Poemas de William Carlos Williams
1 febrero, 2023
Los presentes poemas, en traducción del poeta mexicano Edgar Trevizo, pertenecen a los poemas tempranos de William Carlos Williams, publicados recientemente en México por la editorial Medusa bajo el título Dos aspectos de abril y otros poemas.
Dos aspectos de abril
1
Nada es más cierto que la flor—
y aún mejor, a veces, son aquellas
que empiezan a brotar directamente desde
la dureza de los jardines baldíos—el azafrán
irrumpiendo, los narcisos atestando
un espacio pisoteado, y una vez vi
unos junquillos, olvidados, enterrados bajo
un nuevo camino, cubiertos de piedras
trituradas
pero aún así insumisos, alzándose
en graciosas florescencias—
2
—y después de diez años finalmente
aplanaron el campo trasero de la preparatoria,
preparándolo para propósitos atléticos—
Incluso reacomodaron la jaula de béisbol
—no demasiado bien, ya que dejó un
jardín izquierdo un tanto más corto, pero al
menos
algo se logró— Así
es abril. Despierta, hace
las cosas, tan bien como le es posible
hacerlas—tras el adormecimiento del invierno—
¡Buena suerte, 1932! Es tu turno ahora.
El lamento de la viuda en primavera
La tristeza es mi propio prado
en donde el pasto nuevo
llamea como ha llameado
antes con frecuencia pero no
con el fuego frío
que me asedia este año.
Por treinta y cinco años
viví con mi esposo.
El ciruelo está blanco hoy
con montones de flores.
Montones de flores
cargan las ramas del cerezo
y tiñen a algunos arbustos
amarillos, a otros rojos
pero la pena en mi corazón
es más fuerte que ellas
pues aunque fueron mi deleite
antes, hoy las miro
y torno la vista y las olvido.
Hoy mi hijo me ha dicho
que en las praderas,
a la orilla de los frondosos bosques
en la distancia, vio
árboles de flores blancas.
Siento que me gustaría
ir ahí
y caer sobre esas flores
y hundirme en esa ciénega junto a ellas.
Retrato del autor
Los abedules están enloquecidos de verdes
puntas
el borde del bosque arde con su verde,
arde, hierve— No, no, no.
Los abedules abren sus hojas una
a una. Sus delicadas hojas se desdoblan frías
y separadas, una por una. Delgados flecos
cuelgan meciéndose desde las delicadas
puntas de las ramas—
Oh, no puedo decirlo. No existen palabras.
El negro se parte al instante en flores. En
cada ciénaga y acequia, el resplandor de
pequeños fuegos, ¡flores blancas!— Agh,
los abedules están enloquecidos, enloquecidos
con su verde.
El mundo se ha ido, partido en pedazos
por esta bendición. ¿Qué he dejado sin hacer
que debiera haber hecho?
Oh, mi hermano, tú, de cara roja, vivo,
ignorante, estúpido, cuyos pies están sobre la
misma tierra que yo toco—y como.
Estamos solos en este terror, solos,
cara a cara en este camino, tú y yo,
¡envueltos en esta llama!
Deja descansar los pulidos arados,
su brillo ya sobre la tierra negra.
¡Pero esa cara tuya—!
Contéstame. Te agarraré. Te
abrazaré, te sostendré. Meteré mi rostro
en tu rostro y te forzaré a verme.
Tómame en tus brazos, cuéntame la cosa más
común
que tengas que decirme,
di cualquier cosa. ¡He de comprenderte—!
Es la locura de las hojas de los abedules abriéndose
frías, una por una.
Mis aposentos han de recibirme. Pero mis
aposentos
no son ya dulces espacios en donde el confort
me espera listo para recibirme con sus
migajas.
Una oscuridad las ha barrido. La masa
de tulipanes amarillos en el tazón se ha encogido.
Cada objeto familiar ha cambiado y encogido.
Estoy convulso, roto contra una potencia
que parte la comodidad, hace estallar
mis cuidadosas particiones, aplasta mi casa
y me deja—con el corazón encogido
y espantado, ojos vacuos—mirando hacia
un mundo frío.
¡En la primavera beberé! ¡En la primavera
estaré ebrio y yaceré, olvidando todas las cosas!
¡Tu cara! ¡Dame tu cara, Yang Kuei Fei!
¡Tus manos, tus labios para beber!
Dame tus muñecas para beber—
¡Te atraigo, estoy hundido en ti,
me abrumas! ¡Bebe!
¡Sálvame! El sábalo está al borde
del claro. Los campos en una furia
de brotes de lilas me están enloqueciendo de
terror.
Bebe y yace olvidándote del mundo.
Y fríamente las hojas de los abedules se abren
de una en una.
Fríamente las observo y espero el final.
Y el final llega.
Sobre el traductor
Édgar Noé Trevizo Loya (1978). Terminó sus estudios de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y se formó como poeta y tallerista en los talleres del Dr. Raúl Manríquez Moreno y el Mtro. Enrique Servín Herrera. Ha sido becario del Programa Estatal de Estímulos a la Creación Artística y Premio Chihuahua de Literatura 2004. Ha publicado tres poemarios; el más reciente de ellos: «La vida espiritual de las hormigas». Como compilador, ha publicado las antologías de poesía internacional “Wikaráame: poesía del mundo y sus alrededores, volúmenes 1 y 2” en 2018 y 2019, respectivamente, e “Irétari: narrativa brevísima del mundo y sus alrededores”, en 2018. Como traductor, ha vertido los textos del inglés al español para las mencionadas antologías y ha traducido volúmenes de Ono no Komachi, Izumi Shikibu, Anna Swirczynska, William Carlos Williams y la antología de poemas chinos «Tengo vino, luna y flores». Como promotor cultural, se ha desempeñado como promotor de la lectura y coordinador de talleres de creación poética desde el 2004 hasta la fecha; y creó el Programa Integral de Fomento a la Poesía de la Secretaría de Cultura de Chihuahua y la Sala Wikaráame de Poesía de la Feria del Libro del mismo estado. Se desempeña actualmente como editor del sello independiente Medusa Editores.
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(1883-1963). Uno de los poetas más importantes del siglo XX. Junto con T.S. Eliot y Ezra Pound, fue uno de los grandes renovadores de la poesía norteamericana, a través del imaginismo. Tras la publicación de The tempers (1913), en 1917 apareció su primer poemario importante: Al que quiere. A este primer éxito le siguieron los libros: Sour Grapes (1921), Spring and all (1922), An early martyr (1935), Adam and Eve and the city (1936), Las nubes (1948), La música del desierto (1954), Journey to love (1955), Retratos de Brueghel (1962) e Imaginaciones (1970), y algunas recopilaciones de relatos y novelas, entre las que cabe citar A voyage to Pagany (1928) y la trilogía Stecher, formada por las novelas Mula blanca (1937), En el dinero (1940) y El enredo (1952). Completan su producción ensayos como In the American grain (1925), obras dramáticas como Muchos amores y otras piezas (1961) y algunos textos autobiográficos: Autobiografía (1951) y Yo quise escribir un poema (1958). Su obra fundamental es Paterson, especie de epopeya del ciudadano norteamericano.