Hamaca paraguaya

1 febrero, 2007

Ojo al Paraguay, Guadi Calvo nos avisa. El Paraguay está aún por descubrirse, revelarse en América Latina como lo que fue, la primera esperanza. ¿Cine? También. Para muestra, Paz Encina y su película, reconocida en el pasado festival de Cannes, Hamaca Paraguaya. Lo dicho, ojo al Paraguay que viene, que tiene que venir.


Esperar, como destino

Pero no todos olvidaron ni podían olvidar

Augusto Roa Bastos

Siempre fuimos conformes

Manlio Argueta

Aguardaba, sin saber cuando vendría

Antonio Di Benedetto

Mierda

Gabriel García Márquez

Por la oquedad del monte, avanzan dos ancianos, abrumados, lentos, se aproximan a un blanco, algo refieren sobre donde tender la hamaca, ausentes de todo parecen cumplir un rito antiguo y cotidiano. Más allá de los sonidos habituales del monte, cantos de pájaros, de ranas, de insectos, crujidos de ramas y un ladrido que irrita y exaspera.

Los ancianos ahora están sentados en la hamaca y hablan de sus cosas, de cosas que hablan los campesinos, mientras ella, Cándida, pela una naranja con domesticidad milenaria, Ramón busca una bandada de pájaros que lo sobrevuelan, que escucha, pero no alcanza a ver. Ellos esperan, esperan que pase el calor, que llegue la lluvia, que termine el verano: Son campesinos y saben de la espera, aunque también saben que “lo que se espera nunca llega”, aunque sea el hijo que marchó a la guerra.

Los ladridos continúan remotos, pero constantes, es la perra del hijo, que también espera. Entonces la ausencia se incorpora en el recuerdo y la madre lo nombra, haciéndolo presencia, volviéndolo a parir en su recuerdo. La presencia del hijo surge para instalarse, a pesar de estar lejos como “el horizonte que siempre esta hacia allá” en el frente de guerra, como todas las guerras, la más terrible.

Pero el padre sabe, sabio “nosotros los pobres siempre estamos en guerra” y se resigna a la espera, se obstina ha que un día llegué el hijo, para continuar el ciclo de la vida, son campesinos y ese es su misión, continuar el ciclo de la vida.

Ramón insiste “yo voy a seguir esperando”, en cambio Cándida confiesa “si mi corazón fuera de piedra, ya estaría roto”.

Este es el sentido universal que Paz Encina, le da a su película Hamaca Paraguaya (2006) Son solo dos padres esperando el retorno de su hijo de una guerra, en este caso padres paraguayos, pero bien podrían ser cualquiera de los padres que han esperado el retorno de su hijo de alguna guerra. Siempre, en cada guerra de la humanidad, hubo dos padres que esperaron, con el mismo miedo, la misma incertidumbre y la misma soledad, que Paz Encina subraya con mínimos trazos.

Estos mínimos trazos se resumen en una docena de planos fijos, con una cámara que solo se justifica para atrapar los andares lentos y la atmósfera angustiante del trópico paraguayo, una cámara plantada con un árbol, o como esta plantado el tiempo en la vida de Ramón y Cándida.

Paz Encina construye una historia apabullante, vigorosa, terrible y profundamente poética, con un puñado de planos y diálogos donde parece que las cosas son dichas por decir, aflora el dolor más genuino e irremediable.

En cada uno de los planos la disposición de los volúmenes, las texturas y los tonos nos evocan a El Ángelus (1859) o Las espigadoras (1857) del pintor francés Jean François Millet, (1814- 1875), donde los contornos se diluyen, se funden, se evanescen.

La debutante directora paraguaya, asume en este film todos los riesgos que la dificultad de su idea plástica la ha impuesto y cada una de esas dificultades las vence con absoluto dominio de un elemento que parece formar parte de su anatomía: la cámara.

Así es como construye un film, que no depende del movimiento, y nos figura un juego de estampas orientales: la justeza de su cámara rememora al gigantesco Yasujiro Ozu Las hermanas Munekata (1950), la traslación de los personajes a Akira Kurosawa , Trono de sangre (1957) y la relación de Cándida y Ramón con el medio, su andar leve, pausado casi detenido, parecen secuencias de teatro Kabuki, donde el sonido, el movimiento, el espacio y la voz no se acompañan, ni siquiera en paralelo, funcionando como elementos del mismo valor estético.  

Encina opta por los planos abiertos y pocas serán las veces que nos aproximemos a los protagonistas, en esas oportunidades no encontraremos rostros reveladores de penas infinitas, ni desencajado por la angustia. Veremos al Ramón y a Cándida en sus tareas diarias, pelando caña en el sembradío o en el río, lavando ropa, cada uno hablando de espalda a la cámara, o quizá, mejor dicho, recordando de espalda a la cámara, concentrados en su labores, como lo hacen los sabios, recuerda cada uno la despedida de Máximo Ramón, en el momento que partía hacía el frente y partía la vida de sus padres. Recuerdan como quién recuerda una plegaria, como quién invoca un milagro, como se recita un salmo, en una inapelable actitud de recogimiento. Sus voces secas y quebradas, cifran el dolor de la despedida que ya fue hace demasiado tiempo.

Paz Encina no habla de una guerra habla de la Guerra, de todos los pobres que han sido enviados a los frentes sin que supieran por quién iban a morir, de todos los padres que se han batido contra la espera. Ramón y Cándida tienen la terrible disyuntiva: seguir esperando, o aceptar que el hijo no volverá.

Cada uno y por separado tendrá noticias. En un plano antológico Ramón, de perfil a la cámara, sentado junto a la puerta de un rancho donde el veterinario atiende a la perra de su hijo, apoyado contra una pared ocre, encorvado, resignado, esconde, cabizbajo, la tristeza en la enorme ala de un sobrero de paja, con toda la tensión puesta en su espalada cansada, y sus manos agobiadas e inútiles. Sabrá por el veterinario, de quién solo conoceremos su voz, que la guerra ha terminado hace unos días, estamos exactamente en el 14 de junio de 1935 pero que todavía en muchos lugares seguirán los combates hasta que el cese de fuego se instale en todas las líneas.

Por la puerta del rancho, vemos una raja de luz que se abre en el fondo, otra puerta, como en un juego de espejos, una luz que metaforiza una esperanza triste y remota.

La misma luz, el mismo juego de espejos y la misma tristeza en la escena que le continua, Cándida, también del perfil, con la penumbra de sus pensamientos que la exceden y su cuerpo que ya no encuentra forma de mantenerse erguido, se mece con desosiego y rebeldía en un banco junto a la boca de un horno de ladrillos, donde se repite el mismo juego luz-esperanza por otra boca en el fondo del horno.

Cándida quema una mariposa que encontró muerta, augurio de mala suerte. En otro fuera del campo, un cartero le pregunta por la familia del soldado Máximo Caballero, quien ha muerto en el frente, de un tiro en el lado izquierdo y que le ha atravesado el corazón. Cándida niega que sea su hijo, porque su hijo se llama Máximo Ramón Caballero, y que el corazón de su hijo late en medio del pecho. Que siga buscando a quién darle esa noticia.

Ambos ancianos, se reunirán nuevamente en la hamaca, hablaran de las cosas que hablan los campesinos, de la lluvia que no llega, de la bandada de aves que la anuncian, del calor que no se va, y que finalmente se tienen uno al otro.

Como pocos Paz Encina traduce la angustia de la espera y el duelo, su sutileza y elegancia solo es parangonable a obras mayúsculas de la literatura latinoamericana como de Zama (1956) de Antonio Di Benedetto, Un día la vida (1980) de Manlio Argueta o El Coronel no tiene quién le escriba (1956) de Gabriel García Márquez.

Paz Encina no concede nada al espectador, que tendrá que complementar imágenes, atmósferas y las frases que se diluyen entre los sonidos de la vida.

Hamaca Paraguaya ha sido reconocida en Cannes 2006 como la mejor película en la sección “Un Certain Regard” y el Premio Fipresci, concedido por los críticos internacionales.

El film está íntegramente hablado en guaraní, lengua originaria de muchos pueblos que habitaban la zona antes de la llegada de los españoles y cuya influencia ha cubierto un amplio territorio llegando a Bolivia, Argentina, Brasil, Perú, Colombia y Venezuela. Haber usado esta lengua, por primera vez en la historia del cine, le otorgándole una autenticidad documental ya que la mayoría del pueblo paraguayo en un porcentaje mayor al 80% lo habla y en las zonas rurales, donde se desarrolla Hamaca Paraguay, el porcentaje se convierte en absoluto.

Paz Encina nació en Asunción en 1971, después de haberse dedicado a la música, fue concertista de piano, decide estudiar cine en la F.U.C. (Fundación Universidad del Cine) de Buenos Aires (Argentina) ha hecho residencias de trabajo en Cuba, España y Francia. Si bien este es su primer largometraje tiene varios cortos como La siesta (1997), Los encantos del Jazmín (1998) Supe que estabas triste (2000)

Hamaca Paraguaya es la primera, de las siete películas, que el director teatral norteamericano Peter Sellars, encargó con temática en La flauta mágica La clemencia de Tito , y E l Réquiem , para competir en el Festival New Crowned Hope de Viena (Austria) en conmemoración de los 250 años del nacimiento de Mozart.

Rodada íntegramente en Paraguay, fue protagonizada por dos extraordinarios actores de teatro Georgina Genes y Ramón del Río.

La historia paraguaya es lo suficientemente dramática como para que su máximo escritor Augusto Roa Bastos allá declarado alguna vez: El infortunio se enamoró de Paraguay .

Entre 1864 y 1870 Brasil, Argentina y Uruguay, incentivados por el Imperio Británico, entablan una sangrienta guerra contra Paraguay, conocida como la de La Triple Alianza, la más larga y sangrienta del continente en el siglo XIX. El resultado fue que Paraguay perdió más de la mitad de la población de 800 mil habitantes su población se redujo a 221.079 (106.254 mujeres y 86.079 niños, el resto viejos o inválidos de guerra), la economía, la más independiente y vigorosa de América latina entonces, fue pulverizada, más allá de la perdida de 156.305 kilómetros cuadrados.

Poco más de sesenta años después, sin que Paraguay hubiera podido recuperarse de aquella guerra, el 16 de junio de 1932, en las proximidades de laguna Pitiantuta, Bolivia toma por sorpresa el fortín Paraguayo Carlos Antonio López, desencadenando así la terrible guerra del Chaco Boreal.

Si bien en esta guerra Paraguay obtuvo el triunfo militar en 1935, resultó tan damnificado como Bolivia entre ambos países las víctimas suman casi cien mil personas, a más de las deudas en que cayeron para sostenerla. La guerra fue alentada, por interese económicos de las grandes compañías petroleras de entonces la Standard Oil of New Jersey y la Royal Dutch-Shell.

Finalmente la larga pesadilla, a que el esperpéntico Stroessner sometió a Paraguay desde 1945 a 1989, privó a la nación guaraní de cualquier actividad cultural, casi todos sus artistas e intelectuales debieron salir al exilio o murieron en las cárceles del régimen.

Quizá sea por todos estos motivos Paraguay demora, como ningún otro país latinoamericano, su inicio cinematográfico, si bien existieron algunos intentos, nada ha tenido una trayectoria recordable.

Los cortos documentales Lengua Mascoy (1917) de W.B. Groud, Los indígenas del Gran Chaco (1922) y Expedición Paraguay (1922) de Hans Krieg Procesión (1925) y Manifestaciones frente a la Escuela Militar y Congreso (1925) de Hipólito Carrón y Agustin Carrón Quell. El infierno del Chaco (1932-1935) de Roque Funes La Guerra del Chaco (1932-1935) atribuida a Agustín Carrón Quell, Historia y paisajes paraguayos (1939-1952) de Juan Max Boettner , la strossnerista Cerro Corá (1979) de Guillermo Vera, y las producciones post-Strossner Mis Amerigúa (1994) El toque del Oboe (1998) de Claudio Mc Dowell El portón de los Sueños (1998) de Hugo Gamarra Réquiem por un soldado (2002) y María Escobar (2002) de Galia Jiménez, Miramenometokei (2003) de Enrique Collar, acompañados de algunos cortometrajes muy recientes es toda la producción cinematográfica guaraní.

La irrupción de Paz Encina ubicó a Paraguay definitivamente en el mapa cinematográfico mundial, muchos de sus compatriotas se sentirán motivados a continuar su pasos y ella misma se enfrenta ahora al gran reto de seguir, manteniendo el nivel de excelencia que ha mostrado en Hamaca Paraguaya, que sin terminará convirtiéndose en un clásico del cine latinoamericano.

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Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).

Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).

Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.

Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.

Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.