Margot Benacerraf: Ciento veinte minutos para la historia del cine Latinoamericano

1 agosto, 2008

Con sólo ciento veinte minutos que suman sus dos únicas realizaciones, la venezolana Margot Benacerraf, logró convertirse en un referente ineludible para el cine latinoamericano.

Nació en Caracas en 1926. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela donde se graduó en 1947.

Como resultado de un primer lugar en un concurso de dramaturgia, con su obra Creciente, consiguió una beca para estudiar teatro en la Universidad de Columbia. Más tarde viajó a París donde se especializó en realización cinematográfica en el exigente y cotizado Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDHEC) entre 1950 y 1952.

A su regreso a Venezuela en 1952, Margot encontró a su país convulsionado e iniciando la tenebrosa dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

El cine venezolano no puede escapar de esa realidad y aquellas primeras incursiones en pos de generar una industria cinematográfica, como la creación de la Bolívar Film, productora fundada por Luis Guillermo Villegas Blanco, que consiguió el primer éxito internacional del cine venezolano con La balandra Isabel llegó esta tarde* (1950) dirigida por el argentino Carlos Hugo Christensen, que lograría el premio a Mejor Fotografía en el Festival de Cannes (1951) y la notable realización de Cesar Enríquez,La Escalinata (1950) de innegable inspiración neorrealista, el cine venezolano comenzó a abrirse un futuro esperanzador. Sin embargo, la irrupción de la dictadura frustró muchos de esos planes y posterior a la caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, empiezan a surgir nuevos e importantes creadores como Román Chalbaud o Clemente de la Cerda.

De todas maneras y más allá de que no reinaba el mejor clima para la creación artística, Margot, a su vuelta de París, decide realizar su primer trabajo y filma Reverón (1952), un cortometraje de cuarenta minutos sobre el pintor Armando Reverón, donde detalla la extraña vida del artista, recluido en su hogar-taller llamado el Castillete en las playas de Macuto, próximas a La Guaira, sobre el mar Caribe, a la vera del río Cojo. Ahí, Benacerraf consigue retratar el mundo del artista, la intensa luz que filtra a su obra y su particular gestualidad.

El Castillete, que él mismo había construido, se convertirá en un lugar mítico, hasta que lo arrasaron los grandes deslaves de 1999.

Reverón (1889–1954) vive allí desde 1921 cuándo comienza un particular ostracismo, junto a su compañera y musa inspiradora Juanita Ríos y sus inseparables mascotas. Por su vida de asceta y su aspecto de náufrago será conocido como “el loco de Macuto”. Reverón, anacoreta por elección, consagró su vida a la creación artística y vivió con ese destino.

Margot entendió ese enunciado y esa es la clave de su Reverón. La compresión de ese mundo es lo que permite a la directora sumergirse hasta lo profundo en la vida de uno de los artistas fundamentales de la plástica venezolana. Margot hace comprensible al espectador ese aislamiento y esa obsesión por crear una obra heredada al arte venezolano.

El Castillete, que es en sí mismo, una creación, como dirían hoy los críticos de arte: una instalación, una intervención en el paisaje, fue construido con troncos, piedras, hojas de palma, ramas y los materiales que el mar Caribe iría depositando en la playa.

La lente de Margot recupera para la posteridad planos de aquella extravagante presencia del artista y a un Reverón en plena creación*. La extraña visión de su casa-taller y su aspecto físico evocan más a un Robinsón Crusoe, que a uno de los artistas modernos más importantes del arte latinoamericano.

En aquella choza de náufrago se desarrolló una de las más originales producciones artística del siglo XX venezolano. Allí Reverón plasma su pintura, sus dibujos, sus muñecas de tamaño real hechas de trapos, esas “damas notables” como él las llamaba, que ocupaban el lugar de las modelos que no podía pagar, al momento de pintar. Para él, sus muñecas “no sólo representaban personas, sino que debían ser tratadas como tales y no como obras de arte”. La diversidad creadora de Reverón lo impulsó a elaborar disímiles objetos, como sus esqueletos de alambres, instrumentos musicales y las pajareras con aves que fabrica con los más heterogéneos materiales.

Reverón logró convertir su propia vida en una obra de arte y la mirada precisa de Margot Benacerraf consiguió retratarla con la más absoluta fidelidad, en una cotidianeidad donde se desentraña el misterio del personaje.

Tiempo después Pablo Picasso, quién sabía de la existencia de Reverón, accedió al film luego de conocer a Margot. Su entusiasmo lo llevó a organizar varias exhibiciones de Reverón. Picasso y Benacerraf pergeñaron algún proyecto en conjunto, pero lamentablemente no llegó a fraguarse.

Finalmente el film Reverón*obtuvo numerosos premios e invitaciones internacionales como a los Festival de Berlín (1953) y Edimburgo (1953). Obtuvo el Primer Premio del Festival Internacional de Películas de Arte de Caracas en noviembre 1952 y el Premio Cantaclaro (marzo 1953).

Fue presentada en la prestigiosa Cinemateca Francesa, la Cinemateca belga y en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas y seleccionada por la Asociación Francesa de los Críticos de Arte y Televisión para el Programa de Apertura del Primer Cine de Arte y Ensayo en el Studio-Etoile de París en 1953.

Reverón ha merecido el elogio de la legendaria revista francesa Cahiers du Cinéma, que ha generado siempre tendencia en la crítica internacional.

En 1959 Margot Benacerraf realiza Araya su primer y único largometraje, sobre la vida de los hombres y mujeres que trabajan en la pesca y la extracción de sal en la península de Araya.

Los ochenta minutos de Araya entre tantas cosas nos obliga a pensar y discutir el límite entre la ficción y el documental. A primera vista se tiende a comprender el film como documental, pero la propia Margot Benacerraf explicó incasablemente que Araya “no era documental, ya que se escribió un guión y se ubicó a los personajes de acuerdo a ese guión, intentado no registrar desde afuera las acciones que los personajes realizaban día a día”.

La península de Araya se encuentra en el estado Sucre, a veinticuatro kilómetros al norte de las costas de Cumaná, en la antigua Tierra de Gracia. Por su aridez y lo tórrido de su clima, es uno de los lugares más hostiles de la geografía venezolana. La economía se basaba entonces en la explotación de la sal, para producirla se inundaba la laguna con agua de mar y se dejaba evaporar hasta que se pudiera “cosechar” la sal.

Ese ambiente y esa atmósfera es la que Margot Benacerraf logró atrapar en su prodigiosa realización, luego de largas temporadas de convivencia en el lugar interrelacionando con sus pobladores a través de técnicas antropológicas.

La directora buscó con sumo cuidado los escenarios posibles donde narra la vida de esos trabajadores. Margot reseña con elaborados encuadres y con fotografía en blanco y negro, una compleja composición que no escapa de lo poético, más allá de las condiciones primitivas en que aquellos trabajadores realizaban sus tareas.

En el Festival de Cannes 1959, Araya recibe el Premio Internacional de la Crítica, que comparte con Hiroshima mon amour de Alain Resnais.

Margot, nunca ha quedado verdaderamente conforme con la edición final de Araya. Ya que la duración original era de tres horas, pero los distribuidores por razones comerciales le exigieron hacerla más breve.

El realizador francés Jean Renoir como Henri Langlois, creador de Cinémathèque Française, le recomendaron a Margot no cortarla, pero para conseguir exhibirla debió hacer una versión de ochenta minutos que finalmente nunca la conformó. Más allá de esa terrible amputación, la fuerza de Araya sobrevive y consigue conmover por medio de su poética incontrolable.

En la Retrospectiva de Latin American Visions (A Half Century of Latinamerican Cinema 1930-1988), que organizó el Neighborhood Film/Video Project de Filadelfia en 1990, Araya fue elegida como una de las cinco mejores películas en la historia del cine latinoamericano.

Araya, tiene motivos para ser considerado un film maldito, más allá de haber sido cercenada, su estreno en Venezuela se postergó dieciocho años, debido a diferentes contratiempos, que fueron desde la pérdida de la copia, hasta la enfermedad de la realizadora y fundamentalmente por ese montaje que nunca terminó de complacer a Benacerraf.

Margot Benacerraf, más allá de haberse mantenido siempre en actividad y dentro del mundo del cine no ha vuelto a filmar. En 1966 fundó la Cinemateca Nacional de Venezuela y junto a García Márquez crea Fundavisual Latina, fundación encargada de promover el arte audiovisual latinoamericano.

Sin duda, ha sido una gran perdida que Margot Benacerraf haya decido no volver a filmar, pero sin dudas con sólo esos ciento veinte minutos ha dejado una marca indeleble en el panorama del cine latinoamericano.

Ver video aquí.

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Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).

Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).

Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.

Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.

Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.