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Para recordar a José Coronel Urtecho

1 abril, 2014

En homenaje a los treinta años de ausencia física del gran poeta nicaragüense José Coronel Urtecho (1906- 1994), el poeta Adriano de San Martín dedica dos textos. Coronel Urtecho, capitán del movimiento de Vanguardia, poeta, narrador, ensayista, historiador, y conversador ingenioso e inagotable, fue, como comparte Sergio Ramírez, “un escritor de dedicación y vocación absoluta, y de magisterio permanente para sucesivas generaciones de escritores nicaragüenses; siempre prefirió su retiro del río San Juan, su verdadero hábitat en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, donde murió y está enterrado al lado de su esposa, María Kautz, que es en mucho sentidos un personaje de nuestra literatura”.


EL TIGRE ESTÁ EN LOS OJOS
A Don José Coronel Urtecho

1.

No te conocí Don General
(no sé si decirte Don José el Poeta o Don Poeta el soldado)
es decir no hubo tiempo o el tiempo no me fue propicio
para la visión más feroz de tu mirada

Pero la visión acaba con el sueño
mientras destilás las cifras de mi triste ciudad
que confundiste con el cantón siendo ésta su cabecera
la chinfonía tropical de tus asombros
el enorme amor por la María
expandiéndose como tu nombre en la memoria

2.

La ciudad es más que triste Don Coronel
ahora que sabemos allá en Los Chiles
el olivar de los pájaros ya no existe

Y sin embargo la gente va
viene
como si no te hubieras muerto

No cambia nada o todo cambia
a pesar de tus poemas y la imagen profunda
en el Medio Queso de tu luna de palo
con su lluvia de cometas

Porque los periódicos los televisores
las radios
las parabólicas
continúan ladrando por colores duros
fechas negras elecciones de fantoches
y fronteras que se incendian

Pero nadie anuncia tu voz desde La Merced
tu ternura desde las callejuelas de Granada
tus pasos cósmicos por el planeta de las palabras

Nadie rememora el largo camino hacia vos mismo
hacia nosotros
escapándose siempre reencontrándose
en la noche clara de peligros
o regresando a ese presagio ciego de las iluminaciones

No recuerdan a la María escopeta en mano
o subida en su tractor Caterpillar D 4
vistiéndose de verde en los abriles
o en un marzo como éste en que nos venís a fregar
con tu penosa y prosaica muerte

3.

El día se muere con las mariposas rojas
que caen en cascada tras el Arenal

Todo nace y muere y nace
en el estallido escarlata del horizonte
mientras corren los ríos desde el lago hacia el Gran Lago
porque todos los ríos van a dar a la mar

Y todos los colores se mezclan
y los sonidos
la selva
el campo
la bajura
la ciudad
el tiempo son una inmensa melodía

Es la frontera de los árboles y el agua
cuando el último tigre salta y se evapora

Es el rugido de la vida

4.

Acá se quedan esos ángeles
– todo ángel es terrible –
esas mujeres bellas seductoras y cadavéricas
estas puertas que golpean se abren y se cierran
y todos los poetas que han sido
danzando con trapos en la avenida

Nada es el misterio y el misterio es tu tiempo
lo que no hiciste o no terminaste de hacer
esos pecados ligeros capitales
la niebla del San Juan las niñas bajo la nieve

¡El Capitán ya está muerto!
su funeral es un canto
Canto de guerra de todas las cosas

Canto y no me celebro corno en Solentiname
en la guerrilla florida
pastando sobre Merton en su monasterio
o las flores oblicuas de la tarde acribillada
por las serpientes de Managua

5.

El tiempo nos devora Coronel
nos tienta y nos devora

6.

La noche nuevamente es un presagio
una cruz de sangre un sobrevuelo de guitarras

Yo cabalgo con todos los cadáveres
por este desierto no inmune al aguacero

Sólo mi mujer con su cabellera de fuego
su blancura de riesgo sobre el lecho
mis temores sobre la tumba

Sólo Ella como María exorcizando nuestras travesías
estos pactos secretos brisa de marzo
en la corriente negra del tranvía

Solamente los madroños los sauces llorones
el pochote florecido la corteza amarilla
para resguardamos de la guadaña
de la fruta apetecida

Sólo tu voz
tu mirada complicida

7.

Es la alborada de cuchillos
en la línea humedecida de la bajura

son los patos amarillentos
en la placidez del Caño Negro
los sahínos las dantas los armadillos
por la verdura dudosa del tiempo

Te llegan de Managua recortes de periódico
a la frontera de Cosía Rica, hasta el remoto sitio
donde estás retirado, en la margen de un río
y una selva sin nombre, que ni figuran en el mapa

 ningún recuerdo basta
para tapar el hueco
de su ausencia

Y los potros azules retozando en tos playones
el ganado llenando de manchas la mañana
el campisto arreando centauros en el viento
como una cantata lejana triste como un invierno

Pero la muerte no interrumpe nada

8.

Somos habitantes de la Gran Llanura
estamos lejos ahora
solo por circunstancias temporales

Esta casa podría ser tu casa en La Hacienda Las Brisas
o mi casa nuestra casa

Entre llanos y selvas y ríos
en un lugar perdido
adonde solo llega dos o tres
veces por semana el avión que te lleva esta carta

Somos habitantes y no sé sí lo que escribo
es una carta o reinvento tus poemas
los transcribo en la piel de una ceiba
o simplemente en el lodo del tiempo

No sé si te escribo o si platicarnos sobre ese frágil limite
esa frontera que nos separa y nos acerca
mientras la noche se ilumina con fogonazos de la Contra
o de los compas o son relámpagos
o si todo es un solo instante flash para una fotografía

No sé si estamos chorreando barro cuando
salimos de este suampo con los mosquitos ardientes
y la guardia tras nosotros o todo es un espejismo
un vidrio roto en la memoria
como la lancha que pasa rauda por el San Juan
y nos recuerda a tu mujer pelirroja y alta corno el atardecer

Todo cabe pues ahora en este deletrear las líneas de tus manos por la selva
colmada de homicidios sin que los poetas se enteren
los artistas
los artesanos
los músicos
los obreros
los maestros
los sabaneros
las putas
los traficantes
los mendigos
los policías
los enamorados
los suicidas
los guerrilleros
los parques
la lluvia
la perenne lluvia de este aguacero
porque vos sabes que mi llanto fue de lágrimas
                 y no de perlas

9.

Tal vez ya sabías que sólo en la oscuridad están los dioses
y que la claridad puede ser obscura
que las diferencias existen solo en uno mismo
esa lucha por descubrimos más adentro mas lejos

O tal vez no lo sabias
– ¡cuanto me ha costado hacer esa «O»! –
pero presentiste el rayo que no cesa
la tormenta sobre Barra del Colorado
el huracán contra la Costa Atlántica
el agua que corre purificando los crucifijos
las vírgenes del maíz las voces que nos interrogan

O tal vez todo estaba – ¡Otra vez la O! –
en la imagen repetida / bastón / boina / río / sonrisa
figura de roble frente al sol claro símbolo de la noche
mecedora oscilante en el terror del vacío

10.

La sombra de mi padre en la corriente del río
en Boca de San Carlos transcurre y se detiene y transcurre
corno las palabras en un sueño

Así también tu geografía de niño / hombre
maestro / chaman –  nagual / inevitable paisano

Así tus extravíos por otras líneas de otras manos
porque escribir era vivir o al revés
o lo mismo
porque moriste en silencio sin darnos cuenta
autoexiliado
sin panegíricos ni corbatas de polietileno
páginas de suplencia o pantallas de arena

Todo como el río y la luz del agua
el volcánico golpe en la desembocadura

Como el río porque todo tiene fin
pero no tienen fin
las cosas del corazón

11.

Y si tú me preguntas como es que siento tu partida:
tal como caen las flores al terminar la primavera,
            confusamente, en agitado remolino

12.

Así es como te palpo
te escribo
te platico
me platico
me escribo
me palpo
me escarbo
así Don Coronel Don Poeta Señor de la Poesía
venado frente al cazador
pájaro en la oscuridad haciéndole hoyos a la nada
a mí Nicaragua a tu Costa Rica
a este silencio de campanas a estos tugurios del alma

Así me duelo me sufro me lloro

Así me naufrago me libero me esclavo
y te dedico estos golpes o susurros
casi tentado a brindar por lo que vivimos
y no vivimos o lo que pudimos vivir
– ¡siempre la bendita «O»! –
o debimos vivir o beber
como tu rostro o tu abrazo
tu respirar de animal cósmico
tu arado de tiempo tu estatura de cielo
jinete de la aurora campisto de lo que viene
y entonces exijo que la tentación no sea una palabra
sino un brindis un embriagarme con vos
después de esta larga y dolorosa plática con la sangre

Del libro Profesión u oficio (San José, 2002).



Tus manos y mis manos deshacen la frontera
(Nueva conversación con José Coronel Urtecho)

Otra la primera pareja en el nuevo Paraíso del primer hombre y la primera mujer. Así lo insinuás selva adentro mientras cae vegetal el vestido de Pollita Lorimer en la lente del agua. Y nos zambullimos. Así tus manos se dibujan en las mías pero con otro lazo. Ahora es el encuentro de labio a labio prometido por una vendedora de cachivaches en Granada. O una estudiante de secundaria en Ciudad Quesada. Así el paraíso es un ojo de agua, línea delgada que angosta y ensancha nuevamente el río. ¿Es la línea de tus manos y de mis manos? Es la frontera donde se asoman rostros como la multitud, rostros invisibles como el nagual, para saltar y cruzar al otro lado donde espera ninguna Tierra Prometida. Un pajarito canta entre las hojas de una rama y su canto un silbido, tal vez una llamada, me saca de la historia.

Vuelvo a la otra orilla y comienzo como siempre. La Oda a Rubén es el gran queso de luna, llena siempre, centelleante por el río. Comienzo como finalizan las líneas de tus manos en las mías. Como cascabaleo de palabras en el agua. Líneas delgadas que de todas maneras nos dividen. Se corren o descorren. Se difuminan entre caseríos y pulperías, gasolinas y canoas, playones y bocanas. Líneas colindantemente ambiguas en la espina colonial. Líneas tramadas para la Ruta del Tránsito en un estrecho ciertamente dudoso para la furia dolarizada de un canal. Líneas parpadeantes. Líneas de fuego. Los robles están cuajados de crespas flores nacaradas. Hay un enorme silencio. Todo el ruido del lago lo repite el silencio. ¿Podemos estrecharnos las manos? No has venido y te esperaba. Y la paloma penadora que da un quejido leve, profundo y espaciado que no se sabe de dónde viene, cambia de sitio… Abren las alas las garzas y los pavones. No las detienen las aduanas. Has dicho mucho, y sin embargo, nada.

Alzan el vuelo como en cinemascope. Y un leopardo salta la cañada. No es el tigre de Blake o de Borges, sino un rayo en la niña de los ojos. ¡Nos queda su hálito multitudinario en la imagen! Hálito del flash al atardecer. La paloma Cantora nos mira ahora. No hace falta bajarla del árbol. Frente a frente la penadora. Es el tiempo de los nidos y de los huevos de colores. He regresado del silencio, lo ves. La música de las aves no se interrumpe. Pero hay un mutismo exagerado que se desliza bajo la sombra del viento y el viento se ve en el agua. ¿Si nos encontráramos se enturbiarían las palabras? ¿Y qué diría la paloma?  Paloma toraPaloma posoleraPaloma azulPaloma patacona. ¿Entre el tumulto desbocado nos escucharía el silencio, el resplandor, el movimiento, el lago abierto…?

Porque más allá del silencio está la caravana en llamas de los que ya no regresan. No es la ruta de la seda el camino más corto para encontrar el barro rojo entre la palma de estas manos. Hay sangre y agua. Lluvia de lágrimas y no de perlas. Marcas profundas en la piedra. Encuentro una piedra como una perla, ¿decís? Sí, el hallazgo ha sido nuestra fortuna. Pero también la horma de los zapatos. Todo lo que se apunta con la lengua del lápiz da hacia nuestros sueños. Pero también va a nuestros pijamas como tu Darío General. O a nuestras pesadillas como las de Sandino, Carlos Fonseca Amador, Juanito Mora o Calufa. Somos de abismos entre sueños. Por eso los cadáveres por el río. Cadáveres y no palabras o trinos. Cadáveres. Tal vez por ello cambian los cauces y las revoluciones, aunque uno se adhiera de último. Porque primero fue Somoza. Callan los poetas y alzan su voz los militares. Danzan las pandillas de chacales y al hermano le remueven las entrañas. Así el paso por estas manos, tus manos que no son las mías, sino las de todos. Las nuestras, densas y ajenas como niebla de ríos y lagos, como la espesa línea volcánica del reencuentro en muros que caen con el polvo de las fronteras. ¿No vendrás? Llévame de las pestañas a las montañas… Monte. Montón. Unidad global. Enciclopedia Universal.

Así este sitio de tumbas y fantasmas, de trasiegos y calmas: idas y venidas, vueltas y revueltas. Así este tiempo de encrucijadas donde la noche ha sido apuñaleada. La poesía es un perro desdentado en una cantina deshabitada. Pero pasaremos más allá del azogue de los veranos y volveremos con la luz en estas manos entrelazadas pues la muerte no interrumpe nada. Y nada concluye concluyentemente porque la historia no nos pertenece. Y si no venís no importa, tu silueta se queda en un parque de mi antigua Granada, en el patio de los limoneros de tu Ciudad Quesada. Trémula. Sofocada por el stablishment. Subastada por los cardenales.

La muerte no interrumpe nada. Es cierto. Nadie se ha ido. Nadie llega. Todos pasan. Todos quedan.

San José, octubre 2004-febrero 2006.

(Todas las citas en cursiva pertenecen al maestro José Coronel Urtecho). Del libro Kabanga (San José, 2008). 

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(Costa Rica, 1958). Escritor, profesor, catedrático e investigador del Instituto Tecnológico de Costa Rica donde dirigió la revista FRONTERAS y el Encuentro Internacional de Escritores. Ha sido antologador de poesía y narrativa costarricense y centroamericana y ha participado en múltiples festivales y encuentros de escritores nacionales e internacionales, así como en variados eventos académicos como ponente. También escribe teatro y ensayo y colabora con varias publicaciones nacionales y latinoamericanas.