El viajero del siglo. Andrés Neuman. Premio Alfaguara de novela 2009
1 diciembre, 2009
No sólo porque lo diga Roberto Bolaño, respecto a que “la literatura del siglo XXI le pertenece a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre”, sino porque resulta sorprendente encontrarnos con un autor bastante joven, poseedor de una obra fluida y poética, capaz de hacernos pensar que en el mundo de las letras –sobre todo en la narrativa hispanoamericana- aún podemos tener esperanza en talentosos escritores.
El viajero del siglo (Premio Alfaguara de novela 2009), estructurada en cinco partes y escrita con un estilo neorromántico, de tono exaltado y con acotaciones dramáticas en su narrativa, es una novela que todo buen lector debería considerar para experimentar nuevamente el asombro. Es un libro sobre un viaje realizado por Hans, un traductor y filólogo que se dirige hacia Dessau, pero se detiene en Wandernburgo, una nación desmembrada, un lugar entre Sajonia y Prusia, un país invadido por Francia y lleno de costumbres puritanas de la aristocracia del siglo XIX.
Se trata de un lugar extraño donde no hay necesidad de telégrafos, y donde las familias pudientes hacen tertulias sobre temas políticos, sociales e intelectuales. En estos círculos, Hans conoce a Sophie Gottlieb y juntos emprenden una relación amorosa y furtiva, pues Sophie está próxima a contraer matrimonio con Rudi Wilderhaus.
En el Salón de reuniones suceden las mejores reflexiones sobre los viajes: “Si uno sabe a dónde va -dice Hans-, lo más probable es que termines sin saber quién eres”. También piensa sobre la movilidad de las personas, su condición e instinto para seguir, no permanecer estáticos y el misterio que apasionan las búsquedas, lo desconocido y una que otra determinación: “Los viajeros en el fondo son músicos o poetas, porque persiguen sonidos”, afirma uno de los personajes más sublimes de la obra. Él no tiene nombre, pero le gusta que le llamen “organillero”. Es un anciano indigente que puede representar la conciencia, un consejero que ve más allá en un mundo derrotado y cuya música, que nadie escucha, sólo es audible para quienes se atreven a desentrañar la duda en sí mismos.
La Señora Pietzine levanta su abanico, el profesor Mietter acomoda su peluquín, el padre Pigherzog anota los pecados de la personas en su “Libro sobre el estado de las almas”; Sophie descubre que se debate entre la comodidad y el deseo de su libertad y Hans termina por descubrir que las recompensas de las pasiones duran poco.
Hay una gran metáfora en esta novela. Se trata de un sueño del organillero: “Un hombre tiene dos espaldas y vive mirando en dos direcciones, siempre yéndose dos veces, o llegando y “al mismo tiempo yéndose de todas partes”.
No importa hacia dónde sea el viaje, hacia la caverna donde el organillero sueña que de su cuerpo sale música, hacia la aventura del yo modificado por el otro para dar lugar al individuo o hacia la soledad, ese lugar anclado en la poesía donde pase lo que pase siempre tendrá un espacio para el desasosiego.
Revista bimensual y digital que promueve las ideas, la creación y la crítica literaria. Fundada en 2004 por el escritor Sergio Ramírez