
Sobre la literatura y la extranjería de las cosas
2 diciembre, 2024
|
Una lectura particular
A Murasaki1 la imagino sentada, pequeña, envuelta en su ropa elegante, escribiendo o simplemente imaginando qué quiere contar. No recibe una educación formal como sus pares hombres porque las mujeres no deben instruirse en ciertas cosas. Sin embargo, ella logra aprender chino y con eso acceder a la mejor literatura de su época. Su vida es pequeña, contenida en unas pocas habitaciones en donde las mujeres no pueden ver a nadie de fuera de su familia sino es a través de un biombo. Cada tanto, se adornan, se esmeran con su cuerpo, su ropa y aprenden el arte de escribir poemas. Tienen que seducir hombres. Murasaki va más allá, no solo compone poemas. Escribe sobre gente que intuimos que existe, analiza la corte, las mujeres, las personas al servicio del emperador. Los juzga y ella, de esa forma, desaparece de escena. Se olvida de que existe. De que tiene que estar encerrada. De que su existencia es un puñado de normas en las que las mujeres están quietas esperando a que sus maridos polígamos se les acerquen. Reina el poliamor porque es la forma certera de organizar la propiedad. La belleza lo es todo. Pero pasa algo.
Murasaki encuentra la llave. Logra escapar.
Yo la imagino sentada y algo encorvada, con aquella luz tenue que siempre está naciendo o muriendo en Japón. Ella crea escenas, acertijos que son poesías. Ella escapa del realismo de la época. Se queda fuera. Es libre. Es extranjera. Es eterna.
Hace literatura.
La rareza y la eficiencia
Salir de la época Heian y volver al siglo XXI es una transición curiosa. Quedan en la cabeza algunas ansias. Algo flota en el cerebro. Un fantasma que se instala. ¿Es la literatura? No son las tramas. Es el embrujo que te dejan ciertas lecturas.
No seas la rara, me dice alguien todo el tiempo porque a veces no puedo evitar decir lo que pienso de las cosas. Son banalidades. La gente sabe que para sobrevivir no hay que ser demasiado extraño. Quizás es ese espíritu gregario que necesita el ser humano para no morir. Esto también tiene que ver con el mercado, los premios y el reconocimiento. Y los escritores lo saben muy bien.
Lo que valida el mercado es lo que quiere la gente. Eso requiere anticiparse. Está en la base de la ciencia económica que encuentra en el intento de predicción y en las proyecciones de indicadores económicos, su razón de ser. En este sentido, la eficiencia pocas veces, es rara. Porque ser eficiente es ser funcional a algo. Es ser herramienta. Pensamiento pretérito cristalizado en función de algo. En raras ocasiones lo eficiente es bello. Cuando queremos que algo sirva no le pedimos belleza. ¿O sí?
Hay una excepción. A las mujeres de la corte Heian se les pide que sean bellas y compongan bellos poemas. Se las entrena para que tengan una buena caligrafía. Para las familias ellas son una inversión. Una herramienta para conseguir algo, poder, influencia, riqueza. Ellas son un insumo refinado.
Sin embargo, intuyo que la creación, y en concreto, la literatura no se anticipa a nada. O, mejor dicho, no valida nada. No tiene que acomodarse a algo. La misma palabra, creación, en su origen, se asocia a algo nuevo. Algo que se engendra. Se rompe con algo al crear. Se discontinua. Quiebra una estructura. Ya no buscamos la coherencia de las cosas. Como Murasaki cuando se sienta a describir cómo se desnuda Genji. Desmenuza a los personajes. Inventa una forma narrativa. En el momento, no lo vemos. La vida cotidiana no nos deja ver dónde está la literatura porque requiere de una visión que carece el ojo humano.
Lo extraño y lo eterno
La buena literatura no muere porque siempre tiene ese componente de insólito. Es todo lo contrario al mercado que es como una esclavitud de lo presente. Y, al mismo tiempo, un lugar calentito en el que todos quieren refugiarse. A menudo, el mercado valida una propuesta transgresora y transforma aquello rupturista en una mercancía. Todo sucede en menos de una generación. La tecnología parece acelerar esos procesos. En ese sentido, yo no soy quién para decidir qué es literatura y que no es. No puedo definirlo. No deberíamos poder definirlo. Porque nuestra vista falla en las distancias cortas. Es miope. Es una imposibilidad física, como no tener una pierna, ser sordo o manco.
Abro y leo un pasaje de Los idiotas. Me golpean las palabras de Joseph Conrad. Son como latigazos en la espalda. ¿Qué es lo que fascina?
Hay algo vivo en él.
Como si estuviera al lado mío y me echara el aliento en la cara. Eso pasa con las piezas que perduran. El tiempo no las agrieta. Hay algo en su prosa que otorga extranjería a todo lo que toca con sus palabras. Nos hace mirar desde fuera. Nos hace volvernos chiquitos. O tomar distancia. Y eso es maravilloso.
En ese sentido, parece que la buena literatura nos saca de nosotros mismos. Es supervivencia quizás. Y esto me hace pensar si realmente el componente creativo que podamos desarrollar es un elemento de la evolución o una mutación, un error del sistema.
La vida del capital y del cuerpo
En los textos de Charles Darwin o de Bertrand Russel se habla de lucha por la vida. Supervivencia del más fuerte. Esas cosas se enseñaban en algunas escuelas de Economía. Pero justamente, crear significa perder el miedo a la muerte. Porque el capitalismo funciona porque sus creyentes temen la muerte y en base a eso, toman decisiones a las que llaman racionales. Pero ¿y si sacamos a la muerte de la ecuación? Se abren otros escenarios. Porque, para el capital, el hombre y su cuerpo sigue siendo, al mismo tiempo, una necesidad y un problema. Lovecraft murió pobre, Kafka, mendigando unos libros a su editorial que nunca le mandaron. Los tiempos del cuerpo no son los tiempos de la creación. El capital devora al cuerpo, lo lima, lo estruja, lo arremanga, lo expone a los elementos. No solo eso. El capital vive mucho más que el cuerpo humano, transciende generaciones, se metamorfosea. Adopta cualquier forma posible. Es materia, es virtualidad, es una idea. Son expectativas. Y también es cultura, narración, ficción que alimenta un sistema.
Yo me debato entre esos dos planos, el de supervivencia que nos obliga a transar, a hacer lo que no pensamos, a sumergirnos en la incoherencia y el sometimiento más absoluto, y la soledad y apasionamiento que supone la creación. Uno deambula por esa cornisa. Traicionándose. Probablemente diciendo y haciendo aquello que no es. Porque el mismo acto de la palabra, tiene algo de infame.
La herida está en la lengua, nos dice Chantal Maillard. El mismo acto de la escritura es la traición más grande. Es reducir algo inconmensurable. Y quizás, y solo quizás, la literatura no trata de palabras, sino de silencios. Huecos de aire que uno mete entre las palabras. Aire que transcurre como en un laberinto, como las esponjas, tan bellas, airosas, primitivas y calladas.
¿Cómo se escribe el silencio?
Entre horas picoteo algo. Agarro una nuez. La miro. Rugosa. Marrón. Y los ojos de mi hijo me miran porque a él le encanta abrir frutos secos con el cascanueces.
In a nutshell es una expresión antigua y denota en inglés, algo que se expresa con pocas palabras y que es más o menos complejo. Para mí es como un milagro. Decir con tan poco. Fíjense esta frase de Chantal Maillard: Lenguaje: lujosa encuadernación de la ignorancia.2
Algo. Cuando se vuelve literario. Duele menos. O duele distinto.
Quizás es esa eterna búsqueda de huir del dolor. Reducir el número de palabras. La matemática es muy bella justamente porque busca desesperada los silencios. Decir con apenas un símbolo, la vida entera.
Y aliviar nuestro cuerpo.
Lejos de la tierra propia
Hay una disyuntiva muy grande con las palabras cuando dejamos nuestro país. Escribimos y nuestra lengua cambia. Yo no quiero aferrarme a nada concreto de mi habla materna. Uso la lengua como un instrumento de supervivencia. Se adapta, cambia, la manipulo todo el rato. La prostituyo si es necesario. No tengo escrúpulos en ese sentido. A la lengua propia, la trato mal a veces. La descompongo y la vuelvo a armar. Y este asunto me obsesiona. Hay un experimento extraño que tiene que ver con pensar la propia lengua desde otra en la que no hay sujetos, las subordinadas son extrañas y las palabras cambian en función de la jerarquía. Estoy estudiando los riñones del idioma japonés como quien estudia las entrañas y entresijos de algo muy ajeno. Son las achuras de la lengua. El caracú de la cuestión. Y en ese desarmar el artefacto, me encuentro con una cabeza que piensa diferente. Los verbos al final, los sujetos difuminados. ¿Dónde quedaron los plurales, los géneros, los diminutivos?
Es como una telaraña la lengua. Se trasciende a partir de una serie de caracteres. Se exploran nuevos mundos. Se mueven los dedos, se dibuja. Se deja la impronta de algo. No sé qué es. No quiero llamarlo alma. Tampoco mente. Quizás tejidos, conexiones neuronales. Naturaleza que se expresa y que, además de lucha por la vida, quiere algo más. ¿Son ansias de poder?
Yo no sé si sobrevive el más apto o el más débil. Quizás el débil se adapta porque tiene que sobrevivir y las mismas ansias de querer vivir nos hace frágiles. El verdadero artista no tiene miedo de morir, no sigue las premisas de Darwin, escribe hasta la extenuación. Tiene un sentido místico de la vida. Se autodestruye o crea desde la rotura de algo. No busca influir a nadie.
O más bien, influye a su pesar.
Me gusta empezar de nuevo, irme de los lugares, la mirada perpleja, el tropiezo.
Y la imagino a Murasaki leyendo en voz alta frente a su audiencia. Jugando con las palabras. Con la impermanencia de las cosas.
Miradme bien,
grullas que surcáis el cielo,
y vedme limpio
como el sol de primavera3.
1 Autora de La novela de Genji. Tomo como referencia la edición de Austral basada en la traducción de Arthur Waley.
2 Maillard, Chantal. La herida en la lengua. Tusquets. 2015
3 Shikibu, Murasaki. La novela de Genji. Esplendor. Austral. 2019 (p. 381)
Argentina, 1980. Es escritora y economista. Ha publicado en Zenda Libros, Tierra Adentro, SuperSonic, Casapaís, Tales, Visor Literaria, 142 revista cultural, Fábula, etc. También ha participado en antologías, la última en homenaje a Ida Vitale. Es editora en español de la revista de ciencias de la tierra Gondwana Talks de la geóloga Kathelijne Bonne. De próxima aparición en España, Pendiente (West Indies ed., 2024), es su última novela publicada. Actualmente, reside en Tokio. Twitter: @SilZuletaRomano