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Santiago Montobbio, entre arte y vida

1 junio, 2011

La hispanista de la Universidad de Siena Amaranta Sbardella, especialista en filología comparada, hace para Carátula una breve introducción a la poesía de Santiago Montobbio, poeta catalán del que publicamos en la sección de Poesía de ésta misma ediciòn una muestra de su obra, incluyendo los versos más recientes.


Hace veinte años un muy joven Santiago Montobbio escribió que “la vida y sus tenazas nunca cambian/el poeta siempre es el mismo, entre el amor y el olvido”. Su recorrido poético se deshila a través de los entresijos de la vida, de la existencia; se interrumpe durante una larga temporada para surgir de nuevo de manera inesperada y copiosa. Motivos de las primeras antologías, entre las cuales destacan Hospital de inocentesEl anarquista de las bengalas y Absurdos principios verdaderos (este último recién editado por March Editor de Barcelona), se persiguen y siguen enseñando su indefectibilidad en los poemas escritos en 2009, que se dan a conocer en estos meses. Mas la mirada se ha hecho firme y madura. El poeta no ha dejado de cuestionar la vida en su misterio y su vislumbrada extrañeza, pero dirige más su investigación hacia la penetración del arte en la vida, y del arte en el mismo lenguaje poético.

El arte penetra, se concede, se desnuda aun guardando su velo de misterio, nos cincela como esculturas siempre inacabadas e imperfectas, y la existencia adquiere sentido si observada a través del prisma de la composición poética, que la renueva y exalta. Pero el arte mismo mantiene su halo de inalcanzabilidad, para que el hombre siga interrogándose y cercionándose de su sitio en un equilibrio inestable trazado desde fuera. Una presencia, Dios, nos vigila como en sueño, sin darnos puntos de referencia y apoyo. Pero sigue allá, donde la sombra lo evoca, donde una puerta se deja entreabrir.

En los poemas se percibe la tensión, al hilo de un descubrimiento, de una búsqueda que nos eleva mientras nos deje insatisfechos. La suspensión es por un lado la ascesis de un artista hacia la sublimación de su propia experiencia, por otro lado la incertidumbre de un ser humano que intuye místicamente la presencia de una verdad y no logra agarrarla, quizás porque lo no quiera, dado que esa sola ausencia consiente al poeta reconocer las huellas de la inspiración.

Así que en una silla vacía descubrimos la silueta de alguien que allí se reposa, o percibimos  sombras bajando unas escaleras que no permiten subir, o atravesamos una calle que se entrega al olvido. La presencia actúa en la ausencia, en contra de aquel principio de no contradicción que el mismo poeta evoca en sus poemas, al reconocer que la noche es alba.

El hombre oscila entre el amor y el olvido. El amor se define en su indefinición: puede que sea el amor en el sentido erótico – sentimental, o bien el amor cristiano de hermandad que nos une gracias a un compartido sufrimiento, del cual el poeta parece ser profeta por su íntima penetración de la realidad. El ‘tú’, el destinatario de las creaciones, asimismo, permanece en el misterio y llega a ser una entidad más en este cuadro del olvido afirmado al negar.

El olvido, por otro lado, impera en los poemas, sobre todo en estos últimos: impregna las páginas y se repite como un tambor que nos recuerda la fragilidad del hombre y el transcurrir del tiempo. Como escribe él mismo: “El insecto pequeño y perdido por el monte último./ No mucho más es en la vida el hombre, oscuro./ Oscuro y malherido y devorado por el tiempo y el olvido.” El hombre es, además, hoja, arroyo, secos así como era enroscada la hoja montaliana (“A menudo la pena de vivir he encontrado:/ era el río que bulle en la estrechura,/ era el enroscarse de la hoja/ reseca, era el caballo reventado”. Trad. de Fabio Morábito).

El poeta escribe sobre el aire del olvido, lo busca y teme con igual apuro. Recorre las trazas del olvido, y las encuentra en unos elementos, como el pozo, la luna, el viento, la música, que se cargan de nueva significación. Las “lunas bastardas” que “bailan, sin roces ni cosquillas,/ perezosas y lentísimas, al compás de ningún ritmo” (El anarquista de las bengalas) se convierten en lunas negadas, solas y clavadas en un cielo asequible y eterno. Ahora bien, la eternidad se puede conseguir a través del arte eternalizador, que pugna contra el tiempo. La poesía es algo natural, primario, como el aire y el amor, e, igual que ellos, tiene que ser respirada y consumada en libertad. Al mismo tiempo, la poesía es erosión, pérdida, siendo prerrogativa de los seres humanos.

El arte nace de la vida y en ella se cumple, pero le otorga valor y sensibilidad. No es el arte aprendido en las academias, arte frío y dogmatizado, sino el arte que pulsa en las calles, en las venas, en las inquietudes. Con palabras del mismo autor: “En el arte sólo se puede/ escribir con convicción, desde lo más hondo de uno mismo,/ pozo profundo donde se remansa el alma y brota su agua” (Donde tirita el nombre).

La vida requiere ser sublimada en el arte, asalta al poeta, lo aprieta para que se exprese. Así nacieron los poemas del último conjunto de 2009, La poesía es un fondo de agua marina, empujados frenéticamente por la necesidad de la existencia de ser plasmada y eternalizada en el arte. En pocos días febriles, los poemas surgieron de un manantial renovado y siempre rozagante.

Montobbio se hunde en el mar de la inspiración y con leopardiana dulzura deja que ésta pase por su sensibilidad y se convierta en creación. Las múltiples potencialidades del poeta se destilan en poemas seguidos, que trazan el hilo de la investigación existencial, en primer lugar de un hombre, y, en segundo lugar, de un artista.

Afirmaba Cesare Pavese al escribir el apéndice de Trabajar cansa que un poeta debería atreverse a concebir su obra de mayor tamaño como un solo respiro. Y de esa manera podemos leer este conjunto de Santiago Montobbio, como una construcción vibrante y vívida, en la que la exigencia de un esquema impuesto deja paso a la sencillez y la fluidez de la inspiración creativa.

Así como el arte, el lenguaje poético se configura a lo largo de los poemas: a veces el poeta se interroga en el instante mismo de la creación sobre la vigencia de una u otra palabra o bien reconoce haber ya expresado de manera similar emociones o afirmaciones. Sin embargo, es éste otro testimonio de la naturaleza con la que nacen y crecen los poemas.

Montobbio conduce su ‘quaestio’ existencial en la soledad, con ecos de Salvador Espriu, y la amargura de quien aspira titánicamente a la solución de un enigma que por sí solo salida no tiene. La única salvación, como ya se ha afirmado, es la del arte, en un proceso continuo e inagotable.

En El anarquista de las bengalas, Montobbio recordaba a un hombre que de repente compuso un verso y se quedó callado al reconocer que este verso había perdido su frescura, “porque si ese verso un día fue una flecha era ahora una flecha cansada”.
Ahora bien, podríamos retomar esta misma expresión para atestiguar que ese riesgo y miedo de consunción de la palabra poética se ha superado y ha dado nueva fuerza a una inspiración nunca acabada, en la que la tensión entre arte y vida empuja cada vez más a la creación de poemas.

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Experta en filología comparatista, semiótica y comunicaciòn simbólica e hispanista de la universidad de Siena.