Miedo a no volver, miedo a perderme en cualquier lejanía. Miedo a olvidar. (88)

Gracias, Nora, por tu texto.


  • Nora Strejilevich.  Un día, allá por el fin del mundo Santiago de Chile: LOM, 2019
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Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.