Selección poética

1 junio, 2014

La antología bilingüe Flame in the Air (Casasola Editores, 2013), volumen que introduce a los lectores angloparlantes a la vida y obra de Vidaluz Meneses (Nicaragua, 1944), una de las poetas de mayor prestigio en América Central, mereció recientemente el Best Poetry Book en el International Latino Book Awards. Esta edición bilingüe traducida por María Roof, crítica literaria y profesora en la Universidad de Howard, Washington D.C., presenta su obra poética y su respectiva traducción, así como un largo perfil que nace de entrevistas con la autora entre 2005 y 2013, con la certeza de que las experiencias de su vida son el pilar de su trabajo poética. Para celebrar este nuevo reconocimiento, Carátula comparte una selección poética de la poesía de Vidaluz Meneses.


Última postal a mi padre, General Meneses

Debiste haber cumplido años hoy
y ya no estás, para tu bien.
Guardo tus palabras
y tu postrera ansiedad por mi destino,
porque la historia no te permitió
vislumbrar este momento,
mucho menos comprenderlo.
El juicio ya fue dado.
Te cuento, que conservo para mí sola
tu amor generoso.
Tu mano en la cuchara
dándole el último desayuno al nieto,
haciendo más ligera
la pesada atmósfera de la despedida.
Cada uno en su lado,
como dos caballeros antiguos y nobles
abrazándose, antes el duelo final,

* * *

Ilustración: «The Artist Waited For the Tea To Draw.» Roy Blumenthal.

* * *

Dueña del canto

A mis hijas Karla y Vidaluz

Que yo recuerde, no tuve
esa vigorosa actitud de mi hija a los 18 años
mucho menos a los catorce,
sino la confusa adolescencia
deambulando por las habitaciones,
incapaz de responder con eficiencia
a los insignificantes requerimientos
cotidianos de pasamanos:
pasar la ropa,
pasar las tijeras
llevar el sombrero colgado
detrás de la puerta.
Todos los objetos jugando al cero escondido
y yo, a la gallina ciega, palpando al mundo,
rodeada de aparente perfección,
calles delineadas, señales precisas.
altos, muchos altos:
Por ahí no.
A esa hora no
¡cuidado con la oscuridad!
mucho menos si musitan a tu oído:
“de desnuda que está brilla la estrella”
Las veredas derechas eran falsas
Las izquierdas prohibidas
Mi cuerpo, un enajenado territorio.
Mi voz, inaudible.
Mi nombre, diluido.
Cuánto camino hubo que recorrer
para llegar a ser lo que soy:
Mujer que mira orgullosa tercera generación
de su descendencia
y se reconoce mojón; punto de partida
puerto para zarpar   con velas indoblegables.
Dueña y señora de su canto.

* * *

Carta a mi madre

Te escribo hoy, cuando posiblemente
estés subiendo las persianas para ver a plenitud
el campo lindante con la casa vecina en Austin
que te aproxima a la visión
de la hacienda El Castillo de tu infancia.
Yo te recuerdo cuando la tenue luz de la tarde
apaga también mi corazón y te imagino alerta y vigilante
merodeando mi cabeza triste
inclinada sobre los límites del día,
recordándome el deber de ser felices
en la pequeña patria de los hijos multiplicados en nietos.
Aunque el país donde nacimos
sea una frágil balsa a punto de naufragar.
Te veo menguada en tus fuerzas físicas
pero siempre airosa, revelándote contra el tiempo
que fatalmente devasta antiguas primaveras.
Perdona estas lágrimas, madre, que me arrugan el rostro
y enrojecen mi piel que debe lucir esplendorosa
como la tuya, invicta belleza de la que tus hijas
somos acaso, un pálido reflejo.

* * *

Palabras para el último encuentro

Desde el balcón de tu habitación
vi por primera vez el parque
tapizado de blanco
y quise dar fe de lo visto
bajando los tres pisos
para tomar de la capota de un auto
la escarcha que moldeé entre las manos
como un goce tardío de la infancia
disfrutado en mi otoño.
Nunca había visto la nieve
y fue el frío que la antecede
el que me trajo a esta ingrata
misión familiar de acompañarte.
Te encuentro atado a un lecho
del que ya no volverás a levantarte
y siento que no podré hacer gran cosa,
como cuando niños, y montados
en el martillo volador que subía, bajaba
y rotaba vertiginoso
en el parque de diversiones
apresé contra mi pecho a Meriulda y a vos
para que no se me fueran por el agujero negro
de la ventana donde aparecían
y desaparecían las luminarias,
el asfalto, la gente y las estrellas rutilantes
del cielo decembrino de Managua.
Son meses de batallar contra esa cosa mala
que se te enquistó en el pecho y la cabeza
y que vos y quienes te amamos,
conjuramos todos los días
para que desaparezca,
para que se disuelva, para que no exista.
Pero supe que ya empezabas a contar tus días
y quisiste amenizarlos con la canciones
de Enrique Guzmán y “la novia de México”
de nuestros amores de adolescencia;
viendo a James Dean y su desasosiego
en Rebelde sin causa
o a Cantinflas que siempre nos hacía
reír con sus retahílas,
y así todo estaba bien;
hasta que llegaba el dolor y su punzada
nos sacaba del sueño de la vida
y dejábamos la risa, para aplicar el paliativo
que finalmente te dejaba dormido.
Un día de esos fue miércoles de ceniza
y vos, agnóstico por elección,
de puro amor por tu hermana,
me aceptaste la cruz que te dibujé
en la frente, diciéndote:
“por tu reconversión y sanación”,
mientras sonreías, pienso yo, con beatitud,
porque todo acto de amor nos aproxima
a ese mar infinito del que salimos
y al cual ineludiblemente vamos a retornar.
¿Qué día te irás? me preguntaste dos veces
y yo te respondí, falta bastante,
y si me voy, regreso pronto,
sabiendo ambos que todo era incierto
porque tu vida se nos escurría como el tiempo,
aunque esto lo guardáramos como el mejor secreto
de nuestra historia común.
Y así llegó el día
en que te observé lejano y distante
de lo que te rodeaba,
la habitación cargada de recuerdos,
Elisa y los chicos captados magistralmente
por tu cámara mientras jugaban en la grama;
los retratos de la tía Teresa al carbón y al óleo
y la foto de Carolina, con su escrutadora
mirada a los seis años.
Algo me dijo que habías iniciado el viaje.
Llegó entonces la madrugada
con el asma premonitoria y tu prisa
al pedirme: ¡la fecha, la fecha!
que me esforcé en contestar con serenidad.
Después ya nada.
Vertí unas cuantas gotas de agua
que parecieron refrescar un poco tu garganta.
Hermanito… hermanitooo!
¿Por qué tenés el rostro tan frío
y las manos, y los pies?…te gritó mi corazón.
Y te froté, te dí masajes, te puse calcetines,
revisé el aparato de calefacción,
te arropé mejor con la frazada,
Pero ya nada te volvió el calor.
Oré desde el fondo de mi alma
entregándote al Ser de todos los sueños,
y te despedí, asegurándote,
que yo siempre regresaría a donde estés
para volver a nuestros juegos infantiles
la casita en el patio bajo el árbol de mango
en Ocotal;
el pequeño fogón de barro
y la mesa con los trastecitos
servida por tu hermana mayor
que de nuevo te llamaría
a vos, y a todos nuestros hermanos
a ese convivio definitivo
del que ya no nos volveremos a separar.

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Poeta, articulista, promotora cultural. Nació en Matagalpa, en 1944. Licenciada en Humanidades con mención en Bibliotecología de la Universidad Centroamericana (UCA), Managua. Fue Decana de la Facultad de Artes y Letras de esa universidad.
Cofundadora de la Asociación Nic. de Escritoras (ANIDE)y su primera Presidenta; integró su Junta Directiva en distintos períodos siendo el último 2007-2009. También cofundadora y ex Coordinadora de la Red Nic. de Escritoras y Escritores (Renies). Es Propietaria por Nicaragua ante la Asociación Centroamericana de Escritoras/es (ADECA), miembro de la Junta Directiva del Pen Internacional, capítulo Nicaragua.