Poesía norteamericana
3 octubre, 2022
“Jasmine’s Aroma”
When I tell you “Go into the garden,”
I am not being angry. Ignore the ripping tension in my voice.
I mean to send back
the smell of your Obsession
and command: “Go into the garden
and when you smell the doppelganger,
the other-you, look
and you won’t be there anymore.”
The first time I saw you
it was like a release from the top rollercoaster hill of the Gemini.
And, as much as your first image impregnates my head,
so it changes on our walks to the duck pond every night.
Time with you is never ephemeral.
It is fossilized pine resin.
I keep thinking you are my double.
I can never look you in the eyes
because, if I do, I will disappear forever.
Your amber images my head,
ductile, translucent, and capable of an electrical charge.
We drink coffee and I eat peanut brittle and play with your ankle hair
and look at a picture in the big picture book
of the sperm whale
cast ashore on the Moroccan beach.
The caption reads: “Origin of Ambergris: Secretions of the Intestine.”
You tell me again: “they heated the stuff to make the fragrance of choice
in the Middle Ages.”
For me, ambergris is another word from your haughty books
that I’ll never know.
I certainly won’t ever smell it.
Go into the garden and know your tough will: straight grained and elastic.
And, with you in the garden,
your smell still in the house,
I’ll be able to taper these snapping tantrums.
«Aroma de Jazmín»
Cuando te digo “Ve al jardín
no me estoy enfadando.
Ignora la tensión desgarradora de mi voz.
Prefiero rechazar
el olor de tu Obsesión
y ordenarte: “Ve al jardín
y cuando percibas el perfume de tu doble,
del otro-tú, observa
y entonces ya no te hallarás allí”.
La primera vez que te vi
fue como caer desde la cima de la montaña rusa de Géminis.
Por mucho que tu primera imagen impregne mi cabeza
también cambia cada noche en nuestros paseos al estanque de los patos.
El tiempo contigo nunca es efímero.
Es resina de pino fosilizada.
Sigo pensando que eres mi doble
y nunca puedo mirarte a los ojos
porque si lo hago desapareceré para siempre.
Tu ámbar calcina mi cabeza,
dúctil, translúcida y capaz de una carga eléctrica.
Mientras tomamos café saboreo un dulce de cacahuate
y juego con el vello de tu tobillo
y en un enorme álbum de fotografías
contemplo la imagen del cachalote
arrojado a la orilla en la playa de Marruecos.
El pie de foto dice: “Origen del ámbar gris: secreciones del intestino”.
Me dices de nuevo: “que en la Edad Media solían calentar la sustancia para obtener
la fragancia predilecta”.
Para mí es una palabra secreta de tus labios
que nunca conoceré.
Desde luego, nunca la oleré.
Ve al jardín y conoce a tu fuerte voluntad: de grano recto y elástico.
Entonces, mientras estés en el jardín,
tu olor seguirá en la casa
y seré capaz de reducir estas rabietas.
***
“Tamara’s Journal Entry from Just before Dinnertime”
I keep losing things this summer.
I can never find my watch and my keys.
They’re the man in me,
the voice telling me when I must do things
and the control to all the doors I can lock.
How come I eat to forget I’m hungry,
I have this home to forget I have none,
and a lover to forget I love?
On the afternoon walk
the shiny, sticky strands blow on my cheek from the invisible air—
threads from the kite-line production
of tiny spiders upon spiders
whose flights are held in check
by my impossible face.
I don’t want to pull off wind-blown threads
but pattern a gossamer web
that frees me of the inner male.
But the strands stray a messy web,
and I pull from face what I cannot see.
Six o’clock. I hear his Ford Fiesta.
Back from scooping up grounders.
We’ll eat yesterday’s noodles
and make love on the porch tonight.
«Anotación del diario de Tamara justo antes de la hora de la cena»
Continúo extraviando cosas este verano.
Nunca encuentro mi reloj ni las llaves.
Ambos son el ser que me habita,
la voz que me dice cuándo debo hacer las cosas
y el control de todas las puertas que puedo cerrar.
¿Por qué debo comer para olvidar que estoy
hambrienta
poseer este hogar para olvidar que ninguno me
pertenece
y un amante para olvidar que amo?
Durante el paseo de la tarde
el aire lleva hebras brillantes y pegajosas hasta mi mejilla
hilos de la producción de cometas
de pequeñas arañas sobre arañas
cuyos vuelos son retenidos
por mi cara sorprendida.
No deseo arrancarme los hilos que el viento ha traído
sino configurar una telaraña
que me libere del macho interior.
Pero los hilos tejen una red desordenada
y arranco de mi cara los hilos que no puedo ver.
Las seis en punto y oigo tu Ford Fiesta.
Vuelves de recoger arrancamontes.
Comeremos los fideos de ayer
y esta noche haremos el amor en el porche.
***
“Journey to Cornwall”
I found the place on the map and drove the white van
with the steering wheel on the right,
up and down roads in the darkness of the van-high hedges.
On a hill I shifted from second to first
so as not to roll back down
to the fields and the sheep.
In the town I stared while drinking the warm stout.
Carla sat facing the light.
Her eyes told me she could not see.
But she was from this place
and told me she would
show me things
I would never see again.
I stumbled out the doorway of the pub—
she led me toward the sky beyond the road.
I was scared she would fall
near the edge:
how did she know when to stop?
Carla sat against Cornwall’s blackening sky.
I held her waist at the edge
tightly in the blowing grass.
The light on the sea withering
with the fast-falling sun.
On the other side
of the bright blue expanse
it landed into Ann Arbor
where the week before
I ran alone
to see the Talking Heads,
pulling up my falling pants.
How could someone who lived in darkness
Have given me so much light?
I left the sea
and the one without sight.
She called to say how cold and heartless.
Every time I think about swallowing,
every time I see the sun set,
I think of Cornwall and Carla.
I watch the sun fall again into the horizon,
a bright red sunny-side egg
that holds the blind woman who could smell blue.
The sun falls again into the horizon,
and I vow:
“one day I will return.
Dive, man, dive.
And smell, then, taste, then gobble up,
the crimson of that sunset
that night
on the Cornwall coast.”
«Viaje a Cornwall »
Encontré el lugar en el mapa
y conduje la camioneta blanca alquilada,
con el volante a la derecha,
y a toda velocidad subí y bajé
carreteras en la oscuridad de los setos altos.
En una colina temí por mi vida.
Cambié de segunda a primera
para evitar irme de retroceso y rodar
entre los campos y las ovejas.
Con una cerveza caliente
me quedé mirando.
Carla estaba sentada de cara a la luz
y sus ojos me decían que no podía ver.
Pero ella era de este lugar
y dijo que me mostraría cosas
que jamás volvería a ver.
Salí tambaleando por la puerta de la taberna
y me llevó hacia el cielo más allá del camino.
Tenía miedo de que se cayera
y me aterroricé
cuando vi el acantilado.
¿Cómo sabía ella cuándo parar?
Carla se sentó contra el cielo ennegrecido de Cornwall.
La tomé por la cintura al llegar al borde
y la apreté un poco en la hierba agitada por el viento.
La luz del mar se marchitaba
con la rápida caída del sol.
Al otro lado
de la brillante extensión azul
aterrizó en Ann Arbor
donde la semana pasada
me subía los pantalones que se caían
mientras corría solo
para ver a los Talking Heads.
¿Cómo puede alguien que vivía en la oscuridad
haberme dado tanta luz?
Partí dejando el mar
y a aquella con todos los sentidos
excepto la vista.
Llamó para decirme cuan frío y desalmado.
Cada vez que pienso en tragar,
Cada vez que veo el sol ponerse,
y no puedo separar a Carla de Cornwall.
Una vez más observo el sol caer en el horizonte,
un huevo frito, rojo y brillante
que sostiene a la invidente que podía oler el azul.
Me prometo:
“Un día volveré.”
Y me diré:
“zambúllete, hombre, zambúllete.
Huele, luego, saborea, luego engulle
el carmesí de aquel atardecer
de aquella noche
en la costa de Cornwall.”
***
“María at a Year-and-Half”
Each long day summers less toddle in your toddle.
Your hand leaves behind my knee and the memory of
wetting blonde locks, clinging to a baby’s sweated forehead.
Hydrangeas burst blue and white,
and the bougainvillea purples out
with swallows darting in the dusk
beneath the growing shadows of the differently-purple jacaranda.
You, you, you.
From the pool, to my knees, and back again,
counting the three dancing cows on my red tea-shirt—
“one,
two.”
You, you, you,
I lift my hand to reveal the third cow:
“three.”
You laugh. I laugh.
“Moo, moo, moo.”
«María al año y medio»
Con cada largo día de este verano tambaleas menos.
Tu mano suelta mi rodilla y abandona el recuerdo
de mojar los mechones rubios pegados a la frente sudada de un bebé.
Las hortensias brotan en azul y blanco
la buganvilla se torna más púrpura
con las golondrinas lanzándose en el crepúsculo
bajo las sombras crecientes de la jacaranda de color diferente.
Tú, tú, tú.
De la piscina, a mis rodillas, y viceversa,
contando las tres vacas que bailan en mi camiseta roja.
«una,
dos».
Tú, tú, tú,
Levanto la mano para revelar la tercera vaca:
«tres».
Tú te ríes. Yo me río.
«Mu, mu, mu».
***
“A Bruna Postcard”
Like a muse, out of the mauve dahlias,
Bruna appeared
that summer in Galicia.
By the ashtray, an oyster shell,
she circled and stretched
out her front paws on a grassy throne.
Below the plums, kiwis, and pears,
I picked from the fray a small pearl-shaped stone.
She licked her underside
by the glistening oyster shell
and, after a spell, I wrote her a hard round poem.
I set the paper down.
She smelled the greasy bidet.
We walked to the beach.
She left to smell
the neighbor’s scaled haddock filets.
I swam out of reach and forgot my debts,
the cool sea water my air.
I dog-paddled until my lungs reached the end of words.
She nuzzled the charring remains of bonfires on the beach.
She fetched a macho.
From the far-out sea, I saw two dog silhouettes
facing one another
against the smoke and the white sand.
She mounted him
and then dropped to her paws.
When we left the sea that summer,
I did not cry
when they put her in the hull in the kennel.
I sat in an aisle seat.
She sat somewhere beneath my feet,
airline engine whining.
Through the packs and cases,
through a crack in the floorboard,
she must have looked up from the darkness.
I know.
We heard each other’s thought-chords.
«Una postal de Bruna»
Como una musa, de las dalias malvas,
Bruna apareció
aquel verano en Galicia.
Junto al cenicero, una concha de ostra,
dio vueltas y estiró
sus patas delanteras en un trono de hierba.
Debajo de las ciruelas, los kiwis y las peras,
recogía de la batalla un pequeño hueso en forma de perla.
Se lamió la parte inferior
junto a la brillante concha de la ostra
y, tras un hechizo, le escribí un poema sólido y cíclico.
Dejé el papel sobre la mesa.
Ella olfateó el grasiento bidé.
Caminamos hasta la playa.
Se fue a olfatear
los filetes de eglefino escamados del vecino.
Nadé fuera del alcance y olvidé mis deudas,
el agua fresca del mar, mi aliento.
Nadé como perro hasta que mis pulmones se quedaron sin palabras.
Ella removía con el hocico los restos carbonizados
de fogatas en la playa.
Buscaba un macho.
Desde lo lejos, observé las siluetas de dos perros
mirándose uno al otro
contra el humo y la arena blanca.
Ella lo montó
y luego se dejó caer sobre sus patas.
Cuando dejamos el mar aquel verano
no lloré
cuando se la llevaban a la perrera.
Me senté en un asiento de pasillo.
Ella se sentó bajo mis pies
gimiendo como el motor de un avión.
A través de los paquetes y maletas
a través de una grieta en el tablero del suelo
ella debe haber mirado desde la oscuridad.
Lo sé.
Oímos las cuerdas líricas del pensamiento uno al otro.
Traducción de Missael Duarte Somoza.
Estados Unidos.
Es un pionero en el estudio de los animales y la raza en la literatura y la cultura española de los siglos XVI y XVII. Gran parte de sus estudios están dedicados a la obra de Miguel de Cervantes y al teatro clásico español. Actualmente trabaja en una serie de publicaciones centradas en las humanidades ambientales. También tiene interés en la escritura creativa y ha escrito poesía y cuento.