
El primero retrato de Colón y “El redescubrimiento de América”
2 diciembre, 2024
La amistad con Toscanelli
«Colón partió de Palos sin saber a dónde iba, cuando llegó no sabía dónde estaba y cuando regresó no podía decir dónde había estado». Este epitafio infamante ha acompañado durante más de cinco siglos los cuatro viajes de Cristóbal Colón. Mientras que el llamado “descubrimiento de América” sería el resultado de un accidente de “serendipia”. Una de las muchas “noticias falsas” que han acompañado, sin interrupción, la vida y las hazañas del navegante. Así como durante mucho tiempo se prefirió considerar como falsa la correspondencia entre Colón y una de las mentes más prestigiosas de su tiempo, el físico florentino Paolo Dal Pozzo Toscanelli. Muchos, aunque erróneamente, lo consideran el inspirador de la empresa de 1492. Académicos y colombistas no podían aceptar que un marinero oscuro e ignorante, como Colón, pudiera comunicarse con una personalidad de tal relevancia: matemático, astrónomo, cartógrafo… Un personaje misterioso, en muchos aspectos, incluido el hecho de “no haber tocado a una mujer” y ser vegetariano, lo que lo asimilaba a un estricto cátaro, en una colonia de los llamados “puros”, que en Florencia fue particularmente floreciente. Fue necesario el descubrimiento de las cartas de Toscanelli entre los documentos de Colón para aceptar a regañadientes que al menos se escribían. Y que Toscanelli envió un mapa, lamentablemente perdido, en el que se confirmaba que la mejor ruta para llegar a las nuevas Indias era cruzando el tenebroso océano, es decir, el Atlántico. Estas son las palabras de la carta enviada a Portugal a través de un canónigo, otro hombre de Iglesia, como veremos, el portugués Fernando Martín: “Me alegró mucho saber de tu cercanía con tu serenísimo y magnífico Rey (Alfonso V de Portugal). Y aunque en otras ocasiones ya he hablado del brevísimo camino que hay de aquí a las Indias, donde nacen las especias, por la vía del mar, que considero más corta que la que hacen ustedes por Guinea… Por lo cual, sabiendo que puedo mostrarle esto con el globo en mano y hacerle ver cómo está el mundo, he decidido, para mayor facilidad y comprensión, mostrar dicho camino en un mapa, similar a los que se hacen para navegar. Y así lo envío a Su Majestad, dibujado con mi mano, en el que está representado todo el fin del occidente, desde Irlanda hasta el sur, hasta el final de Guinea, con todas las islas que en este camino se encuentran; frente a las cuales, directamente hacia el occidente, está representado el comienzo de las Indias, con las islas y los lugares a los que pueden llegar… es decir, cuántas leguas necesitan para llegar a esos lugares fértiles de toda clase de especias, gemas y piedras preciosas. No te extrañes si llamo occidente al país donde nace la especiería, que comúnmente se dice que nace en oriente: porque aquellos que naveguen hacia el occidente siempre encontrarán dichos lugares en occidente; y quienes viajen por tierra al oriente siempre encontrarán esos lugares en oriente”. En la otra carta se lee: “A Cristóbal Colón, Paolo, físico, ¡salud! He recibido tus cartas con los objetos que me enviaste, los cuales recibí como un gran favor; y consideré noble y grande tu deseo, al querer navegar del Levante al Poniente como se muestra en el mapa que te envié, lo cual se demostrará mejor en forma de esfera redonda. Me alegra mucho que se entienda bien y que dicho viaje no solo sea posible, sino verdadero y cierto, de honor, ganancia y grandísima fama entre todos los cristianos, de manera que cuando se realice dicho viaje será en reinos poderosos y en ciudades abundantes: llenos de todo tipo de especias en gran cantidad y de joyas en gran abundancia… No me sorprende que tú, que eres de gran corazón, y toda la nación portuguesa, que siempre ha tenido hombres destacados en todas las empresas, tengas el corazón encendido y un gran deseo de realizar dicho viaje”.
Una relación basada en un tono estrictamente confidencial, de segura familiaridad y amistad. Estas son las premisas de un conocimiento epistolar ya consolidado. ¿Fue solo eso? Ahora, un excepcional y sorprendente medallón con el perfil del navegante, que sería el primero con sus verdaderas facciones, aparece de nuevo de manera clamorosa para barajar de nuevo las cartas, por así decirlo. Se trataría de la obra del grabador florentino Bertoldo di Giovanni, uno de los protegidos de Lorenzo el Magnífico, alumno de Donatello y maestro de Miguel Ángel. Sería el primer retrato en vida existente de Cristóbal Colón, datado, al parecer, en 1479. El medallón, cuyo lugar de conservación y mandante se desconocen, es mencionado en un libro titulado Lorenzo e dintorni (“Lorenzo y su entorno”) del difunto historiador y poeta Alessandro Parronchi, un estudioso de indudable seriedad. A su vez, nos lo señaló otro investigador, tan apasionado como agudo, Mario Bruschi. La autenticidad de la imagen está además corroborada por el hecho de que un retrato idéntico, más grande y en yeso, lo vimos en la sala colombina del Museo de la Marina Militar de Madrid. A estas alturas, podemos tratar de unir los hilos de una trama que convierte en prácticamente una certeza la estancia de Colón en Florencia, con su correspondiente relación con personajes como Toscanelli, además de con ese círculo de intelectuales platónicos (se podría decir también “iniciados”) que hacían de la ciudad florentina la “nueva Atenas”. Incluyendo incluso a Leonardo da Vinci, de quien Gustavo Uzielli escribía en 1872: “Justo ahora se ha encontrado en Londres, dibujado por mano de Leonardo, el mapa más antiguo de América del que se tenga memoria”, en una afirmación rotunda corroborada por el desaparecido Carlo Pedretti, la mayor autoridad internacional en estudios sobre Da Vinci, quien escribe tranquilamente: “Desde hace algunos años tengo conocimiento de un mapa del Nuevo Mundo, aún inédito, dibujado por Leonardo”. Cabe agregar que en el inventario redactado a la muerte de Ser Piero (9 de julio de 1504), padre de Leonardo da Vinci, también se mencionaba una carta de navegación (“charta da navichare”) y un “mapamundi”. Con alta probabilidad, estos pertenecieron a Antonio da Vinci, abuelo de Leonardo y padre de Ser Piero. Hace poco, a partir de documentos de archivo, se ha descubierto que el abuelo había viajado mucho, como comerciante, hasta España y el norte de África en Marruecos. Tanto la “carta” como el “mapamundi” seguramente habrían sido vistos y estudiados, con gran curiosidad, por el propio Leonardo.

Florencia había sido el centro del Concilio que había reunido de Oriente a Occidente a las mejores mentes de aquella asombrosa época. Toscanelli pudo interactuar con muchos de los presentes, incluidos los chinos, que, según mi parecer y el de otros más, llegaron a America ante de Colon. También fue a Roma, donde en poco tiempo el genovés Giovanni Batista Cybo se convertiría en el papa Inocencio VIII en 1484, el pontífice que permanecería en la sede de Pedro hasta el 25 de julio (día de San Cristóforo) de 1492, muriendo o habiendo sido hecho morir apenas siete días antes de la partida del navegante y a quien siempre he señalado como el verdadero “patrocinador” del viaje de Colón, aunque su influencia ya era determinante bajo Sixto IV. Curiosamente, su sucesor fue el príncipe de los venenos Rodrigo Borgia, el español, quien asignaría a su patria prácticamente todo el Nuevo Mundo. Giovanni Battista Cybo estudió en Padua, donde también estudió Toscanelli. Antes de mis investigaciones, que comenzaron en 1990, la figura de Inocencio VIII, el “Dominus orbis” de aquel tiempo, quien debía decidir sobre la pertenencia de las tierras por descubrir, constituía un “vacío” desconcertante y clamoroso en la historia oficial dictada por la tradición, especialmente en la llamada “escuela de Génova”. Puedo afirmar que lo he “resucitado”. Y he encontrado la paz basándome en algunos comentarios como el del difunto y prestigioso profesor Melograni: “Soy un historiador de la época contemporánea y, por lo tanto, no tengo las herramientas para verificar la veracidad de tantas afirmaciones hechas por Marino sobre Cristóbal Colón. Dada esta premisa, debo confesar que he leído con gran pasión su libro sobre Colón y que, cuanto más pasa el tiempo, más plausibles me parecen sus tesis… Ruggero Marino intenta derribar los lugares comunes aceptados por las academias. Precisamente por eso, las academias no le otorgarán ningún reconocimiento”. Solo me queda que los reconocimientos vengan del extranjero.
En la tumba de Inocencio VIII, una obra bellísima de Pollaiolo en San Pedro, la única trasladada de la antigua basílica constantiniana a la nueva, en un homenaje extraño para un pontífice afectado por la “damnatio memoriae”, aún hoy se lee: “Novi Orbis sua aevo inventi gloria”, es decir, “en el tiempo de su pontificado, la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo”. Como lo atestigua, entre otras cosas, un incunable impreso en Venecia en 1507, un “Pseudopetrarca” con las vidas de los emperadores romanos y los pontífices. No hay por el contrario ninguna mención del nuevo continente en la biografía de Alejandro VI, el papa Borgia, ni en su modesto féretro, confinado en la Iglesia de los Españoles, en la Via Monserrato Oltretevere. Un viaje de Colón a América en 1491, o en todo caso en un año anterior, es confirmado por historiadores contemporáneos como Oviedo, Panvinio (cronista contemporáneo de los pontificados), Guicciardini y posteriormente otros. Desplazar los eventos o la muerte de Cybo en un año garantizaría el crimen perfecto y el robo secular a favor de España. De expediciones colombinas anteriores a 1492 también hablan el navegante y geógrafo musulmán Piri Reis, así como el historiador y etnólogo noruego Thor Heyerdahl. En lo alto del mausoleo de Inocencio VIII, hoy prácticamente fuera de la vista, está inscrita una indiscutible cruz templaria. Paz, justicia y abundancia era el programa del pontífice; “La lealtad supera todo”, su lema. El papa era hijo de un Aarón, sobrino de una saracena, tenía sangre de judío y de musulmana, por lo que en su persona se fusionaban las tres grandes religiones del libro, plausiblemente a favor de un sueño de paz universal. A estas alturas, cabe señalar que la semejanza entre el navegante, en algunos de sus retratos, e Inocencio VIII es inquietante: en una posible consanguinidad que justificaría también el componente judío en Cristóbal Colón, único dato para mí aceptable de los resultados proporcionados por el examen de ADN en España, que por lo demás no tiene nada de científico y sigue siendo el enésimo intento risible de hacer a Colón español. El navegante puede ser de cualquier nacionalidad, excepto española. Siempre fue considerado un “extranjero”, como resulta de los textos contemporáneos. Incluso los portugueses de la época hablan de un italiano. Que luego haya nacido en Génova es decididamente discutible. Pero Génova en ese tiempo era una potencia con posesiones dispersas en el Mediterráneo, por lo que, en mi opinión, la denominación más apropiada es la de “ciudadano genovés”.
Dado que la paz no había sido posible, no quedaba más que organizar la cruzada definitiva, de la cual el mismo pontífice se ponía a la cabeza. Inocencio VIII reunió para este fin, algo que nunca había sucedido con sus predecesores, a las órdenes de caballería. Su objetivo: la reconquista de Jerusalén y el Santo Sepulcro; idéntico al del caballero del mar Colón. Pero, sobre todo, Inocencio era padre de muchos hijos, dos reconocidos, y al parecer, también de otros numerosos en Nápoles con una tal Capece Minutolo Galeota. Tanto es así que la estatua de Pasquino, en la que el pueblo romano escribía sus invectivas, anotaba: “Finalmente tenemos al padre de Roma”. Colón en el norte de Italia es como Expósito en el sur, hijo de padre desconocido, hijo del Espíritu Santo. Uno de los hijos de Inocencio, Francisquito, se casó con Magdalena de Medici. Por lo tanto, el papa era consuegro de Lorenzo el Magnífico. El banco de los Medici fue uno de los financiadores de la partida desde Palos. Fue un “do ut des” (dar para recibir) el que llevó a Inocencio VIII a hacer cardenal al hijo menor de Lorenzo, quien un día se convertiría en el papa León X.
Regresamos por lo tanto a Florencia y a la estancia de Colón, y al rarísimo medallón que lo representa en su juventud, y por qué pudo haber sido retratado por un artista del Magnífico. Roma y la “nueva Atenas” estaban a punto de emparentarse. En el archivo vaticano, como hemos demostrado en nuestros libros y en el sitio www.ruggeromarino-cristoforocolombo.com, sobre la base de testimonios coetáneos precisos, existían los documentos que atestiguaban la existencia del Nuevo Mundo. Parece que se remontan a la biblioteca de Alejandría (!). Toscanelli, quien también había estado en la corte de Pedro, seguramente los había visto y reproducido, incitando a Colón. Para corroborar esta tesis, está el hecho de que al regresar de la expedición, Colón pidió al papa (que para entonces ya había muerto, aunque el navegante aún no lo sabía) que hiciera cardenal a su hijo menor, Diego, tal como hizo cardenal al hijo del Magnífico. ¿Cómo y por qué estaría al tanto de esto si fuese un “don nadie”? ¿Cómo se atrevería a hacer una petición tan increíble y, de otro modo, disparatada, precisando, en referencia al señor de Florencia, “que no ha hecho lo que yo he hecho”?
Cabe añadir que en un librito de historia tuderte (de Todi) del canónigo Pirro Alvi, aunque claramente posterior, se lee: “Y aquí es deber hablar del célebre cardenal Nicolás de Cusa, muerto en nuestra ciudad; alrededor de su lecho estaban Toscanelli, Bussi, Martínez, testigos de su testamento. “Se habló de Colón y del descubrimiento del Nuevo Mundo”. Estamos en 1464, se trataría de Colón como proyecto en ciernes, de un Colón aún jovencísimo, pero también es cierto que no hay un acuerdo definitivo sobre su fecha de nacimiento. Sin contar que la “caravana” de los caballeros del mar comenzaba a los 14 años y Colón era un caballero, repetimos, un caballero del mar, un heredero templario, caballero quizás del Santo Sepulcro o de alguna otra Orden. De él, capitán muy joven, se habla, en aquél 1464, en relación a un Nuevo Mundo ya cierto y como de un elegido para la operación América, que debía prepararse con tiempo y realizarse en nombre de la Iglesia y de la evangelización, como efectivamente ocurrió. Extraña reunión alrededor del lecho del cardenal moribundo: ya sabemos de Toscanelli, Bussi era el titular del archivo secreto vaticano donde se conservaban las mapas, Martínez o Martens (algunos escriben Martini, ¿un posible italiano?) era el canónigo del que hemos hablado, y que enviaba mapas al rey de Portugal, además de estar emparentado con Perestrello, padre de Felipa, la primera esposa de Colón. Por eso, el medallón, obra de prestigio, que no se podría hacer para un “don nadie”, representa seguramente la primera imagen existente de un personaje ya importante antes de la expedición y que podía escribirse amistosamente con Toscanelli. Una imagen muy verídica, dado que en la infinidad de retratos que siguieron con el tiempo, Colón es uno, ninguno y cien mil. Un homenaje del Magnífico a un posible hijo o familiar del consuegro en la cátedra de Pedro. No hay espacio suficiente para explicar cómo se puede llegar a tales conclusiones, ya que son el fruto de 34 años de investigación y de cuatro libros, además de otro más, actualmente aún en busca de editor: “Identikit de Cristóbal Colón”.
Como enésima prueba de los estrechos vínculos del navegante con el pontífice romano, sobre cuya tumba, en San Pedro, está grabado “Novi Orbis Suo aevo inventi gloria” (en el tiempo de su pontificado, la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo), mientras que el “descubrimiento” se refiere al regreso en 1493, proponemos una ulterior imagen completamente inédita, una verdadera joya, de Colón nunca antes vista. Se encuentra en Via del Campo, en Génova. Está a la vista de todos. Casualidad o no, está en el palacio ancestral de la familia Cybo, que guarda casi furtivamente el hallazgo, conservado en el vestíbulo trasero junto a los escudos de la familia. Aunque no hay ninguna indicación, no puede ser otro que él: es el busto, en un nicho en lo alto, de un joven Colón, con el característico manto, con la mirada dirigida hacia lo desconocido. Así como en otras vestimentas se lo recuerda en el Vaticano en las olas del océano, junto a Neptuno, ignorando por completo a Vespucci, en un amplio y valioso cuadro en la escenográfica galería de los mapas geográficos. Para un hombre que, aunque con influencias judías, fue inequívocamente visto como un héroe de la fe, ya que dos papas, Pío IX y León XIII, intentaron canonizarlo. Y retratos suyos fueron casi siempre comisionados para altos representantes de la Iglesia.
Pío IX escribió en un breve de 1851: “Cuando se conozcan aquellos documentos referentes a parte del Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, aparecerá con la mayor certeza que el mismo Colón emprendió su excelente plan por impulso y con la ayuda de esta Sede Apostólica”. León XIII, en una carta encíclica nunca antes escrita para alguien que no fuera ya beato, afirma: “Colón es nuestro, lo que hizo, lo hizo para la Iglesia”. En una historia que será completamente reescrita. Porque lo que se nos cuenta es un “chiste de anticuario”. Si no hubiera llegado el cristiano Colón, habrían llegado los chinos, y los americanos habrían agitado el librito rojo de Mao; si no hubiera llegado el cristiano Colón, habrían llegado los musulmanes y hoy los americanos se arrodillarían hacia La Meca. Un “héroe” de la Iglesia que la Iglesia ignora todavía y aún traiciona, mientras en América se derriban o vandalizan sus estatuas y se cancela el “Columbus Day”. Un nuevo “tsunami” de ignorancia, un atentado en contra de Occidente que sigue golpeando al navegante, martirizado en vida, martirizado también en la muerte. Incluso un pontífice llamado Francisco, venido “del fin del mundo” (Colón, cuando lo encadenaron y al morir, vestía un hábito similar al franciscano, y siempre se rodeó de franciscanos), sigue permitiendo que se infame a un “hijo suyo”, un “migrante suyo”, a un “siervo de Dios”, como aún hoy es considerado por la Iglesia, que fue hasta el fin del mundo a plantar la cruz. En un silencio indiferente, cómplice y cobarde.
Periodista, poeta y escritor. Durante 34 años trabajó en el diario Il Tempo de Roma, siendo enviado especial a más de 50 países y responsable de la sección de cultura. Autor de dos libros de poesía: Mínimo & Máximo y El infierno en el paraíso (Premio Indic). Es autor de novedosas obras sobre Cristóbal Colón: Cristóforo Colombo y el papa traicionado (1991; cuatro ediciones) recibió el premio Scanno de literatura y fue comentado por historiadores, escritores y medios de Italia; Cristóforo Colombo, el último de los templarios (2005; cuatro ediciones); El hombre que superó los confines del mundo (2010), obtuvo el Premio Cultura del Mar del Circeo. Su último libro de investigación Dante, Colón y el fin del mundo obtuvo el Premio Caravela Tricolor.