Los heterónimos de Fernando Pessoa y José Emilio Pacheco. Para el “inglés” Nemorio Mendoza, Armando Buendía e Ignacio Trejo Fuentes

1 agosto, 2009

Hay cosas en la vida que sólo “otros” pueden decir. Conozca más sobre los heterónimos de José Emilio Pacheco.


Fernando Pessoa

En septiembre de 1983 José Emilio Pacheco impartió un curso de literatura en la capilla del ex convento de El Carmen, en la ciudad de Guadalajara, ahora llamada con mucha justicia “Elías Nandino”. Para concluirlo, luego de tres días de desplegar conocimientos y modestias, leyó algunas “Aproximaciones” y sus textos sobre  animales que luego formaría parte del Álbun de zoología (Ed. Cuarto Menguante, Guadalajara, 1985). En esos días no sólo disfrutamos de las espléndidas clases de José Emilio, sino que además durante las comidas y, ocasionalmente, en las cenas, compartíamos sus charlas de hermano mayor, de maestro, de erudito sin pedantería, aprendíamos platicando, oyendo, charlando.

Concluyó el curso y José Emilio, tras de cobrar sus honorarios, junto con Jorge Esquinca y quien esto escribe, dirigimos nuestros pasos a una surtidísima librería que ocupaba toda una casa -una especie de Librería Ghandi de Guadalajara- de la cual, por desgracia, olvidé el nombre y además ya ni siquiera existe. Entre ese vasto espacio lleno de libros, los de poesía ocupaban un lugar especial y entre éstos sobresalía uno de Fernando Pessoa, Poesía, en una bella edición de Alianza Tres que costaba las estratosférica cantidad -en ese entonces- de mil setecientos dos pesos, con lo que quedaba totalmente fuera de mi alcance económico. Pacheco estaba frente a mi  cara de “no se pudo, ni  modo”, y desde el fondo de sus ojos brilló la luz de la comprensión: tomó el libro sin que yo me diera cuenta, lo pagó y, saliendo, me hizo entrega de semejante obsequio. Ese acto nunca lo olvidaré.

El regalo de ese libro de Fernando Antonio Nogueira Pessoa (1888-1935), cuya poesía ya había disfrutado en versiones de Octavio Paz, Francisco Cervantes y Rodolfo Alonso (Compañía General Fabril Editora), me abrió de nueva cuenta el mundo fragmentado y coherente de su obra y de su heterónimos (Chevaliar de Pas -el primero, aunque el menos conocido-, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Antonio Mora, Coelho Pacheco y, acaso el último, Aleister Crowley), los cuales son producto de una personalidad difícil, complicada, incluso regida por la idea de un posible cuadro clínico que raya en una situación siquiátrica.

Los heterónimos

En un artículo de suyo interesante, “Intersecciones y bifurcaciones: Valery Larbaud y Fernando Pessoa”,Octavio Paz aventura que el autor francés y su heterónimo A. O. Barnabooth influyeron sobre el poeta portugués, ya que a partir de la publicación de los poemas del heterónimo de Larbaud en 1908 y luego en 1913, pudo generar esta influencia en Pessoa, cosa que sin ser el tema central de este artículo, en líneas adelante proponemos el verdadero alcance y nivel de los heterónimos de Pessoa.
         
Paz asegura, con conocimiento de causa que “La originalidad enorme de Larbaud es haber inventado el primer heterónimo de la literatura” (p. 25), sin embargo aventuraríamos que no es el primero sino, acaso, el más conocido en ese momento, ya que París era una capital cosmopolita donde todo lo que se hacía repercutía sobre el mundo, sobre todo en el terreno literario y cultural, mientras que Lisboa era una capital provinciana de un país pobre, donde para reconocer al genio era necesaria mucha resonancia. (Igual tendríamos qué decir de México y de quien en algún momento de su vida respondió al nombre de Miguel Ángel Osorio Benítez y Porfirio Barba Jacob, entre otros tantos ¿heterónimos?).

Por principio, ¿qué es un heterónimo? Sigamos a Paz: “En lugar de acudir a nuestros diccionarios, casi siempre vagos, es mejor oír a Pessoa: ‘La obra pseudónima es del autor en su persona, salvo que firma con otro nombre, la heterónima es del autor fuera de sus persona’. El caso de Barnabooth se ajusta perfectamente a esta condición. Además, hay otra diferencia que distingue al heterónimo no sólo de pseudónimo sino del personaje de una novela o de una pieza  de teatro: el personaje es la creación de un autor, el heterónimo es el personaje de un autor. No basta con que el autor nos diga que Barnabooth, Ricardo Reis y Álvaro de Campos son poetas como Balzac nos dice que Canalis es un poeta; es necesario que nos muestre sus obras y que esas obras posean individualidad y carácter propios… En la carta famosa en que Pessoa relata a Casais Monteiro la aparición de los heterónimos, dice que en 1914 se le ‘ocurrió tomarle el pelo a Sá-Carneiro, inventar un poeta bucólico… y presentarlo como si fuese un ser real… Un día, fue el 8 de marzo de 1914, me acerqué a una cómoda alta y, tomando un manojo de papeles, comencé a escribir… y escribí treinta y tantos poemas seguidos, en una suerte de éxtasis cuya naturaleza no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida’. Así nació el primer heterónimo, Alberto Caeiro…”2

Para sustentar que el padre de los heterónimos modernos es Fernando Pessoa y considerar que el uso de éstos es parte de un encuentro consigo mismo, cito su “Carta sobre la Génesis de los heterónimos”,donde señala que “No podrá decirse que son anónimas o seudónimas, pues en realidad no lo son. La obra seudónima es al del autor en su personalidad, salvo en el nombre con que firma; la heterónima es del autor fuera de su personalidad, es de una individualidad completa fabricada por él, como si fueran los parlamentos de cualquier personaje de cualquier drama suyo (…) puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, pues en Ricardo Reis toda mi disciplina mental, investida de música que le es propia, puse en Álvaro de Campos toda la emoción que no debo ni a mí ni a la vida (…) Las obras de estos tres poetas forman como se dice, un conjunto dramático; y se halla debidamente estudiada la interacción de las personalidades así como sus propias relaciones personales. Todo esto constará de biografías próximas acompañadas, cuando se publiquen, de horóscopos y tal vez de fotografías. Es un drama en gente en vez de ser en actos. (Si estas tres individualidades son más o menos reales que Fernando Pessoa, es un problema metafísico que éste ausente del secreto de los dioses, e ignorando por lo tanto qué es realidad, nunca podrá resolver.)”.

Los heterónimos de Pessoa parten de una crisis de conciencia, de una lectura, en 1907, de un libro de Marx Nordau: Dégénérescense, donde se estudia la teoría de la degeneración según el psiquiatra italiano Cesare Lombroso. Pessoa escribe a Adolfo Casais Monteiro y explica la génesis de su heteronimia: “Empiezo por la parte psiquiátrica. El origen de mis heterónimos es el profundo rasgo de histeria que hay en mí. No sé si soy sencillamente histérico neurasténico. Tiendo hacía esta segunda hipótesis, porque en mí se dan fenómenos de abulia, que la histeria propiamente dicha no comprende en el registro de sus síntomas. Sea como fuera, el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante hacía la despersonalización y la simulación [acotamos nosotros, como dice una de sus líneas: “el poeta es un fingidor”] . esto fenómenos –felizmente para mí y para los demás- se mentalizan en mí; quiero decir que no se manifiestan en mi vida práctica, exterior, en contacto con los demás; hace explosión para adentro y los vivo yo, a solas, para mí mismo. Si yo fuera mujer –en la mujer los fenómenos histéricos se desahogan en ataques y cosas parecidas-, cada poema de Álvaro de Campos (lo más histéricamente histérico de mí) sería una alarma para la vecindad. Pero soy hombre, y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales; así concluye todo en silencio y poesía.”4

Pero en una parte de “Aspectos”, un texto que serviría de prefacio a la supuesta edición de sus obras completas, Pessoa era más franco y manifestaba que “el autor humano de estos libros no conoce en sí mismo ninguna personalidad. Cuando siente una personalidad emergen dentro de sí, rápidamente ve que es un ente diferente de lo que él es, aunque parecido; hijo mental quizá, con cualidades heredadas, pero con la diferencia de ser otro… que esta cualidad en el escritor sea una forma de histeria, o del llamado desdoblamiento de personalidad, el autor de estos libros ni lo ataca ni lo defiende. De nada le serviría, esclavo como es de la multiplicidad… Afirmar que estos hombres diferentes que pasaron por su alma  incorporándose, no existen, no puede hacerlo… porque no sabe lo que es existir, ni quién, Hamlet o Shakespeare, es más real, o real en la verdad…. Con una falta tal de literatura, como hoy existe, ¿qué puede hacer un hombre de genio sino convertirse, él solo, en una literatura? Con una falta de gente coexistible como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino inventar sus amigos, o, por lo menos, compañeros de espíritu?… Pensé primero en publicar anónimamente, en relación a mí, estas obras, y, por ejemplo, establecer un neopaganismo portugués, con varios autores, todos diferentes y colaborando en él y engrandeciéndolo. Pero, además de ser demasiado pequeño el medio intelectual portugués para que (incluso sin indiscreciones) la máscara pudiera mantenerse, era inútil el esfuerzo mental necesario para mantenerlo… Tengo, en mi visión a la que llamo interior sólo porque llamo exterior a determinado ‘mundo’, completamente fijos, nítidos, conocidos y diferenciados; las líneas fisionómicas, los trazos de carácter, la vida, la ascendencia, en algunos caso las muertes de algunos personajes. Algunos se conocieron unos a otros; otro no. A mí, personalmente, ninguno me conoció, excepto Álvaro de Campos. Pero si mañana yo, viajando por América, encontrase súbitamente la persona física de Ricardo Reis, que, ante mi vista, allí vive, ningún gesto de pasmo me saldría del alma hacía el cuerpo; todo está claro, pero antes de eso, ya estaba claro, ¿qué es la vida?”5

José Emilio Pacheco y el caso de Julián Hernández (1893-1955)

Desde enfermedad mental hasta el simple hecho de prestar la pluma a otras voces, los heterónimos  son un desahogo de conciencia pero también otras conciencias, acaso también implique negar una obra para que ésta no sustente un nombre. Las claves de la heteronimia que proporciona el propio Pessoa, aunque no necesariamente se trate de un producto de un “histérico-neurasténico”, sino que en muchas ocasiones, como el propio poeta portugués lo asegura, sea un “drama en gente”, quizá resida en los otros en los que reconocemos o en las voces emergentes que salen del más allá de nuestra alma, o a caso también al negación de un mérito que debe ser colectivo.

En No me preguntes cómo pasa el tiempo6 José Emilio Pacheco utiliza por primera vez  a dos de sus heterónimos: Julián Hernández (1893-1955) y Fernando Tejeda (1932-1959); posteriormente tanto en sus poemas como en la sección “Inventario” de la revista Proceso aparecen otros autores que, presumiblemente, pueden ser heterónimos del autor: Carlos Duarte M. (autor de una Entomología para usos de la niñez, 1949), Ricardo Ledesma, Adrián Saravia (apócrifo Premio Xavier Villaurrutia), Caco Neponte, Ambrosio Ortega Paredes (autor de El agua, drama de México, 1955) y otras tantas sorpresas sobre Georges McWhirter (1939), Aurelio Azevedo Oliveira (1938-1981), Gordon Wool (1922) y Piero Quercia (1946-1970), todos ellos ininvestigables y sólo disponibles por los datos que nos entrega el propio JEP, además de ser él quien nos proporciona las traducciones respectivas, sin embargo en ellos hay cierta cercanía con el autor sobre todo por sus preocupaciones ecológicas, políticas y sociales.

Por ejemplo el primero mencionado del segundo grupo, McWhirter, nace el mismo año que Pacheco (1939), el segundo es casi un testimonio del escritor sobre nuestro tiempo y el último es un joven inquieto muerto prematuramente, rebelde, muy al estilo de los arquetipos de nuestra época (James Dean, Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix, etcétera), sin embargo todos ajustan perfectamente en la idea que tiene Pacheco de la poesía y que hace decir a su heterónimo Julián Hernández; “La poesía no es de nadie:/ se hace entre todos” y en esa verdad cae el uso de los heterónimos, porque con esto no se trata de mostrar a un hombre dividido sino a la individualidad del artista con un cúmulo de voces por aportar. Los distintos tonos adoptados en los heterónimos de Pessoa permiten comprobar esta aseveración, la cual también sería valida para Ricardo Arenales (Porfirio Barba Jacob) y para José Emilio Pacheco y sus heterónimos.

De todo los antes mencionados como posibles heterónimos de JEP, quien reúne los requisitos para ser una voz independiente, un “drama en gente” por antonomasia es Julián Hernández, quien está presente a lo largo de la obra de Pacheco y es utilizado como autor en varios epígrafes. Como heterónimo está armado de biografía: nace en Saltillo, Coahuila, en 1893, y muere en 1955, en la ciudad de México, en la miseria, siendo hijo de padre español y madre norteamericana. Le toca participar en la vorágine de la Revolución y como consecuencia de una acción guerrera pierde un ojo y el movimiento del brazo izquierdo. Fue cónsul de México en Londres (1929-1931), cargo del cual es separado por dipsómano. Tiene publicado ocho libros o folletos profesionales y su obra literaria se constriñe a una olvidada Antología de los nuevos poetas ingleses (Ed. De la revista México Moderno, 1922) y dos libros de poemas: Por los jardines que el silencio baña (Monterrey, 1919) y Legítima defensa (Impresora Juan Pablo, 1952), del cual se presenta una buena parte en  Tarde o temprano,7 pero además se menciona por Tierras del norte (1936)8 y traductor de T.S. Eliot.JEP aporta más datos de Hernández y de un supuesto “cuaderno negro”,10 transcribiendo algunos fragmentos de dicha obra, al cual por lo demás es muy actual.

La poesía de Julián Hernández está contenida en el epígrafe que utiliza José Emilio Pacheco para sus “Aproximaciones”: “La poesía no es de nadie:/ se hace entre todos”,11 versos que vuelve a usar para la reunión de éstas12 y al cual se enmarca dentro de un discurso donde JEP expresas las características colectivas del trabajo poético y literario: “Sólo con el trabajo de muchos, la colaboración amistosa o póstuma e involuntaria, puedo superar mis limitaciones individuales. Aunque soy el único responsable de al forma final en que se publican los textos, varias personas colaboran en los primeros manuscritos con su saber, su amistad, su estímulo y su critica… Mi creencia absoluta en que la poesía es de todos y de todas, en que el poema resulta intraducible y se asfixia al salir del agua madre de su lengua… Si por mí fuera preferiría mil veces que estas páginas colectivas se publicaran anónimas… En cada época y en cada país hay personas que nos salvan de vivir incomunicados como peces en un acuario y cumplen la función indispensable de abrir ventanas y tender puentes hacía lo que de otro modo permanecería desconocido”.13

La idea común entre Fernando Pessoa y José Emilio Pacheco de que la literatura o, en estricto sentido, la poesía debería de ser anónima porque el escritor es sólo un medio, un instrumento, ésta transmitida plenamente a los heterónimos. Pessoa prefiere dividir su obra antes de que ésta lo divida a él, o sea la base de la estatua para el poeta oficial o el cúmulo para ese monumento mortuorio que luego se llaman “Obras completas”. Pessoa desencantado del mundo que lo rodea, propone, a través de los otros, sus heterónimos, ciertas salidas reales, concretas y sin embargo no menos irreales que las ideas revolucionarias que exigen no la interpretación del mundo sino su transformación. El poeta aspira a un mundo, placentero, mejor, perfectible y eso lo sabe Pacheco quien al usar el heterónimo de Julián Hernández como catalizador de las inquietudes de los tiempos que pasan, lo vuelve un testigo de cargo contra quienes administran y gobiernan al mundo, al país. Por eso no es gratuito uno de sus títulos: Legitima defensa, idóneo para un poeta ex-revolucionario vuelto abogado y que, como el Artemio Cruz de Carlos Fuentes, sabe de la muerte y de la vida, de opresiones y riquezas, pero a Hernández, en reparto del pastel post revolucionario, no le ha tocado nada.

Tanto Pacheco como Pessoa tratan de hacer verosímiles a sus creaciones, y en ese sentido Julián Hernández es la parte más crítica y cáustica con el trabajo poético, pero por lo mismo es también toda una poética de las circunstancias que vive el autor. A diferencia de Pessoa cuya ansia de heteronomía le sale del fondo del alma, condenado por esa enfermedad que él mismo califica de “histérica-neurasténica”, Pacheco propone a su heterónimo Hernández como una forma de juego lúdico con el lector y una voz en contra del status literario vigente, por eso lo hace escribir: “(Monólogo del poeta 1)/ Quisiera ser un pésimo poeta/ para sentirme satisfecho con lo que escribo/ y vivir lejos/ de tu dedito admonitorio,/ autocrítica./ (1949)”. Hernández y Pacheco se emparentan en sus versos cuando escriben: “(Arte poética 1)/ tenemos una cosa que describe:/ este mundo./ (1947)”; Pacheco lo dice así: “10. Garabato/ Escribir es vivir/ en cierto modo/ y sin embargo todo/ en su pena infinita/ nos conduce a intuir/ que la vida jamás estará escrita”.14 La imposibilidad de la literatura, de la poesía en particular, para detener al mundo en sus girar infinito e imperfecto de hacer palpable lo impalpable. Hernández es, de muchas formas también, un alter ego, un heterónimo que aborda las cuestiones literarias de manera más directa y cruel. Es despiadado con el mundo literario porque éste es así con él y con su trabajo como poeta.

Si hay histeria o desdoblamiento en el uso de Julián Hernández para ejemplificar la inutilidad del trabajo poético; si ésta es una forma de dar voz a los desencantados de la literatura; o si son las voces que bullen dentro del alma de Pacheco, no es posible comprobarlo a ciencia cierta, excepto con la afirmación del autor, pero ese no es el caso de este trabajo, lo cierto es que con Julián Hernández, y con sus otros seudónimos y heterónimos, José Emilio Pacheco nos entrega una obra plural y crítica, cuestionadora, propositiva que se expande en múltiples direcciones y una de esas coordenadas apunta hacía el lado de Julián Hernández, de Fernando Tejeda, de Adrián Saravia, de Ricardo Ledesma y de otros autores que nos inventa, traduce y presenta José Emilio Pacheco para llenarnos de gozo y hacernos pensar en nuestro contorno inmediato, en lo que hemos sido y en lo que podemos ser, en medio de la vorágine de los tiempos, del destino, de la vida.

[primera versión: Bondojito/ UAM Azcapotzalco, junio de 1989-segunda versión: UAM Azcapotzalco/ Dios Padre, Hgo., septiembre de 1992. Esta es una parte mínima del trabajo realizado sobre “Los Heterónimos de José Emilio Pacheco, la cual se encuentra inédita. Chapingo-Iztapalapa, 10 de julio de 2009]

Notas

1 En Convergencia de Octavio Paz (Seix Barral, Barcelona-México, 1991), pp. 24-27.

Ibidem.

Página de Doutrina Estética de Pessoa (selección, prefacio e introducción de), Jorge de Sena (Inquérito, Lisboa, 1946) y en La gaceta  del FCE, Número 121, enero de 1981. Traducción y selección de Elena Losada.

Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación, Joao Gaspar Simoes (FCE, México, 1987. Traducción de Francisco Cervantes), ver sobre todo “Drama en gente”.

5 “Aspectos, un texto de Fernando Pessoa” en  Letra, revista eventual de literatura, año 10, núm. 8, marzo de 1989. notas y traducción de José Ángel Cilleruelo

No me preguntes cómo pasa el tiempo, José Emilo  Pacheco (Joaquín Mortiz, México, 1969).

Tarde o temprano, José Emilio Pacheco, págs. 101-106

Ibidem, p. 173. “Nadie resiste fotografiar la catarata, o en el peor caso,/ arrojar al torrente unos cuantos versos”.

9 T.S. Eliot, East Coker III, Four Quartets. Traducción literal en prosa por Julián Hernández, Letras de México, 1945 (págs.. 12 y 13 en Tarde o temprano)

10 Proceso No. 178, 31 de marzo de 1980. “Inventario”. “Julián Hernández: el cuaderno negro (1936)”.

11 “Aproximaciones” en Tarde o temprano,  pp. 246-321.

12 Aproximaciones de José Emilio Pacheco (Penélope, México, 1984)

13 Ibidem, pp.5-7

14 Tarde o temprano. P. 146

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México, 1953.
Poeta, narrador, cronista y ensayista. Profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo y miembro del Programa Universitario de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la misma institución. Docente investigador del Instituto de Educación Media Superior del Distrito Federal. Ha publicado más de quince libros de poesía, tres de ensayos y tres en narrativa, Sus títulos más recientes son Para tu exclusivo lacer. Antología de poemas erótico amorosos (2007) y Estación Central (Antología sobre el Centro Histórico de la ciudad de México, Ed. Ficticia, México, 2008. 122 pp.).