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Palabras sueltas. A propósito de La Fugitiva, de Sergio Ramírez

1 junio, 2011

Lector macho, de esos que penetran el corazón mismo de la historia, Manuel Obregón muestra los comentarios surgidos a raíz de su repaso por las páginas de la reciente novela La Fugitiva, de Sergio Ramírez. Abundando en detalles, Obregón participa y comparte sus emociones emanadas desde las estribaciones hasta las interioridades de La Fugitiva, dejando constancia de la conmoción recibida después de su aventura a través del universo narrativo del más reconocido novelista nicaragüense. 


Escribir una novela debe ser el oficio más complicado del mundo. A la vez, el más fascinante. Aquí expreso un simple punto de vista de lector que ha venido aquerenciándose con la lectura desde hace muchas décadas. No es una crítica profesional sino de aficionado, más parecido a la plática informal que al texto erudito.

Conozco a Sergio desde su niñez ya que somos coterráneos y desde jovencito ya traía la veta de las inquietudes intelectuales, que más tarde desarrolló; no así las políticas, de las que no puedo testimoniar antecedentes. Hoy, él mismo confiesa que ese capítulo de su vida quedó atrás, aunque siempre deja abierta la puerta para opinar sobre el tema, que no es lo mismo que militar o hacer proselitismo. Nosotros sus lectores celebramos que así sea. He seguido su trayectoria de escritor desde sus tiempos de estudiante en la ciudad de León cuando escribió su primera novela: Tiempos de Fulgor (1970, Editorial Universitaria de Guatemala) y editó la revista Ventana que reunió a lo más selecto de los jóvenes intelectuales de esa época, ya movidos por las musas de la poesía y la prosa, que buenas pautas mostraran en esa publicaciones. Si trazamos un puente, que una su primera obra con esta última, vemos que no sólo ha pasado abundante agua bajo el mismo, (creo sin temor a equivocarme más de diez novelas y casi cuarenta títulos) sino que ese caudal se ha venido ensanchando y purificando con los años, para alcanzar hoy, una obra muy rica que sólo los talentosos y disciplinados logran.

En la tercera semana de Abril se publicó un adelanto de la novela (41 páginas) en la revista digital Carátula (No 41/Abril-Mayo 2011) que él mismo dirige, y fue para mí una gran sorpresa y un gran disfrute, su lectura. Desde ese momento me quedé esperando la publicación completa. El 5 de Mayo recién pasado asistí a la presentación de esta obra en el auditorio de LAFISE, en Managua. Como en otras ocasiones, me encontré con un Sergio locuaz, chispeante, seguro y de buen humor, que supo manejar la escena en esa no muy afortunada  noche, dado que las tres jóvenes que mantuvieron la conversación con el autor, dejaron mucho que desear, acaso por la poca habilidad y coordinación de las preguntas o por las fallas de sonido, que nunca faltan. Terminada la velada regresé a mi casa de Masatepe, prácticamente, a devorarla. En tres días la había leído, incluyendo el subrayado que acostumbro en toda novela que acapara mi atención.  Aunque ya conocía el adelanto, decidí empezar desde el principio. Así que arranqué de nuevo.

Los pasos de animal grade se reconocen a distancia. Yo sentí que estaba frente a algo especial, pero toda expectativa se quedó corta. Estoy dije, ante un juego perfecto. Y no creo equivocarme, La fugitiva, es la novela mejor lograda del autor.

Sobre este género hay mucho que hablar. Incluso hoy leo en el diario La Prensa, (La Prensa, 12-05-11) un artículo del mismo autor sobre la ficción (que es el basamento de toda  novela), quien poniéndose por encima de la realidad (sea ésta biografía o historia) la trastoca para cambiarle el rostro, y entregarnos otra realidad, que ya no es la misma. Ha habido una transgresión y el resultado es, una mentira. Es decir, la narrativa se convierte de esa manera en impostura, la cual es aceptada por los lectores como la verdad literaria,  anulando o sustituyendo a la misma realidad. Partiendo de una verdad, nace una mentira, que llega a ser tan verdadera, o incluso más, que la verdad misma. Eso sólo lo hace la literatura.

He aquí mi primera digresión en cuanto a la ficción literaria, que complementa lo dicho por el laureado escritor.  No es que gracias a la imaginación del autor nazca de la verdad una mentira, que sonaría como que la historia huele a falsedad y engaño. No, lo que ocurre es que cuando se hurga la realidad gracias a la literatura, se genera una nueva dimensión de las cosas, (una eclosión en el sentido cósmico) que ensancha esa misma realidad para entenderla y calificarla mejor. No cómo sucedió, sino, cómo pudo haber sucedido, y por lo tanto enriquece la realidad de la que se parte. No es impostura, al contrario, es una nueva posibilidad, más clara, más transparente para entender el mundo. Asistimos al remozamiento de la realidad, no para minimizarla, sino para enaltecerla, no para afearla, sino para embellecerla, no para desvirtuarla, sino para purificarla.

No es una invención casual, es un renacer, un crear, un acto casi sagrado que tiene que ver con la entrega de los dones, un comulgar, un rito, una pasión y una esencia. Uno puede preguntarse para qué sirve escribir una novela, a fin de cuentas a quién le interesa si sabemos de antemano que todo es virtual, inexistente, un espejismo. Grave error imaginarlo de ese modo. Lo más grande que ha inventado el hombre es la escritura y la capacidad de imaginar no tiene límite. No sin razón decía Santa Teresa de Jesús la “loca de la casa es la imaginación”, como bien lo analiza Rosa Montero en su libro La loca de la casa [Punto de lectura, 2003, Santillana Ediciones Generales, S.L.] que  versa sobre el acto creativo y todo lo que implica el reto frente a la página en blanco, donde no hay doble que haga las partes difíciles, como en las películas.

Pues bien, la novela, como género o integradora de géneros y mundos diversos y dispersos, sirve para muchas cosas, que se pueden resumir diciendo que nos integran a la vida, donde toda variante y dimensión es posible.  De ese modelar o remodelar la realidad nace la ficción, que no es anodina ni tiene como objeto el engaño o la deformación (lo cual de alguna manera la rebajaría), sino que se convierte en una nueva realidad enriquecida, vitaminada, robustecida, calcificada, energizante, que nos lleva a otros brillos, a nuevos descubrimientos, contrarrestando la rutina y la abulia de la vida diaria.

La novela, en esta dimensión expandida, formará nuevos paradigmas sin pretender ser moralizante, permitirá rescatar o identificar valores ya perdidos, o, al menos re-descubrirlos, brindará la oportunidad de escuchar otras voces que tienen mucho que decirnos, ayudará a reconocer el entorno de ayer y de hoy permitiendo ubicarnos en su globalidad. La novela posibilita también una manera de reordenar conceptos que pudiéramos tener enredados  y que nos limitan el conocer y el imaginar; además de recrear épocas para revivirlas y conocerlas a fondo (creencias y costumbres), paralelamente coadyuva a animar sentimientos dormidos o sofocados para solazarnos con  nuevos soplos de vida capaces de producir, espontáneamente, empatía con nuestros semejantes, a coparticipar de las experiencias de vida de los demás y vernos en ellos como en un espejo. Todo eso y más, es posible en la literatura, que funciona como elevar al cubo nuestras limitadas vidas cotidianas. De vivir una sola vida, vivimos muchas.

Otros encontrarán recursos para defender causas perdidas y crear defensas frente a la injusticia y la adversidad, para complementar el conocimiento del lenguaje sin el cual seríamos remedos de hombre, y por añadidura coadyuvar a tener un mundo más seguro y confiable en el que podamos vivir en paz y armonía, por otra parte facilita el entendimiento entre los seres humanos, enriquece la vida, y nos levanta el buen humor. Ell hacer y el soñar se tocan. Eso, también sólo lo logra la literatura.

Entonces, el acto creativo no es simple alteración que nos lleva a otro plano, que algunos afirman,  de mentiras y simulaciones. Es, más bien, un camino trazado hacia lo subliminal, y al enaltecimiento de nuestras relaciones como seres humanos, que nos permite apreciar la vida y vivirla mejor.

La novela de Sergio toma tres caminos, que no se bifurcan, y que si lo hacen, más adelante se vuelven a encontrar. Ese es el arte de cerrar la historia, como empieza, termina.

El narrador que a su vez es el reportero Romano Minguela, hace uso del recurso de la entrevista, que aquí es una simple formalidad, pues el periodista casi no dice una palabra, para que la historia la conozcamos de primera  mano, por tres voces femeninas: Gloria Tinoco, Marina Carmona y Manuela Torres. Cuando el novelista nos entrega desde muy temprano a estas tres mujeres, que no necesariamente coinciden en sus testimonios de haber conocido a fondo a su ex compañera de estudios en la secundaria, y amiga del alma, Amanda Solano, ya sabemos los lectores que estamos en buena compañía y que la historia suena a cruel y desgraciada. El autor se aparta (la presentación inicial es solo una cortesía) y lo que viene depende de lo que recuerden u omitan estas tres mujeres.

Cuando digo que como empieza termina, me refiero a que el reportero Minguela nos dice casi la misma frase y las mismas palabras, al inicio y al final. Amanda Solano es sepultada pasadas las seis de la tarde de un 16 de junio de 1961, bajo una llovizna, que según el periodista-narrador, (apunta el día siguiente en La Nación), la única foto publicada refleja “un abigarrado conjunto de paraguas, congregados alrededor de la fosa abierta, sobre cuya seda brilla la garúa que empieza a nutrirse” (pág. 13, Alfaguara, abril de 2011). Textualmente la misma frase se repite al final, aunque de manera más corta, “Un abigarrado conjunto de paraguas, sobre cuya seda brilla la garúa que empieza a nutrirse” (pág. 310, ídem). Y en esas tres versiones vamos a hundirnos los lectores, ignorando si serán aguas tranquilas o agitadas.

Primera versión
Doña Gloria Tinoco viuda de Iglesias (dama de alcurnia y bien plantada), ya en su edad madura, cuenta lo que recuerda de Amanda Solano, aprovechando el viaje para impartir una lección de historia de la Costa  Rica de fines de siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Hablará con desparpajo, a como le gusta y a como le sale. Se referirá al barrio residencial Amon, donde ella vive, de sus fundadores, de cómo se construyeron los principales edificios de San José (por efecto imitación de la arquitectura europea, principalmente francesa), y cómo fueron llegando inmigrantes de ese continente a establecerse en un país montañoso, de buen clima y llovizna generosa, a cultivar las primeras plantaciones de banano y de café y cómo se desarrollaron a partir de una economía eminentemente agrícola las primeras industrias, los servicios públicos y el transporte de la ciudad. Pasa a ser San José, de una villa rural a darse el caché de una ciudad que entra a la modernidad, orgullosa de contar con un  palacio de comunicaciones, un club elegante para la gente rica, telégrafo, tranvías, puertos para exportar sus bienes primarios, ferrocarril, fábrica de licores, un teatro nacional, funeraria, confiterías donde tener esparcimiento, hoteles, un elegante y selecto colegio de señoritas donde educar a las hijas de los hacendados, ahora, incipientes hombres de industria.

Estas primeras oleadas de alemanes, franceses e italianos son los que le vienen a dar vida a la ciudad y, por ende, al país. Se forma así una burguesía orgullosa de sus orígenes, donde imperan las costumbres de la alta sociedad, réplica de la europea aun con sus contradicciones. Se supera aquello de que en San José hayan muchas quejas sobre “los animales sueltos que se asomaban con tranquilidad a las puertas de las casas”, por lo que con los ahorros producidos por el café se puede entrar ya a la modernidad. Atrás quedan los “jefes de familia tacaños y desconfiados, que guardaban las ganancias de los embarques de café en zurrones de cuero debajo de sus camas”.

Todo esto para enmarcar el entorno del origen de Amanda Solano, cuyos abuelos maternos estaban relacionados con aquellos ancestros emprendedores, muchos de ellos ya venidos a menos cuando se casaron con costarricenses. No obstante haber perdido fortuna, eran tiempos en que, tener blasón o un pasado ilustre siempre era un pasaporte para ser tratado con deferencia en esa sociedad cerrada y conservadora de la época.

El caso es que cuando Amanda Solano viene al mundo, era, ya no la nieta del infortunado ingeniero Sigfried Starck, quien muere aplastado por el tranvía inaugurado por él mismo, sino la hija de Julia Starck, una modesta costurera destinada a casarse con un resignado empleado de finca, Carlos Solano Tenorio, su padre, que si bien se le conoce como administrador, no se le reconoce en una mayor posición social. El señor Solano Tenorio, se sabe, tuvo antepasados de fortuna que destacaron en la política, cuya sombra ilustre ya no logró alcanzar, por lo que su enlace con Julia lo nivela en aspiraciones. Cuando Amanda nace, ya su padre había fallecido, esto dice la señora Gloria, ya era un repunte de lo que entonces “iba a alumbrarla en su vida la estrella de la desgracia”. Amanda fue, según este testimonio, una mujer inteligente y muy bella. Ambas cualidades sólo le sirvieron, contra todo buen pensar, para caer más rápido en el abismo.

Ser rebelde contra las mojigaterías de una época y de una ciudad estrecha en vida y costumbres, no era común, así como hacer lucir su belleza en medio del escándalo que suponía su conducta, no licenciosa ni mucho menos, pero sí libre y sin ataduras para determinar su preferencia por los hombres, a quienes prodigaba una pasión irrefrenable y contradictoria. Nada de eso, y otras cosas que surgieron en su agitada vida, se lo perdonaron. La fueron estrechando al grado de no reconocerle sus dotes de escritora, su talento, y mucho menos su beldad como mujer, tiña de unas envidia de otras.

Es dentro de ese medio un poco hostil y calcificado que Amanda pasa su adolescencia y logra terminar sus estudios, con las limitaciones del caso, en el Colegio Superior de Señoritas, el mejor y más estirado de la ciudad. De ahí que lo que Gloria reproduce son los recuerdos de su compañera de colegio, al igual que las otras dos versiones, de gente que la quiso y convivió con ella, los buenos y los malos momentos. Desde muy temprano dio temple de su carácter y de sus inquietudes como novelista en ciernes. Se dice que sentía la necesidad de ser mujer de letras “como si las palabras fueran un sustento a su organismo, como el que toma hierro o calcio” y que “centavo caído en sus manos lo ahorraba para comprar libros”.

Resultado, una vida sentimental descalabrada. Se casa con un diplomático que le pasa la sífilis; antes había sido violada o violentada por su padrastro y expuesta al escarnio público cuando uno de sus pretendientes decide secuestrarla, intento que frustra, pero deja una huella profunda en su psiquis y es el comidillo de las damas de sociedad. Después contrae nupcias con un abogado mafioso con quien procrea un hijo que será su calvario. Vendrá un peregrinar por Guatemala, México y los EEUU en busca de recuperar la patria potestad que le ha arrebatado el padre de la criatura. Una vida turbulenta, conocerá otros hombres y no escapará de la persecución por sus bellos atributos que al final la lastimarán en alma y cuerpo.

También las mujeres se juntarán a la cacería de aquella belleza, inalcanzable, sin cesar en su propósito. Nada fijo, nada perdurable, los hombres que se le acerquen no durarán mucho, serán simplemente  de ocasión. Como dice Luís Rafael Sánchez, son amores que “fenecen apenas nacer porque no se acoplaron los cuerpos ni las almas” (Devórame Otra Vez, Ediciones Callejón, 2004, S. Juan PR, pág. 164) o en palabras de Gloria “Y allí terminó ese episodio de su vida que duró apenas lo que dura un soplo del viento”. La personalidad de esta mujer era difícil de entender, buscaba el amor y a veces hasta la conveniencia, se arrima a la política de izquierda sin tener firmeza en los principios, piensa más en los libros que desea escribir pero sólo le alcanza para escribir uno La puerta cerrada, otros atestiguan que produjo varios, mas tarde o temprano los regalaba o los perdía. Se creaba una imagen idealizada del hombre que debería amar y a la menor falla los despreciaba. Casi una pequeña leyenda. Lo cierto es que, conoce pobrezas y enfermedades, que la llevan a relaciones dispares donde “… los dos eran de condiciones sociales muy diferentes, aunque igualados por la pobreza”. En resumen, para Gloria, “Amanda era de un talento maravilloso, pero no sabía manejar su vida. Tenía ese problema, las decisiones sentimentales que tomaba no eran las correctas”. El fin era de esperarse, Amanda muere enferma en un sofá en el apartamento de su amiga Edith, en México, cuando se disponía a prepararle un té caliente para reanimarla. No es casual que este capítulo tome la frase de Amanda, en uno de sus escritos: “Sólo a la muerte se llega demasiado temprano”.

Se palpa aquí lo que dije al principio, la novela, en general, recrea una época, pero sobretodo, es el medio idóneo que encuentra el escritor para desembarazarse de esa carga, de esa cuenta pendiente, de pagar esa factura, de colmar esa necesidad, de cómo, él, (Sergio Ramírez) se imagina debió haber sido ese mundo, desentrañarlo, alborotarlo, removerlo, sacudirlo, para así y sólo así poder tener una explicación más clara de la Costa Rica de hoy, o al menos la que él compartió en los doce años que vivió en San José, cuando apenas rondaba los veinte y tantos años, pero ya con la madurez suficiente para ir anotando en el libro de la memoria, sus vivencias.

Sólo hubo una pequeña desconsideración del reportero Minguela: no haber sugerido a la señora Gloria, un pequeño “break” para tomar un vaso de agua o a lo mejor ir al baño (la señora ha estado más de cinco horas hablando casi sin respiro y sin almorzar). Es hasta el final de la entrevista que la anciana se percata de que tiene que tomar no sé qué pastillas, cuando se supone ha llegado al límite de sus fuerzas. No le hubiera sentado mal un pequeño descanso.

Segunda versión
Le toca el turno a Marina Carmona, también ex compañera de Amanda en el Colegio de Señoritas, quien tiene mucho que decir sobre ella, dado que compartían afinidades intelectuales y siempre la quiso atraer a la afiliación política de izquierda, en la que ella militaba. Gustaba referirse a su amiga como La Docta Simpatía (una especie de sabelotodo) y le atribuye cualidades de escritora y de cantante, fueran estas melodías mundanas o clásicas. Aquí el relato se pierde en disquisiciones acerca de la historia de Costa Rica y algunos personajes importantes, como el general Volio, monseñor Sanabria, el doctor Calderón Guardia y Manuel Mora; todos ellos arquitectos de las reformas sociales profundas que el país necesitaba, aun nadando contra la corriente, pues se predicaba que “se podía ser católico y tener carné comunista sin cargos de conciencia”.

En esa línea se habla de la revolución de José Figueres y de la continuación de las reformas emprendidas por su gobierno que culminan en la nacionalización de la banca, los seguros y la abolición del ejército en 1949, todo para demostrar que el entorno de la vida social y política del país que cubrió a Amanda Solano no se diferencia en mucho de otras sociedades patriarcales de la época, fuese Centro. América o el resto de América Latina.

Es Marina la que mejor trata de explicar la complicada personalidad de Amanda y sus contradicciones. Le gustaba a Amanda elegir su pareja sin temor al que dirán como un ejercicio de la plena libertad que ella predicaba (un acto de rebeldía) pero a la vez se dejaba llevar por la persona conquistada en el acto más ciego de entrega. Esa sumisión está implícita en la novela La Puerta Cerrada donde el personaje principal es una mujer que igual que ella no encuentra salida posible a sus conflictos. Nunca estuvo segura de los pasos que emprendía, incluido el haberse casado con un destacado líder del partido comunista con quien no se identifica, ni siquiera en la militancia. Al decir de su amiga, Amanda “siempre estaba buscando unir hilos de colores opuestos”. “Era una chiquilla que buscaba liberarse de sus redes, y al mismo tiempo disfrutaba de quedarse atrapada en ellas”. Su inteligencia la llevaba a ser refractaria a “extraviarse en los vericuetos de la medianía”. Se debatía en juntar el hombre carnal con el hombre ideal y en ese esfuerzo siempre salía lastimada o frustrada.

Hay abundante prueba epistolar que su amiga guarda con celo porque es ahí donde Amanda se retrata desde la intimidad y expresa lo que piensa sobre los demás.

Las reflexiones políticas de Marina nada agregan al pensamiento de Amanda en estos temas, pero sí justifican la evolución del pensamiento militante, que es capaz de pasar de alabanzas al partido comunista, a renegar de su ortodoxia y referirse, irónicamente, a las vacas sagradas, como a un conjunto de momias, especialmente a los soviéticos.

Ya dijimos que en la novela cabe todo, incluidos los juicios de conciencia que puede tener el autor y que parcial o tangencialmente se encarnan en sus personajes. En algún momento Marina, buscando el apoyo del novelista, lo interpela: “pero usted como novelista sabe que en boca de los personajes se suele poner convicciones arraigadas en el alma del autor” (pág. 163). La misma inquietud surge más adelante como para aclarar que las convicciones (políticas sobretodo) están sujetas al examen de conciencia, cuando Marina agrega “he sabido corregir mis convicciones con los años, porque he procurado ver, y si alguna lucidez me queda, la aplico a revisar mis antiguos juicios de valor, sin abandonar el fundamento de mis ideas”. (pág. 198). Marina es la intelectual con un aire ortodoxo y doctoral de saberlo todo. Hace alarde de citas clásicas y gusta de usar un vocabulario rebuscadamente culto. Se permite dar consejos al novelista (digamos al narrador) como aquello de “Cuídese de las fantasías, y ocúpese de la invención, que son materias diferentes”.

Respecto a, Amanda, confirma (en otros términos), lo dicho por Gloria. Era una mujer complicada con adicción a los hombres machos que ella quería transformar en arcángeles, una mujer prisionera de sus propias contradicciones, huía de si misma y no sólo del medio hostil que la rodeaba. En sus propias palabras: “Una mujer sola, en singular, frente a un medio que respiraba mediocridad por todos sus poros, en plural”.

Marina, por su vena de intelectualidad, es la que mejor detalla las angustias de Amanda, que en el fondo ya están plasmadas en la novela, única que se conoce, La puerta cerrada, en la que autora y personaje se sobreponen formando un solo ser. Es su retrato hablado, sinónimo de: soledad, incomprensión, desamparo, dudas, desgracia, abandono, enfermedad, insatisfacción, angustia, escape, y sobretodo, indefensión, que en una mujer bella y alejada de su único vástago, la llevará de seguro al callejón sin salida de la muerte. Y todo eso a una edad, que en otras circunstancias debería ser de plenitud, cuando apenas se tienen 40 años, para ella significó agonía, ruindad, ausencia de un verdadero amor que nunca tuvo, y que la pudo haber salvado.

Aquí el narrador hace otra reflexión frente a su personaje, que es lo mismo que estarse viendo de cuerpo entero frente al espejo de la perplejidad y sentir la zozobra de qué hacer frente a la página en blanco (ese momento de intimidad, donde alegría y sufrimiento se mezclan y donde hay que tener paciencia para aterrizar), a sabiendas de que, cito a Amanda (que ahora podemos decir es intelectualmente el mismo narrador): “Ser escritor impone obligaciones tremendas, entre ellas la de sufrir”. Aquí viene una transgresión, el narrador le arrebata al personaje su novela: La puerta cerrada, que antes se llamaría La fugitiva y se la apropia (y eso sólo lo hace el milagro de la literatura) que es como robarse a si mismo. Esa historia podrá se contada ahora de otra manera.

Es un nuevo alumbramiento a partir de uno anterior, lo que vendrá es la historia ampliada de Amanda que es la que tenemos entre manos: tres versiones de un mismo personaje o de una misma persona: Yolanda Oreamuno (1916-1956), que fue, en la vida real, modificada por la magia de la pluma. La construcción del juego perfecto al que aludimos al principio. Ahora que el autor ha desplazado al personaje, puede hacer sus propias confesiones: “el autor siempre está volcado al acto de imaginar”, a “la agonía del acto de crear” “a solas con sus personajes y sus recuerdos” perplejo para no fallar y llegar, a la otra orilla, al puerto seguro “donde arden las palabras que busca encontrar para su escritura”. El autor (el narrador) sabe lo que busca y agradece a Marina los papeles que le ofrece para sacar fotocopia y ya podrá irse tranquilo a casa a completar la historia de La fugitiva, que bien podría llamarse, La desafortunada.

Tercera versión
El triángulo se cierra con broche de oro. Manuela Torres vendrá a ponernos en claro ese lado oscuro de las relaciones afectivo-eróticas entre ella y su amiga Amanda. Aparentemente la más despechada para despotricar contra su país de origen, Costa Rica, la patria amada. Ella, Manuela, tiene incluso razones de mayor peso que Amanda para no aceptar explicaciones, pues fue esa sociedad patriarcal la que más lodo le tiró a la cara por el solo hecho de no aceptar que una mujer, libre como ella, pudiera escoger su sexo como le viniera en gana, y esas ganas solamente quedaban saldadas con su lesbianismo que nuca ocultó, esa era su naturaleza y contra estas leyes nada podemos hacer los humanos.

Es México la única patria que ella acepta, de la otra, echa un velo de desconsuelo. De aquí en adelante todo olerá a tequila que es su bebida predilecta y a vituperios, aunque a estas alturas cuando tiene lugar la entrevista, Manuela ya haya dejado el vicio que la hizo rodar en tiempos malos y también, por qué no, es el mismo que la relacionó con el mundo disoluto y parrandero que la llevó al éxito de sus canciones. Lo que nunca abandonará es su forma franca de hablar, adornada de adjetivos fuertes como su aliento de resaca, que le viene bien con su estampa de mujer terca y dura (que no decepcionada), dado que ha logrado casi lo que ha querido en su vida, pero que no olvida los madrazos que ésta le ha propinado.

Uno no puede dejar de imaginar que Manuela Torres es Chavela Vargas en persona, que no muchos saben que nació en Heredia y es tan costarricense como la guaria morada. De ahí las bellas formas de expresión (pues se siente mexicana) que salen de esa boca que no le teme a nada, ni siquiera le preocupa que sus epítetos puedan lastimar a alguien, no es mujer que a estas alturas se ande con remilgos. Tiene curtido el cuero para que le salgan ronchas. Viene de vueltas, así que ella, tiene la palabra.

Dice Manuela que Amanda se sentía la mujer más incomprendida del mundo y se tira algunas confidencias como que nuestro poeta Salomón de la Selva (Salomoncito como le dice ella) vivió con Amanda y que le guardó mucho cariño hasta el punto de sufragar todos los gasto de su sepelio, a pesar de que los de la Selva, a esas alturas, ya habían caído en desgracia después de haber sido el poder detrás del trono en tiempos del gobierno de Miguel Alemán. Que Juan XXlll (Angelo Giuseppe Roncalli), cuando era apenas Nuncio Apostólico en París, fue muy amigo de Salomoncito, era fuerte jugador de cartas y fumador empedernido.

Desmiente que Amanda se haya suicidado, reconoce que su amiga quería ser escritora de fama (y se pregunta para qué sirve la fama), ésa puede brillar aunque ya estés muerto, ¡carajo!, no depende de tus deseos sino de la pinche voluntad de la gente, si le gustas le gustas, algo así como la santidad, que puede ser alcanzada aunque hayas sido pecador.

La madre de Amanda fue una desconsiderada e irresponsable que le acidificó más el carácter, pues nunca le prestó atención a sus problemas, ni siquiera cuando le confesó que su padrastro la  violó en el baño siendo muy joven, no le puso interés pues temía perder la voluntad del querido a quien le procreó dos hijos.

Manuela no guarda rencor pero no perdona a Costa Rica que le haya negado cantar en el Teatro Nacional, seguro por aquello de su preferencia por las mujeres y sí, se quejaba, toleran que unos curitas hipócritas sean pederastas. Dice con firmeza que tanto a ella como a Amanda las ningunearon y las apartaron como si hubiesen contraído la lepra. Pero se desquitó de todas esas hipocresías pues se dio el gusto de cantar en el Palacio de Bellas Artes de México y en el Palacio de la Música de Barcelona. Eso lo sabían las puritanas autoridades costarricenses pero les valió madre.

Otra parte la dedica a hablar de ella misma, de cómo se fue a México y de cómo rodó en las cantinas de mala muerte antes de conocer a los mejores artistas y de entrar al Tenampa como en su casa. Aquí el narrador (que es el cómplice de estos desvíos y sus caminos sinuosos) se dedica a contarnos cómo ella, Manuela, pinta el retrato de ese México de la época, de la guerra cristera, de sus caudillos revolucionarios, del cine y de los Estudios Churubusco y los actores de fama. Su amistad después con Agustín Lara, con Toña La Negra, Andrea Palma, Dolores del Río y el laureado escritor Carlos Fuentes y de Carlitos Monsiváis, su cuatazo del alma.

No se arrepiente de su anticlericalismo e ingenuamente confiesa que eso de curas y de santos le resbala. Vienen luego sus conquistas de mujeres, las ignoradas y las de fama, incluida la mítica Frida Kahlo, y explica cómo su amiga Edith (la mejor amiga de Amanda y en cuyo apartamento murió) se metió de amante de Diego Rivera, el sapo Rivera como le gusta llamarlo. Ese amorío con Frida terminó como empezó, primero con un beso en la Casa Azul y después lo enfrió el aburrimiento. Los celos de Frida no los soportó. Como ya estaba enferma e inválida en su cama de hierro, cada vez que regresaba por la madrugada la olisqueaba como un perro buscando las huella de la infidelidad. No le gustaba eso de que “me pegaba la nariz al cuerpo buscando los olores a mujer que traía enredados”.

En política Manuela siempre guardó distancia de sus amigos y no soportaba cómo los comunistas toleraban y aplaudían hasta las barbaridades de Stalin. Burlonamente exclamaba que eso del comunismo era “puro jarabe para mensos” y añadía que  “Stalin a mí me hacía los mandados, y Fidel Castro, él allá mandando en su cárcel, y yo acá”. No tenía verdaderamente pelos en la lengua.

De su conquista imposible no calla nada. Amanda fue la mujer que más deseó y a la que nunca pudo atraer y todo lo que hacía para llegarle le salía mal. Hasta una serenata de lujo se malogró cuando ella esperaba que saliera o al menos encendiera la luz del cuarto donde vivía pobremente, solo para enterarse después que días antes se había mudado de casa, contado por la misma Amanda. Por ella sentía “No la congoja de un amor perdido, sino la de un amor que no se ha podido alcanzar”. Luego vino la aventura de seguirla a los Estados Unidos donde supuestamente el amante que la acompañaba le había prometido contacto con amigos que le ayudarían a publicar sus libros. Resultó ser un tramposo y borracho como tantos, que a la primera, cuando Amada se enfermó, huyó por el camino más corto y fue ella, Manuela, la que tuvo que hacerle frente sin disponer de un centavo. La hospitalizaron gracias a la oportuna ayuda de una compatriota suya que trabajaba en la embajada en Washington y le ayudaron hasta que pudo regresar a México.

En tanta plática se le viene de nuevo la nostalgia y le confía al novelista-narrador, que se había comprado un terrenito en Playa Tambor, en el golfo de Nicoya, en su mal recordada Costa Rica, con la idea de construir una casa junto al mar “porque hasta los perros buscan su querencia aunque les den de palos”. Se acobardó y no le entró, por que según apunta, le tuvo miedo a aquellos parajes solitarios y temía que “me espantara el sueño el ruido del oleaje”.

Creyó ayudar a Amanda montando un negocio de costurería en la Colonia Condesa que resultó ser exitoso, aunque no creaba compromisos afectivos. Hasta que llegó la mala hora y vino el episodio de las tijeras en que un amanecer (fue después de una borrachera) Manuela tomó el camino del negocio solo para dar una vuelta, aunque es posible que aquel amor distanciado todavía la perturbara, y en un arranque del demonio empezó a destruir a dos manos todo lo que encontró en los estantes del negocio, incluidos los maniquíes que rodaron en el suelo como juguetes en medio del estropicio. Todo ante los ojos atónitos de Amanda y de las dos mujeres que trabajaban en las máquinas, hasta que vino después la sensatez y la destructiva Manuela se hizo cargo de las pérdidas, se cerró el local y hasta ahí terminó la sociedad con Amanda.

Deja claro sí que nunca amenazó a Amanda con las tijeras como han dicho otros bocones. El episodio no lo supo explicar del todo, sólo dijo que “Era como si el diablo mismo, que me llevaba de la mano, se afanara en soplar el fuelle para atizar el fuego de la sinrazón que me devoraba”. No la volvió a ver hasta que supo de su muerte en la casa de Edith, y lo ya contado de la generosidad de Salomón de la Selva que ayudó a que se enterrara en el Panteón Francés.

Juicio Final
Tres personas distintas pero un solo Dios verdadero. Gloria, Marina y Manuela, distintas versiones, claro, pero una sola Amanda, bella y perturbadora, indescifrable, enigmática, difícil, incomprendida e incomprensible.

Un solo narrador que se bifurca por tres caminos, a sabiendas que adelante tendrán que encontrarse, para rematar una historia contada con amor y cariño por la literatura, utilizando, en un juego perfecto, la pura cepa que nace del lenguaje, y una entrega legítima a la obra creadora.

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Licenciado en Economía por La Universidad Nacional Autónoma de México, con Maestría por la Universidad de Vanderbilt, Tennessee, ha laborado como funcionario bancario en el Banco Central de Nicaragua (1967-1997) y ha colaborado en la fundación de la actual biblioteca de dicho Banco, además de Asesor cultural. Jubilado de las actividades bancarias viró su oficio hacia el de la agricultura, sin olvidar nunca sus grandes pasiones: la lectura y la escritura de textos.