Rubén Darío y Antonio Machado: Dos poetas, dos continentes, tres poemas y un camino

1 febrero, 2008

Fascina el camino que realizan y en el que convergen estos dos grandes poetas , utilizando la alegoría del propio Machado (“se hace camino al andar”): el modernismo que Darío encabeza en Hispanoamérica y que “incita” a Machado , perdurando en su poética , a pesar de querer guardar cierta distancia , diferenciarse y superarlo , en las últimas etapas de su vida , sin obternerlo del todo. Lo que Willis Barnstone ha descripto como “una falla de asesinato literario o la persistencia del modernismo en la poesía de Antonio Machado”[ [1] ]. Modernismo que tiene sus coincidencias y discrepancias con la creación literaria de la Generación del 98 Española , en cuyas contemplaciones y paradigmas fineseculares navega la obra del joven poeta andaluz. 

Documentaremos (porque el lector es mi cómplice) en este ensayo esa admiración mutua entre el “maestro y funador” (Rubén Darío) y el joven (Antonio Machado) a quien el Maestro valora, las coincidencias de lenguaje , temáticas y formas en sus esfuerzos liberadores por la renovación de la poesía caracterizados por un culto por la belleza sensorial, la preferencia por una estrofa preciosa y trabajada con musicalidad que al mismo tiempo es innovadora en cuanto a ritmos y métricas clásicas formales; y mientras persiguen el “arte por el arte”, no descuidan en su tono refinado, cierto subjetivismo y preocupación social, interés exótico y esotérico [[2]]. Características que han sobrevivido catalogaciones como modernismo, vanguardia, Generación del 27, post-modernismo, poesía novísima en ambos poetas y lados del Atlántico, reencarnándose de algún modo en todas esas corrientes literarias.

Un poema de Rubén Darío, “Antonio Machado” (que Machado titula “La oración por Antonio Machado”) y dos de Machado “Al maestro Rubén Darío” y “A la muerte de Rubén Darío” son paradigmáticos (dentro de los varios poemas y versos que ambos de algún modo comparten) y constituyen la base de nuestro análisis sobre la conexión entre estos dos poetas, a través de sus vidas, las caraterísticas estéticas,  referentes, expresiones de su creación poética y las explícitas manifestaciones mutuas de reconocimiento, admiración y simpatía, en un camino (tiempo),  “estelas” ambos en un único e inmenso mar poético.

1.- El encuentro personal en París y sus implicaciones

Rubén Darío, que estableció de manera definitiva y con fuertes repercuciones el Movimiento Modernista a partir de la publicación, en 1888, de Azul…  había viajado por segunda vez a París en el mes de abril de 1900 como corresponsal del Diario La Nación para informar sobre la Exposición Universal que se realizó ese año en la capital francesa. Allí publicaría en 1901 la segunda edición de Prosas Profanas y en 1903 sería nombrado cónsul de Nicaragua. Darío y Antonio Machado se encuentran en Francia en 1902, cuando Machado llega a París invitado por el escritor Enrique Gómez Carrillo, quien le ofrece el puesto de canciller en el Consulado de su país Guatemala. Hecho de profundo impacto para Antonio Machado como él mismo lo señala en su mini biografía de 1931 recogida en la antología de Gerardo Diego, Poesía Española (1932). Durante esta estadía en París publica la version original de su primer poemario Soledades (1902-1903),  típico de su época juvenil de modernismo (1899-1902), cuya influencia simbolista, fatalista y melancólica irá limitando –aunque se filtre con sutil continuidad- en su segunda época (1903-1907) en la que se destaca más su característica introspectiva hacia las galerías del alma (Soledades, galerías y otros poemas, edición que omite algunos poemas de la primera version de Soledades y se centra más en el paisaje castellano, específicamente de Soria)[[3]]. Antonio Machado formaba parte del grupo de jóvenes poetas españoles –navegando entre el noventaochismo y el modernismo- con Ramón María del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, Francisco Villaespesa, Juan Inclán, Jacinto Benavente, Manuel Machado, quienes –en palabras de Rubén Darío- le “siguieron” [[4]] y nunca negaron su magisterio, rompiendo con la postura vehemente de ciertos poetas consagrados de España que rechazaban o menospreciaban el Modernismo (como Miguel de Unamuno) y a su líder hispanoamericano.

Desde entonces entre Rubén Darío y Antonio Machado se establece una relación de admiración y valoración mutua, como lo demuestran la dedicatoria de poemas  (“Caracol” de 1903 que Darío incluye en Cantos de Vida y Esperanza), homenajes poéticos como el retrato de Machado que Darío hace en la “Oración…” de 1905 que recoge en El Canto Errante y que Antonio Machado utiliza como preámbulo de  Soledades, galerías y otros poemas, sus Obras completas y, por numerosos artículos y ensayos impresos por ambos, acaso el más importante “Los hermanos Machado” que Darío publica en La Nación el 15 de junio de 1909. Por su parte, Antonio Machado, en 1903 en Soledades le dedica a Rubén Darío el poema “El Canto de los niños”, en 1904 compone el poema “Al maestro Rubén Darío”  y finalmente en 1916, su emotivo homenaje en el poema “A la muerte de Rubén Darío”, poemas que abordaremos con más amplitud en la próxima sección.

Pero además de estos ejemplos explícitos, existen textos en ambos poetas que reflejan su relación intertextual, visitas y un interesante intercambio epistolar. Por ejemplo el 10 de Julio de 1905, Machado le escribe a Darío: “Querido Maestro: Salud. Tiempo hace que no tengo noticias de su vida. ¿Qué tal le va? ¿Trabaja mucho? ¿Leyó el artículo de Ledesma y los versos del maestro Cavia? Aquí han triunfado sus Cantos de vida y esperanza. Yo he escrito un artículo, que no sé dónde publicar, Póngame unas letras y cuénteme de sus proyectos. Sepa cuan es su buen amigo. A.Machado”. Posteriormente, en 1908: “Disponga de su buen amigo que cada día le admira más y que nunca le olvida. Antonio Machado”  Llegando al nivel anecdotario de cierta confianza, cuando a raíz de la enfermedad de su joven esposa de Soria, Leonor, le confía en una carta desde Faubourg Saint Denis 200.- Maison de Santé, fechada el 6 de setiembre de 1911:

“Querido amigo y admirado maestro: Le supongo al tanto de nuestras desventuras por Paca y Mariquita que tuvieron la bondad de visitarme en este sanatorio. Leonor se encuentra algo mejorada y los médicos me ordenan que me la lleve a España, huyendo del clima de París que juzgan para ella mortal. Así, pues, yo he renunciado a mi pensión y me han concedido permiso para regresar a mi cátedra; pero los gastos de viaje no me los abonan hasta el próximo mes en España. He aquí mi conflicto. ¿Podría V. adelantarme 250 o 300 francos que yo le pagaría a V. a mi llegada a Soria? Tengo algunos trabajos para la Revista que le remitiré si V. quiere. Le ruego que me conteste lo antes posible y que perdone tanta molestia a su mejor amigo. A. Machado.” (Pedido paradójico dada la penuria económica crónica de Darío)

Numerosos críticos, entre otros, José Luis Cano, Aurora de Albonoz, Allen Phillips, Willis Barnstone han documentado la relación entre estos dos poetas [[5]].

Las implicaciones del encuentro en París son muchas, pero deseo concentrarme en dos de ellas: la confluencia de las corrientes literarias encarnadas en el mismo [[6]] y lo que Francia significa para ambos poetas [[7]].

Con Antonio Machado y Rubén Darío en su cruce inicial, salvadas las idiosincracias de socialización individual (hispanoamericanismo de Darío; las raíces y vivencias andaluza y española de Machado), concurren en ellos las corrientes de cosmovisión, introspección, de pensamientos y emociones, estéticas expresadas en los grupos del finisecularismo, la generación del 98 y el modernismo, no como manifestaciones enfrentadas, sino como aspectos de un mismo movimiento literario que provocará una renovación poética a partir de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.  Ricardo Gullón, Pedro Salinas y otros autores  interpretan el Modernismo y Noventaochismo como términos indistintos del mismo movimiento cultural, a pesar de que Pedro Salinas difiere en encontrar en Machado esta unificación. Estos movimientos literarios parten de un mismo interés en reacción contra el realismo agotado, la poesía prosaica y retórica vacía, y se presentan como un neo-romanticismo que busca la innovación del lenguaje, la métrica, los referentes del contenido. Fuertemente influenciado por movimientos literarios franceses de la segunda mitad del s. XIX, como el Parnasianismo (de, por ejemplo,  Théophile Gautier, que persigue el Arte por el Arte, es decir, la búsqueda de la perfección poética desde un punto de vista formal, con predilección por temas mitológicos, exóticos), el Simbolismo (de Verlaine, Rimbaud o Mallarmé), que busca ir más allá de la realidad, de lo sensible, pretendiendo encontrar las significaciones profundas u ocultas de la realidad, los aspectos correspondientes a los estados de ánimo, la “verdad del alma” de Antonio Machado; y conseguirlo recurriendo a símbolos como imágenes físicas que sugieren algo no perceptible físicamente.  Así, por ejemplo, el crepúsculo, atardecer simbolizaría la muerte, el agua, la fuente, será la vida, el azul lo ideal, lo dorado, el oro, el sol de la infancia, fuente de vida, el camino  correspondería con el paso del tiempo, entre otros símbolos que se repiten como claves, sitagmas en la poesía tanto de Darío como de Machado. En ambos poetas se observan las manifestaciones de esta renovación poética que los críticos [[8]] han identificado como: 1) Renovación del lenguaje poético, las figuras retóricas y los temas; 2) Culto a la belleza sensorial: la luz, el color y los efectos en los sensaciones; 3) Gusto por una estrofa refinada y pulcra, con poemas de gran musicalidad (“De la musique avant toute chose”: Verlaine), revolucionando ritmos y formas métricas, porque si bien, persisten en el uso de la métrica clásica castellana (endecasílabo u octosílabo), introducen medidas poco usadas hasta entonces como el alejandrino, el dodecasílabo (6+6) o el eneasílabo. Además de utilizar el ritmo de los pies acentuales: dáctilos (óoo), anfíbracos (oóo) o anapestos (ooó); 4) Expresión de lo subjetivo: el mundo de los sentimientos íntimos, el mundo de los ensueños de la fantasía, pudiéndose distinguir por un lado la expresión de lo exterior ajeno al poeta (mujeres hermosas, reyes y príncipes, desfiles, paisajes exóticos, referencia a mitos clásicos o medievales; lo que refleja la insatisfacción que sienten hacia el realismo la verdad del mundo en el que viven, y su afán por escapar y evadirse mediante su poesía) y, por otro, la intimidad sentimental del poeta, vitalista y, alegre, triste o melancólica; 5) Tono de cierto lujo, distinguido y exquisito; 6)Búsqueda del “Arte por el Arte” , de lo bello como fin fundamental.

Si bien ambos poetas comparten en general estas características (en la época modernista de Antonio Machado), tienen entre sí y con otros poetas de este movimiento, sutiles pero importantes diferencias, como, por ejemplo en líneas generales: La poesía de Darío expresa la intimidad a través de recursos formales (símbolos, mitos), la de Antonio Machado expresa la transparencia universal de lo profundo (Su mirada era tan profunda /que apenas se podia ver, como dice el verso de Rubén Darío), la de Juan Ramón Jiménez traduce el universo de la complejidad de lo sencillo. De todos modos, cada uno de ellos, y especialmente Darío y Machado en esa época participan de lleno en la amplitud de este movimiento que,  según Juan Ramón Jiménez , en un artículo que aparece en La voz el 18 de marzo de 1935, “no fue solamente una tendencia literaria: el Modernismo fue una tendencia general”.

El Segundo aspecto del encuentro en Paris que resalto es la influencia de Francia en estos poetas. París era un referente de los Modernistas. Según Bernard Sese [[9]], “Francia, en el espíritu y en la vida de Antonio Machado, siempre parece estar marcada por el sello de la ambivalencia”. Machado, profesor de francés, afirma: «Tengo una gran aversión a todo lo francés, con excepción de algunos deformadores del ideal francés…. Recibí alguna influencia de los simbolistas franceses, pero ya hace tiempo que reacciono contra ella» [[10]]. Sin embargo, Sese mantiene que hay un lazo invisible que une a Machado con Francia, concluyendo que si bien Machado es, a todas luces, un escritor español, sin ese lazo íntimo y espiritual que lo liga a Francia no sería el mismo escritor.  Tanto Machado como Darío insertan, muchas veces, versos en francés en sus poesías, aluden a poetas (Verlaine, Mallarmé, Bergson), paisajes franceses. En el caso de Darío no existe esa ambivalencia. Lo proclama figurativamente en el prólogo de sus Prosas Profanas (1896) cuando afirma:  “Abuelo, preciso es decíroslo: mi esposa es de mi tierra, mi querida es de París”, en cuya ficción declara su amor por Víctor Hugo, aunque le oculta la adoración por Verlaine. Y más explícitamente en su Autobiografía “París era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del Ensueño» [[11]].

2.- El encuentro en la poética

Si el “poeta se habla por lo que escribe” (Juan Gelman) nada mejor que centrar nuestro estudio sobre la relación entre estos dos poetas en el análisis detallado de las creaciones poéticas que se han dedicado uno al otro, reflejando sus sentimientos mutuos con el arte acabado de sus poemas.

Rubén Darío escribe “(Oración por)Antonio Machado” en  1905 y la publica en El Canto Errante.  Antonio Machado utiliza el poema como pórtico de Soledadesgalerías y otros poemas, sus Obras completas. En este poema Darío, con un tono elegíaco, versifica conceptos que luego vertirá en crónicas como la recogida en su libro Opiniones (Madrid: 1906) sobre los “Nuevos poetas españoles” o el antes mencionado artículo sobre “Los hermanos Machado” publicado en La Nación. Pero lo que más me llama la atención en este poema es su estructura en la que Darío imita la normalidad formal machadiana, lo que Guillermo de la Torre, llama “fuerza del consonante” [[12]], rima sentenciosa, epigráfica, retrato de la intimidad y personalidad poética de Antonio Machado escrito intencionalmente en eneasílabos con la cadencia de romance (“la suprema expresión de la poesía”, según A. Machado):

ORACIÓN POR ANTONIO MACHADO

Misterioso y silencioso
iba una y otra vez.
Su mirada era tan profunda
que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía un dejo
de timidez y de altivez.
Y la luz de sus pensamientos
casi siempre se veía arder.
Era luminoso y profundo
como era hombre de buena fe.
Fuera pastor de mil leones
y de corderos a la vez.
Conduciría tempestades
o traería un panal de miel.
Las maravillas de la vida
y del amor y del placer,
cantaba en versos profundos
cuyo secreto era de él.
Montado en un raro Pegaso,
un día al imposible se fue.
Ruego por Antonio a mis dioses,
ellos le salven siempre. Amén.

Opina Barnstone “Darío fija a Machado con este poema sensible espléndido que revela entones una figura luminosa y profunda, un hombre de buena fe, tímido y silencioso” [[13]], como si Darío quisiese preservarlo así, con ayuda de los dioses, sin que sufra cambios o transformaciones. Un epitafio 34 años antes de la muerte de su amigo y admirador admirado Antonio Machado. Machado, por su parte, lo incluye –como dijimos- como pórtico de su poemario Soledades en cuyo prólogo de 1917 afirma: “Las composiciones de este primer libro publicado en enero de 1903, fueron escritas entre 1899 y 1902. Por aquellos años, Rubén Darío, combatido hasta el escarnio por la crítica al uso, era el ídolo de una selecta minoría. Yo también admirada al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí –y reparad en que no me jacto de éxitos sino de propósitos-seguir caminado bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no la tiene la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un completo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma…”

Antonio Machado, plasma su admiración por Rubén Darío en el poema “Al maestro Rubén Darío”, que le dedicase en 1904, publicado en el año 1907 en el número 10 de la Revista Renacimiento, luego incorporado en Campos de Castilla (1912). Este poema capta toda la temática, elementos sonoros, simbolismo, que Darío crea y viene a España con su modernismo. Elementos que Darío utiliza en su propia poética: ecos, violines, verbo divino, salterios de loor, la mar Sonora, bandera flamígera, hermosa galera “que de una nueva España a España viene”, Verlaine, rosas de Ronsard, jardines de Francia, oro, etc., como si en los versos de ambos poetas se exagerase la “imitación’, el proceso de ósmosis como un tributo del uno hacia el otro. En sus palabras “Al Maestro Rubén Darío”:  

Este noble poeta, que ha escuchado
los ecos de la tarde y los violines
del otoño en Verlaine, y que ha cortado
las rosas de Ronsard en los jardines
de Francia, hoy, peregrino
de un Ultramar de Sol, nos trae el oro
de su verbo divino.
¡Salterios del loor vibran en coro!
La nave bien guarnida,
con fuerte casco y acerada prora,
de viento y luz la blanca vela henchida
surca, pronta a arribar, la mar sonora.
Y yo le grito: ¡Salve! a la bandera
flamígera que tiene
esta hermosa galera,
que de una nueva España a España viene.

Y, finalmente, al enterarse de la muerte de su amigo y maestro, Antonio Machado con todos los recursos de la tendencia modernista, elabora el sentido poema “A la muerte de Rubén Darío”, publicado el 17 de febrero de 1916 en el número 56 de la revista España. Una vez más, como ejemplo personalizado de esa simbiosis poética, la última estrofa de este poema-homenaje –como lo nota Oreste Macri [[14]]- trae a la memoria los últimos versos del soneto de Darío “Palabras de la satiresa” incluido en Prosas profanas (“Y amando a Pan y Apolo en la lira y la flauta,/ser en la flauta Pan, como Apolo en la lira”):

Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,

¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?

Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.

Pongamos, españoles, en un severo mármol,
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.

Este poema no marca, sin embargo, el último tributo de Machado a Darío, como lo destacaremos en la sección siguiente porque –y lo han establecido elocuentemente la crítica Aurora de Albornoz [[15]] y Joaquín Benito de Lucas [[16]]-  Darío vive, se perpetúa hasta en el último verso de Antonio Machado.

3.- Un camino

El camino, el tiempo, de estos poetas recorre la dialéctica de la admiración, el distanciamiento, el retorno,  proceso similar al de todos los movimientos y relaciones entre los grandes poetas que han marcado la literatura, especialmente con una figura como la de Darío y el movimiento renovador que encarnó. Así sucedió con Borges y su período ultraista [[17]], Cuadra y los vanguardistas nicaragüenses [[18]], y en el caso de España con los poetas de la Generación del 27 y luego los novísimos que en los años 60 reinvindican a Darío. Tal es el caso de Pere Gimferrer, que titula uno de sus libros, en abierto homenaje a Darío, Los raros. Es que –lo establece el uruguayo José Enrique Rodó-  “su dominio transcendió más allá, y por vez primera, en España, el ingenio americano fue acatado y seguido como iniciador. Por él la ruta de los conquistadores se tornó del ocaso al naciente” [[19]] . Y, dentro de los eminentes poetas modernistas  españoles, Antonio Machado, parafraseando a Ricardo Gullón, se destaca como el más rubeniano [[20]].                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

Además sostengo la tesis de Gabriel Padral al afirmar con contundencia en su elogiado ensayo “Antonio Machado, Vida y obra” que las influencias modernistas “se reflejan de punta a punta a lo largo de toda su poesía” [[21]]. Postura que comparte Juan Ramón Jiménez: “seguramente Antonio Machado es, de su generación, el poeta que ha tenido un eco más prolongado de Rubén Darío a través de toda su obra” [[22]]. En marcada contraposición a las sostenidas por Pedro Salinas, Guillermo de la Torre y Guillermo Diaz Plaja, quienes ubican a Machado como un poeta del 98 saltando al vanguardismo y Generación del 27 y reducen su modernismo a una experiencia superficial, epidérmica, que resiste y encuentra luego de los 1907 “casi irrespirable”. Machado mismo contribuye a esta ambivalencia de apreciación y complejidad con frases como su breve texto “Por equivocación –un pobre modernista del año tres” en “Los trabajos y los días” y lo que le escribe a Unamuno en una carta del 1913 manifestando que comprende “su repulsion por esas mandangas y garlibroleos de los modernistas cortesanos” [[23]] . Y, sin embargo, no es ni será ésta su última palabra como vimos a lo largo de lo expuesto, incluyendo el ya citado prólogo a Soledades de 1917:  “Yo también admiraba al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí –y reparad en que no me jacto de éxitos sino de propósitos-seguir caminado bien distinto”.  

Octavio Paz lo sintetiza de una forma digna de la compleja síntesis (como así también el sincretismo poético de Darío[[24]]) que fuese Machado mismo en sus múltiples heterónimos:

“En sus días, el Modernismo suscitó adhesiones fervientes y oposiciones no menos vehementes. Algunos espíritus lo recibieron con reserva: Miguel de Unamuno no ocultó su hostilidad y Antonio Machado procuró guardar las distancias. No importa: ambos están marcados por el modernismo. Su verso sería otro sin las conquistas y hallazgos de los poetas hispanoamericanos; y su dicción, sobre todo allí donde pretende separarse más ostensiblemente de los acentos y maneras de los innovadores, es una suerte de involuntario homenaje a aquello mismo que rechaza. Precisamente por ser una reacción, su obra es inseparable de lo que niega: no es lo que está más allá sino lo que está frente a Rubén Darío. Nada más natural: el modernismo era el lenguaje de la época, su estilo histórico, y todos los creadores estaban condenados a respirar su atmósfera. Todo lenguaje, sin excluir al de la libertad, termina por convertirse en una cárcel; y hay un punto en el que la velocidad se confunde con la inmovilidad. Los grandes poetas modernistas fueron los primeros en rebelarse y en su obra de madurez van más allá del lenguaje que ellos mismos habían creado” [[25]].

El rubenismo se infiltra en las cuatro épocas que se han puntualizado en la creación poética de Antonio Machado [[26]], no sólo las dos primeras (del modernismo de 1899 al 1902 de Soledades y la del 1903 al 1907 de Soledades, galerías y otros poemas, sino también, las dos últimas, desde 1907 al 1912, en que aparece Campos de Castilla, catalogada como más representativa del noventaochismo, con la intimidad objetiva del paisaje de Soria como referente y en su época final desde 1912 hasta su muerte con Nuevas Canciones y Poesías Completas). Un campo importante de coincidencias con Rubén Darío durante toda la vida poética de Antonio Machado, pero especialmente en sus últimas etapas, es el de los temas de sus poemas:

(1) el del amor y del amor dolido: en el caso de Darío como visión panerótica del mundo en las palabras de Pedro Salinas [[27]], sin una amada ideal, pero muchas en el pasaje de la vida “Plural ha sido la celeste/historia de mi corazón…”, sensorial, placentero, sin excluir el sacrificio y la pena, marcado en en ambos casos por tragedias familiares. En el caso de Machado, (mas recibí la flecha que me asignó Cupido,/y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario). Un amor intenso que sufre la enfermedad y muerte de su joven esposa y que señala en versos como “una dulce melodía/de juventud y de amor/para la luna y el viento/el agua y el ruiseñor” incluído en la segunda version de Soledades, los de “Un olmo seco”: “mi corazón espera/también hacia la luna y hacia la vida,/otro milagro de la primavera”, hasta concluir en “Caminos”: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería./Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar./Tú voluntad se hizo, Señor, contra la mía./Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”.  Y, sin embargo, con el personaje de Guiomar, crea la ficción de un amor grande y secreto que hoy se conjetura corresponde a su indefinida relación sentimental con una mujer joven  casada y con hijos, Pilar Valderrama (íSólo tu figura,/como una centella blanca,/en mi noche oscura!).

(2) el paisajismo, mientras Darío recurre a escenarios precolombinos, la selva del trópico centroamericano, exóticos, remotos, una geografía erótica poblada de centauros, sátiros, ninfas y otras criaturas mitológicas, Antonio Machado parte de su patio de Sevilla, al descubrimiento y asentamiento en la naturaleza y genio castellanos, y conjura a figuras renacentistas y del pasado como Jorge Manrique, Gonzalo de Berceo.

(3) las preocupaciones cívico-sociales, en ambos poetas es conocida: el “Canto a Argentina”, el antimperialismo (del poema “A Roosevelt” y “Los cisnes” de Cantos de vida y esperanza) y pacifismo de Darío (ver poema “A Francia” en El Canto Errante) y el españolismo de Machado, comprometido en su crítica de una España caduca y preocupado por su modernización, republicana, con una enseñanza libre, que provoca finalmente su exilio.

(4) el poeta como metafísico frustrado (como se define Machado) descifrando “el oculto idioma de las cosas”,  ocultismo (que es la poderosa afección dariana a una reflexión ontológica, como en el verso de Cantos de vida y esperanza “no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo/ni mayor pesadumbre que la vida consciente”).

(5) el tema angustioso del tiempo, la fugacidad de la vida, soledad y nostalgia parte de su tristeza andaluza existencial, la fusion de los tiempos en el machadiano presentizar el pasado [[28]], la autobiografía poética del yo lírico tanto en Machado como en Darío. Lo dice magistralmente Olga Muñoz Carrasco:  

“La poesía es palabra en el tiempo, decía Antonio Machado y Darío desea descubrir en sus versos una identidad que sobreviva nítida hasta el final. Su propósito no es sencillo, ya que para llegar a la materia vital última hemos de enfrentarnos a varios obstáculos que el mismo autorretrato crea. La primera presencia con que nos topamos es la del Rubén Darío autor que nos remite, mediante el pacto autobiográfico aludido, a un yo lírico fronterizo entre creador y experiencia” [[29]].

Y el modernimo rubeniano sigue en Antonio Machado en la rebelde profecía de su autorretrato en Campos de Sevilla que parte con Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y recalca en un cuaterto en el centro del poema:

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gray-trinar.

Y así Rubén Darío, y el modernismo, subsisten en Antonio Machado hasta ese misterioso verso final que su hermano José descubriera en un papel en el bolsillo del  abrigo de Antonio, después de muerto, como su testamento lírico, ya deshecho del tiempo y la amargura, el patriota exilado y melancólico, el hombre solo y bueno

Estos días azules y este sol de la infancia

Darío había escrito en 1898 en su soneto titulado “Bolivia”: En los días de azul de mi dorada infancia. Ambos versos con un simbolismo disémico, como Carlos Bousoño lo definió al término, Machado retoma con la sublimidad de la sencillez el mismo azul que Darío y antes Martí utilizaron como símbolo de los sueños inalcanzables, del Ideal siempre imposible [[30]], junto con el otro elemento del paraíso perdido de la infancia: “lo dorado” de Darío, su “sol”, fuente de vida. Darío y Machado, juntos hasta el final en su más pura y simbólica expresion poética [[31]].

Nada mejor para concluir este recorrido por la conexión, camino, entre los dos continentes, los poemas, estos dos grandes poetas, Rubén Darío y Antonio Machado, que el cuento hecho canto, hecho cuento en Campos de Castilla (“Proverbios y cantares XXIX”) y que hoy nuevamente se hace canción en nuestras bocas:

Todo pasa y todo queda

pero lo nuestro es pasar

pasar haciendo camino,

camino al andar

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar.

© 2007 LUIS ALBERTO AMBROGGIO


NOTAS:

[1] Willis Barnstone, “Antonio Machado and Rubén Darío: A failure of literary assassination, or the persistence of Modernism in the poetry of Antonio Machado”, Hispanic Review, vol. 57, No. 3 (Summer, 1989), pp. 281-306

[2] Véase, por ejemplo, la tesis doctoral de A.R. van den Broek Chavez, Esoterimso y modernismo: Rubén Darío y Antonio Machado, Amsterdam School fo Cultural Analysis, Amsterdam: 2001

[3] Rafael Ferreres en el prólogo a su edición de Soledades (poesías),  Ed. Taurus, Madrid: 1969, pp. 17-18 establece cuatro épocas en la obra de Machado, recalcando “dentro de su indudable continuidad”.

[4] Vida de Rubén Darío escrita por él mismo (Barcelona, Ed. Maucci, 1915).

[5] José Luis Cano, “Rubén Darío y Antonio Machado” en Españoles de dos siglos, Madrid, Seminarios, 1974, pp. 83-100; Aurora de Albornoz, en numerosas obras y artículos, pero destaco aquí su artículo “Rubén Darío en el último verso de Antonio Machado”, en Anales de literatura hispanoamericana, no. 15, Ed. Universidad Complutense, Madrid: 1986; Allen Phillips, “Antonio Machado y Rubén Darío” en Antonio Machado, R. Gullón y A. Phillips, eds., Taurus Ediciones, Madrid,: 1973, pp. 171-185; Willis Barnstone, o.c.

[6] Resumo en este apartado el excelente estudio de José Carlos Carrillo Martínez, “Modernismo y Generación del 98”, en La Lírica (1901-1950) en http://personal.telefonica.terra.es/web/apuntesasr/ JoseCarlosCarrillo/LitJCCLaLirica19011950.htm,.

[7] Véase el ensayo de Bernard Sese, “ Antonio Machado y Francia” , Universidad de París X, en

Actas del X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Barcelona 21-26 de agosto de 1989 / coord. por Antonio  Vilanova, Vol. 4, 1992, ISBN 84-7665-976-8, pags. 1351-1366

[8] José Carlos Carrillo, o.c, p. 1.

[9] Bernard Sese, o.c. p 1351.

[10] 1. Prosas Completas , p. 1.524 Edición, crítica de Oreste  Macrí con la colaboración de Gaetano Chiappini, Madrid, Espasa-Calpe/Fundación Antonio Machado, 1988.

[11] Autobigrafía de Rubén Darío por Rubén Darío, Lingkua ediciones: 2003, p. 68.

[12] Antonio Machado (1875-1939) Obras: poesía y prosa, Ed. reunida por Aurora de Albornoz y Guillermo de la Torre, Ed. Losada, Buenos Aires: 1964.

[13] Willis Barstone, o.c., p.281

[14] Poesía de Machado, Editorial Lerici, Milán: 1959

[15] Aurora de Albornoz, “Rubén Darío en el último verso de Antonio Machado”, en Anales de literatura hispanoamericana, no. 15, Ed. Universidad Complutense, Madrid: 1986.

[16] Prólogo a Antonio Machado, Antología poética, Biblioteca Edaf, 9a. edición, Madrid: 2002, pp.32-33.

[17] Luis Alberto Ambroggio, “Borges y Darío”, Hofstra Univ, Decenio, Ed. 26, 27 y 28, Oct.-Dic.2006, en http://www.prometeodigital.org/Descarga/FONDO_DOCUMENTAL/FDP108_AMBROGGIO_BORGESDARIO.doc.

[18] Luis Alberto Ambroggio, “Ruben Dario y Pablo Antonio Cuadra: convergencias y divergencias” en

http://www.prometeodigital.org/Descarga/FONDO_DOCUMENTAL/FDP121_AMBROGGIO_DARIOYCUADRA.doc.                   

[19] In memoriam.  en Rubén Darío: Autobiografía, Ed. “El Quijote”, Buenos Aires: 1947, pp. 184-185.

[20] La invención del 98 y otros ensayos, Ed. Gredos, Madrid: 1969, p. 25

[21] Revista Hispánica Moderna, Número enero-diciembre, Nueva York: 1949

[22] En “Historias de España y de Méjico: un enredador enredado”, Revista La Torre, XXV, Puerto Rico:1959

[23] Antonio Machado, Los Complementarios y otras prosas póstumas, reunidos por Guuillermo de la Torre, Ed. Losada, Buenos Aires: 1957

[24]Hablo de síntesis en el sentido hegeliano y como contenedora de elementos en pugna (tesis y antítesis) hacia un continuo proceso de reformulación. Por otra parte, en el contexto del relativismo en el que no cabrían las palabras de ambivalencia o ambigüedad, en cuanto incertidumbre (excepto en la pura búsqueda poética) sino la cierta y dinámica combustión de elementos encontrados (pasado-futuro, mal-bien, amor-desamor, yo y otro, movimientos al parecer antogónicos, todos presentes, formulados de una forma genial, lograda e innovadora, en el “sincretismo poético” de Darío, Machado y otros grandes poetas.

[25] Octavio Paz, Rubén Darío, “El caracol y la sirena”, Cuadrivio, Ed. Joaquín Mortiz, S.A., México: 1964.

[26] Rafael Ferreres, o.c., pp. 17-18

[27] Pedro Salinas, La poesía de Rubén Darío, Ed. Península, Barcelona: 2004, p.55

[28] Aurora de Albornoz, “Rubén Darío en el último verso de Antonio Machado”, en Anales de literatura hispanoamericana, no. 15, Ed. Universidad Complutense, Madrid: 1986.

[29] Olga Muñoz Carrasco, “La vida de Rubén Darío contada por el mismo: poesía como autobiografía” en Anales de Literatura Hispanoamericana, 2000, No, 29, p. 169.

[30] Silvia Castro, “El ciclo de lo azul en Rubén Darío”, en Revista Hispánica Moderna, XXV, New York: 1959 y Iván Schulman, “Génesis del azul modernista” en Génesis del Modernismo, El Colegio de Mexico Washington University Press, México: 1966.

[31] Véase un tratamiento más amplio del tema en el ya citado trabajo de Aurora de Albornoz, “Rubén Darío en el último verso de Antonio Machado”, en Anales de literatura hispanoamericana, no. 15, Universidad Complutense, Madrid: 1986.

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Argentina 1945, reside en EE.UU. desde 1967. Poeta nacido en Argentina y de nacionalidad norteamericana.

Miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, del PEN y numerosas instituciones literarias.

Con premios, reconocimientos, once poemarios publicados hasta la fecha contienen su poesía que abarca casi medio siglo de creación: Poemas de amor y vida (1987), Hombre del aire (1992), Oda ensimismada (1992), Poemas desterrados (1995), Los habitantes del poeta (1997), Por si amanece: cantos de Guerra (1997), El testigo se desnuda (2002), Laberintos de Humo (2005), Los tres esposos de la noche (2005), La desnudez del asombro (2009) y la antología bilingüe inglés-español Difficult Beauty. Selected Poems 1987-2006 (2009).

Co-editor de la antología Al pie de la Casa Blanca. Poetas hispanos de Washington DC (2010).