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Gabriel García Márquez, del cine y otros demonios

1 agosto, 2013

Ya es legendaria la pésima relación que existe entre los textos de Gabriel García Márquez con el cine, pero también el viejo e imperecedero amor que García Márquez, profesó toda su vida por este arte.


Hay que viajar muy lejos en el tiempo para encontrar los primeros escarceos que el escritor colombiano mantuvo con el cine, en el que se conjugaron una serie de acontecimientos para que el joven de Aracataca, que había llegado a Bogotá para estudiar derecho en la Universidad Nacional, finalmente desviara su rumbo.

Sin duda fue clave el suceso más importante del siglo XX que se desplegó en Colombia: el Bogotazo. El nueve de abril de mil novecientos cuarenta y ocho, un peón de albañil Juan Roa Sierra, en tres segundos disparó cuatro veces contra Jorge Eliecer Gaitán, el político más prestigioso y popular del espectro colombiano. Candidato a la presidencia, en las inminentes elecciones, que lo tenía por mucho como seguro ganador. Gaitán debía reunirse a las tres de la tarde con un joven estudiante cubano llamado Fidel Castro, que presidía la delegación de su país en el  Congreso Universitario Latinoamericano, que se desarrollaba en Bogotá.

El atentado, que se produjo en la puerta del edificio de calle Séptima con la avenida Jiménez, en pleno centro bogotano, a la una y cinco de la tarde, generó inicialmente indignación entre los cientos de testigos accidentales. La voz correría veloz, “mataron a Gaitán”  y la ciudad se estremeció.

Roa, el matador, pagado por el contubernio entre la embajada norteamericana y el partido Conservador, fue atrapado en la farmacia Granada, próxima al lugar del atentado,  donde había procurado esconderse. Los seguidores de Gaitán tardarían pocos minutos en lincharlo. El cuerpo del asesino arrastrado por las calles pareció ser una antorcha que incendió la ciudad y enseguida el resto de país, generando un tiempo de violencia que hasta el día de hoy no termina.

Durante las horas siguientes al atentado, Bogotá colapsó, ya no hubo ningún orden,los pobladores de  una de las barriadas más pobres y populosas, La Perseverancia, donde Gaitán era venerado como un Dios, se lanzaron al centro de la ciudad. “Todo el mundo bajaba con machetes, con palas, con azadones. En un abrir y cerrar de ojos los tranvías estuvieron volcados e incendiados”, comentan las crónicas periodísticas. Se incendiaron cerca de ciento cincuenta edificios, entre ellos la Arquidiócesis, el Arzobispado, el edificio del diario El Siglo del poderoso caudillo conservador Laureano Gómez, importantes hoteles y algunas humildes pensiones como la que habitaba un muy joven estudiante y escritor en ciernes Gabriel García Márquez, que cursaba segundo año de su carrera. El incendio no solo consumió su máquina de escribir, regalo de su padre, sino también varios borradores. Para ese entonces ya había publicado tres cuentos en el diario El Espectador, donde también se había publicado una muy elogiosa crítica del escritor Eduardo Zalamea sobre los cuentos de Gabriel.

El Bogotazo hizo que García Márquez volviera a tierras conocidas y se instaló en Cartagena para continuar sus estudios, pero para entonces ya estaba ganado por la literatura y pronto se encontró en su primer trabajo como periodista en el diario El Universal de Cartagena y luego en El Heraldo de Barranquilla, donde comenzaría a practicar la crítica cinematográfica.

En octubre de 1950 con el seudónimo de Septimus publica su primer artículo sobre Ladri di biciclette  (1948) de Victorio de Sicca donde su juicio es contundente y acertado: “Ladrón de bicicletas es una película invulnerable, de las muy contadas que no admiten objeciones desde ningún punto de vista”.

Junto a sus amigos de El Heraldo se fue involucrando con la bohemia de la ciudad y conoció al grupo de intelectuales que se reunían en el mítico restaurant La Cueva, encabezados por los escritores José Félix y Alfonso Fuenmayor,  Ramón Vinyes, Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Orlando Rivera, el fotógrafo Nereo López y los pintores Alejandro Obregón y Enrique Grau entre otros.

En 1954 ese grupo, que ya se conocía como el “Grupo Barranquilla”, rodaría La langosta azul con guión de García Márquez y dirigida por Álvaro Cepeda Samudio. Un corto metraje experimental de fuerte influencia surrealista, en el que se narran las aventuras de un espía extranjero que investiga la presencia de radioactividad en unas langostas capturadas por pescadores caribeños. Cuando un gato se roba la langosta, el agente deberá salir a las calles del pueblo en su búsqueda, lo que servirá de excusa a la cámara para realizar un reportaje casi antropológico del lugar. La Langosta Azul, fue el primer cortometraje hecho en Colombia, con una única copia elaborada en película de 16mm reversible, cinta que no permitía agregar la banda de sonido y que además, la hacía susceptible a daños cada vez que era exhibida. Por esta razón el film permaneció durante casi cuarenta años sin ser exhibido, hasta que en 1990, se consiguió hacer un internegativo para una exhibición en Nueva York.

Poco tiempo después el futuro Premio Nobel se traslada a Bogotá donde sigue con su trabajo periodístico en el diario El Espectador y comienza a ejercer semanalmente la crítica. Todo su conocimiento cinematográfico lo había conseguido a base de lecturas; aborda el tratamiento de sus columnas con la misma seriedad con que escribe literatura, haciendo hincapié en el trabajo de los directores y refiriéndose a ellos con absoluto respeto y en algunos casos con profunda admiración. «La apabullante astucia narrativa de Hitchcock, que sabe decir con la cámara muchas cosas útiles, muchas cosas asombrosas e inteligentes que no podrían ser dichas con ningún elemento distinto a la cámara», señala en su crítica a La llamada fatal de 1954.

Junto a Hernando Valencia Goelkel y Jorge Gaitán Durán, García Márquez se convertirá  en fundador de este género en el periodismo de su país, ejerciéndolo desde una perspectiva que se comparecía con la que en ese momento trabajaban en Francia, desde las páginas del Cahiers du Cinéma, grandes críticos y teóricos como André Bazin, Jacques Doniol-Valcroze y Joseph Marie Lo Duca, y que ya albergaba a jóvenes críticos que luego formarían la Nouvelle Vague, como Francois Truffaut, Eric Rohmer, Luc Moullet, Jacques Rivette, Jean-Luc Godard y Claude Chabrol.

En 1955 García Márquez viaja a Europa como corresponsal de El Espectador y maravillado por el Neorrealismo y la obra de Cesare Zavattini, guionista entre otras ochenta películas de Ladri di biciclette (1948) Milagro en Milán (1951), Umberto D. (1952)o El oro de Nápoles (1954), todas dirigidas por Victorio De Sica, ingresa al Centro Sperimentale di Cine, en Cinecittà de Roma. Es interesante señalar en este punto que Milagro en Milán, film profundamente admirado por García Márquez, donde el tándem De Sica-Zavattini conjugan realidad y fantasía en términos muy cercanos al universo que el colombiano iba a construir en los años siguientes.

En el  Centro Sperimentale conocerá a Fernando Birri y al cubano Julio García Espinosa, quienes más tarde serán considerados los fundadores del llamado Nuevo Cine Latinoamericano. Con ellos y el  apoyo del Comité de Cineastas de América Latina, fundarán en 1986, la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, de Cuba. Esta institución que  apoya  y financia la carrera de jóvenes provenientes de América Latina, el Caribe, Asia y África, es responsable de la revitalización del cine latinoamericano de estos últimos años.  En su pasó por el Centro Sperimentale, podrá estudiar guión con su admirado Cesaré Zavattini y Franco Solinas, guionista de La Batalla de Argel, (1956) film dirigido por Gillo Pontecorvo.

El trabajo en la moviola, donde aprenderá a narrar con imágenes y afinar el relato cinematográfico junto a César Zavattini, le daría la precisión técnica que usará en sus futuros trabajos como guionista.

Después de su experiencia europea y ya con varios libros publicados se instala en Ciudad de México, donde conocerá a Luis Buñuel, Carlos Fuentes y Juan Rulfo, con quienes comienza a trabajar en diferentes guiones. Su llegada coincide con un momento de grandes cambios en el cine mexicano. Por esos días, guionistas y directores intentaban acabar el poderoso monopolio de los sindicatos que manejaban toda la producción cinematográfica.

Los años que vendrían, serían de mucha producción. En 1964 adapta el guión de Juan Rulfo El gallo de oro, junto a Carlos Fuentes; el film será dirigido por uno de los grandes directores mexicanos, Roberto Gavaldón con la fotografía de Gabriel Figueroa, sin duda uno de los directores de fotografía más importantes de todos los tiempos. Ese mismo año, el realizador Alberto Isaac, pionero del nuevo cine mexicano, le propone adaptar el cuento En este pueblo no hay ladrones, de su libro Los funerales de la Mama Grande (1962), en cuyo guión trabaja junto al director y al escritor y crítico Emilio García Riera. Con un elenco de intelectuales y artistas que incluye al propio García Márquez, al escritor Juan Rulfo, el cineasta Luis Buñuel, los pintores José Luis Cuevas, Leonora Carrington, y el ensayista Carlos Monsiváis, el film se convierte en un título clave del panorama del joven cine de México.

El debut cinematográfico de Arturo Ripstein será justamente con Tiempo de morir, (1965) otro guión de García Márquez, con muchas reminiscencias de western. A partir de ese año los guiones sobre cuentos, novelas e ideas de Gabriel García Márquez, despertarán  el interés de muchos directores mexicanos.

El escritor colombiano intervendrá en otras muchas realizaciones adaptando textos de otros como es el caso del cuento de Carlos Fernández Lola de mi vida, (1965) que dirigiría Miguel Barbachano. Escribe el guión de Juegos peligrosos, segundo film de Arturo Ripstein. Ya con el éxito de Cien Años de Soledad escribe el guión de Patsy, mi amor, para el director Manuel Michel. En 1974, junto a Luis Alcoriza escribe Presagio. En 1978 Juan Arturo Brennan y Felipe Cazáis, basados en una idea de García Márquez, escriben el guión de El año de la peste, que dirigiría el propio Cazáis, basado en el libro de Daniel Defoe El Diario de la peste (1772).

Otro de los grandes directores mexicanos Jaime Humberto Hermosillo, rodaría en 1979 María de mi corazón, con argumento y guión de Gabriel García Márquez.

El chileno Miguel Littín, en 1979 filma en México La viuda de Montiel, cuento del libro Los Funerales de la mama grande (1962). En 1980 la directora venezolana Solveig Hoogesteijn, filma El mar del tiempo perdido, basado en el cuento de García Márquez.

Hasta 1980, todas las adaptaciones de su obra literaria habían sido en torno a sus cuentos;  sería el brasileño exponente del cinema novo, Ruy Guerra, quien se arriesgaría a filmar la agobiante Eréndira, con guión del propio García Márquez.

Desde la lejana Langosta Azul, ningún director colombiano había asumido el reto de filmar nada de García Márquez; el primero iba a ser Jorge Alí Triana, con el remake de Tiempo de morir, la critica es muy contundente: “El universo de Gabriel García Márquez en una plasmación que no va más allá de lo convencional. La oposición entre el carácter mágico y el naturalista queda reducida a una serie de apuntes un tanto burdos. De sus abigarrados resultados apenas se desprende una confusa historia de amor y venganza narrada con escasa convicción”.

En 1985, a tres años de que García Márquez obtuviera el Premio Nobel de Literatura, el italiano Francesco Rosi filma Crónica de una muerte anunciada. Finalmente, el trabajo de Rosi  no consigue que la historia involucre al espectador como lo hace la novela. Más allá de la buena elección de las locaciones, los tiempos que maneja el texto, no consiguen explotarse en la narración cinematográfica, creando un discurso inconsistente, dejando al espectador como un testigo indiferente.

En 1988, con el auspicio de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y Televisión Española se rueda Amores difíciles, una serie basada en relatos y argumento de Gabriel García Márquez dirigidos por importantes directores iberoamericanos: Fábula de la bella palomera del brasileño Ruy Guerra, Milagro en Roma, dirigida por el colombiano Lisandro Duque, Cartas del parque, rodada por el gran maestro cubano “Titón” Tomás Gutiérrez Alea, Un domingo feliz, a cargo del venezolano Olegario Barrera, El verano feliz de la señora Forbes, del mexicano Jaime Humberto Hermosillo y finalmente Yo soy el que tú buscas, del español Jaime Chávarri.

El realizador argentino Fernando Birri, basado en otro de los cuentos de García Márquez filma en Cuba Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988). En 1989 nuevamente el brasileño Ruy Guerra encara un texto del colombiano, esta vez Me alquilo para soñar.

El colombiano Jorge Ali Triana vuelve a filmar un guión original de Gabo en 1996 Edipo Alcalde, una adaptación del Edipo Rey de Sófocles ambientada en la ruralidad  colombiana.

A estas alturas eran muchos los films, basados en sus cuentos, novelas y guiones que distintos directores de distintos países habían intentado traducir al lenguaje cinematográfico. En el complejo cosmos garciamarquezco, ninguno de estos proyectos había alcanzado ni remotamente las cumbres de su versión literaria, por eso sorprendió cuando el escritor permitió que su viejo amigo Arturo Ripstein, con la talentosa Alicia Paz Garciadiego como guionista, incursionaran con una de sus novelas más perfectas, El coronel no tiene quien le escriba; su estructura de relojería sin duda abría un exigente reto a la pareja mexicana.

Casi treinta y cinco años después de su primera asociación en 1999, Ripstein encara la producción de El coronel no tiene quien le escriba. A pesar de los excelentes antecedentes de la dupla Risptein-Garciadiego, de haber contado con una excelente producción, un impecable equipo técnico y un reparto de grandes actores,  entre los que se contaron figuras de la talla de Fernando Luján, Marisa Paredes, Salma Hayek, Daniel Giménez Cacho, Odiseo Bichir, Rafael Inclán y Patricia Reyes Spíndola, quedamos frente a una gran película, pero muy lejos de rescatar el aura que el colombiano imprime a sus textos. Muchos de los que admiramos a Ripstein tanto como a García Márquez salimos de la proyección con un gusto demasiado amargo. El rezongado “mierda” del Coronel, dicho por un actor, jamás alcanzará la contundencia del escrito por García Márquez.

En 2005, nuevamente el brasileño Ruy Guerra, ya veterano en lidiar con la obra de García Márquez, estrena una versión libre de La Mala hora, sin ninguna trascendencia, apagada y sin fuerza. El talentoso director, en su tercer intento de llevar a García Márquez al celuloide, no consigue traducir la atmosfera angustiante, la densidad de las difamaciones que cada día aparecen en los misteriosos pasquines con infundios y verdades que alguien pega en las paredes del pueblo.

Tras los vanos intentos de directores latinoamericanos de llevar la literatura del Premio Nobel 1982 al cine, sería mucho peor el caso de Mike Newell, quien en 2006 rueda El amor en los tiempos del cólera. Filmada en Cartagena de Indias, con Javier Bardem, Giovanna Messogiorno, John Leguízamo, Catalina Sandino y Benjamín Bratt, este trabajo queda aún más distante del tono de García Márquez. Newell construye un film lavado, sin profundidad, casi una caricatura de los amores de Florentino Ariza y Fermina Daza, y lo que sucedió en esos cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días.

En 2006, la directora costarricense Hilda Hildalgo rueda Del amor y otros demonios, consiguiendo  realizar una película formal, viciada de todos los clichés de los film históricos y lejana del libro original.

El danés Henning Carlsen, en 2010, dirige Memoria de mis putas tristes, más allá de que Carlsen escribiera el guión junto a Jean-Claude Carrire, nuevamente el espíritu de la obra literaria parece no querer revelarse en la pantalla, quedando a mitad de camino.

Esta última aparición de la obra de García Márquez en el cine no escapa de todo los intentos anteriores y confirma que la obra del Premio Nobel, hasta hoy, ha estado muy por encima de todas sus versiones cinematográficas.

Quizás ese largo romance entre Gabo y el cine nunca llegue a consumarse como dos enamorados se merecen.

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Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).

Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).

Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.

Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.

Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.