Leila Guerriero - Fotografía: Centroamérica Cuenta
Fotografía: Daniel Mordzinski

Leila Guerriero: “No me interesa el público que no lee”

1 abril, 2021

Una cascada de rizos desordenados enmarcan su rostro delgado y risueño. Con desenfado, Leila Guerriero refiere las historias y anécdotas que la llevaron a pasar largas temporadas en el pequeño poblado de Las Heras, desolado lugar al que le endilga sin miramientos una frase descorazonadora: “Es un sitio alejado de la mano de Dios, donde no pasa nada y la gente se va”.

No es nueva en el oficio de las crónicas. Con un estilo claro, en el que el lenguaje ingenioso y preciso narra hechos noticiosos, los trabajos de Guerriero suelen ofrecer conclusiones ácidas y poco inocentes.

Estas características le han permitido desarrollar crónicas para la revista dominical de La Nación y publicaciones tan variopintas como Rolling StonesGatopardoEl MalpensanteSohoEtiqueta NegraLetras LibresEl MercurioLateralCourier InternacionalV de vianLatido y media docena más.

En un gesto nada típico, que valida la calidad de su prosa, el sello Tusquets publicó Los suicidas del fin del mundo. El trabajo tuvo su origen en un hecho inusitado que alertó el instinto informativo de Guerriero: entre el 27 de marzo de 1997 y enero de 2000, en la pequeña población de Las Heras, al norte de la provincia de Santa Cruz en Argentina, se produjo ─sin descanso ni tregua─ una ola de suicidios que alcanzó el número de 22 muertes inexplicables.

Luego de varios intentos infructuosos de financiamiento, la convicción de estar ante una gran historia la motivó a emprender, por vez primera, el largo camino que años después produciría este volumen de 232 páginas.

Las distancias geográficas son vastas en el país sureño, como muestra pueden tomarse las 27 horas que dura el traslado de Buenos Aires a Las Heras.

Por avión, es otra historia resumida en dos horas de vuelo desde la capital federal hasta Comodoro Rivadavia, una vez allí se toma un autobús que tarda aproximadamente tres horas en llegar al pueblo.

Sumergida en el recuerdo de su primer encuentro, la periodista explica lentamente: “La gente de allí odia que digan esto, pero la sensación que te produce el viaje es de desolación. A medida que el ómnibus avanzaba por la ruta 43 hacia Las Heras, lo que sentía era que me alejaba de todo. Era la sensación física de estar internándote en la boca del miedo, porque queda lejos de todo. Geográficamente, es cierto, pero en el imaginario de la gente también. Primero porque Las Heras es un pueblo del que nadie oye hablar en Argentina, es un sitio abandonado, perdido de la mano de Dios”.

El infierno en el fin del mundo

Lejos de la imagen idílica de esa Patagonia que maravilló el genio narrativo de Bruce Chatwin o de los cosmopolitas complejos turísticos de Bariloche y Ushuaia, Las Heras es un sitio muy parecido al desierto, con vientos agitados que llegan a alcanzar los 140 kilómetros por hora y una incipiente economía minera dedicada a la explotación de hidrocarburos.

Una pequeña colección de horrores alrededor de los 22 suicidios adornaban la vida del pueblo, en el que se presentaban problemas de violencia social extrema, violencia familiar, embarazos adolescentes y abuso sexual de menores.

Acerca del desarrollo de estas primeras entrevistas, Guerriero comentó: “El primer familiar me contactó con un par de periodistas que trabajan en La Ciudad, una revista que es el único medio local. Allí conocí a Carlos Figueroa, que me prestó el archivo de la publicación, pues allí le hicieron un seguimiento a todos los casos. El hermano de esa chica que se había matado me contactó con otras personas. Es como todo, mientras más tiempo te quedas en el lugar, más cosas conoces y aprendes. El abanico termina por abrirse solo”.

Pacientemente, en un prodigioso ejercicio de método y carisma, la cronista desenredó poco a poco la compleja madeja de las muertes. Éstas revelaron el escenario emocional de un pueblo azotado por el destino solitario de las poblaciones mineras en decadencia.

─En un ejercicio de investigación de largo aliento como éste, ¿cómo el periodista mantiene la distancia ante el entrevistado?

─Es difícil de explicar. Lo que sí sé es que la gente pierde la distancia. No suelo ser compasiva a la hora de escribir. Entiendo perfectamente el drama humano, sé hasta dónde debo meterme y hasta dónde no, por una cuestión de principios propios, de moral personal. Estoy consciente de que puedo lastimar. No obstante, salvo que tenga muy claro que al tratar de saber algo voy a hacer un daño infernal, lo pregunto todo. Tengo claro que el otro no es un amigo mío, sino que es un entrevistado. Pero sí es cierto que la gente pierde la distancia con uno. La pregunta es ¿debería uno avisar todo el tiempo que es periodista? Realmente no sé si debes ser responsable de recordar eso a cada rato.

─¿Es adrede el clima de asfixia y soledad que se respira en la obra?

─Sí, yo quería que toda esa asfixia que sentía en el pueblo cada vez que llegaba estuviera escrita, así como todo lo que pasara en Las Heras. Por eso decidí no entrevistar a nadie que no estuviera vinculado con el pueblo. Como era una crónica rigurosa, si había un traslado hacia otro lugar lo tenía que contar. No quería que nada sacara al lector de esa pesadilla.

─¿Quizá existe un síndrome emocional en estos pueblos pequeños, que explique las muertes de los jóvenes?

─Ahh, el tema del suicidio. Aunque suene descarnado, la diferencia allí la marca el dinero. El que lo tiene se puede ir a estudiar a la capital federal, a Córdoba o a ciudades más grandes, entonces tiene acceso al progreso y a otro futuro. Buenos Aires no es Argentina. Es un país distinto que no mira hacia el interior. No hay buena comunicación entre provincias, es tan grande que cada una de ellas es un país distinto. El aislamiento de esos pueblos del interior que están mal comunicados por rutas, que ni siquiera tienen Internet, explica un poco el estado anímico de los jóvenes.

─¿La publicación de este trabajo despertó algún tipo de debate público en los medios argentinos?

─No, no pasó eso. Aunque siempre supe que no estaba ahí para resolverles la vida. No fui a Las Heras para que les pusiesen Internet o les fundaran una biblioteca pública, eso que lo haga el Estado, que es el que lo debe hacer. Mi función era contar la historia, si eso sirve para denunciar lo que sucede en un pueblo que está en Argentina, que es el país en el que vivo, está bien. Si sirve para que vean el aislamiento en el que se encuentran los pueblos y la desgracia que se apoderó de ese lugar, donde los que tienen que hacer algo nunca lo hacen, magnífico, pero viajé allá a contar la historia, no hay que darle vueltas.

Lectores que no leen

─¿Qué le ofrecen los diarios a un público que cada vez lee menos impresos? ¿Cómo compiten con Internet y los medios radioeléctricos?

     ─En Argentina también hay una especie de moda acerca de que el lector no lee, lo cual es una contradicción fuerte. Es como cuando se dice que el bebedor no bebe. Hay mucho de mito en eso, me parece que al decirlo subestimamos mucho a la gente. Es cierto que han disminuido las masas de lectores, pero los diarios siguen vendiendo, no pasan por un mal momento precisamente. Claro, ya no hay esas tiradas monstruosas de décadas atrás con 500.000 y 700.000 ejemplares, pero todo ha cambiado por diversos factores, no sólo por la aparición de Internet y otros medios. Creo que el que no lee, no lee el diario ni Internet, ni lo hace en ningún lado y tampoco piensa hacerlo.

─¿Qué opina sobre las nuevas tendencias de un periodismo más conciso y ágil para el lector contemporáneo?

─Me parece que esta nueva tendencia, ese querer competir con un lenguaje gráfico como el de la televisión o la web, es un absurdo. Ni la televisión ni la radio son aparatos que estén hechos para informar, ni para hacer cosas serias en lo que tiene que ver con el periodismo. Puedes ver un buen documental, cada tanto una buena crónica visual, pero no es un medio que propicie esto. Entonces, si desde el impreso vamos a competir con eso, es una postura que para mí no tiene ningún sentido.

─Entonces, ¿aún son necesarios los diarios tradicionales?

─No creo que los diarios como están planteados ahora sean absolutamente necesarios, no me interesa lo repentino de la noticia. Realmente no pienso que las cosas cambiaran tanto si publicáramos día por medio o cada tres días. No pasan cosas todos los días como para llenar cuartillas y cuartillas hasta el infinito. “Creo que es mucho mejor asumir que la gente sí lee y que quiere leer cosas buenas. Resulta ridículo querer competir con notas completamente desparramadas, repletas de recuadritos, gráficas e infografías enloquecedoras, con unos textitos de 2.000 caracteres que no dicen nada. Como lectora, cuando veo esas cosas paso la página y no las leo”.

─¿Qué añora del periodismo realizado en décadas pasadas?

─Siempre recuerdo al gran periodista uruguayo Homero Alsina Trevenet, que fue fundador de un suplemento de cultura en el diario El País. Él, como era un maestro del periodismo, desconfiaba profundamente de esa conseja de que la gente no leyera. Recuerdo que una de las cosas que hizo fue suprimir el sumario, porque pensaba que si el lector lo leía, ya no tenía interés en leer la información. Era súper exigente y las notas tenían que empezar con una frase que impactara al público

─¿Le apuesta entonces a un periodismo de análisis y profundidad?

─Yo creo, como Homero, en hacer periódicos para la gente que lee. Lo contrario es como no creer mucho en lo que haces, lo que sería claudicar y desvirtuar el periodismo con la producción de diarios para la gente que no lee. Es como un leit motiv en todos los periódicos eso de que no hay audiencias que lean. Yo aún creo que los lectores leen, de lo contrario no escribiría. No me interesa el público que no lee.

La crónica como oficio

Acerca de su temprano acercamiento a la crónica como género, la autora de Los suicidas del fin del mundo, explicó: “La verdad es que para mí, lo de la crónica me fue dado porque es lo que me gusta hacer. Nunca hice periodismo de investigación, ni de diario. Nunca quise trabajar en un rotativo. De hecho, cuando comencé en La Nación, para cuya revista dominical aún escribo, me ofrecieron un trabajo diario y me rehusé. Siempre he hecho periodismo de revistas. Si publico cosas en diarios son columnas, pequeños editoriales o de opinión, pero jamás han sido notas como tal”.

Sobre la proliferación de libros, talleres y cronistas por doquier, Guerriero se explayó en una reflexión acerca del tema: “Cuando empecé en el oficio, antes de ser periodista, leía muchísimo a un cronista argentino llamado Martín Caparrós. El fue un tipo que defendió la crónica siempre, antes de que se diera este pequeño boom del que yo desconfío mucho. Esas cosas son efímeras, me parece que son modas. Ahora hablamos de la crónica, mañana será la novela histórica y pasado será el periodismo duro de investigación”.

“La definición que más me gusta de la crónica es que es un género en el que importa tanto el contenido como la forma y el cuidado del lenguaje. Acá no hay secretos, lo que importa es que el tema te entusiasme lo suficiente como para sacrificarle fines de semana, tiempo libre, vacaciones, madrugadas, dejar de ir al cine, de salir con amigos y otras cosas”, señaló con picardía la periodista.

La eterna diatriba entre periodismo y literatura fue comentada por Guerriero: “Me entusiasma no sólo lo que voy a contar sino cómo voy a hacerlo, eso es muy importante. Muchas veces es más interesante que lo que al final escribo. Claro, siempre debe ser veraz, por eso es periodismo y no literatura. Para mí el periodismo no es una instancia menor a la escritura. Ser periodista no es un escalón anterior a ser escritor, pues en mi opinión son oficios similares. Creo que es un arte que vale tanto como la literatura”.

*Fotografía: Centroamérica Cuenta


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Venezuela, 1981.
Periodista y escritor venezolano. Ha sido director editorial de medios como Playboy, Exceso y Zero en Venezuela. Es colaborador de Letras Libres, Rolling Stone (México) y Prodavinci. Fue escogido como uno de los “Nuevos Cronistas de Indias” por la FNPI en 2012. Ha publicado los libros Hugo Chávez, nuestro enfermo en La Habana (eCicero.es, 2013), El último rostro de Chávez (Sudaquia, 2014) y Caracas Bizarra, (Penguin Random House, 2014). Actualmente es corresponsal sénior de Noticias Telemundo.