El armadillo y la garza. La garza y el armadillo

3 febrero, 2025

Hace unos días, ya semanas Javier Sancho Más me mandó imágenes de varias esculturas de Ernesto Cardenal, para que eligiera la que quisiera. Son garzas, sus conocidas garzas, que empezó a hacer en Solentiname y van unidas a él. Lo dicen, lo nombran, lo recuerdan. Una garza de cuello largo, otra más -diríamos- elíptica o abstracta, y otra que parece casi una paloma y en su simplicidad me gusta mucho. Son blancas. Son bonitas. Pero, además de las garzas, me mandan la imagen de una escultura más inusual, que me parece un armadillo, y hecho en madera. A mi pregunta Javier me confirma que así es. Sé que las garzas van unidas a Ernesto Cardenal y lo dicen, lo nombran, casi lo significan, pero me gusta mucho el armadillo, me despierta una irrefrenable simpatía. Su figura, el animal que es, y la madera con que está hecha. Que sea una escultura de madera. De madera de un árbol de América, de Nicaragua. Pienso en esta figura más particular, más que pensarla la siento, me inunda el sentimiento que despierta. Le muestro las imágenes a mi madre y también siente por el armadillo una similar simpatía a la mía. Le digo a Javier que ésta es la escultura de Ernesto Cardenal que elijo. El armadillo hecho en la madera de un árbol de Nicaragua.

La elección puede parecer insólita, pero todo es insólito o nada es insólito en el gusto y en el instinto, sino lo que ha de ser. Y lo que puede ser. En el instinto, y en el significado. Porque pienso que a la figura de un poeta le conviene un armadillo. Quiero decir que condice, encaja con su misión y la expresa. La encierra, como en el caparazón de un símbolo, y así, como él, la dice y no termina. El armadillo evoca, me evoca el recogimiento, el replegarse en uno mismo, hacia adentro, hacia lo más profundo y lo más íntimo que hay en el hacer un poema. Y que es en sí un poema. El poema, tal un armadillo. O un armadillo. Y también el poeta. Armadillo. El poeta en busca de refugio, de cerrarse sobre su vida interior y cifrarla y protegerla, dejarla dicha o cifrada en el caparazón del poema, ya armadillo. También armadillo. El poema caparazón, refugio, madriguera en el que salvaguardar el adentro. Por todo esto el armadillo.

Pero el poema es también vuelo. Y no puede renunciar a él, ni el poema ni yo en el sentirlo. Y por esto pienso que mi elección queda huérfana o falta de algo sin una garza, y pienso que además del armadillo -mi primera, insustituible, inabdicable elección- he de decir que quiero también una garza y así lo digo. Es la de cuello alto. Y es por la libertad del vuelo y la aspiración a lo alto y la necesidad en la libertad del aire. El aire que respirar y en el que volar. En el que darse el poema en su vuelo. Por esto la garza.

No me importa mucho que la garza sea lo más conocido y que vaya unida a Ernesto Cardenal. Me gusta su sentido, sobre todo su sentido, el que tiene para mí y veo unido al vuelo y al poema. Hace días que quiero escribir una prosa que esto diga y tenga este título, “El armadillo y la garza. La garza y el armadillo”, pero no he encontrado el momento. Quería hacerlo ayer, volví a recordar que quería escribirla. Hablo hoy con Javier y me vuelve a mandar las imágenes del armadillo y la garza que he elegido, para confirmar que son éstas las esculturas, pronto por la mañana. Y por la tarde me manda varias fotografías con este comentario: fotos de Ernesto trabajando. Se ve en ellas a Ernesto pintando una máscara. Contesto: Qué bien. Me alegra mucho verlo. Porque es verdad. Y pienso que quizá he esperado a escribir la prosa hasta hoy porque así, hoy, lo hago con las gozosas imágenes que me dicen que Ernesto sigue en su vuelo y en su búsqueda de tesoros y misterios, de refugios en los que encerrarlos tal un cofre, sean poemas, garzas, máscaras o armadillos. Así se dice el poeta en el poema, así él se da.

Esto, más o menos, quería y quiero decir. Digo más o menos porque en arte es siempre todo así. Se dicen en él las cosas de un modo mágico e impreciso, y que en el mismo misterio en y con que se dice no termina. Hablo con Eréndira Camarena, que está en México, y me dice que me pondrá como colaborador de la línea de investigación de semiótica de la UNAM y me encarga que en otoño haga una ponencia. Los símbolos. Los significados, los sentidos. Digo que acepto porque puedo hacerla si se entiende de un modo abierto y como la aportación de un poeta desde su vivencia de la poesía. Me dice que sí puedo así hacerla y por tanto, como digo, tras ella corroborarme que así es, acepto darla. Piensa uno primero en qué dirá, aunque sabe que la vivencia de la poesía es la de un lenguaje mágico, encantatorio y cifrado, y por esto puede aceptar hablar de ella, aunque sea, como lo es siempre hablar de la poesía, hablar del misterio. Pienso ahora, cuando voy a escribir esta prosa sobre el armadillo y la garza -la garza y el armadillo- que son símbolos y esto de ellos quería decir, quería, más bien, darles a ellos vueltas, como sólo se puede hacer con un símbolo, quiero decir que con un símbolo -y así me sucede con ellos, porque lo son- sólo puede dársele vueltas y no terminar de aclararlo ni revelarlo del todo. Por esto es un símbolo y se dice como tal, tal imagen que evoca o encierra un sentido que no termina de acabarse ni puede precisarse de modo terminante y definitivo. Un símbolo siempre está vivo, y no termina su decir. Como el poema. Los poemas son símbolos, los hacemos con símbolos. Las cosas dichas en poemas no pueden ser dichas de otro modo, y por esto así, en ellos, en poemas las decimos. Creo que esto en alguna ocasión lo he dicho. Vuelvo a sentir que es así. Recuerdo que he olvidado mencionar los erizos de Cernuda en que me hizo pensar el armadillo, desde el punto de vista del significado, aunque sé también desde él que no son lo mismo. Es distinto un erizo que un armadillo. Pero los dos pueden ser símbolos, y símbolos que como tales emplee un poeta. Decir al hombre, al amor o al poema.

Esta tarde de domingo de mayo pienso y escribo todo esto y pienso en la conjunción que se da a veces en los astros y que tanto las estrellas como las tardes de domingo son símbolos y tienen poesía y, como ellos, su significado no termina.

Barcelona, 12 de mayo de 2019

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EL CARÁCTER

El carácter imprevisto de los símbolos. El carácter misterioso de los símbolos. El carácter infinito. Así lo siento y me lo digo al pensar y sentir como una aparición la de Eréndira en la prosa que quería escribir. De modo imprevisto ha aparecido y se ha introducido en ella, y de modo también muy oportuno y no forzado, casi fatal. Así sentimos es el arte y el modo de decirlo, fatal, en el sentido de que no podía ser otro. Y repentino, imprevisto e inesperado. Así el significado de un símbolo y el símbolo mismo. Pienso en la inesperada, sorpresiva y a la vez muy pertinente aparición de Eréndira en esa prosa, pues he pensado que en ella manejaba y se veía cómo vivía, vivo entre símbolos, pienso con símbolos, siento con símbolos y de ellos pienso y siento. Con ellos y a partir de ellos. Y sus significados posibles se superponen, van matizándose. Así vive un poeta y así vive la realidad y la vida desde la poesía. Así que esta prosa, como he sentido, era un ejemplo de esto. De que esto es así. Y por esto he sentido al final que podía mencionar esta conversación con Eréndira y el encargo de esta ponencia sobre los significados y los símbolos, y de modo natural por ello aparece en esta prosa. Natural y ya fatal. Y al poco de escribirla siento el carácter misterioso e imprevisto de esta aparición, como este carácter tiene y es también el de un símbolo. Carácter es destino, acaba el Historial de un libro de Cernuda, y el destino del hombre está en los símbolos, se hace de símbolos y con los símbolos. Quizá por ello en las fotografías que me han mandado también hoy Ernesto Cardenal pintaba una máscara. Oscar Wilde escribió en un aforismo algo así como que el hombre sólo con una máscara dice la verdad. Sólo así se atreve o le es posible. La máscara, o los símbolos. Por esto se hace con símbolos el arte. Para decir la verdad más profunda y escondida y que sugiere, evoca y no termina de decir un símbolo. Así el significado en un símbolo. Así hacer con ellos el arte. En su aventura que tiene de quimera y de certeza, de niebla precisa y de misterio imprevisto. Todo esto en el carácter del hombre, que es destino. Destino hecho de símbolos, misterioso e infinito, e imposible de decir del todo, como ellos.

Barcelona, 12 de mayo de 2019

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SÍMBOLOS

Voy en busca de un café y de un rato de sol en un jardín junto a mi madre esta mañana de domingo. Busco algún libro, La cifra quizá de Borges, releída, como Los conjurados, pero no del todo, el otro día. También uno de estos días me salió al encuentro un libro de Antonio Gamoneda, titulado El cuerpo de los símbolos. Cuánto aprecio al Gamoneda reflexivo. Éste es un libro misceláneo, publicado en la misma colección que el también misceláneo de Pablo García Baena, y que me acompañó hace un tiempo. Al reencontrarme con este libro de Gamoneda y hojearlos me pareció que había textos de él que no había leído. Y me llamó la atención su título, El cuerpo de los símbolos, que, por haber estado pensando en ellos y dándoles alguna vuelta, por tener que dar sobre ellos una conferencia en la UNAM, adquirió -me pareció, sentí- como una nueva y más intensa significación. Los símbolos toman cuerpo, encuentran un momento en el que encarnarse, la oportunidad de hacerse verdad y como tal sentirse. Esta mañana me llega un mensaje estupendo de Rosa Regàs, en que me explica cómo siente y despierta a esta vivencia de Nicaragua y de muchas cosas que se encuentran en los poemas y prosas de mi libro Nicaragua por dentro. Es muy gentil y muy generosa de escribirme para así decírmelo, con esta calidez, también esta verdad. Y poco después Patricia Caicedo me manda un ciclo de canciones que ha compuesto el compositor cubano-norteamericano José Manuel Lezcano y que estrenarán este julio en la edición de este año de su Festival, y en ellas él la guitarra, ella la voz. Estupendo. Preciosa sorpresa, precioso regalo. Son tres canciones, tituladas Canciones de café, recién compuestas. Las ha elegido José. Y en el café estamos, otra vez, en este jardín. Un café en él con mi madre. Algo que añora -de poder así tomarlo con la suya, que ya no está- Javier Sancho Más y por ello le agradan especialmente estos textos míos en que así se dice. Son justo tres poemas a los que esto une los que ha elegido José Lezcano para hacer con ellos un ciclo de canciones, Canciones de café. Muy bien. Que es algo muy mío me dice Patricia Caicedo cuando le llamo. Tanto que ya estamos otra vez en un café, como ahora con mi madre. El café es también un símbolo. El café, su momento -el rato con un café- y su compañía. Un símbolo que es verdad y se hace verdad. Símbolos tienen conjunciones y momentos en que se hacen más reales, más verdaderos. Lo dije: se encarnan, toman cuerpo. Los alrededores de este símbolo son la dicha de vivir y la de sentirla en las pequeñas cosas -como la vida. Estas verdades dice también el símbolo -el café- y está y los dicen los poemas que José Lezcano ha hecho ya canciones y mandó en nuestra noche de ayer desde América. Vivimos entre símbolos, somos símbolos. Nos hacen los símbolos. He recordado estos días que el sábado que viene voy -también otra vez- a la Plaza Real con Sofia, a una nueva sesión de La Plaça dibuixa -y yo insólitamente en vez de dibujar escribir. ¿Qué decir? ¿Qué decir aún, esta vez? Que la plaza es un símbolo, como de hecho ya dije la otra vez, hará un año, pues sobre esto pivotaba la vez pasada mi sentir y mi escribir. Pero aún más lo siento ahora y lo puedo decir. Que es todo un símbolo, y en el arte así vivimos, así lo sentimos y hacemos. Es un símbolo este café que tomo junto a mi madre, lo es esta mañana de domingo y lo son las Canciones de café que ha mandado un compositor cubano esta noche desde América. Lo es el aire que respiro, la página que escribo, la amistad y el amor que siento. Lo son los puntos de vista desde los que se dibuja -así el año pasado Sofia desde una azotea, en la que junto a ella yo escribía-, lo son los lugares, los recuerdos, los crepúsculos, los anocheceres, los despertares, los encuentros y los regalos y las sorpresas en la mañana. Los domingos. Los versos y las líneas de la prosa. Lo es la conjunción misteriosa que hace que un símbolo sea también íntimo y sea sencillo, por verdadero, por sentido. Pueda serlo un café, de sí mismo y tantas cosas, y hacerse canciones de los poemas que así lo sienten y lo dicen. Con la vida.

Barcelona, 19 de mayo de 2019

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JAZMÍN

Símbolo el jazmín abierto de modo espléndido en el muro del jardín detrás de mi madre, el periódico que ella lee, el aire que respiro, lo que ya he dicho y puedo interminablemente volverlo a decir por volver a sentirlo otra vez en prosa o en poema, en música del corazón y también del adentro, en la música del corazón que es la música del adentro y sobre la que a la vez también incide la fragancia del jazmín, y se dice en símbolos. Símbolos, lenguaje de la poesía, de la vida.

Barcelona, 19 de mayo de 2019

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Barcelona, 1966.
Publicó por primera vez como poeta en la Revista de Occidente en 1988. Los poemas de su primer libro, Hospital de Inocentes (1989), fueron encomiados por Juan Carlos Onetti, Camilo José Cela (“tan hondos y hermosos”), Ernesto Sabato (“Son magníficos”), Miguel Delibes (“Envidio la fuerza de su verso”) o Carmen Martín Gaite (“me han conmovido extrañamente. Porque salen de un pozo muy oscuro y verdadero”). Ha publicado también Ética confirmada (1990), Tierras (1996), Los versos del fantasma (2003), El anarquista de las bengalas (2005), finalista del premio Quijote 2006, y Absurdos principios verdaderos (2011). Es autor de un libro de arte con el pintor Lluís Ribas, Els colors del blanc (2008). Se han editado dos antologías de su poesía en Francia, una en Brasil y otra en los Países Bajos. El año 2009, después de veinte años de silencio, volvió a escribir poesía con gran intensidad, exactamente un conjunto de 942 poemas, que se ha dado a conocer en una tetralogía en la histórica colección El Bardo -La poesía es un fondo de agua marina (2011), Los soles por las noches esparcidos (2013), Hasta el final camina el canto (2015) y Sobre el cielo imposible (2016)-, y a ésta se han sumado con posterioridad los libros La lucidez del alba desvelada (2017), La antigua luz de la poesía (2017), Poesía en Roma (2018), Nicaragua por dentro (2019), Vuelta a Roma (2020), De infinito amor (Cuaderno del encierro) (2021) y Los poemas están abiertos (2023). Su vasta obra poética, traducida a un buen número de idiomas, ha obtenido una difusión, un reconocimiento y una trascendencia internacionales. En 2024 se publica Días en Venecia, en la colección Nueva Biblioteca Íntima, un libro muy ligado también a la poesía y la vivencia de la poesía.