» Homenaje a Claribel: Acuario y huésped de mi tiempo

1 diciembre, 2010

«A veces – dice Claribel Alegría – se me vienen muchos sollozos internos, no sé de dónde vienen, son como tristezas de otras vidas”.


El tiempo es el tema que unifica Acuario (1955) y Huésped de mi tiempo (1961), dos poemarios de Claribel Alegría.  Acuario es una metáfora de la soledad. En este libro se manifiesta una profunda necesidad de encontrase a sí misma a través de la epístola como un aliado para dialogar con el tiempo, esa línea vertical que resuelve diáfanas o tormentosas las experiencias de la vida. Asimismo, el tono elegíaco empieza a manifestarse en poemas como “El mar”, en el que la sal se transforma en símbolo de lo perdurable. Acuario fue editado en Chile por el judío-polaco Mauricio Amster, primero en referirse a Claribel y a Bud Flakoll como “Claribud”.

Seis años después, en 1961, apareció Huésped de mi tiempo. Ese mismo año  Bud se desempeñaba como Segundo Secretario de la Embajada de Norteamérica en Argentina, pero renunció a su cargo como una forma de protesta  tras la invasión de Estados Unidos contra Bahía de Cochinos en Cuba.

Ya en Huésped de mi tiempo hay una mayor conciencia del pasado; la poeta empieza a aceptar con cierta determinación aquello que no puede cambiar, no como una forma de resignación, sino como postura que la llevará a descubrir otra identidad. En esta etapa se enfrenta al horror del vacío, del cual hablará en el poema “Aprendizaje”. Este poema reúne grandes momentos que oscilan entre el amor y la desesperanza; también recoge parte del conflicto interno entre ser madre y amante a la vez. Algo notable es el azar al final de algunos textos, que obligan a los poemas a  tomar giros inusitados. Al respecto, dice Claribel: “Es que la poesía también es azar”.

Como resultado, la poeta adquiere una nueva piel; esta experiencia de mutación dará pauta al poema “Autorretrato”, en el que describe cómo ha cambiado de formas, “de nuevas danzas”, aunque esta identidad esté ahora acompañada por una oquedad que no logra llenar. “A veces –dice Claribel– se me vienen muchos sollozos internos. No sé de dónde vienen, son como tristezas de otras vidas”.  Esta sensación hará que en el futuro sus poemas se tornen más reflexivos.

Poemas de Acuario

Editorial Universitaria de Santiago de Chile /
Edición de  Mauricio Amster / 1955

ACUARIO

Sólo tuve un gesto.
Y tuve miedo.
Apreté las rodillas
y me aferré a mi mundo,
a ese mundo de luz que nos rodea.
Y otra vez tuve miedo.
Vivir en un acuario es peligroso,
expuesto a las miradas,
a los pedruscos agrios
que arrojan los vecinos,
a una frase tuya o quizás mía
que lo empañe
o lo rompa.

Sólo eso me queda
para mirar el mundo sin recelo.
Sólo eso, mi acuario,
para atenuar los golpes
y darme la medida
de todos los que salen
y vuelven a su mar,
y de los que se pierden
y mueren en las dunas.
Mi único refugio
¿lo comprendes?
y es tan fácil destruirlo.

ESTE ESPEJO ME ENTIENDE

Voy a llegar de noche,
Después de que hayan corrido los cerrojos,
después de las tertulias y los rezos.

Conozco bien las calles,
las recuerdo,
con su olor a verano
y mansedumbre.
No he podido cumplir
mi cita con la ceiba,
y ya esta soledad
me llega a las rodillas
y las dobla.

Desde mi puerta veo
procesiones de sombras,
y las voces son ecos,
y el viento se perfila
obtuso en las esquinas.

Volveré a mi ciudad
donde los rostros simples de las casas
nos invitan a entrar.
Este espejo me entiende.
Voy a buscar mi imagen
 en las cosas de allá.

CARTA AL TIEMPO

Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.

Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.

No sea usted tenaz.
Todavía lo veo
jugando al ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas;
se volvieron muy pronto cotidianas,
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo.
Y usted insistía,
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.

Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mí.

¡Pobrecito el abuelo!
En su lecho de muerte
estaba usted presente,
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles.
Parecían más blancas las paredes.
Y había alguien más;
usted le hacía señas.
Él le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme.

Le prohíbo que vuelva.
Cada vez que lo veo
me recorre las vértebras el frío.

No me persiga más,
se lo suplico.
Hace años que amo a otro,
y ya no me interesan sus ofrendas.

¿Por qué me espera siempre en las vitrinas,
en la boca del sueño,
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.

Lo he visto el otro día con los niños.
Reconocí su traje:
el mismo tweed de entonces
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridículo traje de entretiempo.

No vuelva,
le repito.
No se detenga más en mi jardín.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen:
las he visto.

¿De qué sirve todo esto?
Se va a reír un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños,
mi rostro,
las hojas,
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabía.

MAR

Por la ausencia de tiempo
la alegría del mar es luminosa.
Amo esta roca lisa,
y amo también el verso
y el rosal.
 Pero están como yo,
clavados a la tierra,
donde todo envejece
y se reduce a polvo.

No es un reloj la ola,
ni es la cuna del tiempo:
lo desgasta,
se burla,
lo golpea.

Desde aquí veo el mar,
su azul monotonía,
sus gaviotas.

Con el primer anfibio
alcanzamos la tierra.
Nos queda aún la sal en nuestra sangre,
y de pronto un afán de perdurar.

Es el agua del mar
la que se yergue en nubes
y arrastra las montañas.

Mis ojos,
nosotros,
las rocas.

El mar nos vuelve a él,
nos diluye en su flanco.
En la última piedra
va a deslizarse el tiempo hasta su meta.

ADAPTACIONES

A diario me acompañan
la nevera,
la estufa,
y sus ángulos fijos
me entristecen los ojos.

Conozco algunas gentes
con rostros  de  cuchara,
y otras que se agrupan
como platos
y pulen sus sonrisas
y se trizan.
Y aburridas parejas
que se van destiñendo
y no se encuentran nunca.
Y hombres que rodean su vacío
de inaccesibles púas.
A veces se me ocurre
que es fácil ser armario
y dejarse llenar de telarañas,
o puerta que otros abren
y cierran a su antojo,
o estante con libros
y con polvo.

Yo podría ceder
y volverme utensilio.

Pero siempre está el mar,
y la hoguera,
y el trébol
tendiéndome su aroma,
y me desvío.

DATOS PERSONALES

Tengo un metro cincuenta de estatura.
Ojos color castaño.
¿Me atreveré a reír,
a preguntar,
a destruir la armadura que me han puesto
y a gritar de vergüenza?

Sé leer y escribir,
mas no he podido aún olvidar mis rencores.
Nunca estuve en la cárcel.
¿A qué tantas contraseñas
si es más difícil que antes conocernos?
Por las noches me duele lo que he dicho.
En sueños me disfrazo.

Vivo un papel absurdo
del cual olvido el texto.
Me identifica un número
y me ahogo de sed.

Pero a pesar de todo surge el canto,
y no saben qué hacer en las aduanas
y lo dejan salir.

Poemas de Huésped de mi tiempo

Editorial Américalee /
Argentina / 17 de abril de 1961

VÍSPERAS DE VIAJE

Hoy tuve una caminata valparaisiana.
Sobre una taza de café
conversé contigo,
contigo que hace tanto que no veo.

En estos días agudamente sensitivos,
soy una serie
de explosiones sordas,
de derrumbes,
de cimientos frescos.
A cada paso tropiezo con sabores,
con olores que me cierran el camino.

Mientras empaco la porcelana,
pienso en la noche del viernes:
La figura de Salvador
bailando el tango, la timidez de Manolo.

¿Cuál de mis recuerdos llegará roto?
Hay una grieta por donde se me escapan,
por donde continuamente
pierdo diálogos y rostros.

Tengo miedo de quedarme indefensa,
de que el nuevo diluvio
me cubra totalmente
las antiguas señales
y se trastorne mi paisaje
y se me vuelva tierra hostil
y sin relieve.

Hoy pude encontrar
una tarde en Valparaíso:
un poco petrificada,
pero no importa.
Reconozco sus contornos:
los ojos de Mariluz,
su gesto
contra el fondo de hojalata
de una casa
que miraba a la bahía.

AUTORRETRATO

Malogrados los ojos.
Oblicua la niña temerosa,
deshechos los bucles.
Los dientes, trizados.
Cuerdas tensas subiéndome del cuello.
Bruñidas las mejillas,
sin facciones.
Destrozada.
Sólo me quedan los fragmentos.
Se han gastado los trajes de entonces.
Tengo otras uñas,
otra piel.
¿Por qué siempre el recuerdo?
Hubo un tiempo de paisajes cuadriculados,
de gentes con ojos mal puestos,
mal puestas las narices.
Lenguas saliendo como espinas
de acongojadas bocas.
Tampoco me encontré.
Seguí buscando
en las conversaciones con los míos,
en los salones de conferencia,
en las bibliotecas.
Todos como yo
rodeando el hueco.
Necesito un espejo.
No hay nada que me cubra la oquedad.
Solamente fragmentos y el marco.
Aristados fragmentos que me hieren
reflejando un ojo,
un labio,
una oreja.
Como si no tuviese rostro,
como si algo sintético,
movedizo,
oscilara en las cuatro dimensiones
escurriéndose a veces en las otras
aún desconocidas.
He cambiado de formas
y de danza.
Voy a morirme un día
y no sé de mi rostro
y no puedo volverme.

VECINDARIO

Es como si de pronto
hubiese puesto el pie
sobre un alambre de tensión muy alta.
Como si mil agujas me picasen la piel.

Temo a las gentes
que no han sentido nunca un choque
eléctrico,
que no han caído en un pozo de agua fría.
Debiera tenerles piedad,
pero les temo.
Me recuerdan la muerte.
Vivo en un vecindario de muertos.
Las flores,
las hojas,
el viento,
luchan contra ellos.
La muerte cuelga como el humo
y cubre mi vecindario.
Todos los días
converso con los muertos.
Con los muertos de ojos vacíos
y ademanes indecisos.
Sufro el contagio a veces.
He visto morir a mis amigos.
Les he hablado después.
He ido a sus casas
y he bebido el té con ellos.

Pero es distinto ahora.
Un fragmento de nube
divide el cielo azul.
La gaviota ha caído
con su triunfante grito
al siempre mar de siempre
recién nacido, tibio.
Me ha vuelto a quemar
la vida
y  llevo su relámpago en los ojos.

EPITAFIO PARA UN PERRO

               A Erik

CUANDO muere un perro
queda muerto.
Lo podré arreglar
me asegurabas;
como si fuese de resortes
y engranajes.
La palabra muerte
dejándote su marca.
Tiene un filo amargo,
un sentido de culpa
y de final.

Lo llevaremos a enterrar.
Hay un hoyo en el fondo
con orillas de barro.
Un hoyo boquiabierto
donde acaban los perros.
No me miras como antes.
Tus juegos infantiles
ya teñidos de muerte.

Hemos quedado solos:
tú,
yo,
mirándonos de lejos
a través de la fosa.

Adaptaciones

No puedo recordar
qué nos dijimos,
cómo pasó.
Eran largos mis trajes.
Me peinaba de moño.
Pasó.
Eso fue todo,
cuando era yo inocente.
Hubo presagios:
una avidez de calles,
de caminatas largas,
de estrujar hojas secas.
Sentada en mi colina
veía atardecer.
Era terso el paisaje:
azul morado,
azul espeso.
Habría sido difícil no amar
con ese tiempo,
ese paisaje
y mi inocencia.
Comencé a conocerme.
Esperaba a mi hija con asombro.
Fui creciendo con ella.
Descubrí mis dedos,
recogía minucias con mis dedos
y me alegraba.
Me espantó el crujir de la madera,
reía de mi espanto,
registraba las voces
 y los gestos.
Lo otro
pudo haber sido un accidente.
Pero aquí,
ante mí,
mi hija.
Cerraba el destino una puerta
y me abría otra.

Vino después un tiempo de conciertos,
de bailes,
de señores besándome la mano,
de matronas con tiara
y sonrisas de cóctel.
Comencé a distanciarme.
Fue un tiempo de celos
y desacuerdos
y vacío.
Una tarde al volver
apenas lo alcanzaba.
Lo llamé a voces,

«Hablemos», dije.
 «¿Quién eres?»
El oficio de madre es honorable,
además, necesario.
Y el de mujer también,
y el de vecina.
No quedan huecos en mi día.
Todos mis huecos se llenan
de uñas rotas,
de verduleros,
de recibos que hay que pagar.
Me voy gastando en eso,
voy dejando residuos
en todos los rincones.
Me descubro
en la mesa del comedor
mientras sacudo,
en los uniformes de los niños,
en los cuellos de las camisas.
No me encuentro por días.
Paso delante del espejo
sin reflejar mi imagen.
No tengo tiempo
de conversar conmigo.
Ni falta me hago a veces.
Vivo cuando me premian
con puestas de sol
y risas de mi niño.
Acepto pleitos,
insomnios,
desengaños.
No puedo tolerar la indiferencia.
A veces mi marido
con un aire de sabio
dice que la vida es esperanza.
Yo sonrío
y digo que sí por complacer.
Pero aquí, entre nosotros,
no lo he creído nunca.
La vida para mí
es horror al vacío.
Cuando yo era inocente lo ignoraba.
Más tarde comprendí,
luché con el vacío,
lucho con él a diario.
No es la vida esperanza,
es más volátil.
Más precisa.
Un algo menos que el amor,
un algo más que la jornada.

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Estelí, Nicaragua 1977 - Managua, 31 de diciembre de 2010.
Realizó estudios de poesía bajo la tutela de su mentora, la poeta nicaragüense Claribel Alegría, discípula del Nobel español Juan Ramón Jiménez.

Ha publicado el poemario “Alguien me ve llorar en un sueño” (Premio Internacional Ernesto Cardenal de Poesía Joven 2005). También publicó “Retrato de poeta con joven errante”, antología poética de su generación con prólogo de Gioconda Belli. Su poesía aparece en las antologías “La poesía del siglo XX en Nicaragua” (Editorial Visor, España 2010); Antología de poesía nicaragüense: Los hijos del minotauro (1950-2008) (Revista TRILCE, 2009) y en la Antología del IV Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (Trilce, Villahermosa, 2008). Poemas suyos aparecen además publicados en las revistas “Karavan” (Suecia, 2006); Revista Oliverio (Argentina, 2005); Revista Maga (Panamá, 2005); Revista “Lichtunten” (Alemania, 2009); Revista Nómada dirigida por Jorge Boccanera (Argentina, 2008); Revista Prometeo (Medellín, Colombia, 2008) y en la memoria poética del Encuentro “El vértigo de los aires”: Poesía Iberoamericana (México, 2009) y las memorias del I, II, III, IV y V Festival Internacional de Poesía de Granada (Nicaragua).

Asistió como invitado a diversos Encuentros y Festivales poéticos internacionales, entre los que figuran: V Festival “La poesía tiene la palabra”, Casa de América (Madrid, España, 2005); IV Festival Internacional de Poesía de El Salvador (San Salvador, 2005); XXII Festival Internacional de Poesía de La Habana (Cuba, 2007); Fiesta Literaria de Porto de Galinhas, Estado de Pernambuco (Brasil, 2007); XVIII Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2008); IV Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (Villahermosa, México, 2008); Festival Internacional de Poesía de Costa Rica (San José, Costa Rica, 2009); Encuentro Iberoamericano de poetas en el Centro Histórico 2009: El vértigo de los Aires (México, 2009); VII Festival Internacional de Poesía de Granada (España, 2010).

Su poesía ha sido elogiada por célebres poetas y escritores como Jorge Boccanera, Waldo Leyva, Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal. Según el crítico peruano Julio Ortega, Ruiz Udiel se cierne como uno de los herederos de la poética latinoamericana y según el crítico francés Norbert-Bertrand Barbe, "de todos los nuevos poetas de Nicaragua, Udiel es sin duda uno de los que tiene mayor voz propia".

En 2004, junto al escritor nicaragüense Ulises Juárez Polanco, fundó Leteo Ediciones, proyecto sin fines de lucro que promueve la literatura joven de su país. Entre las publicaciones como co-editor se encuentran: Memoria poética: Poetas, pequeños Dioses (Managua, 2006); Sergio Ramírez: Perdón y olvido, Antología de cuentos (1960-2009), (Managua, 2009); Claribel Alegría: Ars Poética (Managua, 2007); Missael Duarte Somoza: Líricos instantes (Managua, 2007) y Víctor Ruiz: La vigilia perpetua (Managua, 2008).

Antes de su prematura muerte trabajó como editor de Caratula, revista cultural centroamericana dirigida por Sergio Ramírez.

También era periodista colaborador de la sección Variedades de El Nuevo Diario, de Nicaragua, y laboró como relacionista público del Centro Nicaragüense de Escritores.

Era miembro de la Red Nicaragüense de Escritores y Escritoras (RENIES); miembro de la Red Internacional de Editores y Proyectos Alternativos (RIEPA) y miembro del PEN INTERNACIONAL por el capítulo de Nicaragua.